/ domingo 10 de febrero de 2019

Hay diversas inteligencias en un ser humano

La mejor herencia que se puede dejar a los hijos, no es el reparto de grandes fortunas que se pueden disipar en un momento dado, sino el ejemplo de una vida centrada en el dominio personal, que controla de forma disciplinada los ámbitos de la necesidad, que distingue la frontera entre lo necesario y lo superfluo, lo indispensable y lo excesivo.

Hay fundamentos que nos justifican para establecer este límite, como la sobriedad o moderación, que nos enseña a vivir de acuerdo a la concepción humana de la vida y, siempre está vigente. Otros surgen de la propia dinámica de la vida tanto familiar como social, señalando prioridades según la marcha establecida. El mundo de hoy nos exige ser en verdad sensibles a la penuria de los demás, sirviendo y ayudando en lo posible a quienes más lo requieren.

La escasez de bienes y la solidaridad humana a conciencia son, en la actualidad, dos argumentos de peso para activar el valor de la austeridad, cuya semilla prende en los primeros años de vida dentro de cada familia; aquí la medida del consumo no es ya lo poco o mucho que necesitemos, sino la fraternidad sincera que construyamos con los demás. El respeto, la dignidad y el amor nos hace ser dignos humanos.

Podemos decir que la trascendencia como proyección, dibuja la realidad y el quehacer del ser humano, viendo las cosas de una manera distinta en el terreno de los valores; es una consecuencia que se produce por los caminos más cercanos al corazón que a los de la mente, más cerca de la vida que de las palabras, más cerca del testimonio que del argumento racional. La trascendencia es precisamente el gran indicador de la educación, que sólo la aprenderán las nuevas generaciones si cuentan en su casa con buenos intérpretes que les den los preferibles ejemplos ayudándolos a desarrollarla.

Podemos así mismo hacer muchas cosas por nuestros hijos y por los alumnos, a fin de que cada día sean mejores y mayormente inteligentes. Lo único que no podemos hacer es sustituirlos, es decir, no se debe hacer por ellos lo que deben cumplir por sí mismos. El entrenador no puede jugar por los jugadores; lo que sí debe hacer es lograr que den de sí todo lo que sea posible de acuerdo a su condición física y talento.

Hay un hecho incuestionable y es que hay muchas maneras de ser inteligente; incluso diferentes formas de ser en cada inteligencia. No hay ningún conjunto de condiciones que una persona debe reunir para ser considerada inteligente en un área determinada. Por ejemplo: una persona puede no ser capaz de leer y, sin embargo, posee una gran inteligencia lingüística porque puede contar muy bien una historia o tener un amplio vocabulario oral.

La inteligencia se puede cambiar, modificar y mejorar mediante programas y técnicas adecuadas; no es propiamente heredada e inmutable como se creía anteriormente. Esta visión optimista amplía el horizonte de las posibilidades educativas. Tampoco es igual a cantidad de conocimientos como se pensaba, de que el niño más inteligente era el que más sabía. Por eso se dedicaban todos los esfuerzos para llenar de conocimientos su cabeza, dando por realidad altos y preocupantes porcentajes de fracaso escolar.

Otra creencia que dominó el escenario psicológico, pedagógico y social, es la de considerar que inteligencia era igual a rapidez o velocidad del procesamiento. Se pensaba que los que contestaban más aprisa eran los más inteligentes. De ahí que la mayor parte de los tests eran de contestar una serie de preguntas dentro de un marco mínimo de tiempo. Por tanto, la inteligencia no se define por la capacidad de procesar la información a mayor prontitud, sino por la aptitud de controlar el tiempo que convenga imprimir.

Por tan elocuentes razones podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que la inteligencia no es una cosa sino muchas; no es algo fijo y heredado sino modificable; no es igual a conocimientos sino a estrategias y habilidades para adquirir y generar sabiduría; no es el primer impulso que se produce ante cualquier situación, sino un sistema de autogobierno que nos dice lo que debemos de hacer y el ritmo al que lo podemos lograr con las máximas posibilidades de éxito.

La mejor manera de diagnosticar las inteligencias de los hijos y de los alumnos es a través de la observación. Observar las conductas más frecuentes que realizan casi mecánicamente. Por señalar ejemplos de algunos casos: el niño lingüístico habla y escribe habitualmente mejor que el promedio de edad; el alumno con inteligencia lógico-matemática hace muchas preguntas sobre cómo funcionan las cosas; el de inteligencia espacial estará imaginando y soñando despierto disfrutando de las actividades artísticas; el de inteligencia corporal sobresale en deportes; el de inteligencia musical recuerda y gusta de melodías y canciones; el de inteligencia interpersonal se complace al convivir con sus iguales; el de inteligencia intrapersonal despliega el sentido de la independencia y de una fuerte voluntad.

Estos niños están diciendo metafóricamente a sus padres y maestros cual es su manera de aprender a través de sus comportamientos habituales y pidiendo que se utilicen dichos canales si quieren que su aprovechamiento sea el necesario. Es importante observar sus inclinaciones en sus tiempos libres con sus familias o en clases, Es decir, qué hacen cuando nadie les dice lo que tienen que hacer; conocer qué eligen cuando se les presenta la ocasión de escoger entre determinadas actividades.

La mejor herencia que se puede dejar a los hijos, no es el reparto de grandes fortunas que se pueden disipar en un momento dado, sino el ejemplo de una vida centrada en el dominio personal, que controla de forma disciplinada los ámbitos de la necesidad, que distingue la frontera entre lo necesario y lo superfluo, lo indispensable y lo excesivo.

Hay fundamentos que nos justifican para establecer este límite, como la sobriedad o moderación, que nos enseña a vivir de acuerdo a la concepción humana de la vida y, siempre está vigente. Otros surgen de la propia dinámica de la vida tanto familiar como social, señalando prioridades según la marcha establecida. El mundo de hoy nos exige ser en verdad sensibles a la penuria de los demás, sirviendo y ayudando en lo posible a quienes más lo requieren.

La escasez de bienes y la solidaridad humana a conciencia son, en la actualidad, dos argumentos de peso para activar el valor de la austeridad, cuya semilla prende en los primeros años de vida dentro de cada familia; aquí la medida del consumo no es ya lo poco o mucho que necesitemos, sino la fraternidad sincera que construyamos con los demás. El respeto, la dignidad y el amor nos hace ser dignos humanos.

Podemos decir que la trascendencia como proyección, dibuja la realidad y el quehacer del ser humano, viendo las cosas de una manera distinta en el terreno de los valores; es una consecuencia que se produce por los caminos más cercanos al corazón que a los de la mente, más cerca de la vida que de las palabras, más cerca del testimonio que del argumento racional. La trascendencia es precisamente el gran indicador de la educación, que sólo la aprenderán las nuevas generaciones si cuentan en su casa con buenos intérpretes que les den los preferibles ejemplos ayudándolos a desarrollarla.

Podemos así mismo hacer muchas cosas por nuestros hijos y por los alumnos, a fin de que cada día sean mejores y mayormente inteligentes. Lo único que no podemos hacer es sustituirlos, es decir, no se debe hacer por ellos lo que deben cumplir por sí mismos. El entrenador no puede jugar por los jugadores; lo que sí debe hacer es lograr que den de sí todo lo que sea posible de acuerdo a su condición física y talento.

Hay un hecho incuestionable y es que hay muchas maneras de ser inteligente; incluso diferentes formas de ser en cada inteligencia. No hay ningún conjunto de condiciones que una persona debe reunir para ser considerada inteligente en un área determinada. Por ejemplo: una persona puede no ser capaz de leer y, sin embargo, posee una gran inteligencia lingüística porque puede contar muy bien una historia o tener un amplio vocabulario oral.

La inteligencia se puede cambiar, modificar y mejorar mediante programas y técnicas adecuadas; no es propiamente heredada e inmutable como se creía anteriormente. Esta visión optimista amplía el horizonte de las posibilidades educativas. Tampoco es igual a cantidad de conocimientos como se pensaba, de que el niño más inteligente era el que más sabía. Por eso se dedicaban todos los esfuerzos para llenar de conocimientos su cabeza, dando por realidad altos y preocupantes porcentajes de fracaso escolar.

Otra creencia que dominó el escenario psicológico, pedagógico y social, es la de considerar que inteligencia era igual a rapidez o velocidad del procesamiento. Se pensaba que los que contestaban más aprisa eran los más inteligentes. De ahí que la mayor parte de los tests eran de contestar una serie de preguntas dentro de un marco mínimo de tiempo. Por tanto, la inteligencia no se define por la capacidad de procesar la información a mayor prontitud, sino por la aptitud de controlar el tiempo que convenga imprimir.

Por tan elocuentes razones podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que la inteligencia no es una cosa sino muchas; no es algo fijo y heredado sino modificable; no es igual a conocimientos sino a estrategias y habilidades para adquirir y generar sabiduría; no es el primer impulso que se produce ante cualquier situación, sino un sistema de autogobierno que nos dice lo que debemos de hacer y el ritmo al que lo podemos lograr con las máximas posibilidades de éxito.

La mejor manera de diagnosticar las inteligencias de los hijos y de los alumnos es a través de la observación. Observar las conductas más frecuentes que realizan casi mecánicamente. Por señalar ejemplos de algunos casos: el niño lingüístico habla y escribe habitualmente mejor que el promedio de edad; el alumno con inteligencia lógico-matemática hace muchas preguntas sobre cómo funcionan las cosas; el de inteligencia espacial estará imaginando y soñando despierto disfrutando de las actividades artísticas; el de inteligencia corporal sobresale en deportes; el de inteligencia musical recuerda y gusta de melodías y canciones; el de inteligencia interpersonal se complace al convivir con sus iguales; el de inteligencia intrapersonal despliega el sentido de la independencia y de una fuerte voluntad.

Estos niños están diciendo metafóricamente a sus padres y maestros cual es su manera de aprender a través de sus comportamientos habituales y pidiendo que se utilicen dichos canales si quieren que su aprovechamiento sea el necesario. Es importante observar sus inclinaciones en sus tiempos libres con sus familias o en clases, Es decir, qué hacen cuando nadie les dice lo que tienen que hacer; conocer qué eligen cuando se les presenta la ocasión de escoger entre determinadas actividades.