/ martes 10 de diciembre de 2019

EL SOL EN PERSPECTIVA

Diciembre 2019

La cultura cristiana que nos ampara, nos idéntica y nos une, abre su espacio decembrino a la gran multitud de conciencias bienintencionadas y de inteligencias autónomas en que se funda y se funde nuestra identidad durangueña, para dar paso a un lapso de ocasión y tiempo, que se ilumina con nuestra colectiva vocación por lo espiritual y lo trascendente.

Las responsabilidades morales y jurídicas que tienen su origen, su causa, su explicación y su razón de ser, en la propensión y en la aptitud religiosa del ser humano de todos los tiempos, renuevan en estas épocas del año, -en este Durango nuestro-, su persistente invitación y convocatoria a sumarnos y participar humana y solidariamente en la gran fraternidad de pasiones y de esperanzas que han mantenido, -y mantienen-, unidas, íntegras y totales, las almas de las generaciones Durangueñas, en el hilo conductor de una historia, de una fe y de un destino que nos son propias y comunes.

En el mes de diciembre de cada año que reúne en la liturgia cristiana y en la frivolidad pagana y mercantil de la época, las afinidades libres de nuestra cultura de asociación, predomina sin embargo, un ambiente de espiritualidad que nos alienta y que nos llama incansable y perseverantemente al contacto íntimo y permanente con los valores superiores de la persona humana; la santidad, la bondad, la belleza, la justicia, el amor, y la libertad, entre otros.

Y es que en pocas actividades espirituales, como en la religión, existe y se produce con tanto vigor y poder, el tema de la libertad. En el ámbito de la libertad religiosa, -que es libertad de conciencia- se hace siempre referencia a un orden superior de vida basado en la relación del ser humano con Dios; relación que es siempre voluntaria. La espiritualidad misma, -en la acepción más amplia del término-, es “el conocimiento, la aceptación libre y el trabajo espontáneo respecto de la esencia inmaterial de uno mismo”.

Nos atrevemos a afirmar que acaso la vitalidad, la energía y el poder dinámico de la cultura cristiana en nuestro medio, -y en el modo durangueño de ver y de entender la vida y el mundo-, se deben en mucho, a la sabiduría de las tradiciones morales y religiosas en que se funda; a las promesas que contiene, y a los bienes del alma que produce, en la medida en la que esta es una cultura, -una actividad del espíritu- que da causa y origen en un sinnúmero de casos de comportamientos afines y adictos a los valores y a las costumbres morales y éticas que contribuyen al desarrollo del ser humano, individual y socialmente considerado.

Esta forma cultural que tiene como base, concierto y compromiso las enseñanzas de Jesús de Nazaret, sus discípulos y su Iglesia, mantiene una espiritualidad congruente con el sentido de la caridad Cristiana que la aleja de todo individualismo egoísta y la identifica en cambio, con las necesidades reales y concretas de los seres humanos que viven dentro de los marcos de su propia historia.

Es la espiritualidad de la religión y de la cultura cristianas, una espiritualidad que tiene que ver con la acción que es necesario llevar a cabo para tratar de hacer del mundo en que vivimos, un lugar mejor. La vida espiritual del Cristianismo, de ninguna manera es ajena, extraña o remota a los compromisos sociales del aquí y del ahora.

De ahí entonces que la espiritualidad cristiana haya producido entre nosotros el cuerpo de devociones que han significado una dádiva generosa de instituciones materiales, de voluntad y pensamiento que a su vez, nos han heredado, -desde el consejo sereno y sabio de nuestras tradiciones populares de contenido moral-las formas del alma que han sido necesarias, al paso de los tiempos, para enfrentar con lucidez en la idea, -solidaridad en la intención y perseverancia en el ánimo, y por encima de las disposiciones políticas más encontradas y dispares- las horas más difíciles y adversas de nuestra historia.

Bienvenido pues, el diciembre durangueño y su conjunto de símbolos espirituales, porque con ellos nos ayudamos a contemplar con el optimismo de la fe, las misteriosas promesas del presente y del porvenir.

Diciembre 2019

La cultura cristiana que nos ampara, nos idéntica y nos une, abre su espacio decembrino a la gran multitud de conciencias bienintencionadas y de inteligencias autónomas en que se funda y se funde nuestra identidad durangueña, para dar paso a un lapso de ocasión y tiempo, que se ilumina con nuestra colectiva vocación por lo espiritual y lo trascendente.

Las responsabilidades morales y jurídicas que tienen su origen, su causa, su explicación y su razón de ser, en la propensión y en la aptitud religiosa del ser humano de todos los tiempos, renuevan en estas épocas del año, -en este Durango nuestro-, su persistente invitación y convocatoria a sumarnos y participar humana y solidariamente en la gran fraternidad de pasiones y de esperanzas que han mantenido, -y mantienen-, unidas, íntegras y totales, las almas de las generaciones Durangueñas, en el hilo conductor de una historia, de una fe y de un destino que nos son propias y comunes.

En el mes de diciembre de cada año que reúne en la liturgia cristiana y en la frivolidad pagana y mercantil de la época, las afinidades libres de nuestra cultura de asociación, predomina sin embargo, un ambiente de espiritualidad que nos alienta y que nos llama incansable y perseverantemente al contacto íntimo y permanente con los valores superiores de la persona humana; la santidad, la bondad, la belleza, la justicia, el amor, y la libertad, entre otros.

Y es que en pocas actividades espirituales, como en la religión, existe y se produce con tanto vigor y poder, el tema de la libertad. En el ámbito de la libertad religiosa, -que es libertad de conciencia- se hace siempre referencia a un orden superior de vida basado en la relación del ser humano con Dios; relación que es siempre voluntaria. La espiritualidad misma, -en la acepción más amplia del término-, es “el conocimiento, la aceptación libre y el trabajo espontáneo respecto de la esencia inmaterial de uno mismo”.

Nos atrevemos a afirmar que acaso la vitalidad, la energía y el poder dinámico de la cultura cristiana en nuestro medio, -y en el modo durangueño de ver y de entender la vida y el mundo-, se deben en mucho, a la sabiduría de las tradiciones morales y religiosas en que se funda; a las promesas que contiene, y a los bienes del alma que produce, en la medida en la que esta es una cultura, -una actividad del espíritu- que da causa y origen en un sinnúmero de casos de comportamientos afines y adictos a los valores y a las costumbres morales y éticas que contribuyen al desarrollo del ser humano, individual y socialmente considerado.

Esta forma cultural que tiene como base, concierto y compromiso las enseñanzas de Jesús de Nazaret, sus discípulos y su Iglesia, mantiene una espiritualidad congruente con el sentido de la caridad Cristiana que la aleja de todo individualismo egoísta y la identifica en cambio, con las necesidades reales y concretas de los seres humanos que viven dentro de los marcos de su propia historia.

Es la espiritualidad de la religión y de la cultura cristianas, una espiritualidad que tiene que ver con la acción que es necesario llevar a cabo para tratar de hacer del mundo en que vivimos, un lugar mejor. La vida espiritual del Cristianismo, de ninguna manera es ajena, extraña o remota a los compromisos sociales del aquí y del ahora.

De ahí entonces que la espiritualidad cristiana haya producido entre nosotros el cuerpo de devociones que han significado una dádiva generosa de instituciones materiales, de voluntad y pensamiento que a su vez, nos han heredado, -desde el consejo sereno y sabio de nuestras tradiciones populares de contenido moral-las formas del alma que han sido necesarias, al paso de los tiempos, para enfrentar con lucidez en la idea, -solidaridad en la intención y perseverancia en el ánimo, y por encima de las disposiciones políticas más encontradas y dispares- las horas más difíciles y adversas de nuestra historia.

Bienvenido pues, el diciembre durangueño y su conjunto de símbolos espirituales, porque con ellos nos ayudamos a contemplar con el optimismo de la fe, las misteriosas promesas del presente y del porvenir.

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