/ sábado 4 de junio de 2022

El voto como interiorización y socialización

Ahora que ya están a la vuelta de la esquina las votaciones para renovar distintos cargos de elección popular, incluida la gubernatura de nuestra entidad federativa, resulta conveniente asumir que el voto es acaso la decisión democrática por excelencia, expresión máxima de la misma, aunque no por ello deben identificarse como sinónimos ni tampoco hay que reducir la democracia a las jornadas comiciales propiamente dichas.

Pero volvamos al punto medular: Votar es decantarse por distintas alternativas políticas y es una forma de participación ciudadana que modela los sistemas colectivos. Son distintos los momentos que transitan entre la llegada a la urna y la salida de la misma, vistos desde ángulos que, aunque divergentes, se complementan de alguna u otra forma, a los cuales vale la pena acercarse por separado.

Por principio de cuentas, el sufragio es un asunto de interiorización. Las y los electores, en su intimidad, en sus pensamientos propios, escudriñan a sus gobernantes, los evalúan, los critican, los premian o los castigan, aunque ello, desde luego, sería idóneo que también se manifestara en lo público.

Pero en esa primera esfera interna, sin coerciones, sin coacciones ni otros vicios de la voluntad, la decisión implica un conjunto de otras decisiones: Salir o no a votar, votar por tal o cuál proyecto, comparar propuestas, observar los marcos de referencia de candidatas y candidatos, su hoja de vida, su trayectoria política y social, esperar más o menos de las distintas opciones, entre otras.

Ahora bien, la referida interiorización se refleja en una socialización que tiene que ver con la composición de nuestros órganos de gobierno, específicamente con el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo. Lo que el sufragante pensó para sí mismo se traslada a la arena social, en un camino que va de lo íntimo, a lo privado y a lo público. Lo que decidió tiene que reflejarse en una boleta electoral, en donde están contenidos sus deseos e intenciones. Si lo anterior no es así, entonces todo el sistema se trunca.

El voto, por virtud de lo anterior, adquiere una doble dimensión y una doble naturaleza de derecho y obligación, tal y como está plasmado por ejemplo en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos en sus artículos 35, fracción I y 36, fracción III, respectivamente.

La edificación de los proyectos comunitarios es algo que nos corresponde a todas y todos, por más que afirmaciones de este tipo suenen a lugares comunes y slogans repetitivos de campañas electorales. Se trata de poner tal tópico en su contexto y subrayar su importancia, pues de ello depende el tipo de ciudadanía, el tipo de democracia y el tipo de derechos políticos que deben ser reivindicados.

Interiorizar y socializar, en definitiva, corresponden a estadios de un mismo ciclo, en donde las y los ciudadanos plasman el rumbo que quieren tomar de cara al futuro cercano. Depositar nuestra confianza por una u otra opción política no es un asunto fácil en tiempos donde esa confianza está seriamente erosionada e incluso reducida al plano de la incertidumbre.

Sin embargo, y más allá de la crisis de representación que se vive desde hace tiempo, es más que necesario mostrar nuestro descontento para con las instituciones precisamente en esa vía institucional.

Siempre será mucho mejor anular el voto o votar en blanco que simplemente abstenerse. Así quedará claro que la interiorización y la socialización que emergen con el voto no son un tema vacío sino uno que reviste la mayor trascendencia.

Ahora que ya están a la vuelta de la esquina las votaciones para renovar distintos cargos de elección popular, incluida la gubernatura de nuestra entidad federativa, resulta conveniente asumir que el voto es acaso la decisión democrática por excelencia, expresión máxima de la misma, aunque no por ello deben identificarse como sinónimos ni tampoco hay que reducir la democracia a las jornadas comiciales propiamente dichas.

Pero volvamos al punto medular: Votar es decantarse por distintas alternativas políticas y es una forma de participación ciudadana que modela los sistemas colectivos. Son distintos los momentos que transitan entre la llegada a la urna y la salida de la misma, vistos desde ángulos que, aunque divergentes, se complementan de alguna u otra forma, a los cuales vale la pena acercarse por separado.

Por principio de cuentas, el sufragio es un asunto de interiorización. Las y los electores, en su intimidad, en sus pensamientos propios, escudriñan a sus gobernantes, los evalúan, los critican, los premian o los castigan, aunque ello, desde luego, sería idóneo que también se manifestara en lo público.

Pero en esa primera esfera interna, sin coerciones, sin coacciones ni otros vicios de la voluntad, la decisión implica un conjunto de otras decisiones: Salir o no a votar, votar por tal o cuál proyecto, comparar propuestas, observar los marcos de referencia de candidatas y candidatos, su hoja de vida, su trayectoria política y social, esperar más o menos de las distintas opciones, entre otras.

Ahora bien, la referida interiorización se refleja en una socialización que tiene que ver con la composición de nuestros órganos de gobierno, específicamente con el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo. Lo que el sufragante pensó para sí mismo se traslada a la arena social, en un camino que va de lo íntimo, a lo privado y a lo público. Lo que decidió tiene que reflejarse en una boleta electoral, en donde están contenidos sus deseos e intenciones. Si lo anterior no es así, entonces todo el sistema se trunca.

El voto, por virtud de lo anterior, adquiere una doble dimensión y una doble naturaleza de derecho y obligación, tal y como está plasmado por ejemplo en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos en sus artículos 35, fracción I y 36, fracción III, respectivamente.

La edificación de los proyectos comunitarios es algo que nos corresponde a todas y todos, por más que afirmaciones de este tipo suenen a lugares comunes y slogans repetitivos de campañas electorales. Se trata de poner tal tópico en su contexto y subrayar su importancia, pues de ello depende el tipo de ciudadanía, el tipo de democracia y el tipo de derechos políticos que deben ser reivindicados.

Interiorizar y socializar, en definitiva, corresponden a estadios de un mismo ciclo, en donde las y los ciudadanos plasman el rumbo que quieren tomar de cara al futuro cercano. Depositar nuestra confianza por una u otra opción política no es un asunto fácil en tiempos donde esa confianza está seriamente erosionada e incluso reducida al plano de la incertidumbre.

Sin embargo, y más allá de la crisis de representación que se vive desde hace tiempo, es más que necesario mostrar nuestro descontento para con las instituciones precisamente en esa vía institucional.

Siempre será mucho mejor anular el voto o votar en blanco que simplemente abstenerse. Así quedará claro que la interiorización y la socialización que emergen con el voto no son un tema vacío sino uno que reviste la mayor trascendencia.