/ viernes 23 de noviembre de 2018

En cartera

En 1920, cuando J. Agustín Castro fue gobernador de Durango, le cambia el nombre a las calles: la calle Mayor por 20 de Noviembre; la de San Francisco por Francisco I. Madero, Hospital de San Juan de Dios por José María Pino Suárez.

No conozco ningún Plan Revolucionario en el mundo que señale fecha y hora de su inicio, como el Plan de San Luis de Francisco I. Madero que señalaba como inicio el día 20 de noviembre a las 18:00 horas y si hubo revolucionarios que lo llevaron a cabo el general J. Agustín Castro en Gómez Palacio, se reúnen en el poblado Tajo Viejo y atacan la estación de Policía.

Por ello, Gómez Palacio es considerado cuna de la Revolución Mexicana. En la Sierra Norte los hermanos Arrieta toman Canelas el día 20 de noviembre, no se tiene documentada la hora. Calixto Contreras en Cuencamé se levanta en armas pero no toma ningún poblado ni edificio representativo. Por ello, son considerados precursores de la revolución J. Agustín Castro, los hermanos Arrieta y Calixto Contreras. También registra la historia a Maclovio Nevárez en Ojinaga, Chih.

En 1920, cuando J. Agustín Castro fue gobernador de Durango, le cambia el nombre a las calles: la calle Mayor por 20 de Noviembre; la de San Francisco por Francisco I. Madero, Hospital de San Juan de Dios por José María Pino Suárez. Les pone fechas o nombres de personajes de la revolución.

A 108 años de la Revolución Mexicana siguen muchas asignaturas pendientes. Necesario saldar la deuda histórica del país para abatir la pobreza, el rezago y la desigualdad. Para superar las asimetrías entre las regiones del país, se requiere generar políticas públicas diferenciadas, alinear a los diversos actores del sistema y consolidar la vinculación de los distintos sectores. Se requiere un desarrollo integral que genere equilibrios y fortalezca a las regiones de acuerdo a sus necesidades, vocaciones locales y potencialidades específicas. Debe asumirse con la mayor jerarquía entre las políticas públicas de fomento al desarrollo económico en nuestro México.

Nuestro potencial se cancela si seguimos tolerando la miseria y no erradicamos sus causas y sólo la tratamos con aspirinas. Año con año se incrementan los subsidios para combatir la pobreza, los rezagos en educación y salud, y año con año la pobreza se incrementa, los rezagos en salud son mayores y los hospitales, médicos y medicinas más insuficientes y deficientes. No es posible permanecer pasivos frente a una realidad social que estamos obligados a cambiar, donde la mitad de la población vive en condiciones de pobreza, en un país que exporta cada día más personas porque las “oportunidades” no las encuentra en su propio país.

Dos factores han dañado con el prestigio de la revolución: la demagogia y el conservadurismo. La utilización política de la revolución para justificar la prolongada ausencia de procedimientos democráticos en el país favoreció el éxito del proyecto restaurador. Antes de que la revolución dejara de ser invocada como un gran acontecimiento que transformó la vida social e institucional del país, comenzó a experimentarse hartazgo ante un discurso que transitó de lo artificioso a lo artificial. Además, la rigidez de la Constitución en cuanto a la estructura del poder presidencial acentuó el rechazo hacia el discurso demagógico revolucionario.

En 1910, México tenía 15 millones de habitantes, el 80 por ciento sumido en el analfabetismo, la explotación y la miseria. Los revolucionarios quisieron poner fin a esa situación y tomaron la decisión de convertir a los pobres en el eje de la Constitución. Eso es lo que hay que celebrar, al menos si se tiene la convicción de que los pobres lo merecían entonces, como lo merecen ahora.

Hoy tenemos que contestar una pregunta directa y dura: ¿qué ha cambiado a 108 años de la revolución y a 101 años de la promulgación de la Constitución? Las respuestas posibles son contradictorias. La magnitud de la pobreza es menor, pero la concentración de la riqueza es mayor; la democracia electoral funciona, pero subsiste el verticalismo en el ejercicio del poder gubernamental; la organización judicial es vigorosa, pero el acceso a la justicia continúa muy limitado, predominan la corrupción y la impunidad, la cultura política y jurídica siguen siendo deficientes; la educación ha prosperado en cobertura, pero la calidad es deficiente, existe un rezago aproximado de 40 millones de mexicanos analfabetos y que no han terminado su primaria y secundaria, otros 40 millones que estudian y otros 40 millones que lograron un título profesional o técnico; existe el derecho al trabajo, pero falta el trabajo mismo, más de 7 millones de jóvenes “nini”; a los campesinos se les dio la tierra nacional, y luego –por la reforma contrarrevolucionaria salinista- se les ha exiliado para buscar sustento en tierra ajena; el Estado es menos opresor, pero tampoco protege a los gobernados frente a la acción delictiva, no existe seguridad pública, ni en la persona ni en sus bienes, principal razón de ser de un Estado; hay temor ante el presente y no hay esperanza ante el futuro. La suma sigue dando cero, tal vez, de números negativos. ¿Para qué se gobierna, si no se solucionan los problemas sociales, al contrario se incrementan?

Cada generación debe formar a su propia visión de la revolución mexicana, y lo hará en función de sus preocupaciones, de los conflictos más importantes del presente y de las posibilidades hacia el futuro.

De ahí la importancia de entender, conocer los procesos de la historia, en este caso, el de la Revolución Mexicana. Así podremos entender mejor la Cuarta Transformación anunciada por el presidente electo Andrés Manuel López Obrador, que intenta separar los poderes político y económico, abatir la pobreza, el rezago y la desigualdad, la corrupción y la impunidad, la demagogia y el conservadurismo, el autoritarismo, cancelar las reformas contrarrevolucionarias. Por supuesto que nos urge como cambiar de modelo económico ya que el neoliberalismo solo nos ha traído más pobreza y más ricos a los ricos.


En 1920, cuando J. Agustín Castro fue gobernador de Durango, le cambia el nombre a las calles: la calle Mayor por 20 de Noviembre; la de San Francisco por Francisco I. Madero, Hospital de San Juan de Dios por José María Pino Suárez.

No conozco ningún Plan Revolucionario en el mundo que señale fecha y hora de su inicio, como el Plan de San Luis de Francisco I. Madero que señalaba como inicio el día 20 de noviembre a las 18:00 horas y si hubo revolucionarios que lo llevaron a cabo el general J. Agustín Castro en Gómez Palacio, se reúnen en el poblado Tajo Viejo y atacan la estación de Policía.

Por ello, Gómez Palacio es considerado cuna de la Revolución Mexicana. En la Sierra Norte los hermanos Arrieta toman Canelas el día 20 de noviembre, no se tiene documentada la hora. Calixto Contreras en Cuencamé se levanta en armas pero no toma ningún poblado ni edificio representativo. Por ello, son considerados precursores de la revolución J. Agustín Castro, los hermanos Arrieta y Calixto Contreras. También registra la historia a Maclovio Nevárez en Ojinaga, Chih.

En 1920, cuando J. Agustín Castro fue gobernador de Durango, le cambia el nombre a las calles: la calle Mayor por 20 de Noviembre; la de San Francisco por Francisco I. Madero, Hospital de San Juan de Dios por José María Pino Suárez. Les pone fechas o nombres de personajes de la revolución.

A 108 años de la Revolución Mexicana siguen muchas asignaturas pendientes. Necesario saldar la deuda histórica del país para abatir la pobreza, el rezago y la desigualdad. Para superar las asimetrías entre las regiones del país, se requiere generar políticas públicas diferenciadas, alinear a los diversos actores del sistema y consolidar la vinculación de los distintos sectores. Se requiere un desarrollo integral que genere equilibrios y fortalezca a las regiones de acuerdo a sus necesidades, vocaciones locales y potencialidades específicas. Debe asumirse con la mayor jerarquía entre las políticas públicas de fomento al desarrollo económico en nuestro México.

Nuestro potencial se cancela si seguimos tolerando la miseria y no erradicamos sus causas y sólo la tratamos con aspirinas. Año con año se incrementan los subsidios para combatir la pobreza, los rezagos en educación y salud, y año con año la pobreza se incrementa, los rezagos en salud son mayores y los hospitales, médicos y medicinas más insuficientes y deficientes. No es posible permanecer pasivos frente a una realidad social que estamos obligados a cambiar, donde la mitad de la población vive en condiciones de pobreza, en un país que exporta cada día más personas porque las “oportunidades” no las encuentra en su propio país.

Dos factores han dañado con el prestigio de la revolución: la demagogia y el conservadurismo. La utilización política de la revolución para justificar la prolongada ausencia de procedimientos democráticos en el país favoreció el éxito del proyecto restaurador. Antes de que la revolución dejara de ser invocada como un gran acontecimiento que transformó la vida social e institucional del país, comenzó a experimentarse hartazgo ante un discurso que transitó de lo artificioso a lo artificial. Además, la rigidez de la Constitución en cuanto a la estructura del poder presidencial acentuó el rechazo hacia el discurso demagógico revolucionario.

En 1910, México tenía 15 millones de habitantes, el 80 por ciento sumido en el analfabetismo, la explotación y la miseria. Los revolucionarios quisieron poner fin a esa situación y tomaron la decisión de convertir a los pobres en el eje de la Constitución. Eso es lo que hay que celebrar, al menos si se tiene la convicción de que los pobres lo merecían entonces, como lo merecen ahora.

Hoy tenemos que contestar una pregunta directa y dura: ¿qué ha cambiado a 108 años de la revolución y a 101 años de la promulgación de la Constitución? Las respuestas posibles son contradictorias. La magnitud de la pobreza es menor, pero la concentración de la riqueza es mayor; la democracia electoral funciona, pero subsiste el verticalismo en el ejercicio del poder gubernamental; la organización judicial es vigorosa, pero el acceso a la justicia continúa muy limitado, predominan la corrupción y la impunidad, la cultura política y jurídica siguen siendo deficientes; la educación ha prosperado en cobertura, pero la calidad es deficiente, existe un rezago aproximado de 40 millones de mexicanos analfabetos y que no han terminado su primaria y secundaria, otros 40 millones que estudian y otros 40 millones que lograron un título profesional o técnico; existe el derecho al trabajo, pero falta el trabajo mismo, más de 7 millones de jóvenes “nini”; a los campesinos se les dio la tierra nacional, y luego –por la reforma contrarrevolucionaria salinista- se les ha exiliado para buscar sustento en tierra ajena; el Estado es menos opresor, pero tampoco protege a los gobernados frente a la acción delictiva, no existe seguridad pública, ni en la persona ni en sus bienes, principal razón de ser de un Estado; hay temor ante el presente y no hay esperanza ante el futuro. La suma sigue dando cero, tal vez, de números negativos. ¿Para qué se gobierna, si no se solucionan los problemas sociales, al contrario se incrementan?

Cada generación debe formar a su propia visión de la revolución mexicana, y lo hará en función de sus preocupaciones, de los conflictos más importantes del presente y de las posibilidades hacia el futuro.

De ahí la importancia de entender, conocer los procesos de la historia, en este caso, el de la Revolución Mexicana. Así podremos entender mejor la Cuarta Transformación anunciada por el presidente electo Andrés Manuel López Obrador, que intenta separar los poderes político y económico, abatir la pobreza, el rezago y la desigualdad, la corrupción y la impunidad, la demagogia y el conservadurismo, el autoritarismo, cancelar las reformas contrarrevolucionarias. Por supuesto que nos urge como cambiar de modelo económico ya que el neoliberalismo solo nos ha traído más pobreza y más ricos a los ricos.


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