/ domingo 13 de octubre de 2019

INTELLEGO UT CREDAM

La Iglesia: Una misión que humaniza

La Iglesia Católica vive el mes de octubre dedicado mundialmente a despertar el Espíritu Misionero en los fieles, para fortalecer el espíritu de los misioneros que entregan sus vidas por el anuncio del Evangelio en el mundo.

Durante este mes, llamado “Mes de las misiones”, se intensifica la animación misionera, uniéndonos todos en oración, el sacrificio y el aporte económico a favor de las misiones, a fin de que el evangelio se proclame a todos los hombres.

Hemos escuchado o conocido a personas que dicen ser misioneras. De inmediato pensamos en sacerdotes, religiosas o laicos que tienen esta vocación, y caemos fácilmente en el error de creer que la misión es sólo para estas personas, aquellas que sienten un llamado especial, pero o es así, ya que todos los bautizados recibimos el llamado a ser misioneros de una u otra forma, aunque no nos dediquemos explícitamente a ello, nuestra vida es una misión que lleva a muchos el Evangelio de Cristo.

Todos nosotros, miembros de la iglesia e impulsados por el mismo espíritu, somos consagrados, aunque de diverso modo, para ser enviados: por el bautismo se nos confía la misma misión de la iglesia. A todos se nos llama y todos estamos obligados a evangelizar, y esta misión fontal, común a todos los cristianos, ha de constituir un verdadero “aliciente” cotidiano y una solicitud constante de nuestra vida.

El papa Benedicto XVI en su mensaje para la Jornada Mundial para las Misiones del 2010, nos recuerda una cita bíblica, que debe estar anclado al corazón de todos los misioneros: “Queremos ver a Jesús” (Jn 12,21). Esta petición resuena también en nuestro corazón en este mes de octubre, que nos recuerda cómo el compromiso y la tarea del anuncio evangélico compete a toda la Iglesia, “misionera por naturaleza” (Ad gentes, 2), y nos invita a hacernos promotores de la novedad de vida, hecha de relaciones auténticas, de comunidades fundadas en el Evangelio.

En una sociedad multiétnica que cada vez más experimenta formas de soledad y de indiferencia preocupantes, los cristianos deben aprender a ofrecer signos de esperanza y a ser hermanos universales, cultivando los grandes ideales que transforman la historia y, sin falsas ilusiones o miedos inútiles, empeñarse en hacer del planeta la casa de todos los pueblos.

La iglesia es misionera por naturaleza, pero ¿en qué consiste la misión de ésta? “Dios, nuestro salvador quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1Tm 2,3-4). La misión de la iglesia consiste es llevar la salvación de Cristo a todos lados, la presencia de Jesús que humaniza nuestras relaciones, que nos hace ver con otros ojos y nos invita a actuar como Él actuaría, pues Él asumió la naturaleza humana para redimirla completamente. La misión de la iglesia consiste en defender la vida, pues ésta se convierte en el instrumento que poseemos para ir construyendo nuestro camino hacia la salvación. Así pues, la misión de la Iglesia, es una misión que humaniza y que redime.

Si todos los miembros de la iglesia son consagrados para la misión, todos son corresponsables de llevar a Cristo al mundo con la propia aportación personal. La participación en este derecho-deber se llama “cooperación misionera” y se enraíza necesariamente en la santidad de vida: sólo injertados en Cristo, como los sarmientos en la vid (cf. Jn 15, 5), daremos mucho fruto. El cristiano que vive su fe y observa el mandamiento del amor aplaza los horizontes de su actuación hasta abarcar a todos los hombres mediante la cooperación espiritual, hecha oración, sacrificio y testimonio. Todos estamos llamados a ser misioneros.

La Iglesia: Una misión que humaniza

La Iglesia Católica vive el mes de octubre dedicado mundialmente a despertar el Espíritu Misionero en los fieles, para fortalecer el espíritu de los misioneros que entregan sus vidas por el anuncio del Evangelio en el mundo.

Durante este mes, llamado “Mes de las misiones”, se intensifica la animación misionera, uniéndonos todos en oración, el sacrificio y el aporte económico a favor de las misiones, a fin de que el evangelio se proclame a todos los hombres.

Hemos escuchado o conocido a personas que dicen ser misioneras. De inmediato pensamos en sacerdotes, religiosas o laicos que tienen esta vocación, y caemos fácilmente en el error de creer que la misión es sólo para estas personas, aquellas que sienten un llamado especial, pero o es así, ya que todos los bautizados recibimos el llamado a ser misioneros de una u otra forma, aunque no nos dediquemos explícitamente a ello, nuestra vida es una misión que lleva a muchos el Evangelio de Cristo.

Todos nosotros, miembros de la iglesia e impulsados por el mismo espíritu, somos consagrados, aunque de diverso modo, para ser enviados: por el bautismo se nos confía la misma misión de la iglesia. A todos se nos llama y todos estamos obligados a evangelizar, y esta misión fontal, común a todos los cristianos, ha de constituir un verdadero “aliciente” cotidiano y una solicitud constante de nuestra vida.

El papa Benedicto XVI en su mensaje para la Jornada Mundial para las Misiones del 2010, nos recuerda una cita bíblica, que debe estar anclado al corazón de todos los misioneros: “Queremos ver a Jesús” (Jn 12,21). Esta petición resuena también en nuestro corazón en este mes de octubre, que nos recuerda cómo el compromiso y la tarea del anuncio evangélico compete a toda la Iglesia, “misionera por naturaleza” (Ad gentes, 2), y nos invita a hacernos promotores de la novedad de vida, hecha de relaciones auténticas, de comunidades fundadas en el Evangelio.

En una sociedad multiétnica que cada vez más experimenta formas de soledad y de indiferencia preocupantes, los cristianos deben aprender a ofrecer signos de esperanza y a ser hermanos universales, cultivando los grandes ideales que transforman la historia y, sin falsas ilusiones o miedos inútiles, empeñarse en hacer del planeta la casa de todos los pueblos.

La iglesia es misionera por naturaleza, pero ¿en qué consiste la misión de ésta? “Dios, nuestro salvador quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1Tm 2,3-4). La misión de la iglesia consiste es llevar la salvación de Cristo a todos lados, la presencia de Jesús que humaniza nuestras relaciones, que nos hace ver con otros ojos y nos invita a actuar como Él actuaría, pues Él asumió la naturaleza humana para redimirla completamente. La misión de la iglesia consiste en defender la vida, pues ésta se convierte en el instrumento que poseemos para ir construyendo nuestro camino hacia la salvación. Así pues, la misión de la Iglesia, es una misión que humaniza y que redime.

Si todos los miembros de la iglesia son consagrados para la misión, todos son corresponsables de llevar a Cristo al mundo con la propia aportación personal. La participación en este derecho-deber se llama “cooperación misionera” y se enraíza necesariamente en la santidad de vida: sólo injertados en Cristo, como los sarmientos en la vid (cf. Jn 15, 5), daremos mucho fruto. El cristiano que vive su fe y observa el mandamiento del amor aplaza los horizontes de su actuación hasta abarcar a todos los hombres mediante la cooperación espiritual, hecha oración, sacrificio y testimonio. Todos estamos llamados a ser misioneros.