/ domingo 5 de mayo de 2019

Intellego ut credam

El pastor que viene

Con alegre esperanza, la Iglesia local de Durango nos sentimos en la más profunda y generosa disposición para seguir preparándonos a recibir a quien será nuestro Décimo Arzobispo. La comunidad católica unida en esta expectativa, nos hemos dado a la eclesial tarea de elevar nuestra plegaria para que el Señor dueño de la Mies, envie a un pastor según su corazón.

Ahora, con seguridad, se siente fuertemente que el Espíritu Santo, como ha hecho en otras épocas de la historia, siembra nuevas energías espirituales y apostólicas, que sin duda serán plasmadas bajo la guía sabia y prudente de nuestro próximo pastor. Esta siembra que han iniciado ya muchos otros pastores y que han dejado su semilla, promete una cosecha abundante.

Deseando que se vea favorecida en primer lugar, por las vocaciones sacerdotales, religiosas y laicales de muchos jóvenes deseosos de consagrar sus vidas al servicio del Evangelio. Así también, la urgente necesidad de construir los importantes nodos de unidad a todo nivel. Es indispensable la apertura y amplia visión a la dinámica pastoral que privilegie la dirección de los nuevos retos y desafios, que comportan en este cambio de época en la que podemos visualizar con certeza una época de cambios.

Renovar los planes a mediano y largo plazo que vayan aderezados con el matiz de la Nueva evangelización y la orienrtación de un cristianismo católico capaz de dar siempre razón de su esperanza (1Pe 3,15).

Además de una estructura de organización pastoral propicia, para seguir haciendo crecer la propuesta del Evangelio, donde sigamos siendo una iglesia en salida, para ir por los que ya no vienen, que día con día son muchos más. Respondiendo a los criterios de eclesialidad trazados por el magisterio y a su propio carisma, deseamos que el Señor nos provea de un pastor según sus entrañas de amor.

Anhelamos que fincadas sus propuestas de caminar juntos, que seguramente seran sustentadas por su vasta experiencia pastoral de vigilancia eclesial. Esto constituirán sin lugar a duda, junto con aquellas estructuras ya existentes, el fruto del trabajo de pastores que aportaron con su testimonio y que continúan representando por mucho, el presente y el futuro de la Iglesia que peregrina por esta Arquidiócesis.

Senderos convergentes de unidqd, son el constituyente de la propuesta de una Iglesia abierta y dispuesta a transformar los corazones que se apresuran al encuentro de Dios. La figura del obispo como PASTOR es, por lo tanto, ante esta grey que constituye la Iglesia y que no puede menos que estar configurada, en aquel que es el supremo pastor de nuestras vidas: Cristo Señor y salvador de los hombres.

Por Él y con Él, “aquel a quien Jesús, el buen pastor, ha confiado, mediante el sacramento del episcopado, sus mismos poderes, tiene como obligación de amor apacentar la grey del Señor, tratar de corresponder con el decidido empeño de vivir y ejercitar el ministerio con las mismas disposiciones que tuvo Cristo, príncipe de los pastores (cfr. 1P 5,4) y obispo de nuestras almas (cfr. 1P 2,25)”.

El pastor que viene

Con alegre esperanza, la Iglesia local de Durango nos sentimos en la más profunda y generosa disposición para seguir preparándonos a recibir a quien será nuestro Décimo Arzobispo. La comunidad católica unida en esta expectativa, nos hemos dado a la eclesial tarea de elevar nuestra plegaria para que el Señor dueño de la Mies, envie a un pastor según su corazón.

Ahora, con seguridad, se siente fuertemente que el Espíritu Santo, como ha hecho en otras épocas de la historia, siembra nuevas energías espirituales y apostólicas, que sin duda serán plasmadas bajo la guía sabia y prudente de nuestro próximo pastor. Esta siembra que han iniciado ya muchos otros pastores y que han dejado su semilla, promete una cosecha abundante.

Deseando que se vea favorecida en primer lugar, por las vocaciones sacerdotales, religiosas y laicales de muchos jóvenes deseosos de consagrar sus vidas al servicio del Evangelio. Así también, la urgente necesidad de construir los importantes nodos de unidad a todo nivel. Es indispensable la apertura y amplia visión a la dinámica pastoral que privilegie la dirección de los nuevos retos y desafios, que comportan en este cambio de época en la que podemos visualizar con certeza una época de cambios.

Renovar los planes a mediano y largo plazo que vayan aderezados con el matiz de la Nueva evangelización y la orienrtación de un cristianismo católico capaz de dar siempre razón de su esperanza (1Pe 3,15).

Además de una estructura de organización pastoral propicia, para seguir haciendo crecer la propuesta del Evangelio, donde sigamos siendo una iglesia en salida, para ir por los que ya no vienen, que día con día son muchos más. Respondiendo a los criterios de eclesialidad trazados por el magisterio y a su propio carisma, deseamos que el Señor nos provea de un pastor según sus entrañas de amor.

Anhelamos que fincadas sus propuestas de caminar juntos, que seguramente seran sustentadas por su vasta experiencia pastoral de vigilancia eclesial. Esto constituirán sin lugar a duda, junto con aquellas estructuras ya existentes, el fruto del trabajo de pastores que aportaron con su testimonio y que continúan representando por mucho, el presente y el futuro de la Iglesia que peregrina por esta Arquidiócesis.

Senderos convergentes de unidqd, son el constituyente de la propuesta de una Iglesia abierta y dispuesta a transformar los corazones que se apresuran al encuentro de Dios. La figura del obispo como PASTOR es, por lo tanto, ante esta grey que constituye la Iglesia y que no puede menos que estar configurada, en aquel que es el supremo pastor de nuestras vidas: Cristo Señor y salvador de los hombres.

Por Él y con Él, “aquel a quien Jesús, el buen pastor, ha confiado, mediante el sacramento del episcopado, sus mismos poderes, tiene como obligación de amor apacentar la grey del Señor, tratar de corresponder con el decidido empeño de vivir y ejercitar el ministerio con las mismas disposiciones que tuvo Cristo, príncipe de los pastores (cfr. 1P 5,4) y obispo de nuestras almas (cfr. 1P 2,25)”.