/ jueves 31 de enero de 2019

Evaluar el aprendizaje, tarea siempre pendiente

Habida cuenta es que en las distintas instituciones educativas, públicas y privadas, el proceso de enseñanza aprendizaje está permeado por una serie de factores que facilitan o bien dificultan el logro de los aprendizajes esperados en las planeaciones que hacen día a día los profesores, aspecto que se identifica a partir de los procesos y actividades de evaluación que ellos mismos llevan a cabo con sus estudiantes.

La tarea educativa es una tarea principalmente de dos actores: el maestro y el alumno, ambos comparten un espacio, se relacionan mutuamente y realizan actividades conjuntas; el primero tiene como tareas principales planear, enseñar y evaluar; mientras que el segundo, sus tareas son especialmente estudiar, aprender y aplicar o transferir lo aprendido a su vida cotidiana.

En el caso de la evaluación, como proceso compartido por maestros y alumnos, la mayoría de los teóricos coinciden en que la evaluación es un proceso que se caracteriza por tres fases o etapas perfectamente delimitadas, a saber: primera, una actividad sistemática y rigurosa de obtención de datos; segunda, formar juicios de valor con respecto a la información continua y significativa obtenida de la situación a evaluar; y tercera, tomar las decisiones adecuadas para mejorar la actividad docente de manera progresiva.

Obtener información, hacer juicios de valor y tomar decisiones acerca de lo que los estudiantes aprenden en clase parecen actividades simples; sin embargo, en el contexto actual de la educación basada en competencias o en aprendizajes clave, la cosa no es tan sencilla pues implica una serie de situaciones bien conocidas, que suponen con base en evidencias, que el profesorado no sabe trabajar metodológicamente el aprendizaje por competencias y no sabe evaluarlas, lo que sugiere un problema metodológico.

Además, las competencias no son observables en sí mismas, sino que se concretan en un saber hacer en una situación y contexto determinados, lo que tiene una consecuencia evaluativa que no se ha solucionado aún, lo que conlleva un problema epistemológico; y por tanto, se necesita una formación urgente en habilidades de evaluación por parte de los docentes, que considere diversos tipos, métodos, procedimientos, técnicas, estrategias e instrumentos de evaluación, que vayan en coherencia con las estrategias y actividades de enseñanza-aprendizaje aplicadas en clase, lo que plantea un problema instrumental.

La reflexión anterior, de enfrentar la competencia docente a tres problemas fundamentales del proceso evaluativo requiere de una atención especial por parte de los formadores y actualizadores de docentes, pues además de prepararlos en cursos, talleres o posgrados, es necesario acompañar a los maestros en las aulas, para que en su práctica educativa cotidiana puedan resolver esos problemas metodológicos, epistemológicos e instrumentales que les aquejan, para que las acciones de evaluación sean efectivas y se evite la simulación de procesos y por ende, la invención de calificaciones con base en el sentido común.

En la idea anterior, es importante plantear que se requiere evaluar procesos y no solamente resultados o conocimientos; también, se debe evaluar tanto lo que el alumno sabe como lo que no sabe, por lo que se deben incluir en la evaluación tanto los resultados previstos como los no previstos. Es necesario por tanto, evaluar los efectos observables como los no observables o implícitos en una situación didáctica contextuada, desde una perspectiva cuantitativa y cualitativa, que sea compatible con el proceso de enseñanza y de aprendizaje y que tenga una dimensión ética, que esté al servicio de los procesos de cambio educativo.

Al respecto, los educadores debemos tener conciencia de que en materia de evaluación, no se pueden evaluar realidades que nos son totalmente desconocidas; no se pueden evaluar, tampoco, realidades que nos son indiferentes; la evaluación necesita medios y evidencias para discernir los diferentes aspectos de la realidad educativa; los criterios de evaluación siempre proponen expectativas, positivas o negativas, acerca de los resultados esperados en las producciones de los alumnos, además de que deben ser comunes al evaluador y al evaluado; y finalmente, todo evaluador es portador de un modelo de evaluación, ya sea explícito o implícito.

La idea que se sugiere es que el maestro como evaluador tome conciencia de su propio modelo de evaluación, que le sirva para tomar decisiones que mejoren y aumenten el grado de idoneidad de los aprendizajes de sus estudiantes; que tome en cuenta el contexto profesional, disciplinar, social e investigativo que caracteriza todo proceso valorativo; que se base esencialmente en el desempeño de los estudiantes; que integre lo cualitativo y lo cuantitativo; que incluya la participación de los estudiantes en el establecimiento de las estrategias de valoración; y especialmente que le permita su propia evaluación como docente para efectos de retroalimentación y mejora de la propia competencia evaluadora.

En este enfoque integrador de la evaluación de competencias o de aprendizajes clave se requiere de la puesta en juego de conocimientos, habilidades, actitudes y valores para el logro de propósitos educativos en contextos y situaciones diversas, en el entendido de que la evaluación es un proceso de obtención de información y de su uso para formular juicios que, a su vez, se utilizarán para tomar decisiones.

Es decir, el proceso de evaluación sistemáticamente organizado, presenta como características específicas un proceso de obtención de información, de emisión de juicios valorativos y de toma decisiones para la mejora educativa.

Queda pues la gran tarea de estudiar y mejorar los procesos evaluativos, para efectivamente asegurar la calidad de la educación que tanto se requiere para garantizar un cambio en la sociedad y una transformación en la forma y niveles de vida de las personas. La educación es la respuesta y la evaluación una herramienta fundamental para garantizar su impacto positivo.

Habida cuenta es que en las distintas instituciones educativas, públicas y privadas, el proceso de enseñanza aprendizaje está permeado por una serie de factores que facilitan o bien dificultan el logro de los aprendizajes esperados en las planeaciones que hacen día a día los profesores, aspecto que se identifica a partir de los procesos y actividades de evaluación que ellos mismos llevan a cabo con sus estudiantes.

La tarea educativa es una tarea principalmente de dos actores: el maestro y el alumno, ambos comparten un espacio, se relacionan mutuamente y realizan actividades conjuntas; el primero tiene como tareas principales planear, enseñar y evaluar; mientras que el segundo, sus tareas son especialmente estudiar, aprender y aplicar o transferir lo aprendido a su vida cotidiana.

En el caso de la evaluación, como proceso compartido por maestros y alumnos, la mayoría de los teóricos coinciden en que la evaluación es un proceso que se caracteriza por tres fases o etapas perfectamente delimitadas, a saber: primera, una actividad sistemática y rigurosa de obtención de datos; segunda, formar juicios de valor con respecto a la información continua y significativa obtenida de la situación a evaluar; y tercera, tomar las decisiones adecuadas para mejorar la actividad docente de manera progresiva.

Obtener información, hacer juicios de valor y tomar decisiones acerca de lo que los estudiantes aprenden en clase parecen actividades simples; sin embargo, en el contexto actual de la educación basada en competencias o en aprendizajes clave, la cosa no es tan sencilla pues implica una serie de situaciones bien conocidas, que suponen con base en evidencias, que el profesorado no sabe trabajar metodológicamente el aprendizaje por competencias y no sabe evaluarlas, lo que sugiere un problema metodológico.

Además, las competencias no son observables en sí mismas, sino que se concretan en un saber hacer en una situación y contexto determinados, lo que tiene una consecuencia evaluativa que no se ha solucionado aún, lo que conlleva un problema epistemológico; y por tanto, se necesita una formación urgente en habilidades de evaluación por parte de los docentes, que considere diversos tipos, métodos, procedimientos, técnicas, estrategias e instrumentos de evaluación, que vayan en coherencia con las estrategias y actividades de enseñanza-aprendizaje aplicadas en clase, lo que plantea un problema instrumental.

La reflexión anterior, de enfrentar la competencia docente a tres problemas fundamentales del proceso evaluativo requiere de una atención especial por parte de los formadores y actualizadores de docentes, pues además de prepararlos en cursos, talleres o posgrados, es necesario acompañar a los maestros en las aulas, para que en su práctica educativa cotidiana puedan resolver esos problemas metodológicos, epistemológicos e instrumentales que les aquejan, para que las acciones de evaluación sean efectivas y se evite la simulación de procesos y por ende, la invención de calificaciones con base en el sentido común.

En la idea anterior, es importante plantear que se requiere evaluar procesos y no solamente resultados o conocimientos; también, se debe evaluar tanto lo que el alumno sabe como lo que no sabe, por lo que se deben incluir en la evaluación tanto los resultados previstos como los no previstos. Es necesario por tanto, evaluar los efectos observables como los no observables o implícitos en una situación didáctica contextuada, desde una perspectiva cuantitativa y cualitativa, que sea compatible con el proceso de enseñanza y de aprendizaje y que tenga una dimensión ética, que esté al servicio de los procesos de cambio educativo.

Al respecto, los educadores debemos tener conciencia de que en materia de evaluación, no se pueden evaluar realidades que nos son totalmente desconocidas; no se pueden evaluar, tampoco, realidades que nos son indiferentes; la evaluación necesita medios y evidencias para discernir los diferentes aspectos de la realidad educativa; los criterios de evaluación siempre proponen expectativas, positivas o negativas, acerca de los resultados esperados en las producciones de los alumnos, además de que deben ser comunes al evaluador y al evaluado; y finalmente, todo evaluador es portador de un modelo de evaluación, ya sea explícito o implícito.

La idea que se sugiere es que el maestro como evaluador tome conciencia de su propio modelo de evaluación, que le sirva para tomar decisiones que mejoren y aumenten el grado de idoneidad de los aprendizajes de sus estudiantes; que tome en cuenta el contexto profesional, disciplinar, social e investigativo que caracteriza todo proceso valorativo; que se base esencialmente en el desempeño de los estudiantes; que integre lo cualitativo y lo cuantitativo; que incluya la participación de los estudiantes en el establecimiento de las estrategias de valoración; y especialmente que le permita su propia evaluación como docente para efectos de retroalimentación y mejora de la propia competencia evaluadora.

En este enfoque integrador de la evaluación de competencias o de aprendizajes clave se requiere de la puesta en juego de conocimientos, habilidades, actitudes y valores para el logro de propósitos educativos en contextos y situaciones diversas, en el entendido de que la evaluación es un proceso de obtención de información y de su uso para formular juicios que, a su vez, se utilizarán para tomar decisiones.

Es decir, el proceso de evaluación sistemáticamente organizado, presenta como características específicas un proceso de obtención de información, de emisión de juicios valorativos y de toma decisiones para la mejora educativa.

Queda pues la gran tarea de estudiar y mejorar los procesos evaluativos, para efectivamente asegurar la calidad de la educación que tanto se requiere para garantizar un cambio en la sociedad y una transformación en la forma y niveles de vida de las personas. La educación es la respuesta y la evaluación una herramienta fundamental para garantizar su impacto positivo.