/ miércoles 15 de enero de 2020

El Sol en perspectiva

Un deseo

Condición común a la naturaleza humana es el deseo y la ambición que todos tenemos y abrigamos en el sentido de que el mundo que habitamos, sea un lugar y un tiempo cada vez mejor…que la situación que nos contiene, nos afecta y nos explica.

Ofrezca cada vez más, nuevas y más altas y accesibles oportunidades para que podamos alcanzar las metas que nos proponemos, y los fines que ambicionamos alcanzar, en atención a nuestra más plena realización personal y social, y en los órdenes de nuestro bienestar material, afectivo y espiritual.

Desear que todo lo que nos rodea se desenvuelva y camine mejor, con más justicia, prosperidad y abundancia para nosotros y para todos los demás, es sin duda ninguna, una aspiración y un deseo perfectamente legítimos, a condición de que los caminos que se transiten para lograr tal mejoría, también lo sean. Tan es así, que la procuración lícita de los bienes, los medios y los recursos que facilitan, multiplican, y enriquecen la vida de los individuos y de los grupos humanos, es la obligación fundamental del Estado y de las sociedades políticamente organizadas.

Sólo que tales deseos y tales ambiciones, adquieren en el fenómeno y en el proceso de la convivencia humana, múltiples y diversas formas de expresión. Tantas como individuos hay. Cada quién y cada cual según sea su forma de ser, de sentir y de pensar; de concebir e interpretar la vida, y la sociedad en la que habita, tiene su propio concepto y su propia vocación respecto de los bienes anhelados y del comportamiento que debe emplear y observar, para conseguirlos.

Y en esta elección, íntima y personal, mucho tiene que ver la sociedad de que formamos parte.

“La virtud del individuo, es la virtud de la sociedad”, según sentencia la vieja y proverbial sabiduría de Oriente, queriéndonos decir que todo cuanto hacemos en el oficio de vivir, repercute de una u otra manera en el ámbito y en el curso de las vidas ajenas. Y de allá para acá. También y recíprocamente, la influencia que por su parte ejerce la sociedad en la formación de la personalidad de los individuos que forman parte de ella, es también determinante e indiscutible.

Puede decirse, que, propiamente, las formas de organización social que prevalecen y se observan en los grupos humanos, constituyen y representan los recursos de adaptación por medio de los cuales los individuos se suman, se acomodan y se ajustan a las capacidades y exigencias del conjunto al que pertenecen, a fin de sobrevivir y perpetuar la especie.

La vida social misma, es un hecho que explica cómo los órdenes y los sistemas de la biología y de la cultura del ser humano relacionándose entre sí y actuando simultáneamente en la historia de los hombres y de los pueblos, contribuyen de manera determinante e inequívoca al desarrollo y al progreso de las atribuciones y de las facultades superiores de los sujetos individuales de una comunidad, tanto como al adelanto y al incremento integral de la comunidad misma. Los agentes socializadores (la familia, la escuela, las instituciones, etc.), ejercen una influencia poderosa y precisa, en la formación de la personalidad de los sujetos que forman parte de los grupos humanos.

El proceso de desarrollo de la personalidad individual de quienes forman parte de un cuerpo social, se produce y tiene lugar a lo largo de todas sus etapas de vida, y no solamente en los primeros años de ella como generalmente se cree. Tiene lugar desde los años de la primera niñez, hasta la más avanzada edad. Este proceso formativo tiene también una doble naturaleza: De un lado se encuentra la influencia social. Del otro; la concepción y la recepción activa que el personaje realiza, a través de:

A). Sus procesos mentales (adquisición de conocimientos de personas, costumbres, valores, instituciones, y símbolos sociales. B). Sus recursos afectivos (lazos de parentesco, afinidad sentimental, apegos, empatías, amistades, y asimismo por los sentimientos contrarios, odios, desafectos, animadversiones, etc.). Y finalmente, C). Por su convicción ética, (motivaciones de tipo moral, jurídico, y cultural). Según lo afirma Jean Piaget (1896-1980), Emérito educador y psicólogo suizo, en su teoría del desarrollo del conocimiento humano.

Pero también sucede en una gran mayoría de los casos, que ante las dificultades y las situaciones adversas que por regla general plantea y opone nuestro sistema de vida y nuestra forma de relación económica, política y social, que opone obstáculos, impedimentos y escollos, -las mayoría de las veces, ilegítimos y reñidos irreconciliablemente con las más elementales reglas de la sana, la justa y leal competencia- a las legítimas ambiciones y derechos del progreso lícito para el bienestar general, un número creciente de personas y de conjuntos sociales, sufran y experimenten actitudes de cansancio, escepticismo, indiferencia y desencanto, emociones que se les presentan como la única carga de la voluntad política que es posible adoptar, ante el panorama de una realidad irremediable y desafortunada.

Pero las personas que son conscientes de las realidades que a todos nos afectan, saben que no hay males irremediables; saben que éste es el tiempo de todos; saben que la hora presente es la de ejercer la responsabilidad social de comprometer, cada quién desde su pequeña y gran tribuna de acción y de pensamiento, su capacidad de respuesta ante los desafíos de nuestro lugar y tiempo, a fin de obsequiar y regenerar la promesa de un mundo mejor, para nuestra y las futuras generaciones.

No ceder ante el desistimiento, la soledad y el desaliento de los escépticos, los pesimistas y los indiferentes, y perseverar en nuestra ambición de progreso integral, -y seguir trabajando en su favor- es nuestro mejor deseo para la voluntad durangueña de renovación, a todo lo largo de este año, que recién se ha iniciado.

Un deseo

Condición común a la naturaleza humana es el deseo y la ambición que todos tenemos y abrigamos en el sentido de que el mundo que habitamos, sea un lugar y un tiempo cada vez mejor…que la situación que nos contiene, nos afecta y nos explica.

Ofrezca cada vez más, nuevas y más altas y accesibles oportunidades para que podamos alcanzar las metas que nos proponemos, y los fines que ambicionamos alcanzar, en atención a nuestra más plena realización personal y social, y en los órdenes de nuestro bienestar material, afectivo y espiritual.

Desear que todo lo que nos rodea se desenvuelva y camine mejor, con más justicia, prosperidad y abundancia para nosotros y para todos los demás, es sin duda ninguna, una aspiración y un deseo perfectamente legítimos, a condición de que los caminos que se transiten para lograr tal mejoría, también lo sean. Tan es así, que la procuración lícita de los bienes, los medios y los recursos que facilitan, multiplican, y enriquecen la vida de los individuos y de los grupos humanos, es la obligación fundamental del Estado y de las sociedades políticamente organizadas.

Sólo que tales deseos y tales ambiciones, adquieren en el fenómeno y en el proceso de la convivencia humana, múltiples y diversas formas de expresión. Tantas como individuos hay. Cada quién y cada cual según sea su forma de ser, de sentir y de pensar; de concebir e interpretar la vida, y la sociedad en la que habita, tiene su propio concepto y su propia vocación respecto de los bienes anhelados y del comportamiento que debe emplear y observar, para conseguirlos.

Y en esta elección, íntima y personal, mucho tiene que ver la sociedad de que formamos parte.

“La virtud del individuo, es la virtud de la sociedad”, según sentencia la vieja y proverbial sabiduría de Oriente, queriéndonos decir que todo cuanto hacemos en el oficio de vivir, repercute de una u otra manera en el ámbito y en el curso de las vidas ajenas. Y de allá para acá. También y recíprocamente, la influencia que por su parte ejerce la sociedad en la formación de la personalidad de los individuos que forman parte de ella, es también determinante e indiscutible.

Puede decirse, que, propiamente, las formas de organización social que prevalecen y se observan en los grupos humanos, constituyen y representan los recursos de adaptación por medio de los cuales los individuos se suman, se acomodan y se ajustan a las capacidades y exigencias del conjunto al que pertenecen, a fin de sobrevivir y perpetuar la especie.

La vida social misma, es un hecho que explica cómo los órdenes y los sistemas de la biología y de la cultura del ser humano relacionándose entre sí y actuando simultáneamente en la historia de los hombres y de los pueblos, contribuyen de manera determinante e inequívoca al desarrollo y al progreso de las atribuciones y de las facultades superiores de los sujetos individuales de una comunidad, tanto como al adelanto y al incremento integral de la comunidad misma. Los agentes socializadores (la familia, la escuela, las instituciones, etc.), ejercen una influencia poderosa y precisa, en la formación de la personalidad de los sujetos que forman parte de los grupos humanos.

El proceso de desarrollo de la personalidad individual de quienes forman parte de un cuerpo social, se produce y tiene lugar a lo largo de todas sus etapas de vida, y no solamente en los primeros años de ella como generalmente se cree. Tiene lugar desde los años de la primera niñez, hasta la más avanzada edad. Este proceso formativo tiene también una doble naturaleza: De un lado se encuentra la influencia social. Del otro; la concepción y la recepción activa que el personaje realiza, a través de:

A). Sus procesos mentales (adquisición de conocimientos de personas, costumbres, valores, instituciones, y símbolos sociales. B). Sus recursos afectivos (lazos de parentesco, afinidad sentimental, apegos, empatías, amistades, y asimismo por los sentimientos contrarios, odios, desafectos, animadversiones, etc.). Y finalmente, C). Por su convicción ética, (motivaciones de tipo moral, jurídico, y cultural). Según lo afirma Jean Piaget (1896-1980), Emérito educador y psicólogo suizo, en su teoría del desarrollo del conocimiento humano.

Pero también sucede en una gran mayoría de los casos, que ante las dificultades y las situaciones adversas que por regla general plantea y opone nuestro sistema de vida y nuestra forma de relación económica, política y social, que opone obstáculos, impedimentos y escollos, -las mayoría de las veces, ilegítimos y reñidos irreconciliablemente con las más elementales reglas de la sana, la justa y leal competencia- a las legítimas ambiciones y derechos del progreso lícito para el bienestar general, un número creciente de personas y de conjuntos sociales, sufran y experimenten actitudes de cansancio, escepticismo, indiferencia y desencanto, emociones que se les presentan como la única carga de la voluntad política que es posible adoptar, ante el panorama de una realidad irremediable y desafortunada.

Pero las personas que son conscientes de las realidades que a todos nos afectan, saben que no hay males irremediables; saben que éste es el tiempo de todos; saben que la hora presente es la de ejercer la responsabilidad social de comprometer, cada quién desde su pequeña y gran tribuna de acción y de pensamiento, su capacidad de respuesta ante los desafíos de nuestro lugar y tiempo, a fin de obsequiar y regenerar la promesa de un mundo mejor, para nuestra y las futuras generaciones.

No ceder ante el desistimiento, la soledad y el desaliento de los escépticos, los pesimistas y los indiferentes, y perseverar en nuestra ambición de progreso integral, -y seguir trabajando en su favor- es nuestro mejor deseo para la voluntad durangueña de renovación, a todo lo largo de este año, que recién se ha iniciado.

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