A 459 años de la fundación de Durango (III)
Capitanes vascongados procedentes de la Nueva Galicia, descubrieron la plata de Zacatecas que alteraría los destinos de España, y que en su terreno daría carácter definitivo a la vida mexicana. Dos de estos capitanes, Cristóbal de Oñate y Diego de Ibarra empezaron a abrir camino hacia el Norte, que comienza al traspasar el Trópico de Cáncer, unos cuantos kilómetros debajo de Sombrerete.
Diego de Ibarra, gobernador de Zacatecas y primero entre los miembros de la llamada “aristocracia de la plata”, pudo financiar costosas exploraciones y asentamientos que estuvieron a cargo de su sobrino, el joven Capitán vascongado Francisco de Ibarra. En el aspecto militar, encargó al capitán Pedro de Ahumada y Sámano, a principios de la década de 1560, que combatiera a los zacatecos, los que constituían una de las “naciones” de la Gran Chichimeca y eran los más temibles de todos los guerreros aborígenes que impedían el avance de los españoles hacia el norte.
Francisco de Ibarra era un joven vascongado de notable sensibilidad, talento, cultura, capacidad de ensueño y vigorosa acción. Pasó por su época como personaje de novela. Su obra vino a ser, por su ambiente y espíritu, literatura aplicada. Él era lector de libros de caballerías, seguramente de “Las Sergas de Esplandián” y de su continuación el “Amadis de Gaula”. Y estas novelas caballerescas, muy populares entre los españoles, estimulaban a la aventura, el heroísmo, a la búsqueda de riquezas.
La fundación de Durango por Francisco de Ibarra se llevó a cabo 19 años después de la infructuosa búsqueda de las legendarias “Siete Ciudades de Cíbola”, realizada por el capitán Francisco Vázquez de Coronado en el norte de la Nueva España.
Los colonos que hicieron posible la fundación de Durango, a quienes siempre debemos rendir culto de nuestro reconocimiento y respeto, fueron 17 españoles: Francisco de Ibarra, capitán general y gobernador; Domingo Hernández, primer alcalde; Bartolomé de Arriola; Alonso de Pacheco, quien decidió el lugar a orillas del río Guadiana y realizó los trazos de la ciudad, que denominó Valle del Guadiana, pero que el fundador denominó Villa Durango; Ana de Leyva, esposa de Alonso de Pacheco, y primera mujer blanca en los terruños de lo que sería Durango; Pedro Raymundo; Agustín Camello; Pedro Morcillo; Juan de Heredia; Juan Sánchez de Alanís; Lope Fernández; Alonso González; Clemente de Requena, Gonzalo Martínez de Lerma; Gonzalo Corona; Juan de Zubía y Estaban Alonso. Venían acompañados con alrededor de 200 indígenas.
Después de este acto solemne, Fray Diego de la Cadena –fraile fundador de la ermita de Analco- celebró una misa y posteriormente el gobernador repartió solares y herramientas entre los vecinos para que procedieran a edificar sus casas y dio por establecido el Primer Ayuntamiento de la Villa de Durango.
Con este acto solemne dio comienzo la historia de una ciudad que ha sido esplendente en el tiempo, porque muchos de sus hijos han cultivado la belleza y han tenido vocación de lo sublime.
La Misión de San Juan Bautista de Analco albergó al capitán Alonso de Pacheco –esposo, como ya señalamos, de Ana de Leyva, la primera mujer blanca que arribó a Durango-, comisionado por el gobernador Francisco de Ibarra para hacer la traza de la ciudad, casi tres meses antes del acto solemne de la fundación. De Analco surgió Durango, y es su templo un monumento de la historia, cansado de años, de baldosas que un día besaron las humildes sandalias franciscanas, evocador atrio arrinconado y delegado cipreses que gimen al recibir el abrazo pesado e inalcanzable del viento.
Las inmensidades norteñas estuvieron casi incomunicadas durante muchos años, y el aislamiento produjo un modo particular de vida del hombre de Durango. Éste se acostumbró a bastarse a sí mismo y venció y aniquiló al hombre bárbaro. (Continuará)