/ domingo 20 de octubre de 2019

INTELLEGO UT CREDAM

Constructores de la paz

“Una sociedad reconciliada con Dios está más cerca de la paz”. Los acontecimientos que suceden en el mundo y en los ultimos días en nuestro país, nos dejan primero, un ambiente de incertidumbre, la descomposición de la ley y de las actitudes morales de fondo, la violencia y la inseguridad.

La degradación institucional que en apariencia es al límite, bajo el acoso de la impunidad; La delincuencia organizada y el narcotráfico; La pobreza, falta de empleo, encarecimiento de la vida, que provocan la emigración y mayor desigualdad social; El abandono del campo y de los campesinos; el descuido de la ecología y el cambio climático, etc., nos han dejado un panorama desolador.

El ambiente de tremenda violencia de igual magnitud, que nos ha consternado hasta lo máximo, durante la jornada del pasado viernes 18 de octubre en la capital del Estado de Sinaloa, es una nítida expresión de una realidad que durante las últimas décadas no se ha podido tapar con el dedo. Un desafiante momento que hace pensar en la calidad del México que anhelamos y que pareciera quedar tan lejos de nuestras quiméricas realidades.

A este respecto ha sido tan elocuente y motivador el mensaje de nuestros pastores, quienes puntualmente hacen resonar su voz profética, para anunciar la esperanza del Evangelio que llama con urgencia a la necesidad de Cristo: “Ante la dolorosa y siempre condenable violencia que se vivió en la capital sinaloense, y cuyas consecuencias aún cimbran el ambiente y el espíritu de sana y respetuosa convivencia entre los ciudadanos, desde nuestra fe, con valentía y decisión, nos unimos a todos nuestros queridos coterráneos, a las familias que, injustamente, se han visto más laceradas y vulnerables, a los hermanos en la fe cristiana y diversas confesiones religiosas, y a las instituciones sociales, educativas, empresariales y democráticas, que se siguen comprometiendo en la lucha por la construcción, defensa y promoción de una auténtica y permanente cultura por la paz, la vida y la familia.

Queremos pasar de la razonable molestia e indignación social, a la propuesta y acción contundente que asegure para los sinaloenses y hermanos de otras entidades de nuestro país, la unidad y la paz social. Por ello, y ante el miedo e incertidumbre perpetrada en la comunidad, oramos también con gran confianza y fervor a Jesucristo nuestro salvador, para que en cada persona y familia reine permanentemente la paz y como ciudadanos católicos corresponsables, seamos promotores de reconciliación”. (Obispos de México C.E.M).

Ya en otros momentos de nuestra historia no tan lejano, nuestros obispos han hecho sentir su presencia que alienta, que anima y motiva a continuar luchando por alcanzar el tan preciado modelo de Nación que tanto nos apremia. “Nos acercamos a esta realidad con ojos y corazón de pastores”.

Acompañamos en el camino de la vida a los hombres y mujeres de nuestro tiempo y compartimos sus esperanzas, sus logros y frustraciones; por ello, al ocuparnos de los desafíos que la vida social, política y económica plantea a la vocación trascendente del hombre, lo hacemos como intérpretes y confidentes de los anhelos de muchas personas, especialmente de las más pobres y de las que sufren por causa de la violencia.

Nos duele profundamente la sangre que se ha derramado: La de los niños abortados, la de las mujeres asesinadas; la angustia de las víctimas de secuestros, asaltos y extorsiones; nos interpela el dolor y la angustia, la incertidumbre y el miedo de tantas personas.

Nos preocupa además, que de la indignación y el coraje natural, brote en el corazón de muchos mexicanos… En el seguimiento de Jesucristo, aprendemos de Él mismo su compasión entrañable ante el dolor humano; su cercanía a los pobres y a los pequeños; y su fidelidad a la misión encomendada.

Contemplando lo que Él hizo, con la luz de su vida y de su palabra, queremos discernir lo que nosotros debemos hacer en las circunstancias que se viven nuestra patria. (Que en Cristo nuestra paz México tenga vida digna n.n. 3-6).

Ahora, ante la necesidad de discernir los desafíos que este círculo vicioso de inseguridad y violencia presenta a la misión de la iglesia y que tiene que ver también con la situación de pobreza y desigualdad que se vive en nuestro país, acogemos la oportuna enseñanza del santo padre Benedicto XVI que nos invita promover, con la caridad en la verdad, el auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad.

En este horizonte, al acercarnos a esta compleja realidad, no perdemos de vista las grandes riquezas del pueblo mexicano, por las que bendecimos y agradecemos a Dios. Somos un pueblo de tradiciones con profundas raíces cristianas, amante de la paz, solidario, que sabe encontrar en medio de las situaciones difíciles razones para la esperanza y la alegría y lo expresa en su gusto por la fiesta, por la convivencia y en el gran valor que da a la vida familiar.

Precisamente, porque sabemos que la raíz de la cultura mexicana es fecunda y porque reconocemos en ella la obra buena que Dios ha realizado en nuestro pueblo a lo largo de su historia, hoy queremos alentar en todos la esperanza.

El tema de la responsabilidad de los cristianos en este tiempo y la tarea de la Iglesia de anunciar el Evangelio, esto nos lleva a un asunto de fondo: la cuestión sobre la verdad y la propia fe. “Alexis de Tocqueville, en su época, había observado que en América la democracia había sido posible y había funcionado porque existía un consenso moral de base que, yendo más allá de las denominaciones individuales, unía a todos.

Sólo si existe un consenso semejante sobre lo esencial, las constituciones y el derecho pueden funcionar. Este consenso de fondo procedente del patrimonio cristiano está en peligro allí donde en su lugar, en lugar de la razón moral, se coloca la mera racionalidad. Esto supone en realidad una ceguera de la razón hacia lo que es esencial.

Combatir contra esta ceguera de la razón y conservar su capacidad de ver lo esencial, de ver a Dios y al hombre, lo que es bueno y lo que es verdadero, es el interés común que debe unir a todos los hombres de buena voluntad. Está en juego el futuro del mundo”. En este tema la iglesia debe dar su propia contribución.

Constructores de la paz

“Una sociedad reconciliada con Dios está más cerca de la paz”. Los acontecimientos que suceden en el mundo y en los ultimos días en nuestro país, nos dejan primero, un ambiente de incertidumbre, la descomposición de la ley y de las actitudes morales de fondo, la violencia y la inseguridad.

La degradación institucional que en apariencia es al límite, bajo el acoso de la impunidad; La delincuencia organizada y el narcotráfico; La pobreza, falta de empleo, encarecimiento de la vida, que provocan la emigración y mayor desigualdad social; El abandono del campo y de los campesinos; el descuido de la ecología y el cambio climático, etc., nos han dejado un panorama desolador.

El ambiente de tremenda violencia de igual magnitud, que nos ha consternado hasta lo máximo, durante la jornada del pasado viernes 18 de octubre en la capital del Estado de Sinaloa, es una nítida expresión de una realidad que durante las últimas décadas no se ha podido tapar con el dedo. Un desafiante momento que hace pensar en la calidad del México que anhelamos y que pareciera quedar tan lejos de nuestras quiméricas realidades.

A este respecto ha sido tan elocuente y motivador el mensaje de nuestros pastores, quienes puntualmente hacen resonar su voz profética, para anunciar la esperanza del Evangelio que llama con urgencia a la necesidad de Cristo: “Ante la dolorosa y siempre condenable violencia que se vivió en la capital sinaloense, y cuyas consecuencias aún cimbran el ambiente y el espíritu de sana y respetuosa convivencia entre los ciudadanos, desde nuestra fe, con valentía y decisión, nos unimos a todos nuestros queridos coterráneos, a las familias que, injustamente, se han visto más laceradas y vulnerables, a los hermanos en la fe cristiana y diversas confesiones religiosas, y a las instituciones sociales, educativas, empresariales y democráticas, que se siguen comprometiendo en la lucha por la construcción, defensa y promoción de una auténtica y permanente cultura por la paz, la vida y la familia.

Queremos pasar de la razonable molestia e indignación social, a la propuesta y acción contundente que asegure para los sinaloenses y hermanos de otras entidades de nuestro país, la unidad y la paz social. Por ello, y ante el miedo e incertidumbre perpetrada en la comunidad, oramos también con gran confianza y fervor a Jesucristo nuestro salvador, para que en cada persona y familia reine permanentemente la paz y como ciudadanos católicos corresponsables, seamos promotores de reconciliación”. (Obispos de México C.E.M).

Ya en otros momentos de nuestra historia no tan lejano, nuestros obispos han hecho sentir su presencia que alienta, que anima y motiva a continuar luchando por alcanzar el tan preciado modelo de Nación que tanto nos apremia. “Nos acercamos a esta realidad con ojos y corazón de pastores”.

Acompañamos en el camino de la vida a los hombres y mujeres de nuestro tiempo y compartimos sus esperanzas, sus logros y frustraciones; por ello, al ocuparnos de los desafíos que la vida social, política y económica plantea a la vocación trascendente del hombre, lo hacemos como intérpretes y confidentes de los anhelos de muchas personas, especialmente de las más pobres y de las que sufren por causa de la violencia.

Nos duele profundamente la sangre que se ha derramado: La de los niños abortados, la de las mujeres asesinadas; la angustia de las víctimas de secuestros, asaltos y extorsiones; nos interpela el dolor y la angustia, la incertidumbre y el miedo de tantas personas.

Nos preocupa además, que de la indignación y el coraje natural, brote en el corazón de muchos mexicanos… En el seguimiento de Jesucristo, aprendemos de Él mismo su compasión entrañable ante el dolor humano; su cercanía a los pobres y a los pequeños; y su fidelidad a la misión encomendada.

Contemplando lo que Él hizo, con la luz de su vida y de su palabra, queremos discernir lo que nosotros debemos hacer en las circunstancias que se viven nuestra patria. (Que en Cristo nuestra paz México tenga vida digna n.n. 3-6).

Ahora, ante la necesidad de discernir los desafíos que este círculo vicioso de inseguridad y violencia presenta a la misión de la iglesia y que tiene que ver también con la situación de pobreza y desigualdad que se vive en nuestro país, acogemos la oportuna enseñanza del santo padre Benedicto XVI que nos invita promover, con la caridad en la verdad, el auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad.

En este horizonte, al acercarnos a esta compleja realidad, no perdemos de vista las grandes riquezas del pueblo mexicano, por las que bendecimos y agradecemos a Dios. Somos un pueblo de tradiciones con profundas raíces cristianas, amante de la paz, solidario, que sabe encontrar en medio de las situaciones difíciles razones para la esperanza y la alegría y lo expresa en su gusto por la fiesta, por la convivencia y en el gran valor que da a la vida familiar.

Precisamente, porque sabemos que la raíz de la cultura mexicana es fecunda y porque reconocemos en ella la obra buena que Dios ha realizado en nuestro pueblo a lo largo de su historia, hoy queremos alentar en todos la esperanza.

El tema de la responsabilidad de los cristianos en este tiempo y la tarea de la Iglesia de anunciar el Evangelio, esto nos lleva a un asunto de fondo: la cuestión sobre la verdad y la propia fe. “Alexis de Tocqueville, en su época, había observado que en América la democracia había sido posible y había funcionado porque existía un consenso moral de base que, yendo más allá de las denominaciones individuales, unía a todos.

Sólo si existe un consenso semejante sobre lo esencial, las constituciones y el derecho pueden funcionar. Este consenso de fondo procedente del patrimonio cristiano está en peligro allí donde en su lugar, en lugar de la razón moral, se coloca la mera racionalidad. Esto supone en realidad una ceguera de la razón hacia lo que es esencial.

Combatir contra esta ceguera de la razón y conservar su capacidad de ver lo esencial, de ver a Dios y al hombre, lo que es bueno y lo que es verdadero, es el interés común que debe unir a todos los hombres de buena voluntad. Está en juego el futuro del mundo”. En este tema la iglesia debe dar su propia contribución.