/ miércoles 5 de febrero de 2020

El sol en perspectiva

La modernidad

No son pocos entre los observadores y comentaristas de nuestras realidades contemporáneas, los que señalan y critican en severos y amargos tonos, la serie de graves inconvenientes, daños y menoscabos que para los mejores intereses, y los más altos fines de los seres humanos, ha provocado la tendencia ideológica de la organización social y política de la humanidad “globalizada”; organización que en términos generales, denominan de la “modernidad”.

Afirman estos críticos que esta forma de organización social y política, que se inscribe dentro de los marcos del neoliberalismo imperante, tiende hacia el objetivo de debilitar y hacer frágil todo tipo de relación del ser humano que lo ponga en contacto auténtico con sus semejantes y con los bienes de la cultura y los recursos del pensamiento que lo eleven hacia valores y motivos espirituales perdurables y motivadores de comportamientos afectivos y solidarios, lo que le conducirá a experimentar, a fin de cuentas, y de modo automático, una creciente falta de autoconciencia y a una gradual pérdida de sentimientos de identidad personal y de grupo.

Comentan algunos de éstos autores, (Foucault y Bordeau), entre otros, que las sociedades “modernas” han creado formas de vida que claramente comportan la tendencia a debilitar las relaciones humanas; las relaciones personales, laborales y aún las de tipo familiar, y ofrecen a cambio de ello, infinidad de sugestiones, alternativas y propuestas, útiles a la satisfacción de necesidades y deseos de consumo inmediato e insubstancial, lo que estimula el ánimo de un gran número de personas hacia el bienestar momentáneo, a la vez que propicia en tales personas, la indiferencia, la apatía y el desinterés por los objetivos superiores de su existencia, y fomenta en ellas el abandono de la voluntad para manifestar y para ser,- en el arte de vivir-la mejor expresión de sí mismas.

De este modo,- dicen los críticos del sistema-, las organizaciones políticas bajo cuyo imperio vivimos, nos han venido convirtiendo, cada vez más, en un tipo de personas que ellos denominan, “consumistas-emotivos”.

Consumistas porque este orden “moderno” nos ha transformado, poco a poco, en compradores antes que en seres humanos y entidades sociales. Emotivos, porque cada vez, en una mayor medida, venimos admitiendo la creencia de que necesitamos y requerimos para “vivir bien”, bienes o servicios de uso urgente; útiles para el empleo de la hora presente, aunque tales cosas no tengan ninguna significación, ni sentido, ni rendimiento, ni provecho, en la hora siguiente.

Y así, la vida se nos pasa en la urgencia de la compra. Las prácticas patrimoniales y los afanes adquisitivos, deben proporcionar,-según esta ideología de la “modernidad”- el sentido último a la existencia. Y entonces, ha venido a suceder que la relación con las cosas, es más importante y delicada que la relación con los seres humanos.

Creemos que no dejan de tener razón quienes critican y juzgan con dureza al conjunto de dogmas economicistas que en gran parte han traído como consecuencia la deshumanizante y depresiva realidad de la civilización en la que vivimos y que nos ha inscrito como miembros de estas nuestras sociedades de la información, del “libre” mercado y del pobre concepto del ser humano.

Debe decirse, sin embargo, que en lo que a nosotros corresponde, y a la responsabilidad que nos atañe respecto de la obligación moral que tenemos de realizar constantemente el descubrimiento de nosotros mismos en cada experiencia de la vida en sociedad que desarrollamos y al deber que nos concierne en el sentido de heredar un mundo mejor a nuestras futuras generaciones, tal vez nos resulte conveniente reflexionar en el hecho fundamental de que el patrimonio espiritual de nuestra cultura nacional y de nuestra cultura durangueña; de nuestra forma de ser y de entender nuestra historia, sus valores y su universo jurídico….no ha desaparecido, ni ha perdido vigor ni presencia, frente a las diversas modas ideológicas que han surgido al paso de los tiempos.

Subsiste en nuestra sociedad nacional y local, vigente y actual, el anhelo colectivo de una organización ética para la vida. La última elección federal, es una prueba fehaciente de ello.

Pero acaso sea en momentos como los presentes,- cuando nuestra civilización nos muestra y nos enseña que tal vez el hombre ha sido derrotado por los propios sistemas políticos y económicos que él ha creado-, cuando debemos renovar la fe y la convicción en los recursos espirituales vigentes y poderosos de nuestra cultura y de nuestra pasión por las libertades humanas.

“No es posible encontrar al hombre,- dijo alguna vez Jaime Torres Bodet, inolvidable educador mexicano-, sin considerar los valores que lo han guiado de centuria en centuria en su ascenso político y cultural. Sólo en la integridad del hombre, se puede concebir la historia”. Y agregó: “Somos los seres humanos, espíritu que crea; voluntad que anhela, ansiedad que sufre, ambición que marcha, memoria que fluye, puente vibrante entre lo pasado y lo porvenir”.

Ciertamente somos los seres humanos, mucho más, que simples “consumidores”. Y es nuestra historia, mucho más que un “balance” comercial.

La modernidad

No son pocos entre los observadores y comentaristas de nuestras realidades contemporáneas, los que señalan y critican en severos y amargos tonos, la serie de graves inconvenientes, daños y menoscabos que para los mejores intereses, y los más altos fines de los seres humanos, ha provocado la tendencia ideológica de la organización social y política de la humanidad “globalizada”; organización que en términos generales, denominan de la “modernidad”.

Afirman estos críticos que esta forma de organización social y política, que se inscribe dentro de los marcos del neoliberalismo imperante, tiende hacia el objetivo de debilitar y hacer frágil todo tipo de relación del ser humano que lo ponga en contacto auténtico con sus semejantes y con los bienes de la cultura y los recursos del pensamiento que lo eleven hacia valores y motivos espirituales perdurables y motivadores de comportamientos afectivos y solidarios, lo que le conducirá a experimentar, a fin de cuentas, y de modo automático, una creciente falta de autoconciencia y a una gradual pérdida de sentimientos de identidad personal y de grupo.

Comentan algunos de éstos autores, (Foucault y Bordeau), entre otros, que las sociedades “modernas” han creado formas de vida que claramente comportan la tendencia a debilitar las relaciones humanas; las relaciones personales, laborales y aún las de tipo familiar, y ofrecen a cambio de ello, infinidad de sugestiones, alternativas y propuestas, útiles a la satisfacción de necesidades y deseos de consumo inmediato e insubstancial, lo que estimula el ánimo de un gran número de personas hacia el bienestar momentáneo, a la vez que propicia en tales personas, la indiferencia, la apatía y el desinterés por los objetivos superiores de su existencia, y fomenta en ellas el abandono de la voluntad para manifestar y para ser,- en el arte de vivir-la mejor expresión de sí mismas.

De este modo,- dicen los críticos del sistema-, las organizaciones políticas bajo cuyo imperio vivimos, nos han venido convirtiendo, cada vez más, en un tipo de personas que ellos denominan, “consumistas-emotivos”.

Consumistas porque este orden “moderno” nos ha transformado, poco a poco, en compradores antes que en seres humanos y entidades sociales. Emotivos, porque cada vez, en una mayor medida, venimos admitiendo la creencia de que necesitamos y requerimos para “vivir bien”, bienes o servicios de uso urgente; útiles para el empleo de la hora presente, aunque tales cosas no tengan ninguna significación, ni sentido, ni rendimiento, ni provecho, en la hora siguiente.

Y así, la vida se nos pasa en la urgencia de la compra. Las prácticas patrimoniales y los afanes adquisitivos, deben proporcionar,-según esta ideología de la “modernidad”- el sentido último a la existencia. Y entonces, ha venido a suceder que la relación con las cosas, es más importante y delicada que la relación con los seres humanos.

Creemos que no dejan de tener razón quienes critican y juzgan con dureza al conjunto de dogmas economicistas que en gran parte han traído como consecuencia la deshumanizante y depresiva realidad de la civilización en la que vivimos y que nos ha inscrito como miembros de estas nuestras sociedades de la información, del “libre” mercado y del pobre concepto del ser humano.

Debe decirse, sin embargo, que en lo que a nosotros corresponde, y a la responsabilidad que nos atañe respecto de la obligación moral que tenemos de realizar constantemente el descubrimiento de nosotros mismos en cada experiencia de la vida en sociedad que desarrollamos y al deber que nos concierne en el sentido de heredar un mundo mejor a nuestras futuras generaciones, tal vez nos resulte conveniente reflexionar en el hecho fundamental de que el patrimonio espiritual de nuestra cultura nacional y de nuestra cultura durangueña; de nuestra forma de ser y de entender nuestra historia, sus valores y su universo jurídico….no ha desaparecido, ni ha perdido vigor ni presencia, frente a las diversas modas ideológicas que han surgido al paso de los tiempos.

Subsiste en nuestra sociedad nacional y local, vigente y actual, el anhelo colectivo de una organización ética para la vida. La última elección federal, es una prueba fehaciente de ello.

Pero acaso sea en momentos como los presentes,- cuando nuestra civilización nos muestra y nos enseña que tal vez el hombre ha sido derrotado por los propios sistemas políticos y económicos que él ha creado-, cuando debemos renovar la fe y la convicción en los recursos espirituales vigentes y poderosos de nuestra cultura y de nuestra pasión por las libertades humanas.

“No es posible encontrar al hombre,- dijo alguna vez Jaime Torres Bodet, inolvidable educador mexicano-, sin considerar los valores que lo han guiado de centuria en centuria en su ascenso político y cultural. Sólo en la integridad del hombre, se puede concebir la historia”. Y agregó: “Somos los seres humanos, espíritu que crea; voluntad que anhela, ansiedad que sufre, ambición que marcha, memoria que fluye, puente vibrante entre lo pasado y lo porvenir”.

Ciertamente somos los seres humanos, mucho más, que simples “consumidores”. Y es nuestra historia, mucho más que un “balance” comercial.

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