/ domingo 6 de octubre de 2019

El Sol en perspectiva

“El tiempo que te quede libre”

Sostienen algunos teóricos e investigadores de las ciencias sociales, (sobre todo, de los que militan en la llamada Escuela de Sociología Positivista), que en épocas de crisis, esto es, en situaciones en las que se producen transformaciones que son decisivas en cualquier aspecto de la vida social.

Suelen aparecer en el ánimo colectivo de las sociedades humanas, expectativas excesivas, optimismos exaltados e impaciencias compartidas, en relación con reformas y proyectos de cambio que determinados agentes de alternancia política pudieran representar y proponer ante la opinión pública de sus comunidades, en la medida en la que la necesidad y la urgencia de dar una adecuada y cabal respuesta a los problemas y malestares seculares de la población, -respuesta, que no venga en desacuerdo con los ideales populares ni con los valores orgánicos de la comunidad-, son factores esenciales para obtener y conservar la identidad y la unidad de los grupos y de los sectores vitales e influyentes de la sociedad, y son requisitos básicos para afianzar la legitimidad de acuerdos de participación y corresponsabilidad entre los grupos de interés colectivo, para intervenir y tener injerencia directa en las decisiones relativas a los destinos públicos.

Es en ese momento histórico de adhesión colectiva, entusiasta y sentimentalmente intensa, hacia las propuestas de cambio que han sido acogidas por el ambiente político imperante, cuando la opinión pública se transforma en una fuerza política importante que se manifiesta inicialmente en una gran movilización electoral cuyo destino final y concreto, es el de “determinar en lo fundamental la acción de las entidades dirigentes, siempre y cuando dichas entidades sean sensibles a las reacciones públicas, a las preferencias y a las opiniones de la colectividad, y cuando esas mismas instancias, tengan una conciencia clara de sus propios factores de conservación en el poder”,- según lo expresó el prestigiado investigador y teórico político italiano Norberto Bobbio (1909-2004). “Liberalismo y Democracia”.

Precisamente, el hecho de no percatarse o de no conceder la importancia debida al gran estado de irritación, malestar e inconformidad existentes en el plano de los ánimos ciudadanos, y el no tratar de poner un remedio que fuera más allá de la mera simulación, a los males ancestrales que han afectado de modo tradicional al interés general de la población (la desigualdad, la pobreza, la antidemocracia y la corrupción, entre otros), sin duda fue la causa principal del derrumbe y la quiebra total del sistema político que estuvo vigente en nuestro país, hasta antes de la multitudinaria presencia electoral del mes de julio anterior, del presente Régimen del gobierno federal.

No se ha dicho nada nuevo con lo anterior, ni se descubre el hilo negro, al afirmar que el carácter antagónico de los poderes públicos del tipo oficial y el de los poderes fácticos de la gran empresa y el gran dinero, -confundidos con aquellos- con respecto a los dictados auténticos de la voluntad ciudadana y de los intereses populares, -como fue puesto en evidencia en los casos de las llamadas reformas estructurales ensayadas por el sexenio anterior- (sobre todo la energética y la educativa); la inercia de los viejos problemas sin resolver, más los graves comportamientos de algunos personajes públicos pertenecientes a la alta burocracia política; comportamientos que fueron caracterizados por actos punibles desde la esfera de la ética administrativa y aún desde las competencias del derecho penal…fueron las gotas que derramaron el vaso del daño moral causado a la sociedad por las cúpulas dirigentes, y que definieron en una gran proporción, -más la autenticidad de su liderazgo- el gran triunfo electoral de AMLO y de su partido político.

Pero a pesar de que no exista novedad alguna en la afirmación que antecede, conviene mencionarla para reflexionar en el hecho del gran peso político que ha venido a representar en nuestro ambiente, -tal y como lo ilustran también los teóricos sociales a que aludimos antes- la opinión pública y la voluntad social de cambio, que en efecto, se han convertido en una gran fuerza de participación electoral, en tanto que el comportamiento ciudadano responsable en las urnas, durante la última elección federal, dejó atrás el individualismo extremo y egoísta, la indiferencia política, la resignación y el conformismo de otras épocas, para alentar y promover en cambio, la inteligencia colectiva y la aptitud pública de la corresponsabilidad para participar e intervenir en las tareas y en los deberes que supone la vida comunitaria y el Estado de Derecho.

Sólo que, junto a esa gran esperanza general de transformación y cambio en función de lo colectivo y en beneficio del Estado democrático, -según advierte la teoría que citamos-, subsiste también la gran impaciencia de la imaginación popular para reducir los espacios de tiempo en los que los cambios propuestos o pretendidos hayan de convertirse en una realidad perceptible y apreciable por los sentidos físicos de la vida práctica cotidiana de los individuos y de los grupos.

De las familias y de los sectores. Se avivan los deseos vehementes por acceder a las nuevas realidades prometidas y esperadas, porque las lealtades políticas de tipo general no son virtudes gratuitas ni dones que se entreguen desinteresada y espontáneamente. Dichas lealtades no son preguntas sin respuesta: Vicente Fox debería saberlo muy bien, después de haber dilapidado lastimosamente el gran capital político, que en el ánimo popular tuvo alguna vez.

Sí los científicos sociales a que hemos hecho mención están en lo cierto, resultará entonces que el presente régimen federal de gobierno tiene en la misma expectativa de cambio por él animada, promulgada y sostenida, su propio margen de tiempo disponible. Aún cuando los parámetros de aceptación y apoyo populares en su favor son muy amplios y favorables, -según dicen las encuestas-, dichos apoyos ya no reúnen la convicción y el entusiasmo de los días de campaña electoral y de los primeros meses de gestión.

Aunque se sabe que ningún cambio importante en la vida pública puede producirse de la noche a la mañana y que se ha establecido en la doctrina gubernamental una agenda social redistributiva, ha de tratarse ahora sin embargo, de que los cambios colectivos pretendidos e intentados, desde el gobierno, se manifiesten, en el orden de la vida diaria de las personas ocupadas y preocupadas, en el simple oficio de subsistir.

Los plazos corren y el tiempo vuela. De no advertirse las impaciencias del consenso y en el caso de que los cambios no trasciendan el ámbito de las instituciones para llegar hasta los hogares, -aunque por ahora las coas marchen bien en el ámbito de la aceptación pública-, la misma fuerza electoral que ayer fue retribución y recompensa, puede llegar a convertirse contra sus actuales beneficiarios, en desquite, reconvención y daño.

“El tiempo que te quede libre”

Sostienen algunos teóricos e investigadores de las ciencias sociales, (sobre todo, de los que militan en la llamada Escuela de Sociología Positivista), que en épocas de crisis, esto es, en situaciones en las que se producen transformaciones que son decisivas en cualquier aspecto de la vida social.

Suelen aparecer en el ánimo colectivo de las sociedades humanas, expectativas excesivas, optimismos exaltados e impaciencias compartidas, en relación con reformas y proyectos de cambio que determinados agentes de alternancia política pudieran representar y proponer ante la opinión pública de sus comunidades, en la medida en la que la necesidad y la urgencia de dar una adecuada y cabal respuesta a los problemas y malestares seculares de la población, -respuesta, que no venga en desacuerdo con los ideales populares ni con los valores orgánicos de la comunidad-, son factores esenciales para obtener y conservar la identidad y la unidad de los grupos y de los sectores vitales e influyentes de la sociedad, y son requisitos básicos para afianzar la legitimidad de acuerdos de participación y corresponsabilidad entre los grupos de interés colectivo, para intervenir y tener injerencia directa en las decisiones relativas a los destinos públicos.

Es en ese momento histórico de adhesión colectiva, entusiasta y sentimentalmente intensa, hacia las propuestas de cambio que han sido acogidas por el ambiente político imperante, cuando la opinión pública se transforma en una fuerza política importante que se manifiesta inicialmente en una gran movilización electoral cuyo destino final y concreto, es el de “determinar en lo fundamental la acción de las entidades dirigentes, siempre y cuando dichas entidades sean sensibles a las reacciones públicas, a las preferencias y a las opiniones de la colectividad, y cuando esas mismas instancias, tengan una conciencia clara de sus propios factores de conservación en el poder”,- según lo expresó el prestigiado investigador y teórico político italiano Norberto Bobbio (1909-2004). “Liberalismo y Democracia”.

Precisamente, el hecho de no percatarse o de no conceder la importancia debida al gran estado de irritación, malestar e inconformidad existentes en el plano de los ánimos ciudadanos, y el no tratar de poner un remedio que fuera más allá de la mera simulación, a los males ancestrales que han afectado de modo tradicional al interés general de la población (la desigualdad, la pobreza, la antidemocracia y la corrupción, entre otros), sin duda fue la causa principal del derrumbe y la quiebra total del sistema político que estuvo vigente en nuestro país, hasta antes de la multitudinaria presencia electoral del mes de julio anterior, del presente Régimen del gobierno federal.

No se ha dicho nada nuevo con lo anterior, ni se descubre el hilo negro, al afirmar que el carácter antagónico de los poderes públicos del tipo oficial y el de los poderes fácticos de la gran empresa y el gran dinero, -confundidos con aquellos- con respecto a los dictados auténticos de la voluntad ciudadana y de los intereses populares, -como fue puesto en evidencia en los casos de las llamadas reformas estructurales ensayadas por el sexenio anterior- (sobre todo la energética y la educativa); la inercia de los viejos problemas sin resolver, más los graves comportamientos de algunos personajes públicos pertenecientes a la alta burocracia política; comportamientos que fueron caracterizados por actos punibles desde la esfera de la ética administrativa y aún desde las competencias del derecho penal…fueron las gotas que derramaron el vaso del daño moral causado a la sociedad por las cúpulas dirigentes, y que definieron en una gran proporción, -más la autenticidad de su liderazgo- el gran triunfo electoral de AMLO y de su partido político.

Pero a pesar de que no exista novedad alguna en la afirmación que antecede, conviene mencionarla para reflexionar en el hecho del gran peso político que ha venido a representar en nuestro ambiente, -tal y como lo ilustran también los teóricos sociales a que aludimos antes- la opinión pública y la voluntad social de cambio, que en efecto, se han convertido en una gran fuerza de participación electoral, en tanto que el comportamiento ciudadano responsable en las urnas, durante la última elección federal, dejó atrás el individualismo extremo y egoísta, la indiferencia política, la resignación y el conformismo de otras épocas, para alentar y promover en cambio, la inteligencia colectiva y la aptitud pública de la corresponsabilidad para participar e intervenir en las tareas y en los deberes que supone la vida comunitaria y el Estado de Derecho.

Sólo que, junto a esa gran esperanza general de transformación y cambio en función de lo colectivo y en beneficio del Estado democrático, -según advierte la teoría que citamos-, subsiste también la gran impaciencia de la imaginación popular para reducir los espacios de tiempo en los que los cambios propuestos o pretendidos hayan de convertirse en una realidad perceptible y apreciable por los sentidos físicos de la vida práctica cotidiana de los individuos y de los grupos.

De las familias y de los sectores. Se avivan los deseos vehementes por acceder a las nuevas realidades prometidas y esperadas, porque las lealtades políticas de tipo general no son virtudes gratuitas ni dones que se entreguen desinteresada y espontáneamente. Dichas lealtades no son preguntas sin respuesta: Vicente Fox debería saberlo muy bien, después de haber dilapidado lastimosamente el gran capital político, que en el ánimo popular tuvo alguna vez.

Sí los científicos sociales a que hemos hecho mención están en lo cierto, resultará entonces que el presente régimen federal de gobierno tiene en la misma expectativa de cambio por él animada, promulgada y sostenida, su propio margen de tiempo disponible. Aún cuando los parámetros de aceptación y apoyo populares en su favor son muy amplios y favorables, -según dicen las encuestas-, dichos apoyos ya no reúnen la convicción y el entusiasmo de los días de campaña electoral y de los primeros meses de gestión.

Aunque se sabe que ningún cambio importante en la vida pública puede producirse de la noche a la mañana y que se ha establecido en la doctrina gubernamental una agenda social redistributiva, ha de tratarse ahora sin embargo, de que los cambios colectivos pretendidos e intentados, desde el gobierno, se manifiesten, en el orden de la vida diaria de las personas ocupadas y preocupadas, en el simple oficio de subsistir.

Los plazos corren y el tiempo vuela. De no advertirse las impaciencias del consenso y en el caso de que los cambios no trasciendan el ámbito de las instituciones para llegar hasta los hogares, -aunque por ahora las coas marchen bien en el ámbito de la aceptación pública-, la misma fuerza electoral que ayer fue retribución y recompensa, puede llegar a convertirse contra sus actuales beneficiarios, en desquite, reconvención y daño.

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