/ domingo 1 de septiembre de 2019

INTELLEGO UT CREDAM

Danos Señor un pastor según tu corazón

El hombre camina en la historia a través de acontecimientos alegres, tristes, entre desilusiones, opresiones y aspiraciones siempre renovadas en la felicidad, en la búsqueda de un sentido, de una plena realización, de una salvación para la vida.

Es por eso que, se percibe apremiante que nuestra iglesia local experimente ya el encuentro personal con Jesucristo obispo y buen pastor. El obispo es el pastor que vive con, y no por encima de su comunidad, cuidando por cada persona dentro de su rebaño, así como lo hace con la comunidad en su conjunto.

En segundo lugar, el obispo es la cabeza amorosa de la familia de fe, el mejor de los padres, que extiende la caridad a todos dentro de la iglesia, así como a aquellos que están separados o no bautizados. En tercer lugar, el obispo ofrece atención especial a aquéllos que comparten en su papel de sirvientes, aquellos otros pastores de los fieles, sacerdotes, diáconos y laicos que buscan ofrecer dones de liderazgo y talento a la iglesia.

Es preciso comprender, ante todo, que la figura del obispo está llena de riquezas y de riesgos, de claridad y de sombras, de comunión y de tensiones. No es fácil ni cómodo ser obispo. Ha pasado el tiempo en que la figura del obispo era altamente venerada, su palabra indiscutida, su autoridad plenamente aceptada.

Hoy más que nunca, se ha convertido en un signo de contradicción. Es el hombre crucificado y el que desde la cruz busca ser fecundo. Carga la cruz que es, la búsqueda de nuevas formas pastorales. La cruz de no ser comprendido en sus exigencias y aceptado en sus limitaciones. La cruz de no comprender plenamente a los demás. La cruz de no entender del todo el lenguaje de las nuevas generaciones. La cruz de la impotencia. La cruz del tener que despojarse de un pensamiento que antes parecía infalible. La cruz de tener que estar siempre disponible para escuchar, para aprender, para empezar todos los días de nuevo.

En Durango, queremos ver a este tipo de obispo, con el que caminemos juntos, para ayudarnos a superar el cansancio, el pesimismo y el resentimiento. Necesitamos orar para que el Señor envíe a esta iglesia particular a un obispo que sea luminoso testigo de la esperanza, con el cual, rememos mar adentro. Hemos caminado abrazando una pastoral de encuentro con Jesucristo vivo.

El mismo Jesús llamó y constituyó apóstoles que fueran sus testigos y fieles continuadores de su obra. La pastoral de conjunto nos ha hecho más sensibles de que somos una Iglesia en continua evangelización: evangeliza y es evangelizada.

El impulso en la pastoral que hemos tenido, nos hace más conscientes de que somos llamados a conocer más al Señor Jesús y a ser sus testigos. Sabemos que lo lograremos asumiendo una conversión de corazón, porque es ahí, en el corazón del hombre, donde está la posibilidad de cambiar de mentalidad ante los nuevos y graves desafíos que el mundo nos lanza.

El obispo es un padre verdadero y amoroso de la familia cristiana. Como un buen pastor, el ama a su rebaño como a sus propios hijos. Él los sirve igual que las madres y los padres cuidan de sus hijos, con preocupación por sus necesidades físicas, sociales y espirituales. La misión de la iglesia y el papel del obispo involucran el cuidado de la persona humana completa, cuerpo y alma. Él es llamado a cuidar de una manera especial a los pobres, defendiéndolos y protegiéndolos de la opresión y a ayudar a la comunidad más amplia de la Iglesia a entregarles a ellos lo más esencial en la vida.

Este servicio de caridad se extiende a los pobres fuera de la iglesia al igual que a los pobres dentro de la iglesia. Igualmente, el obispo extiende su mano amorosamente a todos aquéllos fuera de la Iglesia, tanto a los hermanos y hermanas separados como a los no bautizados que viven dentro de los límites de su diócesis.

Danos Señor un pastor según tu corazón

El hombre camina en la historia a través de acontecimientos alegres, tristes, entre desilusiones, opresiones y aspiraciones siempre renovadas en la felicidad, en la búsqueda de un sentido, de una plena realización, de una salvación para la vida.

Es por eso que, se percibe apremiante que nuestra iglesia local experimente ya el encuentro personal con Jesucristo obispo y buen pastor. El obispo es el pastor que vive con, y no por encima de su comunidad, cuidando por cada persona dentro de su rebaño, así como lo hace con la comunidad en su conjunto.

En segundo lugar, el obispo es la cabeza amorosa de la familia de fe, el mejor de los padres, que extiende la caridad a todos dentro de la iglesia, así como a aquellos que están separados o no bautizados. En tercer lugar, el obispo ofrece atención especial a aquéllos que comparten en su papel de sirvientes, aquellos otros pastores de los fieles, sacerdotes, diáconos y laicos que buscan ofrecer dones de liderazgo y talento a la iglesia.

Es preciso comprender, ante todo, que la figura del obispo está llena de riquezas y de riesgos, de claridad y de sombras, de comunión y de tensiones. No es fácil ni cómodo ser obispo. Ha pasado el tiempo en que la figura del obispo era altamente venerada, su palabra indiscutida, su autoridad plenamente aceptada.

Hoy más que nunca, se ha convertido en un signo de contradicción. Es el hombre crucificado y el que desde la cruz busca ser fecundo. Carga la cruz que es, la búsqueda de nuevas formas pastorales. La cruz de no ser comprendido en sus exigencias y aceptado en sus limitaciones. La cruz de no comprender plenamente a los demás. La cruz de no entender del todo el lenguaje de las nuevas generaciones. La cruz de la impotencia. La cruz del tener que despojarse de un pensamiento que antes parecía infalible. La cruz de tener que estar siempre disponible para escuchar, para aprender, para empezar todos los días de nuevo.

En Durango, queremos ver a este tipo de obispo, con el que caminemos juntos, para ayudarnos a superar el cansancio, el pesimismo y el resentimiento. Necesitamos orar para que el Señor envíe a esta iglesia particular a un obispo que sea luminoso testigo de la esperanza, con el cual, rememos mar adentro. Hemos caminado abrazando una pastoral de encuentro con Jesucristo vivo.

El mismo Jesús llamó y constituyó apóstoles que fueran sus testigos y fieles continuadores de su obra. La pastoral de conjunto nos ha hecho más sensibles de que somos una Iglesia en continua evangelización: evangeliza y es evangelizada.

El impulso en la pastoral que hemos tenido, nos hace más conscientes de que somos llamados a conocer más al Señor Jesús y a ser sus testigos. Sabemos que lo lograremos asumiendo una conversión de corazón, porque es ahí, en el corazón del hombre, donde está la posibilidad de cambiar de mentalidad ante los nuevos y graves desafíos que el mundo nos lanza.

El obispo es un padre verdadero y amoroso de la familia cristiana. Como un buen pastor, el ama a su rebaño como a sus propios hijos. Él los sirve igual que las madres y los padres cuidan de sus hijos, con preocupación por sus necesidades físicas, sociales y espirituales. La misión de la iglesia y el papel del obispo involucran el cuidado de la persona humana completa, cuerpo y alma. Él es llamado a cuidar de una manera especial a los pobres, defendiéndolos y protegiéndolos de la opresión y a ayudar a la comunidad más amplia de la Iglesia a entregarles a ellos lo más esencial en la vida.

Este servicio de caridad se extiende a los pobres fuera de la iglesia al igual que a los pobres dentro de la iglesia. Igualmente, el obispo extiende su mano amorosamente a todos aquéllos fuera de la Iglesia, tanto a los hermanos y hermanas separados como a los no bautizados que viven dentro de los límites de su diócesis.