/ miércoles 20 de noviembre de 2019

INTELLEGO UT CREDAM

Que se acaba, se acaba, pero… no sabemos cuándo

Un sinnúmero de películas sobre el fin del mundo han circulado a lo largo de los últimos años, algunas de ellas montadas por famosos cineastas. Y es justo en estos días en los que se está por terminar el año litúrgico en donde la Liturgia de la palabra saca a colación los textos apocalípticos del Antiguo y del Nuevo Testamento, los cuales también forman parte del tiempo de Adviento que es una época de esperanza.

El último libro de la Biblia se llama El Apocalipsis y su lenguaje es un género literario que es usado frecuentemente tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, el cual se caracteriza por utilizar un lenguaje predominantemente simbólico, ya que pretende describir las tribulaciones de los creyentes, pero con la esperanza de que llegue la liberación de Dios Nuestro Padre en quien tenemos puesta nuestra fe y esperanza.

Podemos describir que el apocalipsis es un mensaje cifrado en la esperanza cristiana, que describe de manera simbólica el sufrimiento y el dolor de la tragedia humana, donde Dios es el único que puede salvar y sanar al hombre. No por nada el libro El Apocalipsis culmina con el Maranathá apremiante (El Espíritu y la Esposa (La Iglesia) dicen “ven”. Que el que escucha diga también “ven” (…). El que da fe de estas palabras dice: “Si, vengo pronto”. Amén. “Ven Señor Jesús” (Ap. 22, 17-20).

Cuando este mensaje, con este estilo apocalíptico, y más cuando en el Evangelio es puesto en los labios de Jesús, no dejan de ser para los oyentes palabras verdaderamente impactantes, que hacen surgir muchas preguntas en la mente y en el corazón de los discípulos. “¿Cuándo va a ocurrir eso? ¿Y cuál será la señal de que eso está para suceder?”. Jesús nos da señales “claras”; pero son, al mismo tiempo, señales “confusas” porque eso ya ha sucedido muchas veces a lo largo de la historia. “Todo esto, nos dice Cristo, tiene que suceder primero, pero el final no vendrá enseguida… (cfr. Lc. 21 5-19)”.

Y esto hay que entenderlo en su justa dimensión. Esta alusión no es específica para entender el fin de la creación de Dios. Pues no olvidemos que desde el principio Dios hizo la creación como un acto bueno y al hombre como su obra maestra. Destruirlos sería una contradicción para el mismo. Por lo tanto Jesús pretende invitarnos a través de este lenguaje, que hay que descifrar para comprender, que el final de los tiempos está sucediendo en el “HOY” de nuestra vida. El final de los tiempos está ya presente y el único tiempo cierto es el de la conversión.

Hoy por hoy, en estos tiempos de frialdad humana, es importante entender que cuando se habla del fin del mundo o del juicio final en la Sagrada Escritura, se emplea un término denominado “PARUSIA”, que se traduce en la segunda venida de Jesús Resucitado, por eso como cristianos tenemos que vivir en plenitud del tiempo presente y esperar la Parusía de Jesús con gozo, sin especular en el cuándo vendrá Jesús, sino vivirlo en el ahora que está con nosotros sin cesar.

Nos queda muy claro que Jesús resucitó y vive entre de nosotros, entonces no hay necesidad de esperar a que vuelva, ya que nunca se ha ido de nosotros, por lo tanto nuestra tarea es seguir aprendiendo a descubrir a ese Jesús vivo y presente entre nosotros.

Hay que estar alertas, con una actitud creativa ante esta situación del fin del mundo. Las grandes intervenciones de Dios se dan en nuestra vida diaria y el cristiano católico no tiene que huir de esas responsabilidades, al contrario, una forma de prepararnos para vivir esa segunda venida de Nuestro Señor Jesucristo, es vivir con responsabilidad el momento presente, poner los pies en la tierra y no dejarnos alarmar ni dejarnos llevar por esa actitud de miedo que recurrentemente provocan en nosotros los profetas de la calamidad.

¡Que no se acabe! ¡Que no se acabe! Para el pagano, en cambio, no hay nada más deseable que la vida cómoda y divertida de acá abajo, sin compromiso alguno de conversión, por tanto no puede haber mayor tragedia, a su entender, que el final de todo ello. Nadie sabe el día. A fin de cuentas, muy en el fondo la gente intuye la verdad, que se quiera o no se quiera, tarde o temprano el mundo se acabará ¿Cuándo? Nadie conoce el día ni la hora.

Ni los ángeles del cielo, ni el Hijo; solamente el Padre (cfr. Mc. 13, 22). Al no conocer, pues, si mañana, dentro de un mes, dentro de dos años, dentro de cien o dentro de mil el mundo se acaba, el hombre debería meditar y prepararse de alguna manera; después de todo esa misma preparación habrá de servirle para el momento de su muerte.

En referencia a los continuos, y de vez en cuando más habituales, anuncios del fin del mundo con que los habitantes del mismo somos sacudidos por charlatanes y aprovechados, manipuladores, algún que otro enfermo mental, despistados “salva mundos”, en todos los casos, falsos profetas que sólo quedan en ridículo con sus predicciones que nunca se cumplen. No tengamos miedo, nada pasará, levantemos la cabeza y continuemos en la alegría de la fe trabajando en el cumplimiento de nuestra propia misión.

Que se acaba, se acaba, pero… no sabemos cuándo

Un sinnúmero de películas sobre el fin del mundo han circulado a lo largo de los últimos años, algunas de ellas montadas por famosos cineastas. Y es justo en estos días en los que se está por terminar el año litúrgico en donde la Liturgia de la palabra saca a colación los textos apocalípticos del Antiguo y del Nuevo Testamento, los cuales también forman parte del tiempo de Adviento que es una época de esperanza.

El último libro de la Biblia se llama El Apocalipsis y su lenguaje es un género literario que es usado frecuentemente tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, el cual se caracteriza por utilizar un lenguaje predominantemente simbólico, ya que pretende describir las tribulaciones de los creyentes, pero con la esperanza de que llegue la liberación de Dios Nuestro Padre en quien tenemos puesta nuestra fe y esperanza.

Podemos describir que el apocalipsis es un mensaje cifrado en la esperanza cristiana, que describe de manera simbólica el sufrimiento y el dolor de la tragedia humana, donde Dios es el único que puede salvar y sanar al hombre. No por nada el libro El Apocalipsis culmina con el Maranathá apremiante (El Espíritu y la Esposa (La Iglesia) dicen “ven”. Que el que escucha diga también “ven” (…). El que da fe de estas palabras dice: “Si, vengo pronto”. Amén. “Ven Señor Jesús” (Ap. 22, 17-20).

Cuando este mensaje, con este estilo apocalíptico, y más cuando en el Evangelio es puesto en los labios de Jesús, no dejan de ser para los oyentes palabras verdaderamente impactantes, que hacen surgir muchas preguntas en la mente y en el corazón de los discípulos. “¿Cuándo va a ocurrir eso? ¿Y cuál será la señal de que eso está para suceder?”. Jesús nos da señales “claras”; pero son, al mismo tiempo, señales “confusas” porque eso ya ha sucedido muchas veces a lo largo de la historia. “Todo esto, nos dice Cristo, tiene que suceder primero, pero el final no vendrá enseguida… (cfr. Lc. 21 5-19)”.

Y esto hay que entenderlo en su justa dimensión. Esta alusión no es específica para entender el fin de la creación de Dios. Pues no olvidemos que desde el principio Dios hizo la creación como un acto bueno y al hombre como su obra maestra. Destruirlos sería una contradicción para el mismo. Por lo tanto Jesús pretende invitarnos a través de este lenguaje, que hay que descifrar para comprender, que el final de los tiempos está sucediendo en el “HOY” de nuestra vida. El final de los tiempos está ya presente y el único tiempo cierto es el de la conversión.

Hoy por hoy, en estos tiempos de frialdad humana, es importante entender que cuando se habla del fin del mundo o del juicio final en la Sagrada Escritura, se emplea un término denominado “PARUSIA”, que se traduce en la segunda venida de Jesús Resucitado, por eso como cristianos tenemos que vivir en plenitud del tiempo presente y esperar la Parusía de Jesús con gozo, sin especular en el cuándo vendrá Jesús, sino vivirlo en el ahora que está con nosotros sin cesar.

Nos queda muy claro que Jesús resucitó y vive entre de nosotros, entonces no hay necesidad de esperar a que vuelva, ya que nunca se ha ido de nosotros, por lo tanto nuestra tarea es seguir aprendiendo a descubrir a ese Jesús vivo y presente entre nosotros.

Hay que estar alertas, con una actitud creativa ante esta situación del fin del mundo. Las grandes intervenciones de Dios se dan en nuestra vida diaria y el cristiano católico no tiene que huir de esas responsabilidades, al contrario, una forma de prepararnos para vivir esa segunda venida de Nuestro Señor Jesucristo, es vivir con responsabilidad el momento presente, poner los pies en la tierra y no dejarnos alarmar ni dejarnos llevar por esa actitud de miedo que recurrentemente provocan en nosotros los profetas de la calamidad.

¡Que no se acabe! ¡Que no se acabe! Para el pagano, en cambio, no hay nada más deseable que la vida cómoda y divertida de acá abajo, sin compromiso alguno de conversión, por tanto no puede haber mayor tragedia, a su entender, que el final de todo ello. Nadie sabe el día. A fin de cuentas, muy en el fondo la gente intuye la verdad, que se quiera o no se quiera, tarde o temprano el mundo se acabará ¿Cuándo? Nadie conoce el día ni la hora.

Ni los ángeles del cielo, ni el Hijo; solamente el Padre (cfr. Mc. 13, 22). Al no conocer, pues, si mañana, dentro de un mes, dentro de dos años, dentro de cien o dentro de mil el mundo se acaba, el hombre debería meditar y prepararse de alguna manera; después de todo esa misma preparación habrá de servirle para el momento de su muerte.

En referencia a los continuos, y de vez en cuando más habituales, anuncios del fin del mundo con que los habitantes del mismo somos sacudidos por charlatanes y aprovechados, manipuladores, algún que otro enfermo mental, despistados “salva mundos”, en todos los casos, falsos profetas que sólo quedan en ridículo con sus predicciones que nunca se cumplen. No tengamos miedo, nada pasará, levantemos la cabeza y continuemos en la alegría de la fe trabajando en el cumplimiento de nuestra propia misión.