/ lunes 9 de septiembre de 2019

Intellego ut credam

El obispo es pastor que nos guía a la esperanza

Antes que nada, el obispo se ubica frente al mundo con una mirada contemplativa, ante la realidad de nuestro mundo, en lo concreto del propio ministerio y en comunión con la iglesia universal y particular, a cuyo cuidado él está destinado.



Luego, lo hace con un corazón compasivo, capaz de entrar en comunión con los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, para los cuales debe ser testigo y servidor de la esperanza.

El obispo, con la gracia del Espíritu Santo que dilata y profundiza su mirada de fe, revive los sentimientos de Cristo buen pastor ante las ansias y las búsquedas del mundo de hoy, anunciando una palabra de verdad y de vida y promoviendo una acción que va al corazón de cada hombre y de cada mujer de buena voluntad.

Sólo así, unido a Cristo, fiel a su evangelio, abierto con realismo a este mundo, amado por Dios, se transforma en profeta de la esperanza. Con esta imagen se presenta ante los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, los cuales, después de la caída de las ideologías y de las utopías, a veces sin memoria del pasado y demasiado ansiosos por el presente, tienen proyectos más bien efímeros y limitados y son a menudo manipulados por fuerzas económicas y políticas.

Por esto necesitan redescubrir la virtud de la esperanza, poseer válidas razones para creer y para esperar, y, por lo tanto, también para amar y obrar más allá de lo inmediato cotidiano, con una serena mirada sobre el pasado y una perspectiva abierta al futuro.

Nuestra iglesia diocesana, y en ella el obispo, como pastor del rebaño, en continuidad con las actitudes de Jesús, se propone como testigo de la esperanza que no falla (cf. Rm 5,5), consciente de la fuerza propulsora que la orienta hacia el cumplimiento de las promesas de Dios.

Una función mediadora que se ha ejercido en pos de una realidad apremiante que nos urge a la conquista de la autentica unidad. La figura del obispo y en nuestro caso, del arzobispo ha sido en nuestra Arquidiócesis este signo mediador y promotor que ha unido a los hombres con Dios y entre ellos mismos.

Ha generado en el marco de la fe, la más profunda coyuntura en la sociedad, que le permite desde el seno de su propio origen, la propia familia, entendida esta como la célula vital, a fin de conformar todos el gran proyecto familiar que se que se pertrecha apaciblemente en el contexto del entreteje social de la vida de los duranguenses.

Es él, el obispo, en quien descubrimos nada más y nada menos que a Jesús, el buen pastor, que alimenta a su rebaño, le acompaña en su diario caminar, experimenta el dolor por la oveja perdida, pero vive el gozo cuando la encuentra. El es y será por siempre fuente de esperanza que nos anima y fortalece en el diario caminar.

Con profunda esperanza nuestra amada Iglesia Diocesana de Durango, continúa en constante oración al buen Dios, para que se digne enviarnos un pastor según su corazón. Rogamos con fervor a Jesucristo obispo y buen pastor que nos conceda la bendición abundante de su presencia y que aquel que ha de ser elegido para ser el décimo arzobispo de esta hermosa iglesia particular de Durango, nos siga guiando con entereza y veracidad a las fuentes de la fe y del amor.

Por eso ahora les comparto esta plefaria que podemos hacer cada uno para unirnos en esta intención. ¡Bendito seas, Señor! tú eres nuestro supremo pastor. En tu misericordia, te pedimos que le des a nuestra Arquidiócesis de Durango, un pastor que continúe, con gran celo y amor pastoral, la obra de sus predecesores.

Por el eterno amor que nos tienes, te pedimos un pastor que nos anime a ser misericordiosos como Jesús, y a ser portadores de esperanza y forjadores de justicia. Te pedimos un obispo que nos proclame la verdad del Evangelio, el poder de los sacramentos y nos guíe en la edificación de tu santa iglesia en unidad y fraternidad. Esto te lo pedimos en el nombre de tu hijo, nuestro Señor Jesucristo, que en la unidad del Espíritu Santo es Dios que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

El obispo es pastor que nos guía a la esperanza

Antes que nada, el obispo se ubica frente al mundo con una mirada contemplativa, ante la realidad de nuestro mundo, en lo concreto del propio ministerio y en comunión con la iglesia universal y particular, a cuyo cuidado él está destinado.



Luego, lo hace con un corazón compasivo, capaz de entrar en comunión con los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, para los cuales debe ser testigo y servidor de la esperanza.

El obispo, con la gracia del Espíritu Santo que dilata y profundiza su mirada de fe, revive los sentimientos de Cristo buen pastor ante las ansias y las búsquedas del mundo de hoy, anunciando una palabra de verdad y de vida y promoviendo una acción que va al corazón de cada hombre y de cada mujer de buena voluntad.

Sólo así, unido a Cristo, fiel a su evangelio, abierto con realismo a este mundo, amado por Dios, se transforma en profeta de la esperanza. Con esta imagen se presenta ante los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, los cuales, después de la caída de las ideologías y de las utopías, a veces sin memoria del pasado y demasiado ansiosos por el presente, tienen proyectos más bien efímeros y limitados y son a menudo manipulados por fuerzas económicas y políticas.

Por esto necesitan redescubrir la virtud de la esperanza, poseer válidas razones para creer y para esperar, y, por lo tanto, también para amar y obrar más allá de lo inmediato cotidiano, con una serena mirada sobre el pasado y una perspectiva abierta al futuro.

Nuestra iglesia diocesana, y en ella el obispo, como pastor del rebaño, en continuidad con las actitudes de Jesús, se propone como testigo de la esperanza que no falla (cf. Rm 5,5), consciente de la fuerza propulsora que la orienta hacia el cumplimiento de las promesas de Dios.

Una función mediadora que se ha ejercido en pos de una realidad apremiante que nos urge a la conquista de la autentica unidad. La figura del obispo y en nuestro caso, del arzobispo ha sido en nuestra Arquidiócesis este signo mediador y promotor que ha unido a los hombres con Dios y entre ellos mismos.

Ha generado en el marco de la fe, la más profunda coyuntura en la sociedad, que le permite desde el seno de su propio origen, la propia familia, entendida esta como la célula vital, a fin de conformar todos el gran proyecto familiar que se que se pertrecha apaciblemente en el contexto del entreteje social de la vida de los duranguenses.

Es él, el obispo, en quien descubrimos nada más y nada menos que a Jesús, el buen pastor, que alimenta a su rebaño, le acompaña en su diario caminar, experimenta el dolor por la oveja perdida, pero vive el gozo cuando la encuentra. El es y será por siempre fuente de esperanza que nos anima y fortalece en el diario caminar.

Con profunda esperanza nuestra amada Iglesia Diocesana de Durango, continúa en constante oración al buen Dios, para que se digne enviarnos un pastor según su corazón. Rogamos con fervor a Jesucristo obispo y buen pastor que nos conceda la bendición abundante de su presencia y que aquel que ha de ser elegido para ser el décimo arzobispo de esta hermosa iglesia particular de Durango, nos siga guiando con entereza y veracidad a las fuentes de la fe y del amor.

Por eso ahora les comparto esta plefaria que podemos hacer cada uno para unirnos en esta intención. ¡Bendito seas, Señor! tú eres nuestro supremo pastor. En tu misericordia, te pedimos que le des a nuestra Arquidiócesis de Durango, un pastor que continúe, con gran celo y amor pastoral, la obra de sus predecesores.

Por el eterno amor que nos tienes, te pedimos un pastor que nos anime a ser misericordiosos como Jesús, y a ser portadores de esperanza y forjadores de justicia. Te pedimos un obispo que nos proclame la verdad del Evangelio, el poder de los sacramentos y nos guíe en la edificación de tu santa iglesia en unidad y fraternidad. Esto te lo pedimos en el nombre de tu hijo, nuestro Señor Jesucristo, que en la unidad del Espíritu Santo es Dios que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.