/ martes 5 de enero de 2021

Es mejor ser feliz que querer tener siempre la razón

Hay características específicas que engrandecen nuestra personalidad como: sonreír, escuchar, agradecer, reconocer que, manifiestas en nuestra sociabilidad, aumentan nuestro atractivo. Vale la pena perseverar en lo que queremos, así como agradar a quienes pueden ayudarnos a lograr lo que requerimos. No olvidemos el poder de nuestras palabras, lo profundo de nuestra mirada y la fuerza de nuestro silencio. Y bendita prudencia que nos evita problemas sin caer en la indiferencia. Nuestras palabras siempre impactan para bien o para mal y, lo bueno, positivo o productivo siempre será bienvenido, aun si es una crítica.

Discutir siempre es una tontería, un desgaste de energía y más con quien no vale la pena. Claro que hay gente que goza, disfruta, le encanta discutir con o sin razón. Criticar sin aportar o sugerir es una actitud con buena dosis de amargura, agresividad o envidia. Una crítica constructiva incluye la firme convicción de ayudar o mejorar; cuidemos la prudencia en nuestras palabras reconociendo lo bien hecho y, el respeto a la dignidad de quien se equivocó. La recomendación es clara: no aceptemos críticas de quienes sólo pueden ver lo negativo y nunca lo positivo. Que el orgullo no se apodere de nosotros; es mejor ser feliz que querer tener siempre la razón.

Si hacemos mal nos juzgarán, si hacemos bien también. Si viste de un modo o de otro igualmente. Terrible desgaste querer agradar a todo mundo. Desde alguien que no estuvo de acuerdo con nosotros nos marcó negativamente. De ahí que nos adjudicamos la excesiva necesidad de aprobación en todo lo que hacemos o no hacemos. Enfrentarnos con nuestro pasado nos ayuda a entender nuestro presente. Cuidemos la línea de respeto y la libertad y seamos nosotros mismos. Imposible agradar a toda la gente.

Nuestra mejor carta de presentación es hablar bien de nosotros mismos, sin caer en la soberbia y sobre todo hablar bien de los demás sin caer en la adulación. Ello es siempre sinónimo de autoestima, adaptación y felicidad. Hablar mal de nosotros mismos demuestra poco amor propio; hablar bien de los demás siempre será aceptado y digno de confianza.

Tengamos mucho cuidado con los comentarios imprudentes dirigidos a quien o quienes no están, ya que siempre habrá gente comunicativa y con diversas intenciones que pueden agregar paja a nuestras palabras dañando nuestra reputación. Todos tenemos una intención; esa hace que alguien tergiverse un comentario que puede ir en nuestra contra. No creamos todo lo que nos dicen por más que nos lo juren; seamos prudentes y tratemos de asegurarnos de la realidad. La verdad y la armonía son fundamentales.

Nuestros actos son reflejo de nuestra conciencia. Y quien agrede inmerecidamente a otra persona demuestra su falta de madurez y, sus miserias generalmente lo acompañan como fruto de su dolor acumulado. Evitemos engancharnos con quienes demuestran su amargura con su agresión verbal. No aceptemos críticas de quienes sólo saben ver lo malo en los demás y nunca lo bueno. Es tanta su carga negativa y dolor que necesitan compartirlo.

Hay a quienes les place opinar, juzgar, censurar la vida de los demás. Actitud que puede considerarse como inmadurez o cuestión de ociosidad; les sobra tiempo para analizar o inventar hechos de la vida de los demás. Es imposible evitar la murmuración, rumores que dañan nuestra imagen. Aunque es parte de la vida nos guste o no. Aclarar constantemente la verdad desgasta; sólo si hay necesidad de hacerlo, de actuar con seguridad.

Hay características específicas que engrandecen nuestra personalidad como: sonreír, escuchar, agradecer, reconocer que, manifiestas en nuestra sociabilidad, aumentan nuestro atractivo. Vale la pena perseverar en lo que queremos, así como agradar a quienes pueden ayudarnos a lograr lo que requerimos. No olvidemos el poder de nuestras palabras, lo profundo de nuestra mirada y la fuerza de nuestro silencio. Y bendita prudencia que nos evita problemas sin caer en la indiferencia. Nuestras palabras siempre impactan para bien o para mal y, lo bueno, positivo o productivo siempre será bienvenido, aun si es una crítica.

Discutir siempre es una tontería, un desgaste de energía y más con quien no vale la pena. Claro que hay gente que goza, disfruta, le encanta discutir con o sin razón. Criticar sin aportar o sugerir es una actitud con buena dosis de amargura, agresividad o envidia. Una crítica constructiva incluye la firme convicción de ayudar o mejorar; cuidemos la prudencia en nuestras palabras reconociendo lo bien hecho y, el respeto a la dignidad de quien se equivocó. La recomendación es clara: no aceptemos críticas de quienes sólo pueden ver lo negativo y nunca lo positivo. Que el orgullo no se apodere de nosotros; es mejor ser feliz que querer tener siempre la razón.

Si hacemos mal nos juzgarán, si hacemos bien también. Si viste de un modo o de otro igualmente. Terrible desgaste querer agradar a todo mundo. Desde alguien que no estuvo de acuerdo con nosotros nos marcó negativamente. De ahí que nos adjudicamos la excesiva necesidad de aprobación en todo lo que hacemos o no hacemos. Enfrentarnos con nuestro pasado nos ayuda a entender nuestro presente. Cuidemos la línea de respeto y la libertad y seamos nosotros mismos. Imposible agradar a toda la gente.

Nuestra mejor carta de presentación es hablar bien de nosotros mismos, sin caer en la soberbia y sobre todo hablar bien de los demás sin caer en la adulación. Ello es siempre sinónimo de autoestima, adaptación y felicidad. Hablar mal de nosotros mismos demuestra poco amor propio; hablar bien de los demás siempre será aceptado y digno de confianza.

Tengamos mucho cuidado con los comentarios imprudentes dirigidos a quien o quienes no están, ya que siempre habrá gente comunicativa y con diversas intenciones que pueden agregar paja a nuestras palabras dañando nuestra reputación. Todos tenemos una intención; esa hace que alguien tergiverse un comentario que puede ir en nuestra contra. No creamos todo lo que nos dicen por más que nos lo juren; seamos prudentes y tratemos de asegurarnos de la realidad. La verdad y la armonía son fundamentales.

Nuestros actos son reflejo de nuestra conciencia. Y quien agrede inmerecidamente a otra persona demuestra su falta de madurez y, sus miserias generalmente lo acompañan como fruto de su dolor acumulado. Evitemos engancharnos con quienes demuestran su amargura con su agresión verbal. No aceptemos críticas de quienes sólo saben ver lo malo en los demás y nunca lo bueno. Es tanta su carga negativa y dolor que necesitan compartirlo.

Hay a quienes les place opinar, juzgar, censurar la vida de los demás. Actitud que puede considerarse como inmadurez o cuestión de ociosidad; les sobra tiempo para analizar o inventar hechos de la vida de los demás. Es imposible evitar la murmuración, rumores que dañan nuestra imagen. Aunque es parte de la vida nos guste o no. Aclarar constantemente la verdad desgasta; sólo si hay necesidad de hacerlo, de actuar con seguridad.