/ sábado 2 de febrero de 2019

Episcopeo

El Evangelio de hoy empalma con el del domingo pasado. Jesús había acudido a la sinagoga como era su costumbre los sábados (4,16). Tomó el rollo que le ofrecieron, y leyó el texto de Isaías: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a proclamar el año de gracia del Señor (Is 4,18-19). Este texto del domingo pasado y el de hoy (Lc 4,14-30) se convierte en lo que será el programa de Jesús durante su vida pública, y la predicción de su futuro final.

Leído el texto, y una vez que se sienta, las primeras palabras de Jesús son: Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír (v.21). Las palabras de Jesús se fijan no en el futuro como hacían los profetas, ni en su persona, sino en el hoy, el hoy que inaugura el tiempo de la salvación. La reacción de los oyentes, en principio, parece positiva, pero pronto comienza la sospecha y la reacción en contra, se escandalizan, Jesús es rechazado en su propio pueblo, en Nazaret. Sus vecinos le dicen a la cara: pero si tú eres el hijo de José (cfr. v.21), qué nos vas a enseñar a nosotros, pero si te conocemos de sobra, dedícate a hacer puertas, todo menos darnos lecciones sobre la Ley… Las expectativas mesiánicas de los vecinos de Jesús no coincidían con lo que estaban viendo y oyendo: acogía a los pobres, ciegos, privados de libertad, etc. y además había omitido una frase en la lectura que acababa de hacer, frase que para ellos era fundamental: para proclamar un día de venganza de nuestro Dios (Is 61,2). Ellos querían que el reino de Dios fuera una venganza contra los opresores romanos. Tampoco hace en su pueblo las obras, los milagros que había hecho en Cafarnaún y por consiguiente, lo desprecian. Jesús entonces les cuenta dos historias conocidas por los judíos: la historia de Elías y Eliseo en favor de dos extranjeras, con las que critica la obstinación y cerrazón de los oyentes, les deja bien claro que están cerrados al anuncio del Reino de Dios, les hace entender que la predicción se refería precisamente a él, esto es, que él era el Mesías de Dios. Surgió primero el estupor, luego la incredulidad y finalmente los oyentes se pusieron furiosos (Lc 4, 28), lo echaron del pueblo y lo llevaron a un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo, pero Jesús se abrió paso, entre ellos, y seguía su camino (v. 29-30). Intentan eliminarlo, pero no es este el momento, ahora es imposible. Este hecho es un adelanto de lo que le espera a Jesús en Jerusalén. El profeta Isaías ya había anunciado la función del futuro Mesías, y Jesús afirma que en él se están cumpliendo las Escrituras y que a la luz de ellas sabe descifrar los signos de los tiempos.

Los textos litúrgicos de hoy nos ofrecen la posibilidad de hacernos muchas preguntas y de plantearnos con seriedad nuestra vida cristiana: ¿quién es realmente Jesucristo para mí, no tanto en la teoría sino en la práctica? ¿Veo y acepto mi vida cristiana asociada a la cruz de Jesucristo? ¿Cuándo Dios no se acomoda a mis planteamientos, acepto que las dificultades y sufrimientos no me podrán, porque Dios está conmigo? (Jr 1,19).

El texto evangélico es también un anuncio de lo que vivirá todo cristiano a lo largo de la historia de la Iglesia si quiere ser fiel al programa de Jesús. El año de gracia ha comenzado con el Hoy de Jesús y debe seguir con el Hoy de cada generación cristiana. La tarea de ser fiel al programa de Jesús siempre irá acompañada del rechazo, pero esto no impedirá que siga el camino hasta su consumación. Como a Jeremías, Dios nos ha llamado a cada uno de nosotros. Podremos tener dudas, ser incomprendidos, perseguidos, ignorados, pero si nos fiamos de Dios, él nos acompañará y será quien guíe nuestra vida. Este es el trasfondo de la liturgia de hoy: Ellos te combatirán, pero no te podrán, porque contigo estoy para protegerte (Jr 1,19). Dios nos ha hablado y nos ha llamado a anunciar su amor a los jóvenes, a las familias, especialmente a los más pobres. Releamos nuestra historia y encontraremos en ella las huellas de Dios y escuchemos su voz que nos dice: No les tengas miedo, que yo estoy contigo (v.1,17).

Como elegidos de Dios, renovemos nuestra vocación en esta eucaristía y pidamos al Señor que renueve en nosotros la fe, la esperanza y el amor.

El Evangelio de hoy empalma con el del domingo pasado. Jesús había acudido a la sinagoga como era su costumbre los sábados (4,16). Tomó el rollo que le ofrecieron, y leyó el texto de Isaías: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a proclamar el año de gracia del Señor (Is 4,18-19). Este texto del domingo pasado y el de hoy (Lc 4,14-30) se convierte en lo que será el programa de Jesús durante su vida pública, y la predicción de su futuro final.

Leído el texto, y una vez que se sienta, las primeras palabras de Jesús son: Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír (v.21). Las palabras de Jesús se fijan no en el futuro como hacían los profetas, ni en su persona, sino en el hoy, el hoy que inaugura el tiempo de la salvación. La reacción de los oyentes, en principio, parece positiva, pero pronto comienza la sospecha y la reacción en contra, se escandalizan, Jesús es rechazado en su propio pueblo, en Nazaret. Sus vecinos le dicen a la cara: pero si tú eres el hijo de José (cfr. v.21), qué nos vas a enseñar a nosotros, pero si te conocemos de sobra, dedícate a hacer puertas, todo menos darnos lecciones sobre la Ley… Las expectativas mesiánicas de los vecinos de Jesús no coincidían con lo que estaban viendo y oyendo: acogía a los pobres, ciegos, privados de libertad, etc. y además había omitido una frase en la lectura que acababa de hacer, frase que para ellos era fundamental: para proclamar un día de venganza de nuestro Dios (Is 61,2). Ellos querían que el reino de Dios fuera una venganza contra los opresores romanos. Tampoco hace en su pueblo las obras, los milagros que había hecho en Cafarnaún y por consiguiente, lo desprecian. Jesús entonces les cuenta dos historias conocidas por los judíos: la historia de Elías y Eliseo en favor de dos extranjeras, con las que critica la obstinación y cerrazón de los oyentes, les deja bien claro que están cerrados al anuncio del Reino de Dios, les hace entender que la predicción se refería precisamente a él, esto es, que él era el Mesías de Dios. Surgió primero el estupor, luego la incredulidad y finalmente los oyentes se pusieron furiosos (Lc 4, 28), lo echaron del pueblo y lo llevaron a un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo, pero Jesús se abrió paso, entre ellos, y seguía su camino (v. 29-30). Intentan eliminarlo, pero no es este el momento, ahora es imposible. Este hecho es un adelanto de lo que le espera a Jesús en Jerusalén. El profeta Isaías ya había anunciado la función del futuro Mesías, y Jesús afirma que en él se están cumpliendo las Escrituras y que a la luz de ellas sabe descifrar los signos de los tiempos.

Los textos litúrgicos de hoy nos ofrecen la posibilidad de hacernos muchas preguntas y de plantearnos con seriedad nuestra vida cristiana: ¿quién es realmente Jesucristo para mí, no tanto en la teoría sino en la práctica? ¿Veo y acepto mi vida cristiana asociada a la cruz de Jesucristo? ¿Cuándo Dios no se acomoda a mis planteamientos, acepto que las dificultades y sufrimientos no me podrán, porque Dios está conmigo? (Jr 1,19).

El texto evangélico es también un anuncio de lo que vivirá todo cristiano a lo largo de la historia de la Iglesia si quiere ser fiel al programa de Jesús. El año de gracia ha comenzado con el Hoy de Jesús y debe seguir con el Hoy de cada generación cristiana. La tarea de ser fiel al programa de Jesús siempre irá acompañada del rechazo, pero esto no impedirá que siga el camino hasta su consumación. Como a Jeremías, Dios nos ha llamado a cada uno de nosotros. Podremos tener dudas, ser incomprendidos, perseguidos, ignorados, pero si nos fiamos de Dios, él nos acompañará y será quien guíe nuestra vida. Este es el trasfondo de la liturgia de hoy: Ellos te combatirán, pero no te podrán, porque contigo estoy para protegerte (Jr 1,19). Dios nos ha hablado y nos ha llamado a anunciar su amor a los jóvenes, a las familias, especialmente a los más pobres. Releamos nuestra historia y encontraremos en ella las huellas de Dios y escuchemos su voz que nos dice: No les tengas miedo, que yo estoy contigo (v.1,17).

Como elegidos de Dios, renovemos nuestra vocación en esta eucaristía y pidamos al Señor que renueve en nosotros la fe, la esperanza y el amor.

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