/ sábado 6 de julio de 2019

EPISCOPEO

De los tres pasajes de la palabra de Dios que proclamados hoy, nos quedamos con el del evangelio para hacer una reflexión que nos ilumine y estimule en nuestra vida cristiana, especialmente en nuestra tarea como apóstoles del Evangelio. Se refiere a la misión de anunciar la Buena Noticia, que el Maestro encarga a un grupo numeroso de discípulos, de la que vuelven muy contentos pues resultó exitosa.

Con la primera lectura, del profeta Isaías, el pasaje del evangelio apenas coincide en el gozo por la reconstrucción, repoblación y restauración de la ciudad de Jerusalén, compartido por los habitantes de la ciudad y por los que la estiman, y que se resume en el don de la paz, traducido en abundancia y felicidad. También con la segunda lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas tiene en común la consideración de la paz como compendio de la salvación, que proviene de la cruz de Cristo. Así pues, el punto de contacto de las tres lecturas es el gozo por la salvación de Dios, como fruto de la paz, principalmente con Dios, es decir, la reconciliación con Dios por el perdón de los pecados.

En el pasaje del evangelio hoy proclamado, se habla del envío de setenta y dos misioneros (siguiendo la idea antigua que cifraba en setenta y dos los pueblos de la tierra), de dos en dos, para preparar la llegada de Jesús, despertando en la gente expectativas para acoger la predicación del Maestro con un corazón dispuesto. Se trata de un grupo amplio de colaboradores, a los que no se designa por su nombre, como en el caso de los Doce. Acaso fueron elegidos con ayuda de los discípulos de más confianza. El pasaje recoge la instrucción directa de Jesús acerca de cómo han de proceder en la tarea que se les encomienda de anunciar la llegada del Reino de Dios. Su misión es prolongación del encargo recibido del Padre por Jesús, del que Él los hace partícipes.

En primer lugar, deben de tener claro que la misión que se les encomienda, si bien es tarea que requiere su implicación, tiene como principal responsable a Dios. La mies (los destinatarios de la salvación) es de Dios, la tarea es ingente, por ello, han de rogar al dueño que envíe obreros a su mies. Además, se trata de transmitir un mensaje de salvación a personas libres, que pueden oponer resistencia al anuncio del Evangelio, y sólo Dios es capaz de tocar y cambiar el corazón de los hombres. No han de poner su confianza principalmente en los medios humanos, sino en Dios. Por eso Jesús les da poder para sanar enfermedades y expulsar demonios, a quienes se consideraba causantes de todos los males del mundo.

Han de dar prioridad a su misión sobre todo lo demás, de forma que no se han de entretener en otros asuntos. Su saludo ha de ser un deseo de paz, o sea de salvación. No será una palabra vana, pues los que la acojan se beneficiarán con la salvación; pero aunque la rehúsen, de todos modos, el ofrecimiento de la paz redundará en provecho de su portador, puesto que la palabra de Dios es eficaz por sí misma, mientras que los que la rechazan han de ser emplazados al juicio de Dios.

Los misioneros vuelven contentos al ver refrendada su palabra con los hechos portentosos que realizaban, y confirmada, así, su fe en Jesús, al conjuro de cuyo nombre se les sometían los demonios. Ellos mismos habían sido puestos por Jesús a salvo de todo poder del enemigo, cuyo dominio había empezado a menguar en favor del Reino de Dios. En Jesús, Dios viene al encuentro del hombre y, a la llegada de Dios, remiten las enfermedades y se retiran los demonios. Los discípulos se sienten importantes por ser colaboradores de Dios; no obstante, Jesús les advierte que deben alegrarse más bien porque sus nombres están escritos en el cielo.

Los mensajeros del Evangelio son gente sencilla, sin otra instrucción que la recibida del Maestro, pero tienen a su favor que creen en Él, y además notan que su colaboración es eficaz.

¿Qué colaboración podemos prestar nosotros a la difusión del Evangelio? ¿Estamos menos preparados que los setenta y dos? ¿O tal vez estamos menos convencidos de la importancia del anuncio de la Buena Noticia? ¿Cómo es nuestra relación personal con Jesús? ¿Cómo podemos facilitar a otros su acercamiento a Jesús: a nuestros familiares, compañeros de trabajo, amigos, vecinos, a la gente en general…? Tal vez no tenemos vocación de apóstoles activos, pero, si en algo estimamos la Buena Nueva, no la podemos callar.

De los tres pasajes de la palabra de Dios que proclamados hoy, nos quedamos con el del evangelio para hacer una reflexión que nos ilumine y estimule en nuestra vida cristiana, especialmente en nuestra tarea como apóstoles del Evangelio. Se refiere a la misión de anunciar la Buena Noticia, que el Maestro encarga a un grupo numeroso de discípulos, de la que vuelven muy contentos pues resultó exitosa.

Con la primera lectura, del profeta Isaías, el pasaje del evangelio apenas coincide en el gozo por la reconstrucción, repoblación y restauración de la ciudad de Jerusalén, compartido por los habitantes de la ciudad y por los que la estiman, y que se resume en el don de la paz, traducido en abundancia y felicidad. También con la segunda lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas tiene en común la consideración de la paz como compendio de la salvación, que proviene de la cruz de Cristo. Así pues, el punto de contacto de las tres lecturas es el gozo por la salvación de Dios, como fruto de la paz, principalmente con Dios, es decir, la reconciliación con Dios por el perdón de los pecados.

En el pasaje del evangelio hoy proclamado, se habla del envío de setenta y dos misioneros (siguiendo la idea antigua que cifraba en setenta y dos los pueblos de la tierra), de dos en dos, para preparar la llegada de Jesús, despertando en la gente expectativas para acoger la predicación del Maestro con un corazón dispuesto. Se trata de un grupo amplio de colaboradores, a los que no se designa por su nombre, como en el caso de los Doce. Acaso fueron elegidos con ayuda de los discípulos de más confianza. El pasaje recoge la instrucción directa de Jesús acerca de cómo han de proceder en la tarea que se les encomienda de anunciar la llegada del Reino de Dios. Su misión es prolongación del encargo recibido del Padre por Jesús, del que Él los hace partícipes.

En primer lugar, deben de tener claro que la misión que se les encomienda, si bien es tarea que requiere su implicación, tiene como principal responsable a Dios. La mies (los destinatarios de la salvación) es de Dios, la tarea es ingente, por ello, han de rogar al dueño que envíe obreros a su mies. Además, se trata de transmitir un mensaje de salvación a personas libres, que pueden oponer resistencia al anuncio del Evangelio, y sólo Dios es capaz de tocar y cambiar el corazón de los hombres. No han de poner su confianza principalmente en los medios humanos, sino en Dios. Por eso Jesús les da poder para sanar enfermedades y expulsar demonios, a quienes se consideraba causantes de todos los males del mundo.

Han de dar prioridad a su misión sobre todo lo demás, de forma que no se han de entretener en otros asuntos. Su saludo ha de ser un deseo de paz, o sea de salvación. No será una palabra vana, pues los que la acojan se beneficiarán con la salvación; pero aunque la rehúsen, de todos modos, el ofrecimiento de la paz redundará en provecho de su portador, puesto que la palabra de Dios es eficaz por sí misma, mientras que los que la rechazan han de ser emplazados al juicio de Dios.

Los misioneros vuelven contentos al ver refrendada su palabra con los hechos portentosos que realizaban, y confirmada, así, su fe en Jesús, al conjuro de cuyo nombre se les sometían los demonios. Ellos mismos habían sido puestos por Jesús a salvo de todo poder del enemigo, cuyo dominio había empezado a menguar en favor del Reino de Dios. En Jesús, Dios viene al encuentro del hombre y, a la llegada de Dios, remiten las enfermedades y se retiran los demonios. Los discípulos se sienten importantes por ser colaboradores de Dios; no obstante, Jesús les advierte que deben alegrarse más bien porque sus nombres están escritos en el cielo.

Los mensajeros del Evangelio son gente sencilla, sin otra instrucción que la recibida del Maestro, pero tienen a su favor que creen en Él, y además notan que su colaboración es eficaz.

¿Qué colaboración podemos prestar nosotros a la difusión del Evangelio? ¿Estamos menos preparados que los setenta y dos? ¿O tal vez estamos menos convencidos de la importancia del anuncio de la Buena Noticia? ¿Cómo es nuestra relación personal con Jesús? ¿Cómo podemos facilitar a otros su acercamiento a Jesús: a nuestros familiares, compañeros de trabajo, amigos, vecinos, a la gente en general…? Tal vez no tenemos vocación de apóstoles activos, pero, si en algo estimamos la Buena Nueva, no la podemos callar.

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