/ domingo 29 de septiembre de 2019

INTELLEGO UT CREDAM

Un retorno necesario a la verdad

En una sociedad como la nuestra, donde el pensamiento se torna cada vez más líquido, los criterios se van perdiendo, y la identidad parece nos ser importante. Es pues necesario, un llamado a valorar la existencia de cada uno de nosotros, a enaltecer el rol que cumplimos en la sociedad, y a enriquecer y hacer eficaz la comunicación entre todos.

Para que la comunicación sea efectiva, honesta y clara, necesitamos volver a la verdad. ¿Pero, que entendemos por verdad?, ¿qué es lo que constituye la verdad?, ¿con qué criterio la podemos definir o identificar?, ¿la verdad es subjetiva, objetiva, relativa o absoluta? Este término se usa para significar la coincidencia entre una afirmación y los hechos, o la realidad a la que dicho enunciado se refiere. Algo es verdadero cuando es de confiar, porque genera esa confianza ante lo que se escucha, porque se soportan todas las pruebas.

Y es que, por otro lado, podemos afirmar con claridad, que vivimos una época de escepticismo respecto a la verdad. El papa Francisco nos dice que “la VERDAD no es una idea que nosotros nos hacemos o que consensuamos, sino una persona con la que nos encontramos. CRISTO ES LA VERDAD, que se ha hecho carne, y el Espíritu Santo ha hecho posible que lo reconozcamos y lo confesemos como Señor”.

Estamos siempre llamados a decir siempre la verdad y a actuar conforme de ella, lo cual vincula tres valores: Honestidad, humildad y respeto. Es importante tener claridad sobre lo que significa la verdad con respecto a la certeza. La verdad es un valor absoluto, en cambio la certeza es relativa en cuanto que es la correspondencia de lo que yo creo en relación con la realidad.

Todos estamos llenos de certezas que no necesariamente son verdades; con ello, podemos decir que existen tantas certezas cuantas personas hay. Tenemos certezas pero muy pocas verdades sustentables. Pilatos le pregunta a Jesús: “¿Y qué es la verdad?”; Jesús hace silencio. Consideró que la respuesta era obvia, pues la ¡verdad era y es Él!

“Y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Jn. 8,32). Actuar de forma sincera implica decir la verdad siempre, tanto en la vida pública como en la vida privada, sin perder de vista que también se actúa contra la verdad cuando ésta se calla, o cuando aparentamos ser alguien que no somos para sacar provecho en un negocio, en una amistad o en un círculo social.

Se actúa en contra de la verdad cuando se muestra una personalidad ficticia, es decir, cuando aparentamos ser célebres, inteligentes, simpáticos, educados, transparentes; pero, nos comportamos de manera diferente, generando rabia, malestar, frustración o desencanto. San Juan Pablo II llegó a afirmar que el pecado del siglo XX era la mentira. Es verdad, y este pecado persiste porque hemos caído en el relativismo en el que poco importa el respeto por el otro y la fuerza de su palabra.

La promoción de la verdad requiere un esfuerzo constante; una persona que habla siempre con la verdad, vence al egoísmo, los escrúpulos y el relativismo moral y se concentra en la valoración de su propia existencia y en el reconocimiento respetuoso del otro. En cuanto a la forma de mentir, las medias verdades están entre las mentiras más graves, porque se revisten falsamente de verdad: decimos algo cierto pero incompleto, de donde resulta una mentira muy creíble y hasta sugestiva. Da angustia pensar que esta es la moda de hoy entre los dirigentes y los dirigidos, entre los educadores y los educandos, entre los empresarios, periodistas, académicos, entre los familiares y amigos. Las medias verdades son hoy, plataforma de lanzamiento del poder, de las profesiones, de los compromisos. Son portadores de la verdad aquellos que en su libertad valoran la existencia del otro, reconocen su dignidad humana, acogen la justicia, plasman ante los demás el rostro de Cristo, exaltan la existencia como el más preciado regalo de Dios y viven en profundidad el Evangelio.

Quienes hablan con la verdad sustentada en la caridad, están manifestando a la sociedad que si es posible la libertad y la justicia, puesto que su poder de convicción, proveniente de su fortalecimiento interior, no es sólo una palabra o un discurso; es la fuerza de la fe que nos lleva a respetar la existencia del hombre y su afán de ser libre; asa, podremos colaborar para que todo acontecimiento se oriente hacia Cristo.

Un retorno necesario a la verdad

En una sociedad como la nuestra, donde el pensamiento se torna cada vez más líquido, los criterios se van perdiendo, y la identidad parece nos ser importante. Es pues necesario, un llamado a valorar la existencia de cada uno de nosotros, a enaltecer el rol que cumplimos en la sociedad, y a enriquecer y hacer eficaz la comunicación entre todos.

Para que la comunicación sea efectiva, honesta y clara, necesitamos volver a la verdad. ¿Pero, que entendemos por verdad?, ¿qué es lo que constituye la verdad?, ¿con qué criterio la podemos definir o identificar?, ¿la verdad es subjetiva, objetiva, relativa o absoluta? Este término se usa para significar la coincidencia entre una afirmación y los hechos, o la realidad a la que dicho enunciado se refiere. Algo es verdadero cuando es de confiar, porque genera esa confianza ante lo que se escucha, porque se soportan todas las pruebas.

Y es que, por otro lado, podemos afirmar con claridad, que vivimos una época de escepticismo respecto a la verdad. El papa Francisco nos dice que “la VERDAD no es una idea que nosotros nos hacemos o que consensuamos, sino una persona con la que nos encontramos. CRISTO ES LA VERDAD, que se ha hecho carne, y el Espíritu Santo ha hecho posible que lo reconozcamos y lo confesemos como Señor”.

Estamos siempre llamados a decir siempre la verdad y a actuar conforme de ella, lo cual vincula tres valores: Honestidad, humildad y respeto. Es importante tener claridad sobre lo que significa la verdad con respecto a la certeza. La verdad es un valor absoluto, en cambio la certeza es relativa en cuanto que es la correspondencia de lo que yo creo en relación con la realidad.

Todos estamos llenos de certezas que no necesariamente son verdades; con ello, podemos decir que existen tantas certezas cuantas personas hay. Tenemos certezas pero muy pocas verdades sustentables. Pilatos le pregunta a Jesús: “¿Y qué es la verdad?”; Jesús hace silencio. Consideró que la respuesta era obvia, pues la ¡verdad era y es Él!

“Y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Jn. 8,32). Actuar de forma sincera implica decir la verdad siempre, tanto en la vida pública como en la vida privada, sin perder de vista que también se actúa contra la verdad cuando ésta se calla, o cuando aparentamos ser alguien que no somos para sacar provecho en un negocio, en una amistad o en un círculo social.

Se actúa en contra de la verdad cuando se muestra una personalidad ficticia, es decir, cuando aparentamos ser célebres, inteligentes, simpáticos, educados, transparentes; pero, nos comportamos de manera diferente, generando rabia, malestar, frustración o desencanto. San Juan Pablo II llegó a afirmar que el pecado del siglo XX era la mentira. Es verdad, y este pecado persiste porque hemos caído en el relativismo en el que poco importa el respeto por el otro y la fuerza de su palabra.

La promoción de la verdad requiere un esfuerzo constante; una persona que habla siempre con la verdad, vence al egoísmo, los escrúpulos y el relativismo moral y se concentra en la valoración de su propia existencia y en el reconocimiento respetuoso del otro. En cuanto a la forma de mentir, las medias verdades están entre las mentiras más graves, porque se revisten falsamente de verdad: decimos algo cierto pero incompleto, de donde resulta una mentira muy creíble y hasta sugestiva. Da angustia pensar que esta es la moda de hoy entre los dirigentes y los dirigidos, entre los educadores y los educandos, entre los empresarios, periodistas, académicos, entre los familiares y amigos. Las medias verdades son hoy, plataforma de lanzamiento del poder, de las profesiones, de los compromisos. Son portadores de la verdad aquellos que en su libertad valoran la existencia del otro, reconocen su dignidad humana, acogen la justicia, plasman ante los demás el rostro de Cristo, exaltan la existencia como el más preciado regalo de Dios y viven en profundidad el Evangelio.

Quienes hablan con la verdad sustentada en la caridad, están manifestando a la sociedad que si es posible la libertad y la justicia, puesto que su poder de convicción, proveniente de su fortalecimiento interior, no es sólo una palabra o un discurso; es la fuerza de la fe que nos lleva a respetar la existencia del hombre y su afán de ser libre; asa, podremos colaborar para que todo acontecimiento se oriente hacia Cristo.