/ domingo 10 de mayo de 2020

INTELLEGO UN CREDAM

Héroes de blanco

“Que Jesús, nuestra Pascua, conceda fortaleza y esperanza a los médicos y a los enfermeros, que en todas partes ofrecen un testimonio de cuidado y amor al prójimo hasta la extenuación de sus fuerzas y, no pocas veces, hasta el sacrificio de su propia salud”.

Gratitud y reconocimiento a quienes representan esas gloriosas manos de Dios, y que tocan con profesionalidad el espacio indicado, con la precisión necesaria, para designar el más objetivo diagnostico y el más certero tratamiento; para arrancar el mal que nos aqueja y contribuir a sofocar el dolor que tantas veces nos dobla.

Esta bendita vocación de curar y eliminar el dolor, aun de rescatar la vida de las fauces de la muerte, constituye una actividad trascendente del ser y el cumplimiento de los fines más supremos de la especie humana.

Es tan grande el valor que la comunidad en todas las etapas de la humanidad le ha conferido a quienes ejercen la profesión de médico, que hasta el mismo texto bíblico le dedica en el libro del Eclesiástico: “Respeta al médico por sus servicios, pues también a él lo instituyó Dios. El médico recibe de Dios su ciencia. Gracias a sus conocimientos, el médico goza de prestigio y puede presentarse ante los nobles. Con esas sustancias, el médico calma los dolores y el boticario prepara sus remedios. Así no desaparecen los seres creados por Dios, ni falta a los hombres la salud. Hay momentos en que el éxito depende de él, y él también se encomienda a Dios, para poder acertar en el diagnóstico y aplicar los remedios eficaces. Así que un hombre peca contra su Creador, cuando se niega a que el médico lo trate”. (Eclesiástico 38: 1:15)

El amor y la compasión son dos fuerzas muy poderosas, las dos caras de la motivación humana central de cuidar. El amor nos compromete con el cultivo de la felicidad de los seres; la compasión, con el alivio y prevención de su sufrimiento. Ambos son motores capaces de cambiar una experiencia, pero también de movilizar el mundo y generar la posibilidad de una transformación profunda; no sólo a nivel individual, también a nivel global.

Y es la oportunidad que ahora mismo tenemos entre las manos. De hecho, es lo que está sucediendo. Nos encontramos en una circunstancia a la que en escasas ocasiones nos habíamos enfrentado. Expuestos todos, sin excepción, como humanidad. Y esta batalla nos está ofreciendo la posibilidad única de volvernos todos aliados, de suspender y quizá acabar con nuestros “ismos”, y darnos cuenta de que el otro nunca fue realmente un enemigo.

Desde esta unidad estamos teniendo la oportunidad de conectar con la esencia fundamental y bondadosa del ser humano y, también, despertar a la realidad de nuestra humanidad compartida e interdependencia.

Y en esta batalla contemplamos cómo se alzan heroínas y héroes. Seres humanos que, gracias al gran amor y la compasión que han desarrollado por su prójimo, están dando todo de sí y arriesgando la piel para sostener, aliviar, curar y prevenir el sufrimiento de otros. Y esos otros, somos todos nosotros. En estos días somos testigos veraces de los inagotables actos de generosidad y nobleza por parte del personal sanitario de todos los rincones del mundo.

Nos sentimos orgullosos y profundamente agradecidos de ser guiados y cuidados por esos cientos de miles de profesionales sanitarios que, teniendo que dejar de lado tiempo valioso con sus familias, comodidades, necesidades, intereses, creencias o preferencias personales, se han implicado al mil por cien, para ofrecer el ejemplo más bello de amor y compasión.

El amor de Jesús a los hombres es, en su última esencia, amor a los que sufren, a los oprimidos. Jesús Tiene corazón siempre abierto para cualquier enfermo. Pero tras del dolor, Jesús ve algo más hondo, ve el pecado, el mal, la ausencia de Dios. Por eso, Jesús, al curar a los enfermos, quiere curar sobre todo la herida profunda del pecado. Juan Pablo II en su exhortación "Salvifici Doloris", dice que Jesucristo proyecta una luz nueva sobre este misterio del dolor y del sufrimiento, pues Él mismo lo asumió en la Cruz. Cristo venció el dolor y la enfermedad, porque los unió al amor, al amor que crea el bien, sacándolo incluso del mal, sacándolo por medio del sufrimiento, así como el bien supremo de la redención del mundo ha sido sacado de la cruz de Cristo. «El amor es la fuerza más humilde pero la más poderosa de la que dispone el ser humano».

Sin duda alguna, queridos profesionales de la salud, cada uno de ustedes están siendo el mejor estandarte del amor y la compasión. Unos magníficos referentes de la capacidad real de la compasión que tiene el ser humano. El poder que tiene para remover el enorme potencial que habita en cada ser humano y movilizarse para aliviar el sufrimiento de las personas que, ahora mismo, se encuentran en una situación vulnerable de salud.

Por eso, queridos profesionales sanitarios, estén seguros de que su esfuerzo y sufrimiento no está siendo en vano. Cada minuto extra, la extenuación por la que están transitando estas semanas, el exponerse valientemente a enfermar, la postergación de su vida fuera de los hospitales y centros de salud, sin duda, tiene un valor incalculable.

No se puede medir en modo alguno. Va más allá de cualquier palabra que, como sociedad, les podamos expresar. Sentimos, más que nunca, que la llama de la compasión está ardiendo en vuestros corazones para aliviar el sufrimiento de los seres. Por todo esto sólo nos queda decirles gracias, y que Dios les siga bendiciendo.

Héroes de blanco

“Que Jesús, nuestra Pascua, conceda fortaleza y esperanza a los médicos y a los enfermeros, que en todas partes ofrecen un testimonio de cuidado y amor al prójimo hasta la extenuación de sus fuerzas y, no pocas veces, hasta el sacrificio de su propia salud”.

Gratitud y reconocimiento a quienes representan esas gloriosas manos de Dios, y que tocan con profesionalidad el espacio indicado, con la precisión necesaria, para designar el más objetivo diagnostico y el más certero tratamiento; para arrancar el mal que nos aqueja y contribuir a sofocar el dolor que tantas veces nos dobla.

Esta bendita vocación de curar y eliminar el dolor, aun de rescatar la vida de las fauces de la muerte, constituye una actividad trascendente del ser y el cumplimiento de los fines más supremos de la especie humana.

Es tan grande el valor que la comunidad en todas las etapas de la humanidad le ha conferido a quienes ejercen la profesión de médico, que hasta el mismo texto bíblico le dedica en el libro del Eclesiástico: “Respeta al médico por sus servicios, pues también a él lo instituyó Dios. El médico recibe de Dios su ciencia. Gracias a sus conocimientos, el médico goza de prestigio y puede presentarse ante los nobles. Con esas sustancias, el médico calma los dolores y el boticario prepara sus remedios. Así no desaparecen los seres creados por Dios, ni falta a los hombres la salud. Hay momentos en que el éxito depende de él, y él también se encomienda a Dios, para poder acertar en el diagnóstico y aplicar los remedios eficaces. Así que un hombre peca contra su Creador, cuando se niega a que el médico lo trate”. (Eclesiástico 38: 1:15)

El amor y la compasión son dos fuerzas muy poderosas, las dos caras de la motivación humana central de cuidar. El amor nos compromete con el cultivo de la felicidad de los seres; la compasión, con el alivio y prevención de su sufrimiento. Ambos son motores capaces de cambiar una experiencia, pero también de movilizar el mundo y generar la posibilidad de una transformación profunda; no sólo a nivel individual, también a nivel global.

Y es la oportunidad que ahora mismo tenemos entre las manos. De hecho, es lo que está sucediendo. Nos encontramos en una circunstancia a la que en escasas ocasiones nos habíamos enfrentado. Expuestos todos, sin excepción, como humanidad. Y esta batalla nos está ofreciendo la posibilidad única de volvernos todos aliados, de suspender y quizá acabar con nuestros “ismos”, y darnos cuenta de que el otro nunca fue realmente un enemigo.

Desde esta unidad estamos teniendo la oportunidad de conectar con la esencia fundamental y bondadosa del ser humano y, también, despertar a la realidad de nuestra humanidad compartida e interdependencia.

Y en esta batalla contemplamos cómo se alzan heroínas y héroes. Seres humanos que, gracias al gran amor y la compasión que han desarrollado por su prójimo, están dando todo de sí y arriesgando la piel para sostener, aliviar, curar y prevenir el sufrimiento de otros. Y esos otros, somos todos nosotros. En estos días somos testigos veraces de los inagotables actos de generosidad y nobleza por parte del personal sanitario de todos los rincones del mundo.

Nos sentimos orgullosos y profundamente agradecidos de ser guiados y cuidados por esos cientos de miles de profesionales sanitarios que, teniendo que dejar de lado tiempo valioso con sus familias, comodidades, necesidades, intereses, creencias o preferencias personales, se han implicado al mil por cien, para ofrecer el ejemplo más bello de amor y compasión.

El amor de Jesús a los hombres es, en su última esencia, amor a los que sufren, a los oprimidos. Jesús Tiene corazón siempre abierto para cualquier enfermo. Pero tras del dolor, Jesús ve algo más hondo, ve el pecado, el mal, la ausencia de Dios. Por eso, Jesús, al curar a los enfermos, quiere curar sobre todo la herida profunda del pecado. Juan Pablo II en su exhortación "Salvifici Doloris", dice que Jesucristo proyecta una luz nueva sobre este misterio del dolor y del sufrimiento, pues Él mismo lo asumió en la Cruz. Cristo venció el dolor y la enfermedad, porque los unió al amor, al amor que crea el bien, sacándolo incluso del mal, sacándolo por medio del sufrimiento, así como el bien supremo de la redención del mundo ha sido sacado de la cruz de Cristo. «El amor es la fuerza más humilde pero la más poderosa de la que dispone el ser humano».

Sin duda alguna, queridos profesionales de la salud, cada uno de ustedes están siendo el mejor estandarte del amor y la compasión. Unos magníficos referentes de la capacidad real de la compasión que tiene el ser humano. El poder que tiene para remover el enorme potencial que habita en cada ser humano y movilizarse para aliviar el sufrimiento de las personas que, ahora mismo, se encuentran en una situación vulnerable de salud.

Por eso, queridos profesionales sanitarios, estén seguros de que su esfuerzo y sufrimiento no está siendo en vano. Cada minuto extra, la extenuación por la que están transitando estas semanas, el exponerse valientemente a enfermar, la postergación de su vida fuera de los hospitales y centros de salud, sin duda, tiene un valor incalculable.

No se puede medir en modo alguno. Va más allá de cualquier palabra que, como sociedad, les podamos expresar. Sentimos, más que nunca, que la llama de la compasión está ardiendo en vuestros corazones para aliviar el sufrimiento de los seres. Por todo esto sólo nos queda decirles gracias, y que Dios les siga bendiciendo.