/ domingo 19 de enero de 2020

Intellego ut credam

Defender nuestra fe

El apóstol Pedro nos comparte una frase imperativa muy actual para todo el mundo cristiano (cfr. 1Pe 3,15), tenemos que estar listos para dar razones de las cuestiones más profundas de la fe, de las preguntas más frecuentes de la doctrina, y sobre todo explicar las razones que alimentan la esperanza cristiana.

Nuestra sociedad tiene que volver a Dios. Volverá en gran medida si estamos capacitados y convencidos de lo que creemos y vivimos. Hoy no se trata nada más de decir si soy católico, cristiano, protestante o no… se trata de gritarle al mundo que vale la pena creer en Jesucristo, camino de salvación y plenitud de nuestra esperanza.

Estamos en este momento de la historia del hombre llamados a ser una respuesta a tantas interrogantes. Ser una respuesta con nuestra propia persona a los que no creen o han dejado de creer. Aprender a abrir el alma y el corazón de la esperanza, para entrar como un soplo muchas veces sobre las brasas de tantos corazones alejados. El mismo Apóstol Pedro nos da dos recomendaciones de cómo acercarnos a las personas y los ambientes que, por diversos motivos, están distanciados del cristianismo:

Mansedumbre y respeto: En primer lugar, debemos ubicarnos en nuestra realidad, no somos todos iguales y debemos aprender a respetar y valorar lo bueno y valioso que hay en los demás. Sin duda hay un destello de Dios en ellos. No podemos acercarnos a enseñar como quien todo lo sabe, al contrario, acercarnos a aprender del otro y en el intercambio mutuo se da este diálogo racional sobre la fe. La fe es un don, la fe es un acto razonable y la fe es un acto libre.

La fe como don. Las cosas no se pueden forzar, la oración es necesaria para alcanzar el don de la fe. Las cuestiones científicas se abordan desde la ciencia. Las cuestiones de fe desde la oración, oración que es diálogo con una persona que es Jesús. Oración que es encuentro y relación con Jesús, no reflexión sobre un libro de anécdotas. “Nadie viene a mí si mi Padre no lo atrae”. Necesario un ambiente de oración para recibir o afianzar el don de la fe. La fe como un acto razonable.

Fe y razón se complementan y caminan juntas, no están opuestas una a la otra. Quedarían incompletas si se separan. El creyente debe de tener suficientes razones para creer. Creer y descubrir por la razón que el hombre no es la fuente de la verdad y del amor, ni el creador de estos conceptos tan necesarios en la vida. Dios es la auténtica fuente de la verdad, del amor, de la vida. El sentido más profundo y racional a la vida, al dolor, al sufrimiento y a la muerte, sólo se iluminan con una razón abierta a la fe que la llenan de esperanza. Cuando como creyentes valoramos el don de la fe, lo entendemos como un regalo grandioso, un tesoro extraordinario, que por nada debemos exponer a que se pierda.

La fe como un acto libre. La libertad es la ley del amor, el primero en respetarla, en no imponer cosas y leyes, es Dios. Jesús mismo lo dice en el evangelio: “si tu quieres”… respeta, no obliga, no chantajea, no impone, no lava conciencias. Jesús ama. La misma libertad con la que Jesús actúa en el evangelio es la que nos seduce a seguirlo, es la que nos reta a imitarlo, es la que nos apasiona a comprometernos libremente con la esencia de su mensaje: amor, misericordia, perdón, esperanza.

Dar razones de fe, además de procurar estar constantemente formándonos en la misma, exige de nosotros actuar con rectitud de intención, alejarnos de todo acto de proselitismo mal entendido, no competimos con otros cristianos por enseñar el evangelio, combatimos al espíritu del mal y la oscuridad. Estamos llamados en buena conciencia a llevar luz a las tinieblas. Llamados a iluminar los corazones confundidos y lastimados por la vida, en un clima de respeto y amor.

Pedro mismo nos previene a las incomprensiones, calumnias y persecución a causa de querer dar motivos de una esperanza que entraña justicia, amor, legalidad, perdón, encuentro, comprensión, etc. Alejada de todo lo que pueda ser corrupción, legalismos, mentira y manipulación de la verdad, manipulación de los conceptos inscritos en la ley natural y en el corazón del hombre.

Dar razones de la esperanza es dar razones de alegría. Alegría de la vivencia de una fe que genera paz. Una fe que es el encuentro con Dios que está presente en nuestra existencia de muchas maneras, de un Dios que no es el gran ausente, sino que como llegó a descubrir San Agustín: existe en el corazón de nuestras vidas y es el motor que nos hace vivir. Los cristianos hoy debemos sentirnos retados a compartir la fe, la esperanza y el amor a nivel experiencial, a nivel intelectual y desde el propio testimonio de vida.

Defender nuestra fe

El apóstol Pedro nos comparte una frase imperativa muy actual para todo el mundo cristiano (cfr. 1Pe 3,15), tenemos que estar listos para dar razones de las cuestiones más profundas de la fe, de las preguntas más frecuentes de la doctrina, y sobre todo explicar las razones que alimentan la esperanza cristiana.

Nuestra sociedad tiene que volver a Dios. Volverá en gran medida si estamos capacitados y convencidos de lo que creemos y vivimos. Hoy no se trata nada más de decir si soy católico, cristiano, protestante o no… se trata de gritarle al mundo que vale la pena creer en Jesucristo, camino de salvación y plenitud de nuestra esperanza.

Estamos en este momento de la historia del hombre llamados a ser una respuesta a tantas interrogantes. Ser una respuesta con nuestra propia persona a los que no creen o han dejado de creer. Aprender a abrir el alma y el corazón de la esperanza, para entrar como un soplo muchas veces sobre las brasas de tantos corazones alejados. El mismo Apóstol Pedro nos da dos recomendaciones de cómo acercarnos a las personas y los ambientes que, por diversos motivos, están distanciados del cristianismo:

Mansedumbre y respeto: En primer lugar, debemos ubicarnos en nuestra realidad, no somos todos iguales y debemos aprender a respetar y valorar lo bueno y valioso que hay en los demás. Sin duda hay un destello de Dios en ellos. No podemos acercarnos a enseñar como quien todo lo sabe, al contrario, acercarnos a aprender del otro y en el intercambio mutuo se da este diálogo racional sobre la fe. La fe es un don, la fe es un acto razonable y la fe es un acto libre.

La fe como don. Las cosas no se pueden forzar, la oración es necesaria para alcanzar el don de la fe. Las cuestiones científicas se abordan desde la ciencia. Las cuestiones de fe desde la oración, oración que es diálogo con una persona que es Jesús. Oración que es encuentro y relación con Jesús, no reflexión sobre un libro de anécdotas. “Nadie viene a mí si mi Padre no lo atrae”. Necesario un ambiente de oración para recibir o afianzar el don de la fe. La fe como un acto razonable.

Fe y razón se complementan y caminan juntas, no están opuestas una a la otra. Quedarían incompletas si se separan. El creyente debe de tener suficientes razones para creer. Creer y descubrir por la razón que el hombre no es la fuente de la verdad y del amor, ni el creador de estos conceptos tan necesarios en la vida. Dios es la auténtica fuente de la verdad, del amor, de la vida. El sentido más profundo y racional a la vida, al dolor, al sufrimiento y a la muerte, sólo se iluminan con una razón abierta a la fe que la llenan de esperanza. Cuando como creyentes valoramos el don de la fe, lo entendemos como un regalo grandioso, un tesoro extraordinario, que por nada debemos exponer a que se pierda.

La fe como un acto libre. La libertad es la ley del amor, el primero en respetarla, en no imponer cosas y leyes, es Dios. Jesús mismo lo dice en el evangelio: “si tu quieres”… respeta, no obliga, no chantajea, no impone, no lava conciencias. Jesús ama. La misma libertad con la que Jesús actúa en el evangelio es la que nos seduce a seguirlo, es la que nos reta a imitarlo, es la que nos apasiona a comprometernos libremente con la esencia de su mensaje: amor, misericordia, perdón, esperanza.

Dar razones de fe, además de procurar estar constantemente formándonos en la misma, exige de nosotros actuar con rectitud de intención, alejarnos de todo acto de proselitismo mal entendido, no competimos con otros cristianos por enseñar el evangelio, combatimos al espíritu del mal y la oscuridad. Estamos llamados en buena conciencia a llevar luz a las tinieblas. Llamados a iluminar los corazones confundidos y lastimados por la vida, en un clima de respeto y amor.

Pedro mismo nos previene a las incomprensiones, calumnias y persecución a causa de querer dar motivos de una esperanza que entraña justicia, amor, legalidad, perdón, encuentro, comprensión, etc. Alejada de todo lo que pueda ser corrupción, legalismos, mentira y manipulación de la verdad, manipulación de los conceptos inscritos en la ley natural y en el corazón del hombre.

Dar razones de la esperanza es dar razones de alegría. Alegría de la vivencia de una fe que genera paz. Una fe que es el encuentro con Dios que está presente en nuestra existencia de muchas maneras, de un Dios que no es el gran ausente, sino que como llegó a descubrir San Agustín: existe en el corazón de nuestras vidas y es el motor que nos hace vivir. Los cristianos hoy debemos sentirnos retados a compartir la fe, la esperanza y el amor a nivel experiencial, a nivel intelectual y desde el propio testimonio de vida.