/ sábado 17 de julio de 2021

El valor eterno de una vida

“… Dios lo hizo todo hermoso para el momento apropiado. Él sembró la eternidad en el corazón humano, pero aún así el ser humano no puede comprender todo el alcance de lo que Dios ha hecho desde el principio hasta el fin”. Eclesiastés 3:11 NTV

“Llegan a casi cien los suicidios en lo que va del año en la entidad”. Así rezaba un titular en un periódico la semana pasada.

Las cifras asustan. Pero más asusta el acostumbramiento a las cifras. Y no me refiero necesariamente a las cifras de muertos que se ha cobrado el Covid-19, sino a algo peor, las cifras de la peor pandemia que aqueja a la raza humana, no el último año sino ya por décadas; la depresión y su desenlace fatal: El suicidio.

Hace ya varios años, en mi primer ministerio pastoral, me tocó visitar en el nosocomio a una mujer, miembro de la congregación, que estaba con leucemia, desahuciada por los médicos, ya lista para ir a morir a su casa. Nuestra oración sonó más a despedida que a petición por un milagro. Pero Dios, que tiene la última palabra le devolvió la salud y hasta donde supe la señora vive hasta el día de hoy.

Lo tremendo fue que al regresar a su casa, ya con el pronóstico fatal, el milagro de la sanidad la sorprendió a ella y la decisión de su marido nos sorprendió a todos, ya que puso fin a su existencia colgándose de un árbol en el patio trasero de su casa.

Había dejado una explicación: No quería ver sufrir a su esposa. Sucedió todo lo contrario: ella tuvo que hacer duelo por él. Su pronóstico falló y su decisión extralimitó su jurisprudencia: La vida es don de Dios y su finiquito terrenal no escapa a la misma. De hecho, podemos ponerle fin aquí, pero el diseño divino de nuestra eternidad interior augura una responsabilidad futura de la que no nos podemos escindir. Todos en algún momento estaremos delante del Creador dando cuenta de nuestra mayordomía de la vida.

El apóstol Juan es categórico: “El que recibe a Jesús tiene la vida y el que no, sólo tiene existencia”. (Paráfrasis de 1 Juan 5.12)

¿Cuántos suicidios más tenemos que lamentar para darnos cuenta del enorme valor, del valor eterno de una vida?

“… Dios lo hizo todo hermoso para el momento apropiado. Él sembró la eternidad en el corazón humano, pero aún así el ser humano no puede comprender todo el alcance de lo que Dios ha hecho desde el principio hasta el fin”. Eclesiastés 3:11 NTV

“Llegan a casi cien los suicidios en lo que va del año en la entidad”. Así rezaba un titular en un periódico la semana pasada.

Las cifras asustan. Pero más asusta el acostumbramiento a las cifras. Y no me refiero necesariamente a las cifras de muertos que se ha cobrado el Covid-19, sino a algo peor, las cifras de la peor pandemia que aqueja a la raza humana, no el último año sino ya por décadas; la depresión y su desenlace fatal: El suicidio.

Hace ya varios años, en mi primer ministerio pastoral, me tocó visitar en el nosocomio a una mujer, miembro de la congregación, que estaba con leucemia, desahuciada por los médicos, ya lista para ir a morir a su casa. Nuestra oración sonó más a despedida que a petición por un milagro. Pero Dios, que tiene la última palabra le devolvió la salud y hasta donde supe la señora vive hasta el día de hoy.

Lo tremendo fue que al regresar a su casa, ya con el pronóstico fatal, el milagro de la sanidad la sorprendió a ella y la decisión de su marido nos sorprendió a todos, ya que puso fin a su existencia colgándose de un árbol en el patio trasero de su casa.

Había dejado una explicación: No quería ver sufrir a su esposa. Sucedió todo lo contrario: ella tuvo que hacer duelo por él. Su pronóstico falló y su decisión extralimitó su jurisprudencia: La vida es don de Dios y su finiquito terrenal no escapa a la misma. De hecho, podemos ponerle fin aquí, pero el diseño divino de nuestra eternidad interior augura una responsabilidad futura de la que no nos podemos escindir. Todos en algún momento estaremos delante del Creador dando cuenta de nuestra mayordomía de la vida.

El apóstol Juan es categórico: “El que recibe a Jesús tiene la vida y el que no, sólo tiene existencia”. (Paráfrasis de 1 Juan 5.12)

¿Cuántos suicidios más tenemos que lamentar para darnos cuenta del enorme valor, del valor eterno de una vida?

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