/ viernes 31 de enero de 2020

Intelectuales

Seguramente están sorprendidos. Mezclan su estupor ante una realidad que no cambia ni aunque un santo nos gobierne, con algo de ingenua esperanza en el futuro. Algunos, los más cínicos, justifican la mediocridad que ya es la regla con alguna conspiración que no por ridícula dejan de darle gravedad a la argucia: son las fuerzas de la reacción las que no permiten que México cambie.

Otros, los más listillos, se sacan de la manga una lección de dimensiones históricas como para dar a entender hacia dónde vamos. Así, debemos ser pacientes porque ninguna gran transformación se hizo de la noche a la mañana. Habría que preguntarles a los señores doctos si es ley que en todos esos procesos parezca que de lo que se trata es de transformar destruyendo. Si es así, que asuman el costo del símil al que aluden.

Por último, los cursis, que nunca faltan, nos dicen que el renacimiento de la patria, como todo parto, es doloroso.

Pero no dejan de estar sorprendidos. No es posible que la autoridad moral (autoproclamada, claro está) no rinda sus frutos. Doce años luchando (haciendo grilla), criticando (las mismas cosas que ahora hacen), marchando (actual sinónimo de conservadurismo), no pudieron haber sido en vano. Es inaudito que el neoliberalismo no desaparezca por decreto presidencial. Sospechoso que la violencia siga aumentando si ya tenemos una cartilla moral. ¿Por qué la economía no crece, si ya se canceló el aeropuerto?

Debe ser culpa del gobierno, y por gobierno se quiere decir a la oposición. Porque ellos aunque gobiernen siguen siendo oposición. O tal vez la responsabilidad sea del presidente, y por presidente se quiere decir a los de antes. Y es que Obrador no es propiamente el presidente, es la encarnación del espíritu del pueblo.

Habiendo aclarado estos conceptos (toda transformación histórica implica categorías analíticas nuevas) la culpa es, según los intelectuales al servicio del pueblo (o sea al servicio del presidente Obrador, pero recordemos que no es propiamente el presidente) del gobierno (es decir, la oposición) y del presidente (los de antes).

A ellos hay que reclamarles el desastre y no al pueblo, que aunque mande no deja de ser pueblo. A los intelectuales, cuya condición necesaria para serlo es criticar al gobierno (a la oposición moralmente derrotada, se entiende), tampoco debe uno reprocharles nada. Ya aclaramos que ellos siguen estando del lado del pueblo. Prueba de ello que se han unido a él, por eso la mayoría de ellos se convirtieron en grandes funcionarios. Por el pueblo, lo que sea.

Y por intelectuales no nos referimos a esas prominentes figuras en la discusión pública del siglo pasado. Intelectuales son los moneros, académicos, opinadores en mesas de debate donde gana quien grite más, y tuiteros, aquellos para los cuales no existe todavía un tema en el que no sean expertos.

Seguramente están sorprendidos. Mezclan su estupor ante una realidad que no cambia ni aunque un santo nos gobierne, con algo de ingenua esperanza en el futuro. Algunos, los más cínicos, justifican la mediocridad que ya es la regla con alguna conspiración que no por ridícula dejan de darle gravedad a la argucia: son las fuerzas de la reacción las que no permiten que México cambie.

Otros, los más listillos, se sacan de la manga una lección de dimensiones históricas como para dar a entender hacia dónde vamos. Así, debemos ser pacientes porque ninguna gran transformación se hizo de la noche a la mañana. Habría que preguntarles a los señores doctos si es ley que en todos esos procesos parezca que de lo que se trata es de transformar destruyendo. Si es así, que asuman el costo del símil al que aluden.

Por último, los cursis, que nunca faltan, nos dicen que el renacimiento de la patria, como todo parto, es doloroso.

Pero no dejan de estar sorprendidos. No es posible que la autoridad moral (autoproclamada, claro está) no rinda sus frutos. Doce años luchando (haciendo grilla), criticando (las mismas cosas que ahora hacen), marchando (actual sinónimo de conservadurismo), no pudieron haber sido en vano. Es inaudito que el neoliberalismo no desaparezca por decreto presidencial. Sospechoso que la violencia siga aumentando si ya tenemos una cartilla moral. ¿Por qué la economía no crece, si ya se canceló el aeropuerto?

Debe ser culpa del gobierno, y por gobierno se quiere decir a la oposición. Porque ellos aunque gobiernen siguen siendo oposición. O tal vez la responsabilidad sea del presidente, y por presidente se quiere decir a los de antes. Y es que Obrador no es propiamente el presidente, es la encarnación del espíritu del pueblo.

Habiendo aclarado estos conceptos (toda transformación histórica implica categorías analíticas nuevas) la culpa es, según los intelectuales al servicio del pueblo (o sea al servicio del presidente Obrador, pero recordemos que no es propiamente el presidente) del gobierno (es decir, la oposición) y del presidente (los de antes).

A ellos hay que reclamarles el desastre y no al pueblo, que aunque mande no deja de ser pueblo. A los intelectuales, cuya condición necesaria para serlo es criticar al gobierno (a la oposición moralmente derrotada, se entiende), tampoco debe uno reprocharles nada. Ya aclaramos que ellos siguen estando del lado del pueblo. Prueba de ello que se han unido a él, por eso la mayoría de ellos se convirtieron en grandes funcionarios. Por el pueblo, lo que sea.

Y por intelectuales no nos referimos a esas prominentes figuras en la discusión pública del siglo pasado. Intelectuales son los moneros, académicos, opinadores en mesas de debate donde gana quien grite más, y tuiteros, aquellos para los cuales no existe todavía un tema en el que no sean expertos.