/ sábado 21 de septiembre de 2019

EPISCOPEO

Lucas dedica el capítulo XVI a un tema muy querido por él, el tema de la pobreza. En la primera parte nos presenta la parábola del administrador infiel (1-8), juntamente con una serie de advertencias (8b-13). La parábola, dirigida a los discípulos, es una especie de historia contrastada, que intenta dar una enseñanza positiva a través de un ejemplo negativo: se elogia la actitud de un mal gerente con la finalidad de que la astucia con la que actuó el mal administrador sirviera de ejemplo a los hijos de la luz en las cosas fundamentales.

Al enterarse el propietario de la mala actuación de su administrador, lo despide de manera fulminante: Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando (v.2) El administrador no se defiende, tiene conciencia de su mal comportamiento. Como persona sagaz, no perdió el tiempo y lo primero que piensa, antes de entregar las cuentas al dueño, es cómo garantizaría su futuro. Pensó en los acreedores que le debían buenos favores y le darían lo que necesitaba para su garantizar su futuro, pues ya no era capaz de cavar ni de mendigar, pues esto último le avergonzaba.

Aprovechó el presente, aunque deshonestamente, para prever su futuro. Manifestó una gran capacidad de decisión y de astucia, un clásico ejemplo corrupción y de falsa contabilidad al que tan acostumbrados estamos. Como los deudores le debían favores, deberían recibirlo en su casa cuando fuera despedido (v. 4) A los dos deudores les reduce la deuda: de cien barriles de aceite a cincuenta, y de cien medidas de trigo a ochenta. Ahí está su sagacidad e inteligencia.

Esta manera astuta de actuar llamó la atención del propietario, aunque no lo readmitiera de nuevo: El amo alabó a su administrador injusto, porque había actuado con astucia. (v.8), actitud que también alaba Jesús, porque los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente –dice– que los hijos de la luz (v.8).

Con la parábola S. Lucas pretende que seamos administradores prudentes y sagaces. Nada de lo que tenemos es nuestro, todo pertenece al Señor. Solo somos administradores. O Dios o el dinero, tenemos que optar, no se puede servir a dos señores, porque o bien aborrece a uno y ama al oro o viceversa (v.13). La riqueza no es incompatible con la salvación, lo que es incompatible es querer servir a la riqueza y a Dios al mismo tiempo. El que goza de los bienes que son de todos y se olvida de los que más lo necesitan, comete una injusticia.

La advertencia es una voz de alarma, dirigida también a todos nosotros. Como hijos de la luz, debemos optar y asegurar nuestro futuro, debemos preguntarnos qué hacer para poner a salvo nuestra eternidad. Como el hombre de la parábola no pensemos en arreglar nuestras cuentas mañana sino hoy mismo, hagamos amigos que nos reciban –como pensó el administrador infiel– y estos amigos poderosos según S. Mateo, son los pobres: tuve hambre y me diste de comer, tuve sed…, estuve desnudo… (Mt. 25,34-40).

¿Por qué la gente que vive al margen de Dios es tan hábil en los negocios y los cristianos solemos ser tan descuidados? ¿Somos conscientes de que lo que nos jugamos es nuestra felicitad eterna? Si supiéramos con certeza que nuestras vidas terminarían en un año, en un mes, en… ¿cambiaríamos algo? Cristo puede regresar en cualquier momento, cuando ya no tengamos tiempo para rectificar. Si pensamos hacer cambios, ese día ha llegado, cambiemos ahora.

El mensaje de Jesús es claro: no podemos servir a Dios y al dinero. ¿En qué campo me sitúo? ¿Cuál es mi relación con los bienes temporales? ¿Me siento libre o trato de servir a Dios y al dinero?

Como cristianos estamos llamados a ser creativos y audaces para poner en práctica el evangelio en todas las áreas y dimensiones de la vida.

Lucas dedica el capítulo XVI a un tema muy querido por él, el tema de la pobreza. En la primera parte nos presenta la parábola del administrador infiel (1-8), juntamente con una serie de advertencias (8b-13). La parábola, dirigida a los discípulos, es una especie de historia contrastada, que intenta dar una enseñanza positiva a través de un ejemplo negativo: se elogia la actitud de un mal gerente con la finalidad de que la astucia con la que actuó el mal administrador sirviera de ejemplo a los hijos de la luz en las cosas fundamentales.

Al enterarse el propietario de la mala actuación de su administrador, lo despide de manera fulminante: Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando (v.2) El administrador no se defiende, tiene conciencia de su mal comportamiento. Como persona sagaz, no perdió el tiempo y lo primero que piensa, antes de entregar las cuentas al dueño, es cómo garantizaría su futuro. Pensó en los acreedores que le debían buenos favores y le darían lo que necesitaba para su garantizar su futuro, pues ya no era capaz de cavar ni de mendigar, pues esto último le avergonzaba.

Aprovechó el presente, aunque deshonestamente, para prever su futuro. Manifestó una gran capacidad de decisión y de astucia, un clásico ejemplo corrupción y de falsa contabilidad al que tan acostumbrados estamos. Como los deudores le debían favores, deberían recibirlo en su casa cuando fuera despedido (v. 4) A los dos deudores les reduce la deuda: de cien barriles de aceite a cincuenta, y de cien medidas de trigo a ochenta. Ahí está su sagacidad e inteligencia.

Esta manera astuta de actuar llamó la atención del propietario, aunque no lo readmitiera de nuevo: El amo alabó a su administrador injusto, porque había actuado con astucia. (v.8), actitud que también alaba Jesús, porque los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente –dice– que los hijos de la luz (v.8).

Con la parábola S. Lucas pretende que seamos administradores prudentes y sagaces. Nada de lo que tenemos es nuestro, todo pertenece al Señor. Solo somos administradores. O Dios o el dinero, tenemos que optar, no se puede servir a dos señores, porque o bien aborrece a uno y ama al oro o viceversa (v.13). La riqueza no es incompatible con la salvación, lo que es incompatible es querer servir a la riqueza y a Dios al mismo tiempo. El que goza de los bienes que son de todos y se olvida de los que más lo necesitan, comete una injusticia.

La advertencia es una voz de alarma, dirigida también a todos nosotros. Como hijos de la luz, debemos optar y asegurar nuestro futuro, debemos preguntarnos qué hacer para poner a salvo nuestra eternidad. Como el hombre de la parábola no pensemos en arreglar nuestras cuentas mañana sino hoy mismo, hagamos amigos que nos reciban –como pensó el administrador infiel– y estos amigos poderosos según S. Mateo, son los pobres: tuve hambre y me diste de comer, tuve sed…, estuve desnudo… (Mt. 25,34-40).

¿Por qué la gente que vive al margen de Dios es tan hábil en los negocios y los cristianos solemos ser tan descuidados? ¿Somos conscientes de que lo que nos jugamos es nuestra felicitad eterna? Si supiéramos con certeza que nuestras vidas terminarían en un año, en un mes, en… ¿cambiaríamos algo? Cristo puede regresar en cualquier momento, cuando ya no tengamos tiempo para rectificar. Si pensamos hacer cambios, ese día ha llegado, cambiemos ahora.

El mensaje de Jesús es claro: no podemos servir a Dios y al dinero. ¿En qué campo me sitúo? ¿Cuál es mi relación con los bienes temporales? ¿Me siento libre o trato de servir a Dios y al dinero?

Como cristianos estamos llamados a ser creativos y audaces para poner en práctica el evangelio en todas las áreas y dimensiones de la vida.

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