/ miércoles 20 de mayo de 2020

En cartera

Crimen ha matado dos veces más que Covid-19


Tengo confianza en la ciencia médica, en sus científicos e investigadores en las ramas de la epidemiología y la infectología, sin duda poseen el conocimiento para reducir los efectos devastadores de un virus aún desconocido pero que ya están en las pruebas para su destrucción.

No demorará mucho en que aparezcan fármacos y vacunas que representen ganancias descomunales para empresas farmacéuticas y coloquen a determinadas naciones en una posición ventajosa ante las demás. Y como siempre, las mayores cuotas de dolor y las cifras de muertos con los más pobres y desvalidos.

Dice José Ángel Leyva (Revista La Otra No. 157, mayo de 2020, Editorial La Pandemia) que la globalización es una realidad, pero es una globalización negativa, pues acaso un 20% de las sociedades del planeta concentran la riqueza generada y el resto participa de esa globalización en condiciones de esclavitud y servidumbre, como proveedora de mano de obra barata y de recursos naturales.

Vaya experiencia paralizante, calles vacías, aeropuertos quietos, terminales ferroviarias inactivas, en el manejo sesgado de la información, en los centros comerciales cerrados, y sobre todo en la impaciencia de la clase empresarial y los políticos.

Lo que nos surgen son preguntas ¿qué pasará con las fronteras que se pretendían borrar?, ¿qué pasará con los movimientos migratorios de pobres y víctimas de las guerras hacia los centros de mayor desarrollo?, ¿qué respuesta habrá al cambio climático por parte de las superpotencias?

A pesar de los malos pronósticos no estamos peor que muchas naciones con supuestos aparatos y sistemas sanitarios ejemplares. Los mexicanos no somos buenos ni malos por definición, pero los hay, como esos que atacan a las personas que brindan no sólo servicios, sino sus vidas para salvar otras, médicos, enfermeras, personal hospitalario, pero también el personal de limpieza, de servicios urbanos.

Resulta que desde que México registró el primer caso de Covid-19, en el país han muerto más personas producto de la violencia generada por el crimen que por contagio del virus SARS-Cov-2, según las cifras oficiales. Se trata de una proporción de dos muertes por las balas de la delincuencia por una que perece por la pandemia que azota al mundo.

De acuerdo con los datos de la Secretaría de Salud federal, el primer caso de Covid-19 en México se identificó el 28 de febrero pasado. Se trató de un hombre de 35 años de edad que estuvo en Italia y a finales de ese mes regresó a la Ciudad de México. Sin embargo, fue hasta el 18 de marzo cuando se registró el primer deceso por contagio del virus. Ocurrió en la Ciudad de México y la víctima fue un hombre de 41 años, sin antecedentes de viaje al extranjero y quien presumiblemente se contagió en un concierto masivo de música.

Desde el 28 de febrero hasta el 6 de mayo (fecha en que escribo la presente colaboración), en México han fallecido 2 mil 704 personas contagiadas por el virus. En contraste, en lapso del 28 de febrero al 5 de mayo habían fallecido en el país 5 mil 634 personas, producto de la violencia. Es decir, 2 mil 930 casos más de homicidios dolosos que por Covid-19. Según las cifras, entre el 28 y 29 de febrero en el país se registraron 143 homicidios dolosos y cero muertes por Covid-19; en marzo, hubo 2 mil 585 muertes por la violencia en el país y 30 por coronavirus. En abril, hubo 2 mil 492 homicidios dolosos en el país y de forma paralela se registraron mil 829 los fallecidos por el virus; mientras que entre el 1 y 5 de mayo hubo 413 homicidios por la violencia en el país y 648 por Covid-19.

Pero ese no es el enfoque, no es ético pensarlo de esa manera, si se aprecia desde la perspectiva de las víctimas y no de los victimarios, de la memoria del sufrimiento y no de la estadística. Al ser cuestionado sobre la disparidad en el número de personas fallecidas por la violencia, contra los decesos por Covid-19, López Obrador advirtió: “Es de mal gusto y no es recomendable comparar cuando se trata de pérdidas de vidas humanas, un ser humano que pierde la vida es importante y debe de tenerse en consideración, no es un asunto numérico o cuantitativo”. Totalmente de acuerdo.

Los intelectuales de este país, sus artistas, sus científicos, sus académicos, sus maestros, fueron siempre los primeros en alzar voces de protesta, los que a pesar de la escasa simpatía del actual presidente por dichos gremios lo defendieron y los apoyaron en su terca carrera presidencial contra un régimen oligárquico y asesino. Muchos de los que apostamos por AMLO, y seguimos apostando, estábamos conscientes de que la cultura y la ciencia no serían no sólo prioridad para él, sino sectores incómodos porque el papel del intelectual, incluso en contra de sus deseos, es cuestionar, es disentir, es dudar, preguntar.

Los únicos intelectuales que le resultan cómodos son los que militan en su equipo, los que antes fueron contestatarios y hoy son incondicionales, doctrinarios. Pero del otro lado están los que no ven ya nada bueno en la gestión de este presidente, los que se ven dominados por el odio y la ceguera, los que hablan, escriben, actúan con rabia, los que más que palabras e ideas echan espumarajos por la boca.

Es muy delicado ser crítico en medio de dos fuegos ideológicos o dos fobias, porque de una u otra manera se sirve a los intereses de cualquiera de esos bandos igualmente obnubilados. Hay muchas personas, miles o millones que desearían un mal resultado de esta campaña sanitaria contra el coronavirus, hay también gobiernos locales que le apuestan al fracaso, y hay gobiernos extranjeros que desean demostrar que en este país nos morimos como moscas.

AMLO era y es la única opción en un país saqueado, de un Estado en manos de la delincuencia y el crimen organizado, de un tejido social y cultural devastados, de una sociedad con la moral cada vez más desdibujada por la corrupción e impunidad, de un contexto regido por el terror y la conveniencia, del parasitismo burocrático, político, de un desangramiento atroz que se redujo a estadísticas de cientos de miles de muertos, de espectáculos dantescos y manifestaciones de crueldad sin medida. ¿Qué serían esas cifras de miles y miles de muertes violentas ante unas cuantas centenas de muertos por Covid 19? Esa memoria es indispensable para impartir justicia y para impedir que vuelva a repetirse la catástrofe moral y cultural, social en México, para no olvidar cómo vivíamos y cómo estábamos antes de este cambio. El neoliberalismo sólo trajo mayor desigualdad.

La cultura, el pensamiento, el arte, la ciencia, la tecnología, la educación deben salir en defensa de su propia permanencia y su lugar primordial en cualquier cambio o proyecto de nación. No nos arrepintamos de haber votado por AMLO, aprendamos a exigirle, aprendamos a decir no y a defenderlo porque, si tenemos presente el pasado inmediato, sabremos que la virtud de un hombre honesto es oro molido en una sociedad descompuesta.

La pandemia, no sólo en México, sino en el mundo, es un río revuelto en el que ya se mueven muchos pescadores que desean capitalizar los buenos o los malos resultados.

Crimen ha matado dos veces más que Covid-19


Tengo confianza en la ciencia médica, en sus científicos e investigadores en las ramas de la epidemiología y la infectología, sin duda poseen el conocimiento para reducir los efectos devastadores de un virus aún desconocido pero que ya están en las pruebas para su destrucción.

No demorará mucho en que aparezcan fármacos y vacunas que representen ganancias descomunales para empresas farmacéuticas y coloquen a determinadas naciones en una posición ventajosa ante las demás. Y como siempre, las mayores cuotas de dolor y las cifras de muertos con los más pobres y desvalidos.

Dice José Ángel Leyva (Revista La Otra No. 157, mayo de 2020, Editorial La Pandemia) que la globalización es una realidad, pero es una globalización negativa, pues acaso un 20% de las sociedades del planeta concentran la riqueza generada y el resto participa de esa globalización en condiciones de esclavitud y servidumbre, como proveedora de mano de obra barata y de recursos naturales.

Vaya experiencia paralizante, calles vacías, aeropuertos quietos, terminales ferroviarias inactivas, en el manejo sesgado de la información, en los centros comerciales cerrados, y sobre todo en la impaciencia de la clase empresarial y los políticos.

Lo que nos surgen son preguntas ¿qué pasará con las fronteras que se pretendían borrar?, ¿qué pasará con los movimientos migratorios de pobres y víctimas de las guerras hacia los centros de mayor desarrollo?, ¿qué respuesta habrá al cambio climático por parte de las superpotencias?

A pesar de los malos pronósticos no estamos peor que muchas naciones con supuestos aparatos y sistemas sanitarios ejemplares. Los mexicanos no somos buenos ni malos por definición, pero los hay, como esos que atacan a las personas que brindan no sólo servicios, sino sus vidas para salvar otras, médicos, enfermeras, personal hospitalario, pero también el personal de limpieza, de servicios urbanos.

Resulta que desde que México registró el primer caso de Covid-19, en el país han muerto más personas producto de la violencia generada por el crimen que por contagio del virus SARS-Cov-2, según las cifras oficiales. Se trata de una proporción de dos muertes por las balas de la delincuencia por una que perece por la pandemia que azota al mundo.

De acuerdo con los datos de la Secretaría de Salud federal, el primer caso de Covid-19 en México se identificó el 28 de febrero pasado. Se trató de un hombre de 35 años de edad que estuvo en Italia y a finales de ese mes regresó a la Ciudad de México. Sin embargo, fue hasta el 18 de marzo cuando se registró el primer deceso por contagio del virus. Ocurrió en la Ciudad de México y la víctima fue un hombre de 41 años, sin antecedentes de viaje al extranjero y quien presumiblemente se contagió en un concierto masivo de música.

Desde el 28 de febrero hasta el 6 de mayo (fecha en que escribo la presente colaboración), en México han fallecido 2 mil 704 personas contagiadas por el virus. En contraste, en lapso del 28 de febrero al 5 de mayo habían fallecido en el país 5 mil 634 personas, producto de la violencia. Es decir, 2 mil 930 casos más de homicidios dolosos que por Covid-19. Según las cifras, entre el 28 y 29 de febrero en el país se registraron 143 homicidios dolosos y cero muertes por Covid-19; en marzo, hubo 2 mil 585 muertes por la violencia en el país y 30 por coronavirus. En abril, hubo 2 mil 492 homicidios dolosos en el país y de forma paralela se registraron mil 829 los fallecidos por el virus; mientras que entre el 1 y 5 de mayo hubo 413 homicidios por la violencia en el país y 648 por Covid-19.

Pero ese no es el enfoque, no es ético pensarlo de esa manera, si se aprecia desde la perspectiva de las víctimas y no de los victimarios, de la memoria del sufrimiento y no de la estadística. Al ser cuestionado sobre la disparidad en el número de personas fallecidas por la violencia, contra los decesos por Covid-19, López Obrador advirtió: “Es de mal gusto y no es recomendable comparar cuando se trata de pérdidas de vidas humanas, un ser humano que pierde la vida es importante y debe de tenerse en consideración, no es un asunto numérico o cuantitativo”. Totalmente de acuerdo.

Los intelectuales de este país, sus artistas, sus científicos, sus académicos, sus maestros, fueron siempre los primeros en alzar voces de protesta, los que a pesar de la escasa simpatía del actual presidente por dichos gremios lo defendieron y los apoyaron en su terca carrera presidencial contra un régimen oligárquico y asesino. Muchos de los que apostamos por AMLO, y seguimos apostando, estábamos conscientes de que la cultura y la ciencia no serían no sólo prioridad para él, sino sectores incómodos porque el papel del intelectual, incluso en contra de sus deseos, es cuestionar, es disentir, es dudar, preguntar.

Los únicos intelectuales que le resultan cómodos son los que militan en su equipo, los que antes fueron contestatarios y hoy son incondicionales, doctrinarios. Pero del otro lado están los que no ven ya nada bueno en la gestión de este presidente, los que se ven dominados por el odio y la ceguera, los que hablan, escriben, actúan con rabia, los que más que palabras e ideas echan espumarajos por la boca.

Es muy delicado ser crítico en medio de dos fuegos ideológicos o dos fobias, porque de una u otra manera se sirve a los intereses de cualquiera de esos bandos igualmente obnubilados. Hay muchas personas, miles o millones que desearían un mal resultado de esta campaña sanitaria contra el coronavirus, hay también gobiernos locales que le apuestan al fracaso, y hay gobiernos extranjeros que desean demostrar que en este país nos morimos como moscas.

AMLO era y es la única opción en un país saqueado, de un Estado en manos de la delincuencia y el crimen organizado, de un tejido social y cultural devastados, de una sociedad con la moral cada vez más desdibujada por la corrupción e impunidad, de un contexto regido por el terror y la conveniencia, del parasitismo burocrático, político, de un desangramiento atroz que se redujo a estadísticas de cientos de miles de muertos, de espectáculos dantescos y manifestaciones de crueldad sin medida. ¿Qué serían esas cifras de miles y miles de muertes violentas ante unas cuantas centenas de muertos por Covid 19? Esa memoria es indispensable para impartir justicia y para impedir que vuelva a repetirse la catástrofe moral y cultural, social en México, para no olvidar cómo vivíamos y cómo estábamos antes de este cambio. El neoliberalismo sólo trajo mayor desigualdad.

La cultura, el pensamiento, el arte, la ciencia, la tecnología, la educación deben salir en defensa de su propia permanencia y su lugar primordial en cualquier cambio o proyecto de nación. No nos arrepintamos de haber votado por AMLO, aprendamos a exigirle, aprendamos a decir no y a defenderlo porque, si tenemos presente el pasado inmediato, sabremos que la virtud de un hombre honesto es oro molido en una sociedad descompuesta.

La pandemia, no sólo en México, sino en el mundo, es un río revuelto en el que ya se mueven muchos pescadores que desean capitalizar los buenos o los malos resultados.

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