/ jueves 21 de marzo de 2019

¡Este es mi gallo!

El alumno se dijo: “Soy buen gallo, voy de gallo”; y de gallo le llevó a su maestra, un gallo…

Sucedió lejos de aquí, en una tierra y escuela con nombre, Matamoros, Tamaulipas, primaria Virginia Abigail Garza López; donde la ley y el bullying nada valieron contra el cariño de un niño como dice el gran José Alfredo Jiménez en esa estrofa que adaptamos como símil a la bella historia que contaremos, que demuestra y representa la simbiosis empática maestra-alumno.

No todo es rebeldía, pervive el candor, la ternura, la humildad, el buen corazón de quien se desprende de lo suyo que para él vale mucho, pero vale mucho más la gratitud.

Se aproximaba el cumpleaños de la joven y guapa profesora Esthefany Guadalupe Gutiérrez Hernández del plantel educativo referido. Como es común los infantes estilan llevar un presente al mentor desde la obligada manzana hasta parte del refrigerio, algún pudiente una cadenita, otro un perfume, la pluma, una lapicera; en fin, el jovencito de quien por ahora no conocemos el nombre por eso de las leyes que los protegen, pero sí su contagiante y garbosa sonrisa.

En vísperas del esperado evento, se sinceró con ella y le confió su pasajera bancarrota y falta de circulante en sus bolsas, pero tenía el no negociable e insustituible deseo de hacerle un regalo. “Yo sonreí -narra la educadora-, y con un sentimiento que involucraba alegría y tristeza al mismo tiempo, respondí que no era necesario el obsequio, con su intención era más que suficiente”.

Nuestro innominado y ahora pequeño gran amigo, no se amilanó y volvió a la carga. Otro día llegó de nuevo hasta ella y del dicho pasó a los hechos, notificándole que le iba hacer entrega de su presente, pero que lo tenía escondido. Le agradeció el gesto y le reiteró que no era necesario. Por toda respuesta el menor comedidamente solicitó permiso de salir a la entrada de la institución donde a buen recaudo y en una caja de cartón perforada de un costado, envuelta con un hilo, en prevención de una posible fuga, le entregó el cantador regalo.

El osado pequeñuelo a diario se traslada en bicicleta de su domicilio al centro de estudios, pero el día elegido recurrió al “aventón” para poder trasladar su preciado cargamento que en la mano junto con su admiración entregó. La conmovida profesora con sobrecogedoras palabras expresó que el detalle le sirvió para amar más su profesión. En las redes comparte sus sentimientos y omite el nombre del muchachito, mas no su carismático rostro que le augura la grandeza de un futuro hombre, movido más por sus afectos, que el temor a la potencial burla de sus compañeros. Estos actos aunque parezcan minucias, engrandecen a los mexicanos, hablan de su nobleza, de su justeza, de lo cabal y abnegado que se es y se quiere corresponder con algo lo que mucho recibe, casi siempre a cambio de nada.

Tal vez esta feliz noticia pase desapercibida para los demás. Muchos la consideraran una ocurrencia, una simpleza de las que suceden cada día. No obstante, vistas bien las cosas contrasta muchísimo con otros hechos que sí son magnificados como peleas escolares, bullas, memes, en el mejor de los casos; ya que hay otros como el video de una riña hace días en otra escuela, donde un iracundo muchacho blande descomunal cuchillo que llevaba, según lo manifestó, con toda la intención de hundirlo en las carnes de su contrincante, cosa que hubiera logrado de no ser porque providencialmente otros compañeros lo desarmaron.

Enaltece, por tanto la narración del desconocido autor, pero ojalá acontecimientos como estos se hagan extensivos a los condiscípulos, al maestro, al ceñudo prefecto que con ademanes conmina al orden y disciplina. Hace falta que retumbe más la algarabía del “buenos días” a la llegada y los cantarines gritos de “hasta mañana” al término de cada jornada.

Debe renacer el compromiso de los padres de familia para hacer suyos instintos infantiles -como el aquí platicado-, de los menores que con marcado desinterés, correspondencia, agradecimiento hacen ver que el amor, pero también las reglas de convivencia son las mismas para el hogar que para la escuela, que inclusive llegan a fusionarse; se hacen una, una es la otra; la escuela es la casa.

Por lo pronto y como feliz corolario, la maestra se olvidará en lo sucesivo de relojes y despertadores. En adelante tendrá uno infalible y ecológico, puesto que no gastará luz, no producirá calor que sólo contamina el ambiente. Tendrá un alegre amigo que encrespado, en llegando las seis de la mañana, le dirá que inicia un día más de labores.

El alumno se dijo: “Soy buen gallo, voy de gallo”; y de gallo le llevó a su maestra, un gallo…

Sucedió lejos de aquí, en una tierra y escuela con nombre, Matamoros, Tamaulipas, primaria Virginia Abigail Garza López; donde la ley y el bullying nada valieron contra el cariño de un niño como dice el gran José Alfredo Jiménez en esa estrofa que adaptamos como símil a la bella historia que contaremos, que demuestra y representa la simbiosis empática maestra-alumno.

No todo es rebeldía, pervive el candor, la ternura, la humildad, el buen corazón de quien se desprende de lo suyo que para él vale mucho, pero vale mucho más la gratitud.

Se aproximaba el cumpleaños de la joven y guapa profesora Esthefany Guadalupe Gutiérrez Hernández del plantel educativo referido. Como es común los infantes estilan llevar un presente al mentor desde la obligada manzana hasta parte del refrigerio, algún pudiente una cadenita, otro un perfume, la pluma, una lapicera; en fin, el jovencito de quien por ahora no conocemos el nombre por eso de las leyes que los protegen, pero sí su contagiante y garbosa sonrisa.

En vísperas del esperado evento, se sinceró con ella y le confió su pasajera bancarrota y falta de circulante en sus bolsas, pero tenía el no negociable e insustituible deseo de hacerle un regalo. “Yo sonreí -narra la educadora-, y con un sentimiento que involucraba alegría y tristeza al mismo tiempo, respondí que no era necesario el obsequio, con su intención era más que suficiente”.

Nuestro innominado y ahora pequeño gran amigo, no se amilanó y volvió a la carga. Otro día llegó de nuevo hasta ella y del dicho pasó a los hechos, notificándole que le iba hacer entrega de su presente, pero que lo tenía escondido. Le agradeció el gesto y le reiteró que no era necesario. Por toda respuesta el menor comedidamente solicitó permiso de salir a la entrada de la institución donde a buen recaudo y en una caja de cartón perforada de un costado, envuelta con un hilo, en prevención de una posible fuga, le entregó el cantador regalo.

El osado pequeñuelo a diario se traslada en bicicleta de su domicilio al centro de estudios, pero el día elegido recurrió al “aventón” para poder trasladar su preciado cargamento que en la mano junto con su admiración entregó. La conmovida profesora con sobrecogedoras palabras expresó que el detalle le sirvió para amar más su profesión. En las redes comparte sus sentimientos y omite el nombre del muchachito, mas no su carismático rostro que le augura la grandeza de un futuro hombre, movido más por sus afectos, que el temor a la potencial burla de sus compañeros. Estos actos aunque parezcan minucias, engrandecen a los mexicanos, hablan de su nobleza, de su justeza, de lo cabal y abnegado que se es y se quiere corresponder con algo lo que mucho recibe, casi siempre a cambio de nada.

Tal vez esta feliz noticia pase desapercibida para los demás. Muchos la consideraran una ocurrencia, una simpleza de las que suceden cada día. No obstante, vistas bien las cosas contrasta muchísimo con otros hechos que sí son magnificados como peleas escolares, bullas, memes, en el mejor de los casos; ya que hay otros como el video de una riña hace días en otra escuela, donde un iracundo muchacho blande descomunal cuchillo que llevaba, según lo manifestó, con toda la intención de hundirlo en las carnes de su contrincante, cosa que hubiera logrado de no ser porque providencialmente otros compañeros lo desarmaron.

Enaltece, por tanto la narración del desconocido autor, pero ojalá acontecimientos como estos se hagan extensivos a los condiscípulos, al maestro, al ceñudo prefecto que con ademanes conmina al orden y disciplina. Hace falta que retumbe más la algarabía del “buenos días” a la llegada y los cantarines gritos de “hasta mañana” al término de cada jornada.

Debe renacer el compromiso de los padres de familia para hacer suyos instintos infantiles -como el aquí platicado-, de los menores que con marcado desinterés, correspondencia, agradecimiento hacen ver que el amor, pero también las reglas de convivencia son las mismas para el hogar que para la escuela, que inclusive llegan a fusionarse; se hacen una, una es la otra; la escuela es la casa.

Por lo pronto y como feliz corolario, la maestra se olvidará en lo sucesivo de relojes y despertadores. En adelante tendrá uno infalible y ecológico, puesto que no gastará luz, no producirá calor que sólo contamina el ambiente. Tendrá un alegre amigo que encrespado, en llegando las seis de la mañana, le dirá que inicia un día más de labores.