/ domingo 17 de abril de 2022

Humanidad, encrucijadas y Constitución

Acaba de salir a la luz un nuevo libro del extraordinario filósofo, intelectual y jurista italiano Luigi Ferrajoli, titulado “Por una Constitución de la Tierra. La humanidad en la encrucijada” (traducción de Perfecto Andrés Ibáñez, Madrid, Trotta, 2022).

Acontecimiento que en sí mismo es toda una celebración, pues cada aporte y cada renglón nuevo que escriba el pionero del constitucionalismo garantista es algo que hay que festejar con todas sus letras. La obra se estructura en tres grandes partes:

a) catástrofes globales -en donde aborda aspectos como la pandemia del Covid-19 y sus enseñanzas, así como las emergencias y catástrofes globales y los crímenes de sistema-; b) los límites del constitucionalismo actual -tocando puntos como el constitucionalismo global en tanto actuación de la universalidad de los derechos, la impotencia de los constitucionalismos nacionales, el fracaso y la grandeza de la Organización de las Naciones Unidas, incluyendo la idea de una Federación de la Tierra, así como las instituciones y funciones globales de garantía, tanto primaria como secundaria-; y c) por un constitucionalismo más allá del Estado -refiriéndose a las expansiones del paradigma constitucional: El constitucionalismo supraestatal, el constitucionalismo de los mercados y el constitucionalismo de los bienes (en garantía de los bienes vitales y para la protección frente a los bienes mortíferos), así como la posibilidad, la necesidad y la urgencia de una Constitución de la Tierra, plasmando incluso un proyecto para ser discutido, analizado y deliberado abiertamente-.

Se trata de un conjunto de propuestas igual de luminosas que la generalidad de la obra ferrajoliana, en donde encontramos todo un abanico cognoscitivo, argumentativo y crítico sobre algunas de las problemáticas más apremiantes para la sociedad global hoy en día, bajo el prisma de la Constitución y los derechos fundamentales como ejes articuladores de lo mucho que hay que hacer en la era postpandémica. Desde el calentamiento global y las amenazas a la paz mundial, pasando por el crecimiento de la desigualdad, la falta de agua potable, alimentos y fármacos y los millones de muertes que trae consigo, hasta la migración y la miseria, todos son tópicos que integran la agenda planetaria en clave contemporánea.

Ferrajoli recorre todo este itinerario partiendo de la premisa de que los gobiernos nacionales no siempre los toman en cuenta en sus respectivos planes, ejes y programas de acción. La indolencia que se presenta en este sentido debe ser un exhorto para que los derechos fundamentales dejen de ser violentados sistemáticamente y colocarse en el terreno de la praxis.

En efecto, la crisis ecológica, los conflictos bélicos y la falta de satisfacción de numerosos derechos sociales a lo largo y ancho del orbe no dejan de patentizarse. Si la contingencia sanitaria debió habernos enseñado que la solidaridad no es opción sino obligación, parece que una buena cantidad de “líderes” no se lo han tomado demasiado en serio.

Por eso que la idea de una Constitución de la Tierra como posible solución para la encrucijada, la barbarie y la hecatombe es absolutamente sugerente y es algo que debemos debatir de manera obligada en el futuro cercano. Sólo actores públicos con liderazgo de cepa sabrán estar a la altura de las circunstancias, en el entendido de que no son sólo los sistemas jurídicos y políticos los que se encuentran en riesgo sino la humanidad tal y como la conocemos.

Acaba de salir a la luz un nuevo libro del extraordinario filósofo, intelectual y jurista italiano Luigi Ferrajoli, titulado “Por una Constitución de la Tierra. La humanidad en la encrucijada” (traducción de Perfecto Andrés Ibáñez, Madrid, Trotta, 2022).

Acontecimiento que en sí mismo es toda una celebración, pues cada aporte y cada renglón nuevo que escriba el pionero del constitucionalismo garantista es algo que hay que festejar con todas sus letras. La obra se estructura en tres grandes partes:

a) catástrofes globales -en donde aborda aspectos como la pandemia del Covid-19 y sus enseñanzas, así como las emergencias y catástrofes globales y los crímenes de sistema-; b) los límites del constitucionalismo actual -tocando puntos como el constitucionalismo global en tanto actuación de la universalidad de los derechos, la impotencia de los constitucionalismos nacionales, el fracaso y la grandeza de la Organización de las Naciones Unidas, incluyendo la idea de una Federación de la Tierra, así como las instituciones y funciones globales de garantía, tanto primaria como secundaria-; y c) por un constitucionalismo más allá del Estado -refiriéndose a las expansiones del paradigma constitucional: El constitucionalismo supraestatal, el constitucionalismo de los mercados y el constitucionalismo de los bienes (en garantía de los bienes vitales y para la protección frente a los bienes mortíferos), así como la posibilidad, la necesidad y la urgencia de una Constitución de la Tierra, plasmando incluso un proyecto para ser discutido, analizado y deliberado abiertamente-.

Se trata de un conjunto de propuestas igual de luminosas que la generalidad de la obra ferrajoliana, en donde encontramos todo un abanico cognoscitivo, argumentativo y crítico sobre algunas de las problemáticas más apremiantes para la sociedad global hoy en día, bajo el prisma de la Constitución y los derechos fundamentales como ejes articuladores de lo mucho que hay que hacer en la era postpandémica. Desde el calentamiento global y las amenazas a la paz mundial, pasando por el crecimiento de la desigualdad, la falta de agua potable, alimentos y fármacos y los millones de muertes que trae consigo, hasta la migración y la miseria, todos son tópicos que integran la agenda planetaria en clave contemporánea.

Ferrajoli recorre todo este itinerario partiendo de la premisa de que los gobiernos nacionales no siempre los toman en cuenta en sus respectivos planes, ejes y programas de acción. La indolencia que se presenta en este sentido debe ser un exhorto para que los derechos fundamentales dejen de ser violentados sistemáticamente y colocarse en el terreno de la praxis.

En efecto, la crisis ecológica, los conflictos bélicos y la falta de satisfacción de numerosos derechos sociales a lo largo y ancho del orbe no dejan de patentizarse. Si la contingencia sanitaria debió habernos enseñado que la solidaridad no es opción sino obligación, parece que una buena cantidad de “líderes” no se lo han tomado demasiado en serio.

Por eso que la idea de una Constitución de la Tierra como posible solución para la encrucijada, la barbarie y la hecatombe es absolutamente sugerente y es algo que debemos debatir de manera obligada en el futuro cercano. Sólo actores públicos con liderazgo de cepa sabrán estar a la altura de las circunstancias, en el entendido de que no son sólo los sistemas jurídicos y políticos los que se encuentran en riesgo sino la humanidad tal y como la conocemos.