/ miércoles 18 de marzo de 2020

Intellego ut credam

La cultura preventiva, un desafío hoy

“Y oirán de guerras y rumores de guerras; pero no se turben, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin. Porque se levantará nación contra nación y reino contra reino; y habrá pestes y hambres y terremotos en diferentes lugares. (Mateo 24:6-8)”.


La viruela, la primera epidemia de la que se conoce y que afectó a los pobladores de Continente Americano, al grado de convertirse una situación de salud grave entre la población indígena, llegó en 1520 y sus memorias se representaron en los famosos códices mesoamericanos. Fray Bernardino de Sahagún dice que esta epidemia duró 60 días y que “de esta pestilencia murieron muchos indios; tenían todo el cuerpo y toda la cara, y todos los miembros tan llenos y lastimados de viruelas…”.

Es incalculable el número de muertos, pero es indudable que pudieron haber llegado a miles de personas. La medicina indígena estaba desarrollada, ciertamente, sin embargo, los nativos carecían de anticuerpos y fueron muy vulnerables a las nuevas enfermedades.

Hubo varios brotes de epidemias entre los pueblos indígenas, y entre las víctimas de la viruela el Tlatoani Cuitláhuac cuyo gobierno sólo duró 80 días, y el tío de San Juan Diego quien murió el 15 de mayo de 1544, conforme lo cuenta el Nican Motecpana “a consecuencia de la epidemia del cocolixtli o hueyzahuatl (viruela)”.

En épocas actuales nuestro mundo está inmerso en un milenio cargado de contradicciones; de un avance económico, cultural y tecnológico que ofrece posibilidades inmensas a los afortunados que son pocos, mientras que por otra parte existen millones de personas que se quedan en los márgenes del progreso y en condiciones de vida mucho más bajas que las mínimas exigidas por la dignidad humana.

¿Cómo puede ser que todavía el día de hoy hay personas que se mueren de hambre; que están condenadas al analfabetismo y que les falla la más básica atención médica? Es por ello que los católicos debemos aprender a hacer real nuestra fe en Cristo, escuchando su voz en el grito que se eleva en este mundo de de pobreza... Es por ello que la Iglesia se esfuerza por generar una nueva creatividad en la solidaridad, no sólo para asegurar que la ayuda sea eficaz acercándose a los que sufren y encontrar el modo de compartir entre hermanos.

Hoy en día, estamos ante la presencia de una pandemia provocada por el por el ya conocido coronavirus (COVI-19), el cual causa enfermedades respiratorias que van desde el resfriado común hasta enfermedades más graves como el Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS), es por ello que la iglesia católica hace un llamado al pueblo que peregrina en México para tomar las medidas preventivas necesarias para evitar el contagio.

Este es un trabajo de todos, desde las autoridades, así como del pueblo de México que debe acatarlas. Es importante que sepamos que el coronavirus humano se transmite de una persona infectada a otras a través del aire, al toser y estornudar, al tocar o estrechar la mano de una persona enferma, o al tocar un objeto o superficie contaminada con el virus y luego tocarse la boca, la nariz o los ojos antes de lavarse las manos.

Una de las medidas preventivas sugeridas por las instancias de Salud, es la suspensión de los saludos con contacto físico, es por ello que todos los sacerdotes en México hemos sido exhortados a través de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), a solicitar a los feligreses que en las celebraciones religiosas se suspenda el saludo de mano con contacto físico, durante la contingencia. Lo anterior no elimina el rito del saludo de la paz, sino solamente, que en el mismo se evite el contacto directo interpersonal, y se pueda sustituir con una reverencia o un signo de voz.

En el mismo sentido, se considera muy conveniente, por la misma circunstancia, que la Sagrada Comunión, durante la eventual emergencia, sea distribuida en la mano y no en la boca, según las normas de la iglesia.

Estas recomendaciones son de carácter extraordinarios, dados los riesgos que ofrece la actual situación y pensando en que todos podemos colaborar solidariamente para prevenir la emergencia sanitaria que se está presentando.

Es por ello que la Iglesia pide a todos que se le dé la seriedad que esto merece, y estar atentos para prevenir, y de darse el caso, enfrentar esta enfermedad, siguiendo las medidas recomendadas por la Secretaria de Salud como: lavado continuo y a fondo de las manos, limpieza de superficies, evitar expandir nuestra saliva a través del beso, estornudos o a través de la tos, así como no tocarse la cara, entre las principales medidas, con el fin de prevenir el contagio del coronavirus (COVID-19).


Nuestros pastores reiteran el llamado a mantener la calma, a seguir las recomendaciones de las autoridades sanitarias, a adoptar las normas de prevención en los hábitos de vida cotidiana, pensando siempre en el bien común, reavivando y consolidando los lazos de solidaridad y cuidado, principalmente de nuestros niños, niñas, adolescentes, jóvenes y ancianos.


Encomendamos a Dios y a nuestra Madre Santísima de Guadalupe, a todos estos hermanos nuestros, que han perdido la vida y a todos sus seres queridos, que sufren esta pena; y a los enfermos y contagiados por este virus. Nos unimos en oración, pidiendo que pronto se obtenga una efectiva cura.

La cultura preventiva, un desafío hoy

“Y oirán de guerras y rumores de guerras; pero no se turben, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin. Porque se levantará nación contra nación y reino contra reino; y habrá pestes y hambres y terremotos en diferentes lugares. (Mateo 24:6-8)”.


La viruela, la primera epidemia de la que se conoce y que afectó a los pobladores de Continente Americano, al grado de convertirse una situación de salud grave entre la población indígena, llegó en 1520 y sus memorias se representaron en los famosos códices mesoamericanos. Fray Bernardino de Sahagún dice que esta epidemia duró 60 días y que “de esta pestilencia murieron muchos indios; tenían todo el cuerpo y toda la cara, y todos los miembros tan llenos y lastimados de viruelas…”.

Es incalculable el número de muertos, pero es indudable que pudieron haber llegado a miles de personas. La medicina indígena estaba desarrollada, ciertamente, sin embargo, los nativos carecían de anticuerpos y fueron muy vulnerables a las nuevas enfermedades.

Hubo varios brotes de epidemias entre los pueblos indígenas, y entre las víctimas de la viruela el Tlatoani Cuitláhuac cuyo gobierno sólo duró 80 días, y el tío de San Juan Diego quien murió el 15 de mayo de 1544, conforme lo cuenta el Nican Motecpana “a consecuencia de la epidemia del cocolixtli o hueyzahuatl (viruela)”.

En épocas actuales nuestro mundo está inmerso en un milenio cargado de contradicciones; de un avance económico, cultural y tecnológico que ofrece posibilidades inmensas a los afortunados que son pocos, mientras que por otra parte existen millones de personas que se quedan en los márgenes del progreso y en condiciones de vida mucho más bajas que las mínimas exigidas por la dignidad humana.

¿Cómo puede ser que todavía el día de hoy hay personas que se mueren de hambre; que están condenadas al analfabetismo y que les falla la más básica atención médica? Es por ello que los católicos debemos aprender a hacer real nuestra fe en Cristo, escuchando su voz en el grito que se eleva en este mundo de de pobreza... Es por ello que la Iglesia se esfuerza por generar una nueva creatividad en la solidaridad, no sólo para asegurar que la ayuda sea eficaz acercándose a los que sufren y encontrar el modo de compartir entre hermanos.

Hoy en día, estamos ante la presencia de una pandemia provocada por el por el ya conocido coronavirus (COVI-19), el cual causa enfermedades respiratorias que van desde el resfriado común hasta enfermedades más graves como el Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS), es por ello que la iglesia católica hace un llamado al pueblo que peregrina en México para tomar las medidas preventivas necesarias para evitar el contagio.

Este es un trabajo de todos, desde las autoridades, así como del pueblo de México que debe acatarlas. Es importante que sepamos que el coronavirus humano se transmite de una persona infectada a otras a través del aire, al toser y estornudar, al tocar o estrechar la mano de una persona enferma, o al tocar un objeto o superficie contaminada con el virus y luego tocarse la boca, la nariz o los ojos antes de lavarse las manos.

Una de las medidas preventivas sugeridas por las instancias de Salud, es la suspensión de los saludos con contacto físico, es por ello que todos los sacerdotes en México hemos sido exhortados a través de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), a solicitar a los feligreses que en las celebraciones religiosas se suspenda el saludo de mano con contacto físico, durante la contingencia. Lo anterior no elimina el rito del saludo de la paz, sino solamente, que en el mismo se evite el contacto directo interpersonal, y se pueda sustituir con una reverencia o un signo de voz.

En el mismo sentido, se considera muy conveniente, por la misma circunstancia, que la Sagrada Comunión, durante la eventual emergencia, sea distribuida en la mano y no en la boca, según las normas de la iglesia.

Estas recomendaciones son de carácter extraordinarios, dados los riesgos que ofrece la actual situación y pensando en que todos podemos colaborar solidariamente para prevenir la emergencia sanitaria que se está presentando.

Es por ello que la Iglesia pide a todos que se le dé la seriedad que esto merece, y estar atentos para prevenir, y de darse el caso, enfrentar esta enfermedad, siguiendo las medidas recomendadas por la Secretaria de Salud como: lavado continuo y a fondo de las manos, limpieza de superficies, evitar expandir nuestra saliva a través del beso, estornudos o a través de la tos, así como no tocarse la cara, entre las principales medidas, con el fin de prevenir el contagio del coronavirus (COVID-19).


Nuestros pastores reiteran el llamado a mantener la calma, a seguir las recomendaciones de las autoridades sanitarias, a adoptar las normas de prevención en los hábitos de vida cotidiana, pensando siempre en el bien común, reavivando y consolidando los lazos de solidaridad y cuidado, principalmente de nuestros niños, niñas, adolescentes, jóvenes y ancianos.


Encomendamos a Dios y a nuestra Madre Santísima de Guadalupe, a todos estos hermanos nuestros, que han perdido la vida y a todos sus seres queridos, que sufren esta pena; y a los enfermos y contagiados por este virus. Nos unimos en oración, pidiendo que pronto se obtenga una efectiva cura.