/ martes 19 de marzo de 2019

En el mundo de la educación

Vivimos un tiempo de crisis y de recomposición de lo humano. Se habla y se discute acerca de los valores, de la superación personal, de la dimensión espiritual, de manifestaciones claras y comerciales.

Estamos en una época sedienta de un mayor sentido común para la construcción de la existencia y de la convivencia social. Y el mundo de la educación es el protagonista central. En las propias escuelas, institutos, universidades se habla de valores, de una formación ética y cívica, cuando hace tiempo era satanizado por considerarse una cuestión de índole religioso, de naturaleza privada.

Hoy, la sociedad de este milenio está marcada por la desesperanza y el divisionismo, frutos de las amargas experiencias que han multiplicado el abuso, la delincuencia, el crimen, la pobreza, a pesar de las grandes promesas de justicia, emancipación y progreso que harto han pregonado los diversos y codiciosos políticos que quieren llegar al poder y, cuando lo logran, padecen de amnesia.

Hablamos por ejemplo de una economía casi en ruinas que, a medida que se debilita, va generando una desigualdad lacerante: Me refiero a una mayor pobreza, exuberante, de entre la cual sobresale una creciente riqueza pero en manos de unos cuantos. Existe además la lucha por la supervivencia ante una enorme inconformidad social y fuertes reclamos cada vez más exigentes de democracia.

Se está dando actualmente resurgimiento a la preocupación por la educación en valores, como un reclamo de la sociedad a sus sistemas e instituciones educativas; siendo ello también un requerimiento de los propios protagonistas de la educación, los maestros, en un genuino intento por corregir, reformar, mejorar, a partir de la reflexión crítica, los enfoques, modelos y procesos que han sido implantados en el quehacer magisterial y, que los han condicionado a estar presos en la rutina o en la indiferencia, haciendo que la educación parezca estar desvalida en nuestras escuelas y universidades y, sea todavía parte del problema y no de la solución como tanto se ha exigido.

No están en duda ni dejadas en el olvido la inquietud y la exigencia de la sociedad por una educación obviamente energética. Es preciso un cambio radical en la orientación y en el desarrollo de la misma, para formar personas capaces de construir inteligente, razonable y responsablemente su propia vida. Ciudadanos idóneos para la transformación social que urge sintonizar en nuestro México.

Entre todos es imperioso construir un mundo de paz, desde cada ámbito vivencial en el cual nos desenvolvemos y, unificar criterios de solidaridad y bienestar.

De antemano sabemos que es difícil avanzar juntos cuando se va por caminos diferentes, pero no hay más alternativa que luchar decididamente por desterrar la inseguridad que nos está invadiendo y enfrentarnos a conquistar la venturanza que tanto demandamos.

Con la finalidad de alcanzar lo que tanto necesitamos, trascendamos la visión de la educación en valores, ya que ahora resulta ambigua y confusa dada la complejidad de nuestra época. Modificarla para ir tras nuevas perspectivas para la formación humana y social de las nuevas generaciones.

Encontrar horizontes más integrales para una superior formación moral. Que el interés de las instituciones educativas se centre en educar la libertad. La libertad es educable y concreta y podemos compartirla, vivirla con amor todos los seres humanos o, al menos en nuestras comunidades.

Es prudente hacer una acentuada reflexión sobre la educación del deseo de vivir, como una permanente construcción personal. Un llamado a la transformación intelectual y moral de los docentes y sobre todo a los padres de familia; pues nuestro deseo de vivir es, precisamente, el fundamento del mundo de los valores.

Tendemos a elegir o decidir porque deseamos vivir y, es este deseo el que nos mueve a distinguir aquello que valoramos más porque creemos, pensamos, sabemos o deseamos que es algo que nos hará mejores, que nos llevará a no cesar, a perdurar.

Es este deseo de vivir el que nos lleva, por un lado, a adaptarnos al mundo, a tomar decisiones y valorar las cosas, situaciones, así como acoger modos de actuar que nos honre en el desenvolvimiento cultural, social, político y económico, para no ser rechazados ni aislados; lo cual implica también un no dejar de ser.

Vivimos un tiempo de crisis y de recomposición de lo humano. Se habla y se discute acerca de los valores, de la superación personal, de la dimensión espiritual, de manifestaciones claras y comerciales.

Estamos en una época sedienta de un mayor sentido común para la construcción de la existencia y de la convivencia social. Y el mundo de la educación es el protagonista central. En las propias escuelas, institutos, universidades se habla de valores, de una formación ética y cívica, cuando hace tiempo era satanizado por considerarse una cuestión de índole religioso, de naturaleza privada.

Hoy, la sociedad de este milenio está marcada por la desesperanza y el divisionismo, frutos de las amargas experiencias que han multiplicado el abuso, la delincuencia, el crimen, la pobreza, a pesar de las grandes promesas de justicia, emancipación y progreso que harto han pregonado los diversos y codiciosos políticos que quieren llegar al poder y, cuando lo logran, padecen de amnesia.

Hablamos por ejemplo de una economía casi en ruinas que, a medida que se debilita, va generando una desigualdad lacerante: Me refiero a una mayor pobreza, exuberante, de entre la cual sobresale una creciente riqueza pero en manos de unos cuantos. Existe además la lucha por la supervivencia ante una enorme inconformidad social y fuertes reclamos cada vez más exigentes de democracia.

Se está dando actualmente resurgimiento a la preocupación por la educación en valores, como un reclamo de la sociedad a sus sistemas e instituciones educativas; siendo ello también un requerimiento de los propios protagonistas de la educación, los maestros, en un genuino intento por corregir, reformar, mejorar, a partir de la reflexión crítica, los enfoques, modelos y procesos que han sido implantados en el quehacer magisterial y, que los han condicionado a estar presos en la rutina o en la indiferencia, haciendo que la educación parezca estar desvalida en nuestras escuelas y universidades y, sea todavía parte del problema y no de la solución como tanto se ha exigido.

No están en duda ni dejadas en el olvido la inquietud y la exigencia de la sociedad por una educación obviamente energética. Es preciso un cambio radical en la orientación y en el desarrollo de la misma, para formar personas capaces de construir inteligente, razonable y responsablemente su propia vida. Ciudadanos idóneos para la transformación social que urge sintonizar en nuestro México.

Entre todos es imperioso construir un mundo de paz, desde cada ámbito vivencial en el cual nos desenvolvemos y, unificar criterios de solidaridad y bienestar.

De antemano sabemos que es difícil avanzar juntos cuando se va por caminos diferentes, pero no hay más alternativa que luchar decididamente por desterrar la inseguridad que nos está invadiendo y enfrentarnos a conquistar la venturanza que tanto demandamos.

Con la finalidad de alcanzar lo que tanto necesitamos, trascendamos la visión de la educación en valores, ya que ahora resulta ambigua y confusa dada la complejidad de nuestra época. Modificarla para ir tras nuevas perspectivas para la formación humana y social de las nuevas generaciones.

Encontrar horizontes más integrales para una superior formación moral. Que el interés de las instituciones educativas se centre en educar la libertad. La libertad es educable y concreta y podemos compartirla, vivirla con amor todos los seres humanos o, al menos en nuestras comunidades.

Es prudente hacer una acentuada reflexión sobre la educación del deseo de vivir, como una permanente construcción personal. Un llamado a la transformación intelectual y moral de los docentes y sobre todo a los padres de familia; pues nuestro deseo de vivir es, precisamente, el fundamento del mundo de los valores.

Tendemos a elegir o decidir porque deseamos vivir y, es este deseo el que nos mueve a distinguir aquello que valoramos más porque creemos, pensamos, sabemos o deseamos que es algo que nos hará mejores, que nos llevará a no cesar, a perdurar.

Es este deseo de vivir el que nos lleva, por un lado, a adaptarnos al mundo, a tomar decisiones y valorar las cosas, situaciones, así como acoger modos de actuar que nos honre en el desenvolvimiento cultural, social, político y económico, para no ser rechazados ni aislados; lo cual implica también un no dejar de ser.