/ domingo 10 de noviembre de 2019

INTELLEGO UT CREDAM

400 años del paso de Dios

Les saludo afectuosamente dándoles el gozoso anuncio de que el pasado 11 de octubre del 2019, nuestra iglesia local de Durango ha comenzado el año jubilar por los 400 años de presencia episcopal, engalanada en su cabeza con la presencia de Jesucristo obispo y buen pastor que recorre desde entonces estos caminos reales.

Honramos la memoria de quien fuera el primer pastor de la entonces vasta diócesis de la Nueva Vizcaya en el año de 1620, desde entonces ha tenido 23 obispos y diez arzobispos. Su vasto territorio de entonces, abarcaba desde el norte de Zacatecas, desmembrándose de la legendaria posesión del territorio de la Nueva Galicia, hasta las Altas Californias y Nuevo México en el norte.

Hace veinte siglos, un puñado de hombres y mujeres, en su mayoría gente sencilla pero también letrados y gentes de ciencia, recibió y aceptó comprometerse con una misión de alcances extraordinarios: Modificar el sentido de la humanidad, afirmarla en la trascendencia, comunicarle el poder de la redención traída por Cristo.

Fuera de su fe y de la gracia, adolecían de todo recurso, lo mismo frente a las poderosas estructuras del mundo judío, que ante las más poderosas aún del mundo romano. Pero gozaban de un privilegio singular: La apertura de espíritu y la creatividad mental que ésta trae consigo: eran honestos en sus fines y honestos en los medios para alcanzarlos; carecían de todo y lo poseían todo.

Veinte siglos después, los herederos de aquel proyecto observan, a veces consternados, que se debe comenzar de nuevo, que el proyecto cristiano como tal no sólo no pierde actualidad, sino que se ha hecho más actual y urgente que nunca; también observan que este proyecto de fuerza inaudita se halla como cautivo de lenguajes muertos que ya nadie habla: es la voz y la palabra intemporal que no encuentra la voz y la palabra del tiempo actual. En efecto, uno de los grandes retos de la Iglesia hoy es el problema de la comunicación, no de nivel de la materialidad de un idioma, sino a nivel de sus contenidos, de sus conceptos, que no de sus principios.

La naturaleza del universo y del hombre siguen siendo fieles al mandato divino del crecimiento que es evolución y cambio constantes, haciendo pedazos las seguridades temporales, los esquemas, las cómodas rutinas, las soluciones del pasado que otros se esforzaron en idear pero que, como todo, tenían fecha de caducidad que con frecuencia no hemos respetado.

Esta dinámica general que de tiempo en tiempo se acelera es precisamente nuestro patrimonio y nuestra gran oportunidad de volver a ser Pascua del mundo y del gran anuncio ‘he aquí que todo lo hago nuevo’. Pero, para poder seguir siendo el instrumento y el sacramento de Cristo para el hombre y para el cosmos, la Iglesia debe asumir enormes retos.

Se nos ha exhortado a entender este año de gracia y bendición, como un tiempo oportuno de Dios, como un kairos, dirían los griegos, como un jubileo de alabanzas, bendiciones y acciones de gracias por la gracia de la justificación y de las indulgencias. Después del perdón sacramental, la abundancia de la misericordia de Dios, se manifiesta como la gran “indulgencia” en Cristo Crucificado.

Así, las indulgencias se han de entender como búsqueda de renovación integral del hombre en virtud de la gracia de Cristo Redentor, mediante el ministerio de la Iglesia; las indulgencias se comprenden también como “la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados ya perdonados”.

En tal virtud, el santo papa Francisco ha concedido para el presente jubileo de estos primeros 400 años, la indulgencia plenaria, con sus conllevados lineamientos que hay que observar y que cada uno de nuestros pastores nos estarán compartiendo.

En términos de la liturgia sagrada de la iglesia, somos llamados a hacer, diríamos con el termino en griego: Anamnesis o conmemoración viva, que nos rejuvenezca espiritual y pastoralmente; que recorriendo la historia salvífica del pasado eclesial durangueño nos inyecte renovada vida cristiana y nos proyecte con renovado vigor pastoral en toda la iglesia local.

A todos nosotros se refieren las palabras del Isaías: “Levántate y resplandece que tu luz ha llegado. La gloria del Señor brilla sobre”. Según el grado y el rol de cada uno en la iglesia, todos nos percibimos responsables de seguir construyendo la Iglesia, como piedras vivas, según las palabras de Pedro en este pueblo sacerdotal, para implantar el reino de Dios con nuestra actividad pastoral y con nuestro testimonio.

Respondamos al mandamiento del Señor hoy para su Iglesia, la premura de los tiempos de cambio nos lo exigen, la urgencia de los desafíos nos lo imploran: Vayan y hagan discípulos a todas las gentes, promulga el mandamiento del Señor. La historia se transforma como nunca antes, en el escenario para descubrir la gran actuación de Dios, esta es la historia de salvación. Dejemos pues que el Señor de la historia nos permita escribirla desde nuestra vocación.

400 años del paso de Dios

Les saludo afectuosamente dándoles el gozoso anuncio de que el pasado 11 de octubre del 2019, nuestra iglesia local de Durango ha comenzado el año jubilar por los 400 años de presencia episcopal, engalanada en su cabeza con la presencia de Jesucristo obispo y buen pastor que recorre desde entonces estos caminos reales.

Honramos la memoria de quien fuera el primer pastor de la entonces vasta diócesis de la Nueva Vizcaya en el año de 1620, desde entonces ha tenido 23 obispos y diez arzobispos. Su vasto territorio de entonces, abarcaba desde el norte de Zacatecas, desmembrándose de la legendaria posesión del territorio de la Nueva Galicia, hasta las Altas Californias y Nuevo México en el norte.

Hace veinte siglos, un puñado de hombres y mujeres, en su mayoría gente sencilla pero también letrados y gentes de ciencia, recibió y aceptó comprometerse con una misión de alcances extraordinarios: Modificar el sentido de la humanidad, afirmarla en la trascendencia, comunicarle el poder de la redención traída por Cristo.

Fuera de su fe y de la gracia, adolecían de todo recurso, lo mismo frente a las poderosas estructuras del mundo judío, que ante las más poderosas aún del mundo romano. Pero gozaban de un privilegio singular: La apertura de espíritu y la creatividad mental que ésta trae consigo: eran honestos en sus fines y honestos en los medios para alcanzarlos; carecían de todo y lo poseían todo.

Veinte siglos después, los herederos de aquel proyecto observan, a veces consternados, que se debe comenzar de nuevo, que el proyecto cristiano como tal no sólo no pierde actualidad, sino que se ha hecho más actual y urgente que nunca; también observan que este proyecto de fuerza inaudita se halla como cautivo de lenguajes muertos que ya nadie habla: es la voz y la palabra intemporal que no encuentra la voz y la palabra del tiempo actual. En efecto, uno de los grandes retos de la Iglesia hoy es el problema de la comunicación, no de nivel de la materialidad de un idioma, sino a nivel de sus contenidos, de sus conceptos, que no de sus principios.

La naturaleza del universo y del hombre siguen siendo fieles al mandato divino del crecimiento que es evolución y cambio constantes, haciendo pedazos las seguridades temporales, los esquemas, las cómodas rutinas, las soluciones del pasado que otros se esforzaron en idear pero que, como todo, tenían fecha de caducidad que con frecuencia no hemos respetado.

Esta dinámica general que de tiempo en tiempo se acelera es precisamente nuestro patrimonio y nuestra gran oportunidad de volver a ser Pascua del mundo y del gran anuncio ‘he aquí que todo lo hago nuevo’. Pero, para poder seguir siendo el instrumento y el sacramento de Cristo para el hombre y para el cosmos, la Iglesia debe asumir enormes retos.

Se nos ha exhortado a entender este año de gracia y bendición, como un tiempo oportuno de Dios, como un kairos, dirían los griegos, como un jubileo de alabanzas, bendiciones y acciones de gracias por la gracia de la justificación y de las indulgencias. Después del perdón sacramental, la abundancia de la misericordia de Dios, se manifiesta como la gran “indulgencia” en Cristo Crucificado.

Así, las indulgencias se han de entender como búsqueda de renovación integral del hombre en virtud de la gracia de Cristo Redentor, mediante el ministerio de la Iglesia; las indulgencias se comprenden también como “la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados ya perdonados”.

En tal virtud, el santo papa Francisco ha concedido para el presente jubileo de estos primeros 400 años, la indulgencia plenaria, con sus conllevados lineamientos que hay que observar y que cada uno de nuestros pastores nos estarán compartiendo.

En términos de la liturgia sagrada de la iglesia, somos llamados a hacer, diríamos con el termino en griego: Anamnesis o conmemoración viva, que nos rejuvenezca espiritual y pastoralmente; que recorriendo la historia salvífica del pasado eclesial durangueño nos inyecte renovada vida cristiana y nos proyecte con renovado vigor pastoral en toda la iglesia local.

A todos nosotros se refieren las palabras del Isaías: “Levántate y resplandece que tu luz ha llegado. La gloria del Señor brilla sobre”. Según el grado y el rol de cada uno en la iglesia, todos nos percibimos responsables de seguir construyendo la Iglesia, como piedras vivas, según las palabras de Pedro en este pueblo sacerdotal, para implantar el reino de Dios con nuestra actividad pastoral y con nuestro testimonio.

Respondamos al mandamiento del Señor hoy para su Iglesia, la premura de los tiempos de cambio nos lo exigen, la urgencia de los desafíos nos lo imploran: Vayan y hagan discípulos a todas las gentes, promulga el mandamiento del Señor. La historia se transforma como nunca antes, en el escenario para descubrir la gran actuación de Dios, esta es la historia de salvación. Dejemos pues que el Señor de la historia nos permita escribirla desde nuestra vocación.