/ lunes 9 de noviembre de 2020

Es tiempo de que nos ayudemos unos a otros

Ante la situación inédita que estamos viviendo a raíz del Covid-19, pandemia que ha afectado al mundo entero, es necesario plantearse un escenario de cristiana solidaridad, que nos lleve a pensar en categorías diferentes a aquellas que han prevalecido hasta ahora.

Vivimos un tiempo de verdadera prueba. Es claro que nos enfrentamos a una de las más profundas crisis que haya sufrido la humanidad en muchos aspectos en los últimos siglos. Y es por esto por lo que debemos empeñarnos en recuperar lo que es esencial, especialmente tres elementos: La dignidad humana, el bien común y la solidaridad.

El papa Francisco, en muy frecuentes intervenciones, nos ha dejado claro que la pandemia deberá ser una oportunidad para un cambio de mentalidad y de paradigma, donde conceptos preconcebidos, en muchas ocasiones egoístas, queden atrás y se propugne por una manera de ser y de estar en el mundo, totalmente nuevas.

Es por ello por lo que es válido hacerse la siguiente pregunta: ¿Será pertinente que en América latina y en el mundo entero, se propugne por una economía solidaria, que sea más inclusiva, después de la pandemia? Bien sabemos, también, que en este escenario de pandémico hay una disyuntiva entre la salud y la economía, en el sentido de que es necesario cuidarse y resguardarse, y por ello la cuarentena; pero que también es oportuno que los medios de producción sigan funcionando, de tal manera que se puedan seguir produciendo y adquiriendo los bienes y servicios necesarios para la subsistencia, tales como la alimentación, la salud, la vivienda, etc.

Esta pandemia nos ha hecho ver nuestros egoísmos y también nuestras profundas limitaciones, lo mismo que lo endeble de los sistemas económicos, donde los beneficios no logran llegar a todos. Aquí bien vale la pena traer a colación las palabras del Señor al rico que pretendía construir aquellos grandes graneros para almacenar el abundante grano de la cosecha: ¡Necio! esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán? (Lc. 12, 20).

En esto se hace necesaria una reflexión sobre la importancia de impulsar una economía más solidaria, que permee en todas las capas de la sociedad y todos los pueblos, especialmente los más pobres, que en no pocas ocasiones quedan a merced de una economía capitalista y salvaje. Una economía solidaria, comenzando desde los cristianos, donde podamos entender el momento presente, como un momento de Dios, donde todos somos su familia, donde nos sintamos verdaderos hermanos que nos damos la mano unos a otros.

Solo contemplar la Trinidad de Dios, y nos daremos cuenta de la fuerza de la solidaridad en favor de la humanidad entera. Reconociendo que la mayoría asumimos la esperanza de un mundo mejor y más humano. Siempre con colaboración de un laicado fuertemente comprometido.

Retomemos las recomendaciones de Aparecida: La Iglesia Católica en América Latina y El Caribe, a pesar de las deficiencias y ambigüedades de algunos de sus miembros, ha dado testimonio de Cristo, anunciado su Evangelio y brindado su servicio de caridad particularmente a los más pobres, en el esfuerzo por promover su dignidad, y también en el empeño de promoción humana en los campos de la salud, economía solidaria, educación, trabajo, acceso a la tierra, cultura, vivienda y asistencia, entre otros. (DA 98).

Ante la situación inédita que estamos viviendo a raíz del Covid-19, pandemia que ha afectado al mundo entero, es necesario plantearse un escenario de cristiana solidaridad, que nos lleve a pensar en categorías diferentes a aquellas que han prevalecido hasta ahora.

Vivimos un tiempo de verdadera prueba. Es claro que nos enfrentamos a una de las más profundas crisis que haya sufrido la humanidad en muchos aspectos en los últimos siglos. Y es por esto por lo que debemos empeñarnos en recuperar lo que es esencial, especialmente tres elementos: La dignidad humana, el bien común y la solidaridad.

El papa Francisco, en muy frecuentes intervenciones, nos ha dejado claro que la pandemia deberá ser una oportunidad para un cambio de mentalidad y de paradigma, donde conceptos preconcebidos, en muchas ocasiones egoístas, queden atrás y se propugne por una manera de ser y de estar en el mundo, totalmente nuevas.

Es por ello por lo que es válido hacerse la siguiente pregunta: ¿Será pertinente que en América latina y en el mundo entero, se propugne por una economía solidaria, que sea más inclusiva, después de la pandemia? Bien sabemos, también, que en este escenario de pandémico hay una disyuntiva entre la salud y la economía, en el sentido de que es necesario cuidarse y resguardarse, y por ello la cuarentena; pero que también es oportuno que los medios de producción sigan funcionando, de tal manera que se puedan seguir produciendo y adquiriendo los bienes y servicios necesarios para la subsistencia, tales como la alimentación, la salud, la vivienda, etc.

Esta pandemia nos ha hecho ver nuestros egoísmos y también nuestras profundas limitaciones, lo mismo que lo endeble de los sistemas económicos, donde los beneficios no logran llegar a todos. Aquí bien vale la pena traer a colación las palabras del Señor al rico que pretendía construir aquellos grandes graneros para almacenar el abundante grano de la cosecha: ¡Necio! esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán? (Lc. 12, 20).

En esto se hace necesaria una reflexión sobre la importancia de impulsar una economía más solidaria, que permee en todas las capas de la sociedad y todos los pueblos, especialmente los más pobres, que en no pocas ocasiones quedan a merced de una economía capitalista y salvaje. Una economía solidaria, comenzando desde los cristianos, donde podamos entender el momento presente, como un momento de Dios, donde todos somos su familia, donde nos sintamos verdaderos hermanos que nos damos la mano unos a otros.

Solo contemplar la Trinidad de Dios, y nos daremos cuenta de la fuerza de la solidaridad en favor de la humanidad entera. Reconociendo que la mayoría asumimos la esperanza de un mundo mejor y más humano. Siempre con colaboración de un laicado fuertemente comprometido.

Retomemos las recomendaciones de Aparecida: La Iglesia Católica en América Latina y El Caribe, a pesar de las deficiencias y ambigüedades de algunos de sus miembros, ha dado testimonio de Cristo, anunciado su Evangelio y brindado su servicio de caridad particularmente a los más pobres, en el esfuerzo por promover su dignidad, y también en el empeño de promoción humana en los campos de la salud, economía solidaria, educación, trabajo, acceso a la tierra, cultura, vivienda y asistencia, entre otros. (DA 98).