/ martes 14 de diciembre de 2021

En cartera

Qué bien que se conmemoren los días patrios


El pasado 20 de noviembre presenciamos por los medios electrónicos la conmemoración del 111 aniversario de la Revolución Mexicana, que se llevó a cabo en el Zócalo de la Ciudad de México.

Un gran espectáculo que nos hizo recordar paisajes, hechos y personajes de este evento trascendental en nuestra rica y fecunda historia nacional.

Qué bien que se recuerden los hechos históricos por lo que representan en la conciencia y patriotismo de las nuevas generaciones, los días patrios pasaban desapercibidos ya que –al estilo gringo- los juntaban con los fines de semana y así gozar de “puentes” en bien de la industria turística y el comercio. Y la conciencia cívica? y el conocimiento de nuestra historia? De ahí que nuestra juventud y niñez desconozcan mucho de cómo se ha forjado el país que gozamos. Ojalá que cada fecha en que conmemoremos algún acontecimiento o personaje se muestre con los cuadros representativos y la narración de lo sucedido.

A 111 años de la Revolución Mexicana siguen muchas asignaturas pendientes. Necesario saldar la deuda histórica del país para abatir la pobreza, el rezago y la desigualdad. Para superar las asimetrías entre las regiones del país, se requiere generar políticas públicas diferenciadas, alinear a los diversos actores del sistema y consolidar la vinculación de los distintos sectores.

Se requiere un desarrollo integral que genere equilibrios y fortalezca a las regiones de acuerdo a sus necesidades, vocaciones locales y potencialidades específicas. La presente década de nuestro país debe ser del conocimiento, debe asumirse con la mayor jerarquía entre las políticas públicas de fomento al desarrollo económico en nuestro México.

Nuestro potencial se cancela si seguimos tolerando la miseria y no erradicamos sus causas y sólo la tratamos con aspirinas. No es posible permanecer pasivos frente a una realidad social que estamos obligados a cambiar, donde la mitad de la población vive en condiciones de pobreza, en un país que exporta cada día más personas porque las “oportunidades” no las encuentra en su propio país.

Para el escritor Diego Valadés, dos factores han dañado con el prestigio de la revolución: La demagogia y el conservadurismo. La utilización política de la revolución para justificar la prolongada ausencia de procedimientos democráticos en el país favoreció el éxito del proyecto restaurador. Antes de que la revolución dejara de ser invocada como un gran acontecimiento que transformó la vida social e institucional del país, comenzó a experimentarse hartazgo ante un discurso que transitó de lo artificioso a lo artificial. Además, la rigidez de la Constitución en cuanto a la estructura del poder presidencial acentuó el rechazo hacia el discurso demagógico revolucionario.

La celebración de la Revolución está reservada para quienes sigamos pensando que al menos durante un periodo el país tuvo conciencia de la deuda histórica con los pobres.

En 1910, México tenía 15 millones de habitantes, el 80 por ciento sumido en el analfabetismo, la explotación y la miseria. Los revolucionarios quisieron poner fin a esa situación y tomaron la decisión de convertir a los pobres en el eje de la Constitución. Eso es lo que hay que celebrar, al menos si se tiene la convicción de que los pobres lo merecían entonces, como lo merecen ahora.

El México actual es inexplicable sin las reformas cardenistas, fue el último gobierno de veteranos de la revolución formados en los años de lucha contra el viejo régimen, y estas hubieran sido imposibles sin el antecedente de la revolución armada. Sólo concebida en su sentido amplio cobra nuestra revolución una dimensión comparable a las otras grandes revoluciones del siglo XX: la rusa, la china, la vietnamita.

La historiografía académica de la revolución mexicana difiere de la “oficial” en el hecho que subraya las incongruencias entre los proyectos y la realidad, entre lo que se pretendió hacer y lo que realmente se hizo, entre una legitimidad basada en la democracia y la justicia social y una realidad básicamente autoritaria.

Y los ejemplos sobran: El 10 de abril se rasgan las vestiduras por Zapata y en la práctica cotidiana el agrarismo es una pieza de museo, gracias al “liberalismo social” de Salinas de Gortari, que él y sus socios se adueñaron de las paraestatales del gobierno mexicano, al grado de crear a uno de los hombres más rico del mundo.

La revolución también tiene un capítulo político, el más importante, sin duda, otro, de la lucha por la tierra; uno más, sindical; otro importante, jurídico; el social, que comprende la situación de las clases y sus luchas; el de la relación con Latinoamérica y el de la oposición a Estados Unidos. Cada historiador tiene su propia visión, por eso nos congratulamos con las nuevas ediciones de escritores, de estudiosos de diferentes ideologías que permiten a las jóvenes generaciones tener un conocimiento de las varias interpretaciones y puedan apreciar la complejidad de la historia y los motivos para estudiarla con seriedad.

Así pues, la historia contemporánea reclama la atención de historiadores, académicos, investigadores, obligados a establecer el eslabón del presente y el pasado para lanzarse a inferir sobre la marcha del tiempo. Por ello, qué bien que se conmemoren los días patrios.

Ojalá que cada fecha en que conmemoremos algún acontecimiento o personaje se muestre con los cuadros representativos y la narración de lo sucedido.

Qué bien que se conmemoren los días patrios


El pasado 20 de noviembre presenciamos por los medios electrónicos la conmemoración del 111 aniversario de la Revolución Mexicana, que se llevó a cabo en el Zócalo de la Ciudad de México.

Un gran espectáculo que nos hizo recordar paisajes, hechos y personajes de este evento trascendental en nuestra rica y fecunda historia nacional.

Qué bien que se recuerden los hechos históricos por lo que representan en la conciencia y patriotismo de las nuevas generaciones, los días patrios pasaban desapercibidos ya que –al estilo gringo- los juntaban con los fines de semana y así gozar de “puentes” en bien de la industria turística y el comercio. Y la conciencia cívica? y el conocimiento de nuestra historia? De ahí que nuestra juventud y niñez desconozcan mucho de cómo se ha forjado el país que gozamos. Ojalá que cada fecha en que conmemoremos algún acontecimiento o personaje se muestre con los cuadros representativos y la narración de lo sucedido.

A 111 años de la Revolución Mexicana siguen muchas asignaturas pendientes. Necesario saldar la deuda histórica del país para abatir la pobreza, el rezago y la desigualdad. Para superar las asimetrías entre las regiones del país, se requiere generar políticas públicas diferenciadas, alinear a los diversos actores del sistema y consolidar la vinculación de los distintos sectores.

Se requiere un desarrollo integral que genere equilibrios y fortalezca a las regiones de acuerdo a sus necesidades, vocaciones locales y potencialidades específicas. La presente década de nuestro país debe ser del conocimiento, debe asumirse con la mayor jerarquía entre las políticas públicas de fomento al desarrollo económico en nuestro México.

Nuestro potencial se cancela si seguimos tolerando la miseria y no erradicamos sus causas y sólo la tratamos con aspirinas. No es posible permanecer pasivos frente a una realidad social que estamos obligados a cambiar, donde la mitad de la población vive en condiciones de pobreza, en un país que exporta cada día más personas porque las “oportunidades” no las encuentra en su propio país.

Para el escritor Diego Valadés, dos factores han dañado con el prestigio de la revolución: La demagogia y el conservadurismo. La utilización política de la revolución para justificar la prolongada ausencia de procedimientos democráticos en el país favoreció el éxito del proyecto restaurador. Antes de que la revolución dejara de ser invocada como un gran acontecimiento que transformó la vida social e institucional del país, comenzó a experimentarse hartazgo ante un discurso que transitó de lo artificioso a lo artificial. Además, la rigidez de la Constitución en cuanto a la estructura del poder presidencial acentuó el rechazo hacia el discurso demagógico revolucionario.

La celebración de la Revolución está reservada para quienes sigamos pensando que al menos durante un periodo el país tuvo conciencia de la deuda histórica con los pobres.

En 1910, México tenía 15 millones de habitantes, el 80 por ciento sumido en el analfabetismo, la explotación y la miseria. Los revolucionarios quisieron poner fin a esa situación y tomaron la decisión de convertir a los pobres en el eje de la Constitución. Eso es lo que hay que celebrar, al menos si se tiene la convicción de que los pobres lo merecían entonces, como lo merecen ahora.

El México actual es inexplicable sin las reformas cardenistas, fue el último gobierno de veteranos de la revolución formados en los años de lucha contra el viejo régimen, y estas hubieran sido imposibles sin el antecedente de la revolución armada. Sólo concebida en su sentido amplio cobra nuestra revolución una dimensión comparable a las otras grandes revoluciones del siglo XX: la rusa, la china, la vietnamita.

La historiografía académica de la revolución mexicana difiere de la “oficial” en el hecho que subraya las incongruencias entre los proyectos y la realidad, entre lo que se pretendió hacer y lo que realmente se hizo, entre una legitimidad basada en la democracia y la justicia social y una realidad básicamente autoritaria.

Y los ejemplos sobran: El 10 de abril se rasgan las vestiduras por Zapata y en la práctica cotidiana el agrarismo es una pieza de museo, gracias al “liberalismo social” de Salinas de Gortari, que él y sus socios se adueñaron de las paraestatales del gobierno mexicano, al grado de crear a uno de los hombres más rico del mundo.

La revolución también tiene un capítulo político, el más importante, sin duda, otro, de la lucha por la tierra; uno más, sindical; otro importante, jurídico; el social, que comprende la situación de las clases y sus luchas; el de la relación con Latinoamérica y el de la oposición a Estados Unidos. Cada historiador tiene su propia visión, por eso nos congratulamos con las nuevas ediciones de escritores, de estudiosos de diferentes ideologías que permiten a las jóvenes generaciones tener un conocimiento de las varias interpretaciones y puedan apreciar la complejidad de la historia y los motivos para estudiarla con seriedad.

Así pues, la historia contemporánea reclama la atención de historiadores, académicos, investigadores, obligados a establecer el eslabón del presente y el pasado para lanzarse a inferir sobre la marcha del tiempo. Por ello, qué bien que se conmemoren los días patrios.

Ojalá que cada fecha en que conmemoremos algún acontecimiento o personaje se muestre con los cuadros representativos y la narración de lo sucedido.

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