/ domingo 14 de abril de 2019

Intellego ut Credam

La Semana Mayor

Durante la Semana Santa acompañamos a Jesús en los momentos más difíciles e importantes de su vida. En estos días, fue aclamado rey y condenado a muerte; fue exaltado y humillado; fue amado por sus amigos y luego abandonado.

Jesús sufrió una muerte terrible, muerte en cruz, para pagar el precio por nuestros pecados y ganar la gracia de la salvación para todos. Con su vida nos dio vida eterna. Con su triunfo nuestra vida se llena de esperanza y alegría porque nos abre las puertas del cielo. Vivamos muy de cerca estos días tan significativos para nuestra fe procurando hacer vida el mensaje de Jesucristo.

Un apóstol lo vende con un beso por unas monedas, lo toman preso y lo juzgan siendo inocente; soporta las burlas de los soldados, la humillación, los insultos; los azotes, la corona de espinas; la cruz; la negación de Pedro y el abandono de sus apóstoles e incluso la misma muerte. Con todo esto, Jesucristo nos enseña que todo lo que cuesta trabajo en la vida, lo que nos duele, tiene sentido, no es algo vano. Dios lo ve y lo toma en cuenta. Nos enseña a afrontar las dificultades que se presentan, a obedecer y cumplir con lo que Dios nos va pidiendo en nuestra vida; alegrías y tristezas cualquiera que sea nuestra vocación, nuestro estado de vida.

Aceptar nuestra cruz es aceptar las circunstancias de la vida aunque nos cuesten trabajo y a veces no las entendamos o no nos gusten. Cristo en la cruz nos enseña también a perdonar a los que nos han hecho daño, a los que nos han atacado, perjudicado. Desde que Jesucristo sufre en el Huerto de Getsemaní, y más tarde en la Cruz, el dolor ha dejado de ser un simple hecho brutal, para convertirse en un medio de purificación, una preocupación por la desgracia de los demás, en valor de redención.

La crucifixión era la ejecución más cruel y degradante que se conocía. Un ciudadano romano no podía ser crucificado. La muerte sobrevenía después de una larga agonía. Frente a la cruz reconozco que sin tu salvación estoy perdido pues soy pecador. Gracias porque has muerto por mí. Con fe y amor, caminaré hacia ti.

FUEGO NUEVO. Si no pudieras ver y trataras de caminar en un cuarto oscuro, al principio puede parecer divertido, después te empiezas a desesperar con ganas de encender al menos un cerillo o la luz del celular. La primera parte de la Vigilia, el Fuego Nuevo, nos recuerda que para poder vivir con luz debemos tener a Cristo que es la LUZ de nuestras vidas. Por eso, el sacerdote dice: “Que la luz de Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu”. Toda la celebración de la Vigilia Pascual se hace en la noche. Los fieles con velas encendidas esperan el regreso de su Señor para que, cuando Él vuelva los encuentre vigilantes. En esta hermosa celebración, La misa de la vigilia, los ornamentos cambian de morados a blancos.

¿Qué harías si tuvieras en frente la lámpara de Aladino? No dudarías en frotarla y pedirle algunos deseos: amor, salud, un buen negocio… ¿Y si te digo que puedes tener frente a ti a alguien que realmente es todopoderoso? Ciertamente irías a su encuentro. Pues sí existe y es Cristo Resucitado. Viene a nuestras vidas no sólo para quedarse, sino para entrar en nosotros y poder dialogar de corazón a corazón. Se trata del momento central de la vida cristiana, porque si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe. Esta es la “buena nueva”, la buena noticia, el núcleo del mensaje cristiano: Jesús ha resucitado.

Los cristianos celebramos el magno acontecimiento de la resurrección, pues es la máxima garantía de que nos ha llegado la redención. Es un acontecimiento en que recordamos que estamos de paso en este mundo y que el espíritu sobrevive al cuerpo. La VIDA vence a la muerte. Un momento para preguntarnos cuántos de nosotros no estamos muertos en vida o cuántos vivimos en continua fiesta interior por haber sido redimidos.

La Semana Mayor

Durante la Semana Santa acompañamos a Jesús en los momentos más difíciles e importantes de su vida. En estos días, fue aclamado rey y condenado a muerte; fue exaltado y humillado; fue amado por sus amigos y luego abandonado.

Jesús sufrió una muerte terrible, muerte en cruz, para pagar el precio por nuestros pecados y ganar la gracia de la salvación para todos. Con su vida nos dio vida eterna. Con su triunfo nuestra vida se llena de esperanza y alegría porque nos abre las puertas del cielo. Vivamos muy de cerca estos días tan significativos para nuestra fe procurando hacer vida el mensaje de Jesucristo.

Un apóstol lo vende con un beso por unas monedas, lo toman preso y lo juzgan siendo inocente; soporta las burlas de los soldados, la humillación, los insultos; los azotes, la corona de espinas; la cruz; la negación de Pedro y el abandono de sus apóstoles e incluso la misma muerte. Con todo esto, Jesucristo nos enseña que todo lo que cuesta trabajo en la vida, lo que nos duele, tiene sentido, no es algo vano. Dios lo ve y lo toma en cuenta. Nos enseña a afrontar las dificultades que se presentan, a obedecer y cumplir con lo que Dios nos va pidiendo en nuestra vida; alegrías y tristezas cualquiera que sea nuestra vocación, nuestro estado de vida.

Aceptar nuestra cruz es aceptar las circunstancias de la vida aunque nos cuesten trabajo y a veces no las entendamos o no nos gusten. Cristo en la cruz nos enseña también a perdonar a los que nos han hecho daño, a los que nos han atacado, perjudicado. Desde que Jesucristo sufre en el Huerto de Getsemaní, y más tarde en la Cruz, el dolor ha dejado de ser un simple hecho brutal, para convertirse en un medio de purificación, una preocupación por la desgracia de los demás, en valor de redención.

La crucifixión era la ejecución más cruel y degradante que se conocía. Un ciudadano romano no podía ser crucificado. La muerte sobrevenía después de una larga agonía. Frente a la cruz reconozco que sin tu salvación estoy perdido pues soy pecador. Gracias porque has muerto por mí. Con fe y amor, caminaré hacia ti.

FUEGO NUEVO. Si no pudieras ver y trataras de caminar en un cuarto oscuro, al principio puede parecer divertido, después te empiezas a desesperar con ganas de encender al menos un cerillo o la luz del celular. La primera parte de la Vigilia, el Fuego Nuevo, nos recuerda que para poder vivir con luz debemos tener a Cristo que es la LUZ de nuestras vidas. Por eso, el sacerdote dice: “Que la luz de Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu”. Toda la celebración de la Vigilia Pascual se hace en la noche. Los fieles con velas encendidas esperan el regreso de su Señor para que, cuando Él vuelva los encuentre vigilantes. En esta hermosa celebración, La misa de la vigilia, los ornamentos cambian de morados a blancos.

¿Qué harías si tuvieras en frente la lámpara de Aladino? No dudarías en frotarla y pedirle algunos deseos: amor, salud, un buen negocio… ¿Y si te digo que puedes tener frente a ti a alguien que realmente es todopoderoso? Ciertamente irías a su encuentro. Pues sí existe y es Cristo Resucitado. Viene a nuestras vidas no sólo para quedarse, sino para entrar en nosotros y poder dialogar de corazón a corazón. Se trata del momento central de la vida cristiana, porque si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe. Esta es la “buena nueva”, la buena noticia, el núcleo del mensaje cristiano: Jesús ha resucitado.

Los cristianos celebramos el magno acontecimiento de la resurrección, pues es la máxima garantía de que nos ha llegado la redención. Es un acontecimiento en que recordamos que estamos de paso en este mundo y que el espíritu sobrevive al cuerpo. La VIDA vence a la muerte. Un momento para preguntarnos cuántos de nosotros no estamos muertos en vida o cuántos vivimos en continua fiesta interior por haber sido redimidos.