/ domingo 8 de marzo de 2020

Intellego ut credam

El papel de la mujer en la iglesia

Las mujeres siguen siendo mayoría en México, pero aún falta mucho por reconocerles. Su nobleza, su cariño, su talento, sus virtudes y su carácter, son ignorados porque aquí, en México aún persiste el machismo, sin valorar que a ellas debemos la vida.

Las mujeres de ahora no sólo estudian, trabajan, contribuyen a la economía familiar, sino que, además, en algunos casos, sostienen el hogar. Hay ejemplos en que cumplen una doble labor: son padres y madres.

Pero Dios las ha llamado a la santidad por su gran ejemplo de amor, entrega, sacrificio, coraje y fortaleza para salir adelante; para vencer la adversidad, para luchar contra corriente, para orar y rezar día y noche por el bienestar de sus hijos, de su esposo, de su familia; para darle vida a su hogar con su quehacer cotidiano, con su ternura, con sus detalles, con ese toque femenino que sólo ellas saben dar.

A todas aquellas mujeres de una sola pieza, que no se han doblado ante una pena, que llenas de fe y fortaleza siguen escribiendo esa gran historia de nuestro México y que son dignas de gratitud, son dignas también de ser amadas.

En tiempos de Jesús, la mujer no era tomada en cuenta en la vida religiosa, la religión era sobre todo de varones. Entre algunas prescripciones tenemos que la mujer era indigna de participar en la mayoría de las fiestas religiosas, no podía estudiar la Torá ni participar en modo alguno en el servicio del templo. No se aceptaba en juicio alguno el testimonio de una mujer, salvo en problemas estrictamente familiares.

Estaba obligada a un ritual permanente de purificación. En campo social, era objeto de discriminación, así, dentro del matrimonio se le veía como una posesión del marido, no podía conversar a solas con ningún hombre so pena de ser considerada como indigna y hasta adúltera.

Ante cualquier sospecha de infidelidad, debía someterse a la prueba de los celos. Siempre se atribuía a ella la esterilidad de la pareja. La discriminación en caso de adulterio era radical. (cfr. Núm. 5, 12-22).

De ahí que la relación que entabla Jesús con la mujer es sumamente llamativa, y se constituye en toda una novedad, que hasta resultaba escandalosa. Habla con ellas con naturalidad, espontaneidad, sin afectación; pero siempre con sumo respeto, discreción, dignidad y sobriedad delicada. Les permite que le sigan de cerca, que le sirvan con sus bienes (cfr. Lc. 8, 1-3). Les muestra su amor, comprensión y misericordia, recordemos el perdón otorgado a la adúltera, y muchas de ellas recibieron milagros de Jesús. Rompe con los esquemas socioculturales de su tiempo.

Partiendo de esto, podemos entonces afirmar que la mujer siempre ha jugado un papel fundamental en la vida y misión de la Iglesia. Porque la mujer es ante todo una persona humana, creada por Dios, y destinada a la vida eterna, en idénticas condiciones en cuanto a su dignidad que el varón. Resulta muy enriquecedor el hecho de que la mujer tenga conciencia de estar llamada a un papel muy activo en la vida de la Iglesia.

Así fue en los comienzos de la era cristiana y se ha dado a lo largo de la historia. El Concilio Vaticano II, con intuición renovadora y visionaria obvió esta realidad cuando afirma “Como en nuestros tiempos participan las mujeres cada vez más activamente en toda la vida social, es de gran importancia su mayor participación también en los campos del apostolado de la Iglesia” (Decreto Apostólica Actuositatem, 9).

Es suficiente con acercarse a cualquiera de nuestras comunidades, para constatar el papel preponderante que tienen las mujeres en la vida y misión de la Iglesia, ellas ejercitan su sacerdocio común en ámbitos, tales como la catequesis, su participación en la liturgia, en la formación; hoy no son pocas las que siendo especialistas en ciencias sagradas, enseñan en universidades, forman parte de los tribunales eclesiásticos, están presentes en los consejos pastorales, en los que se toman decisiones importantes para la marcha de la parroquia, y así muchos ámbitos donde de no ser por la mujer, no se podría avanzar.

El hecho de que no se le conceda el ministerio sacerdotal, que es en gran medida el señalamiento de discriminación que se le da a la Iglesia, responde a una exigencia de fidelidad a la voluntad de Jesús, “Si Cristo con una elección libre y soberana, ha confiado solamente a los varones la tarea de ser “icono” de su rostro de pastor y de esposo de la Iglesia a través del ejercicio del sacerdocio ministerial, esto no quita nada al papel de la mujer, así como al de los demás miembros de la Iglesia que no han recibido el orden sagrado.

Por lo demás, todos somos igualmente dotados de la dignidad propia del “sacerdocio común”, fundamentado en el bautismo. En efecto, estas distinciones de papel no deben interpretarse a la luz de los cánones de funcionamiento propios de las sociedades humanas, sino con los criterios específicos de la economía sacramental, o sea, la economía de “signos” elegidos libremente por Dios para hacerse presente en medio de los hombres” (JUAN PABLO II, Carta a las mujeres, 11).

El papa Francisco también nos ilumina sobre el papel de la mujer en la Iglesia: “Cuando digo que es importante que las mujeres sean más consideradas en la Iglesia no es sólo para darles una función, la secretaría de un dicasterio… no, sino para que nos digan cómo sienten y ven la realidad, porque ven desde una riqueza diferente, más grande”.

“Es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia. Las mujeres están formulando cuestiones profundas que debemos afrontar. La Iglesia no puede ser ella misma sin la mujer y el papel que ésta desempeña. La mujer es imprescindible para la Iglesia”.

El papel de la mujer en la iglesia

Las mujeres siguen siendo mayoría en México, pero aún falta mucho por reconocerles. Su nobleza, su cariño, su talento, sus virtudes y su carácter, son ignorados porque aquí, en México aún persiste el machismo, sin valorar que a ellas debemos la vida.

Las mujeres de ahora no sólo estudian, trabajan, contribuyen a la economía familiar, sino que, además, en algunos casos, sostienen el hogar. Hay ejemplos en que cumplen una doble labor: son padres y madres.

Pero Dios las ha llamado a la santidad por su gran ejemplo de amor, entrega, sacrificio, coraje y fortaleza para salir adelante; para vencer la adversidad, para luchar contra corriente, para orar y rezar día y noche por el bienestar de sus hijos, de su esposo, de su familia; para darle vida a su hogar con su quehacer cotidiano, con su ternura, con sus detalles, con ese toque femenino que sólo ellas saben dar.

A todas aquellas mujeres de una sola pieza, que no se han doblado ante una pena, que llenas de fe y fortaleza siguen escribiendo esa gran historia de nuestro México y que son dignas de gratitud, son dignas también de ser amadas.

En tiempos de Jesús, la mujer no era tomada en cuenta en la vida religiosa, la religión era sobre todo de varones. Entre algunas prescripciones tenemos que la mujer era indigna de participar en la mayoría de las fiestas religiosas, no podía estudiar la Torá ni participar en modo alguno en el servicio del templo. No se aceptaba en juicio alguno el testimonio de una mujer, salvo en problemas estrictamente familiares.

Estaba obligada a un ritual permanente de purificación. En campo social, era objeto de discriminación, así, dentro del matrimonio se le veía como una posesión del marido, no podía conversar a solas con ningún hombre so pena de ser considerada como indigna y hasta adúltera.

Ante cualquier sospecha de infidelidad, debía someterse a la prueba de los celos. Siempre se atribuía a ella la esterilidad de la pareja. La discriminación en caso de adulterio era radical. (cfr. Núm. 5, 12-22).

De ahí que la relación que entabla Jesús con la mujer es sumamente llamativa, y se constituye en toda una novedad, que hasta resultaba escandalosa. Habla con ellas con naturalidad, espontaneidad, sin afectación; pero siempre con sumo respeto, discreción, dignidad y sobriedad delicada. Les permite que le sigan de cerca, que le sirvan con sus bienes (cfr. Lc. 8, 1-3). Les muestra su amor, comprensión y misericordia, recordemos el perdón otorgado a la adúltera, y muchas de ellas recibieron milagros de Jesús. Rompe con los esquemas socioculturales de su tiempo.

Partiendo de esto, podemos entonces afirmar que la mujer siempre ha jugado un papel fundamental en la vida y misión de la Iglesia. Porque la mujer es ante todo una persona humana, creada por Dios, y destinada a la vida eterna, en idénticas condiciones en cuanto a su dignidad que el varón. Resulta muy enriquecedor el hecho de que la mujer tenga conciencia de estar llamada a un papel muy activo en la vida de la Iglesia.

Así fue en los comienzos de la era cristiana y se ha dado a lo largo de la historia. El Concilio Vaticano II, con intuición renovadora y visionaria obvió esta realidad cuando afirma “Como en nuestros tiempos participan las mujeres cada vez más activamente en toda la vida social, es de gran importancia su mayor participación también en los campos del apostolado de la Iglesia” (Decreto Apostólica Actuositatem, 9).

Es suficiente con acercarse a cualquiera de nuestras comunidades, para constatar el papel preponderante que tienen las mujeres en la vida y misión de la Iglesia, ellas ejercitan su sacerdocio común en ámbitos, tales como la catequesis, su participación en la liturgia, en la formación; hoy no son pocas las que siendo especialistas en ciencias sagradas, enseñan en universidades, forman parte de los tribunales eclesiásticos, están presentes en los consejos pastorales, en los que se toman decisiones importantes para la marcha de la parroquia, y así muchos ámbitos donde de no ser por la mujer, no se podría avanzar.

El hecho de que no se le conceda el ministerio sacerdotal, que es en gran medida el señalamiento de discriminación que se le da a la Iglesia, responde a una exigencia de fidelidad a la voluntad de Jesús, “Si Cristo con una elección libre y soberana, ha confiado solamente a los varones la tarea de ser “icono” de su rostro de pastor y de esposo de la Iglesia a través del ejercicio del sacerdocio ministerial, esto no quita nada al papel de la mujer, así como al de los demás miembros de la Iglesia que no han recibido el orden sagrado.

Por lo demás, todos somos igualmente dotados de la dignidad propia del “sacerdocio común”, fundamentado en el bautismo. En efecto, estas distinciones de papel no deben interpretarse a la luz de los cánones de funcionamiento propios de las sociedades humanas, sino con los criterios específicos de la economía sacramental, o sea, la economía de “signos” elegidos libremente por Dios para hacerse presente en medio de los hombres” (JUAN PABLO II, Carta a las mujeres, 11).

El papa Francisco también nos ilumina sobre el papel de la mujer en la Iglesia: “Cuando digo que es importante que las mujeres sean más consideradas en la Iglesia no es sólo para darles una función, la secretaría de un dicasterio… no, sino para que nos digan cómo sienten y ven la realidad, porque ven desde una riqueza diferente, más grande”.

“Es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia. Las mujeres están formulando cuestiones profundas que debemos afrontar. La Iglesia no puede ser ella misma sin la mujer y el papel que ésta desempeña. La mujer es imprescindible para la Iglesia”.