/ domingo 22 de diciembre de 2019

INTELLEGO UT CREDAM

La Navidad es disponer nuestro ser a Dios

Cada año, en el novenario de preparación a la fiesta de la natividad de Jesucristo, del 16 al 24 de diciembre, se celebran en todos los rincones de México las tradicionales posadas.

Las posadas o jornadas se festejan en nuestro país desde tiempos coloniales. Es una tradición auténticamente mexicana, pues hasta la fecha no se sabe que en España o en algún lugar de América haya habido posadas durante la época de la colonia. Los cronistas de arte y cultura popular afirman que fueron utilizadas por los misioneros como “enseñanzas” y que ahora son el tronco de nuestra cultura, y que nacieron con el fin de sustituir algunas de las costumbres de los indígenas, aprovechando el gusto por el canto y la danza de los nativos. De esta manera, las integraron en la evangelización.

Cuentan los historiadores que, por estas fechas decembrinas, los antiguos mexicanos celebraban la llegada de Huitzilopochtli (dios de la guerra), al lapso aproximado entre el 7 y el 26 de diciembre del calendario juliano. Los religiosos agustinos aprovecharon esa coincidencia para celebrar las primeras posadas en el monasterio de San Agustín de Acolman, al noroeste de la Ciudad de México, rumbo a las pirámides de Teotihuacán. Se realizaron gracias a la Bula que obtuvo el prior, Fray Diego de Soria, del papa Sixto V, en 1557, en la que también se autorizaban las misas llamadas “de aguinaldo”. En la celebración de dichas misas, los religiosos daban permiso a los fieles de sustituir aun la música sacra por sones y bailes populares, confundiéndose de esta manera el culto con el folclor.

Fray Juan de Grijalva, en su crónica, dice que “la devoción por estas misas fue tan grande, que en pocos años no hubo iglesia alguna en todo el reino, tanto de españoles como de indios, donde no se cantasen dichas misas, y era tan grande la solemnidad de música y celebraciones de alegría que se hacían en los monasterios de monjas, que parecía suya esta hermosa devoción”.

Más tarde se inició la costumbre de celebrar las posadas en los atrios de las iglesias, intercalándose con pasajes y escenas de la natividad del Señor. Para que hubiera mayor atractivo e interés de los asistentes por tomar parte de ellas, los religiosos agregaban a la celebración el empleo de luces de bengala, cohetes, piñatas, villancicos y cantos populares para dar más alegría al festejo.

De las misas de aguinaldo en los atrios de los templos pasaron las posadas a tomar parte del ritual familiar y del barrio, en el Siglo XVIII. Este cambio del templo al pueblo, se dio con el interés de que más gente participara en la fiesta. De ahí surgió la costumbre de cargar y pasear a los santos peregrinos, pidiendo posada, recordando las tribulaciones que pasaron en su recorrido de Nazareth a Belén, para ir a cumplir con el precepto de empadronamiento al que estaban sujetos todos los judíos.

En nuestros días, la fiesta de Navidad se ha convertido para muchos en una carrera consumista. Pero la verdad que debemos conocer es que en Navidad, un Dios humilde, un Dios amor se revela al hombre como un pequeño niño. El 25 de diciembre, los cristianos conmemoramos el nacimiento de Jesús, pero no sólo como un personaje histórico que ha cambiado el mundo, nacido en Belén. En la fiesta de Navidad se recuerda un aspecto fundamental para la fe cristiana: la encarnación del verbo divino para la redención de la humanidad, un episodio que el evangelista San Juan resume con las palabras: “El verbo se hizo carne”.

“En aquel niño envuelto en pañales y acostado en el pesebre, es Dios quien viene a visitarnos para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”, afirmó el papa Juan Pablo II (Mensaje Urbi et Orbi). Y es que, en la gruta de Belén, explicó, “Dios se muestra a los hombres como un humilde niño para derrotar nuestra soberbia. Si Dios se hubiese encarnado envuelto de poder, riqueza y gloria, quizás el hombre se hubiera rendido más fácilmente”. Pero Dios “no quiere nuestra rendición”; más bien, “apela a nuestro corazón y a nuestra decisión libre de aceptar su amor. Se ha hecho pequeño para liberarnos de la pretensión humana de grandeza que brota de la soberbia; se ha encarnado libremente para hacernos a nosotros verdaderamente libres, libres de amarlo”.

En el niño recién nacido, cuyo rostro es contemplado por los cristianos en Navidad, se manifiesta Dios amor: “Él pide nuestro amor; por eso se hace niño. Dios se ha hecho pequeño para que nosotros pudiéramos comprenderlo, acogerlo, amarlo”. Según esto, el hecho de que Dios asuma la condición de niño, indica el modo en el que los cristianos pueden encontrarse con Dios. “Quien no ha entendido el misterio de la Navidad no ha entendido el elemento decisivo de la existencia cristiana. Quien no acoge a Jesús con corazón de niño, no puede entrar en el reino de los cielos” (Benedicto XVI).

La Navidad es disponer nuestro ser a Dios

Cada año, en el novenario de preparación a la fiesta de la natividad de Jesucristo, del 16 al 24 de diciembre, se celebran en todos los rincones de México las tradicionales posadas.

Las posadas o jornadas se festejan en nuestro país desde tiempos coloniales. Es una tradición auténticamente mexicana, pues hasta la fecha no se sabe que en España o en algún lugar de América haya habido posadas durante la época de la colonia. Los cronistas de arte y cultura popular afirman que fueron utilizadas por los misioneros como “enseñanzas” y que ahora son el tronco de nuestra cultura, y que nacieron con el fin de sustituir algunas de las costumbres de los indígenas, aprovechando el gusto por el canto y la danza de los nativos. De esta manera, las integraron en la evangelización.

Cuentan los historiadores que, por estas fechas decembrinas, los antiguos mexicanos celebraban la llegada de Huitzilopochtli (dios de la guerra), al lapso aproximado entre el 7 y el 26 de diciembre del calendario juliano. Los religiosos agustinos aprovecharon esa coincidencia para celebrar las primeras posadas en el monasterio de San Agustín de Acolman, al noroeste de la Ciudad de México, rumbo a las pirámides de Teotihuacán. Se realizaron gracias a la Bula que obtuvo el prior, Fray Diego de Soria, del papa Sixto V, en 1557, en la que también se autorizaban las misas llamadas “de aguinaldo”. En la celebración de dichas misas, los religiosos daban permiso a los fieles de sustituir aun la música sacra por sones y bailes populares, confundiéndose de esta manera el culto con el folclor.

Fray Juan de Grijalva, en su crónica, dice que “la devoción por estas misas fue tan grande, que en pocos años no hubo iglesia alguna en todo el reino, tanto de españoles como de indios, donde no se cantasen dichas misas, y era tan grande la solemnidad de música y celebraciones de alegría que se hacían en los monasterios de monjas, que parecía suya esta hermosa devoción”.

Más tarde se inició la costumbre de celebrar las posadas en los atrios de las iglesias, intercalándose con pasajes y escenas de la natividad del Señor. Para que hubiera mayor atractivo e interés de los asistentes por tomar parte de ellas, los religiosos agregaban a la celebración el empleo de luces de bengala, cohetes, piñatas, villancicos y cantos populares para dar más alegría al festejo.

De las misas de aguinaldo en los atrios de los templos pasaron las posadas a tomar parte del ritual familiar y del barrio, en el Siglo XVIII. Este cambio del templo al pueblo, se dio con el interés de que más gente participara en la fiesta. De ahí surgió la costumbre de cargar y pasear a los santos peregrinos, pidiendo posada, recordando las tribulaciones que pasaron en su recorrido de Nazareth a Belén, para ir a cumplir con el precepto de empadronamiento al que estaban sujetos todos los judíos.

En nuestros días, la fiesta de Navidad se ha convertido para muchos en una carrera consumista. Pero la verdad que debemos conocer es que en Navidad, un Dios humilde, un Dios amor se revela al hombre como un pequeño niño. El 25 de diciembre, los cristianos conmemoramos el nacimiento de Jesús, pero no sólo como un personaje histórico que ha cambiado el mundo, nacido en Belén. En la fiesta de Navidad se recuerda un aspecto fundamental para la fe cristiana: la encarnación del verbo divino para la redención de la humanidad, un episodio que el evangelista San Juan resume con las palabras: “El verbo se hizo carne”.

“En aquel niño envuelto en pañales y acostado en el pesebre, es Dios quien viene a visitarnos para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”, afirmó el papa Juan Pablo II (Mensaje Urbi et Orbi). Y es que, en la gruta de Belén, explicó, “Dios se muestra a los hombres como un humilde niño para derrotar nuestra soberbia. Si Dios se hubiese encarnado envuelto de poder, riqueza y gloria, quizás el hombre se hubiera rendido más fácilmente”. Pero Dios “no quiere nuestra rendición”; más bien, “apela a nuestro corazón y a nuestra decisión libre de aceptar su amor. Se ha hecho pequeño para liberarnos de la pretensión humana de grandeza que brota de la soberbia; se ha encarnado libremente para hacernos a nosotros verdaderamente libres, libres de amarlo”.

En el niño recién nacido, cuyo rostro es contemplado por los cristianos en Navidad, se manifiesta Dios amor: “Él pide nuestro amor; por eso se hace niño. Dios se ha hecho pequeño para que nosotros pudiéramos comprenderlo, acogerlo, amarlo”. Según esto, el hecho de que Dios asuma la condición de niño, indica el modo en el que los cristianos pueden encontrarse con Dios. “Quien no ha entendido el misterio de la Navidad no ha entendido el elemento decisivo de la existencia cristiana. Quien no acoge a Jesús con corazón de niño, no puede entrar en el reino de los cielos” (Benedicto XVI).