/ jueves 12 de septiembre de 2019

En Cartera

A 209 años del Grito, desigualdad y más pobreza

Nuestro país se encuentra inmerso en un círculo vicioso de desigualdad, falta de crecimiento económico y pobreza. Pese que nuestro país es la decimoquinta economía del mundo, hay 53.3 millones de personas viviendo en la pobreza.

La desigualdad ha frenado el potencial del capital físico, social y humano de México. Según un documento del Banco Mundial del año pasado, México tiene un producto interno bruto de 1 billón 149 mil 919 millones de dólares (mdd), lo que significaba el 1.54% de la economía mundial. Esos datos la convierten en la decimoquinta economía más grande del mundo.

¿En dónde está la riqueza mexicana? en términos de renta y capital, se encuentra concentrada en un grupo selecto de personas que se han beneficiado del poco crecimiento del que ha gozado México en los últimos años. Así, mientras “el PIB per cápita crece menos del 1% anual, la fortuna de los 16 mexicanos más ricos se multiplica por cinco”.

La Standardized World Income Inequality Database (SWIID) refiere que México está dentro del 25% de los países con mayores niveles de desigualdad. México tiene un Coeficiente de Gini de 0.441 cuando el promedio es de sólo 0.373. En otras palabras: México tiene mucha más desigualdad que el promedio de todos los países en la muestra. De hecho y al ordenarlos de menor a mayor nivel de desigualdad, México ocupa el lugar 87 de 113 países. Esto significa que más de 75% de los países del mundo son menos desiguales que el nuestro.

Difícil la agenda nacional: el campo sin infraestructura hidráulica –en el norte y en el sur las inundaciones, y en los dos el desperdicio de agua que se escurre-, la pobreza en incremento al igual que el desempleo, al igual que la inseguridad, de la educación cada día peor en calidad con incrementos en los rezagos y en la deserción a pesar de programas y organismos para combatirlos e incremento en las partidas presupuestales, insuficientes los espacios educativos –de 20 millones que deberían estar cursando la profesional no lo hacen ni dos millones-, incremento de los “nini” (ni estudian ni trabajan), sin políticas sociales acertadas para atender a los jóvenes a los que se les niega una matrícula escolar y una oportunidad de empleo y por lo tanto se convierten en carne de cañón del crimen organizado y la drogadicción.

De ahí el programa de becas que otorga el gobierno federal para este sector juvenil que con el apoyo de la iniciativa privada se pretende que aprendan un oficio; un país ficción donde el costo de un kilo de carne es mayor que el importe del salario mínimo, por lo que estamos formando un país con generaciones desnutridas, un país explotado en sus recursos naturales por extranjeros y nacionales de cuello blanco, ante el permiso y complacencia de autoridades, y qué decir del ancestral problema de la corrupción, de la creciente desconfianza en las instituciones, la impunidad, la demagogia y el doble discurso, la injusticia social, la pésima distribución de los ingresos que hacen que se incremente más la brecha entre pobres y ricos, la pésima impartición de justicia, todo ello aunado a la difícil situación económica y financiera internacional, nos lleva a preguntarnos si hay motivos para festejar el 209 aniversario del Grito de la Independencia, cuando a todas luces los gobernantes no han podido afrontar con éxito los grandes problemas nacionales. Con o sin reformas estructurales el pueblo sigue sin mejora en su calidad de vida.

Es hora de reflexionar en el pasado de nuestra nación, en el presente y en el porvenir. Son cuatro los momentos estelares de la historia de la cultura mexicana, esto es, de nuestro modo de vida: el de la Conquista que emulsionó las dos grandes culturas, la indígena y la europea que nos llegó a través de España. El de la Independencia en que México adquiere personalidad propia en el concierto de las naciones y es el asombro del mundo por el caudal espiritual que atesora su raza.

El de la Reforma donde la excelsa figura de Benito Juárez García sienta las bases jurídicas y políticas que no pueden ser desdeñadas. Más tarde, la Revolución Mexicana configura los ideales populares en la Constitución de 1917, documento admirable por su buen juicio en el que desafortunadamente no han prevalecido muchos fundamentales preceptos sociales y muchos siguen siendo letra muerta en su aplicación, por ejemplo, las “reformas” de los neoliberales e insensibles conservadores que sometieron al ejido a las leyes del mercado del terrateniente, fraccionador y latifundista, y permitieron nuevamente otorgar derechos políticos al clero, que ahora exige –sin memoria histórica- convertir a la escuela pública mexicana en espacios doctrinales y confesionales a sus intereses, y volvieron los neoliberales a la carga con la Reforma Laboral para eliminar derechos de los trabajadores y someterlos –aún más- a la explotación del capital del imperio, cuando lo que no se dice es que les exijan a los patrones otorgar en cumplimiento a la Constitución un salario suficiente para la alimentación, educación y esparcimiento, y les hagan cumplir su obligación de proporcionar una vivienda digna al trabajador.

No, ahora resulta que para “flexibilizar” y “modernizar” y lograr “productividad”, la contratación hay que pagarla por hora, establecer el concepto de “trabajo decente”; la regulación del outsourcing; los contratos por tiempo indeterminado por uno, tres y hasta seis meses; los despidos y el pago de salarios vencidos; la productividad, multihabilidades y derechos escalafonarios; trabajadores a comisión; hostigamiento y acoso sexual; explotación y abuso a madres trabajadoras.

También el trabajo especial en minas; empleados domésticos; democracia y transparencia sindical; empresas y ramas de jurisdicción federal; riesgos de trabajo; derecho de huelga; modificaciones sindicales y registro de sindicatos.

Y no hay que olvidar, que los principales responsables de la creación de empleos son los empresarios, si hay violencia, ellos tienen enorme responsabilidad. En fin, desde hace 36 años someter nuestro sistema económico a la “mano invisible” del mercado, cuando es dominado por los monopolios, las trasnacionales, los imperios, y desde entonces mayor desigualdad, pobreza, corrupción e impunidad.

Recordar a Miguel Hidalgo y su gloriosa insurrección es recordar la historia de nuestra nación. Cuando el famoso exrector del Colegio de San Nicolás de la hoy ciudad de Morelia, convocó a los desheredados a tomar las armas para acabar con la dominación española, empezó una lucha que todavía no termina.

Porque si México ha conquistado su independencia política, todavía falta por hacer el camino de la independencia económica. Y bien sabemos lo que significa la cuestión económica y de cómo incide en los ámbitos de la política.

De aquí que la obra del cura Hidalgo no deba ser juzgada simplemente a la luz de un acontecimiento de la historia, sino como una obra permanente a través de los años, diafanosa búsqueda de la cabal independencia, la económica, que nos permita disfrutar plenamente de los derechos consagrados en nuestras leyes. A la libertad indiscutible que gozamos, producto de cruentos avances en pro del bienestar y para el ejercicio pleno de la democracia, el destino que anhelamos es la justicia social y un reparto más justo de la riqueza y que habrán de llegar si nuestro pueblo puede elevarse sobre sus raíces y cumple cabalmente con su quehacer de vivir.

Porque la vida es compromiso con nuestra patria, y este compromiso no puede ser soslayado si atendemos a la filosofía de la historia que en el caso de México por sus antecedentes y trayectoria deberá desempeñar un papel destacado sobre el escenario de las naciones.

A 209 años del Grito, desigualdad y más pobreza

Nuestro país se encuentra inmerso en un círculo vicioso de desigualdad, falta de crecimiento económico y pobreza. Pese que nuestro país es la decimoquinta economía del mundo, hay 53.3 millones de personas viviendo en la pobreza.

La desigualdad ha frenado el potencial del capital físico, social y humano de México. Según un documento del Banco Mundial del año pasado, México tiene un producto interno bruto de 1 billón 149 mil 919 millones de dólares (mdd), lo que significaba el 1.54% de la economía mundial. Esos datos la convierten en la decimoquinta economía más grande del mundo.

¿En dónde está la riqueza mexicana? en términos de renta y capital, se encuentra concentrada en un grupo selecto de personas que se han beneficiado del poco crecimiento del que ha gozado México en los últimos años. Así, mientras “el PIB per cápita crece menos del 1% anual, la fortuna de los 16 mexicanos más ricos se multiplica por cinco”.

La Standardized World Income Inequality Database (SWIID) refiere que México está dentro del 25% de los países con mayores niveles de desigualdad. México tiene un Coeficiente de Gini de 0.441 cuando el promedio es de sólo 0.373. En otras palabras: México tiene mucha más desigualdad que el promedio de todos los países en la muestra. De hecho y al ordenarlos de menor a mayor nivel de desigualdad, México ocupa el lugar 87 de 113 países. Esto significa que más de 75% de los países del mundo son menos desiguales que el nuestro.

Difícil la agenda nacional: el campo sin infraestructura hidráulica –en el norte y en el sur las inundaciones, y en los dos el desperdicio de agua que se escurre-, la pobreza en incremento al igual que el desempleo, al igual que la inseguridad, de la educación cada día peor en calidad con incrementos en los rezagos y en la deserción a pesar de programas y organismos para combatirlos e incremento en las partidas presupuestales, insuficientes los espacios educativos –de 20 millones que deberían estar cursando la profesional no lo hacen ni dos millones-, incremento de los “nini” (ni estudian ni trabajan), sin políticas sociales acertadas para atender a los jóvenes a los que se les niega una matrícula escolar y una oportunidad de empleo y por lo tanto se convierten en carne de cañón del crimen organizado y la drogadicción.

De ahí el programa de becas que otorga el gobierno federal para este sector juvenil que con el apoyo de la iniciativa privada se pretende que aprendan un oficio; un país ficción donde el costo de un kilo de carne es mayor que el importe del salario mínimo, por lo que estamos formando un país con generaciones desnutridas, un país explotado en sus recursos naturales por extranjeros y nacionales de cuello blanco, ante el permiso y complacencia de autoridades, y qué decir del ancestral problema de la corrupción, de la creciente desconfianza en las instituciones, la impunidad, la demagogia y el doble discurso, la injusticia social, la pésima distribución de los ingresos que hacen que se incremente más la brecha entre pobres y ricos, la pésima impartición de justicia, todo ello aunado a la difícil situación económica y financiera internacional, nos lleva a preguntarnos si hay motivos para festejar el 209 aniversario del Grito de la Independencia, cuando a todas luces los gobernantes no han podido afrontar con éxito los grandes problemas nacionales. Con o sin reformas estructurales el pueblo sigue sin mejora en su calidad de vida.

Es hora de reflexionar en el pasado de nuestra nación, en el presente y en el porvenir. Son cuatro los momentos estelares de la historia de la cultura mexicana, esto es, de nuestro modo de vida: el de la Conquista que emulsionó las dos grandes culturas, la indígena y la europea que nos llegó a través de España. El de la Independencia en que México adquiere personalidad propia en el concierto de las naciones y es el asombro del mundo por el caudal espiritual que atesora su raza.

El de la Reforma donde la excelsa figura de Benito Juárez García sienta las bases jurídicas y políticas que no pueden ser desdeñadas. Más tarde, la Revolución Mexicana configura los ideales populares en la Constitución de 1917, documento admirable por su buen juicio en el que desafortunadamente no han prevalecido muchos fundamentales preceptos sociales y muchos siguen siendo letra muerta en su aplicación, por ejemplo, las “reformas” de los neoliberales e insensibles conservadores que sometieron al ejido a las leyes del mercado del terrateniente, fraccionador y latifundista, y permitieron nuevamente otorgar derechos políticos al clero, que ahora exige –sin memoria histórica- convertir a la escuela pública mexicana en espacios doctrinales y confesionales a sus intereses, y volvieron los neoliberales a la carga con la Reforma Laboral para eliminar derechos de los trabajadores y someterlos –aún más- a la explotación del capital del imperio, cuando lo que no se dice es que les exijan a los patrones otorgar en cumplimiento a la Constitución un salario suficiente para la alimentación, educación y esparcimiento, y les hagan cumplir su obligación de proporcionar una vivienda digna al trabajador.

No, ahora resulta que para “flexibilizar” y “modernizar” y lograr “productividad”, la contratación hay que pagarla por hora, establecer el concepto de “trabajo decente”; la regulación del outsourcing; los contratos por tiempo indeterminado por uno, tres y hasta seis meses; los despidos y el pago de salarios vencidos; la productividad, multihabilidades y derechos escalafonarios; trabajadores a comisión; hostigamiento y acoso sexual; explotación y abuso a madres trabajadoras.

También el trabajo especial en minas; empleados domésticos; democracia y transparencia sindical; empresas y ramas de jurisdicción federal; riesgos de trabajo; derecho de huelga; modificaciones sindicales y registro de sindicatos.

Y no hay que olvidar, que los principales responsables de la creación de empleos son los empresarios, si hay violencia, ellos tienen enorme responsabilidad. En fin, desde hace 36 años someter nuestro sistema económico a la “mano invisible” del mercado, cuando es dominado por los monopolios, las trasnacionales, los imperios, y desde entonces mayor desigualdad, pobreza, corrupción e impunidad.

Recordar a Miguel Hidalgo y su gloriosa insurrección es recordar la historia de nuestra nación. Cuando el famoso exrector del Colegio de San Nicolás de la hoy ciudad de Morelia, convocó a los desheredados a tomar las armas para acabar con la dominación española, empezó una lucha que todavía no termina.

Porque si México ha conquistado su independencia política, todavía falta por hacer el camino de la independencia económica. Y bien sabemos lo que significa la cuestión económica y de cómo incide en los ámbitos de la política.

De aquí que la obra del cura Hidalgo no deba ser juzgada simplemente a la luz de un acontecimiento de la historia, sino como una obra permanente a través de los años, diafanosa búsqueda de la cabal independencia, la económica, que nos permita disfrutar plenamente de los derechos consagrados en nuestras leyes. A la libertad indiscutible que gozamos, producto de cruentos avances en pro del bienestar y para el ejercicio pleno de la democracia, el destino que anhelamos es la justicia social y un reparto más justo de la riqueza y que habrán de llegar si nuestro pueblo puede elevarse sobre sus raíces y cumple cabalmente con su quehacer de vivir.

Porque la vida es compromiso con nuestra patria, y este compromiso no puede ser soslayado si atendemos a la filosofía de la historia que en el caso de México por sus antecedentes y trayectoria deberá desempeñar un papel destacado sobre el escenario de las naciones.

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