/ domingo 29 de marzo de 2020

Intellego ut credam

No perdamos la fe

Según el catecismo de la Iglesia Católica, “la oración es la vida del corazón nuevo”. Cuando se ora de verdad salimos de nosotros mismos para entregarnos a Dios con total confianza y con amor sincero.

La oración nos lleva a escuchar lo que Dios dice, a buscar lo que Él quiere, a esperar que nos sorprenda con sus dones y con la experiencia de su paternidad. De esta comunión con Dios surge la más profunda fraternidad con las demás personas, la más nítida claridad sobre to que somos y debemos hacer, el compromiso más serio para trabajar por la verdad y la justicia en la sociedad.

Hoy, constatamos que se multiplican posiciones intelectuales y comportamientos prácticos que quieren excluir a Dios del horizonte de la vida y llevar al hombre a encerrarse en su autosuficiencia. Son muchos los males que se derivan, a nivel personal y social, de querer sofocar esta ansia infinita que arde por dentro y que grita que nada nos sacia, definitivamente, sino Dios.

Parece increíble, pero también en la vida personal nos puede pasar, que nos dediquemos a hacer muchas cosas sin ser conscientes de por quién las hacemos y quién les da su verdadera fecundidad.

Por eso, al vivir esta tremenda experiencia de contingencia sanitaria, que a todos nos entristece y nos preocupa, quiero invitarlos a todos a intensificar la oración. No tenemos otro recurso más poderoso para vencer el mal que genera desastres en nosotros y en el mundo. Vivamos con intensidad desde la experiencia de ser la iglesia doméstica en cada una de nuestras familias, para que seguir integrando en la vida diaria diversos momentos de oración.

Sin oración, las familias no tienen estabilidad y unidad y no logran dar su valioso aporte a la sociedad; particularmente, les recomiendo, además de la participación en la Eucaristía que a Dios gracias podemos aprovechar desde las redes sociales o desde la televisión avierta, la oración con la palabra de Dios y el rezo del Santo Rosario.

Es menester involucrar especialmente a los niños y los jóvenes con su oración sencilla y espontanea. Los enfermos y ancianos, que nos dan tanto ofreciendo su vida, miren como pueden intensificar aún más su intercesión y su aporte espiritual a la Iglesia.

Es un momento de Dios que nos permite valorar los grandes beneficios que Él nos ha regalado. Particularmente pensemos en el don de la vida, de la familia y de la fe. Que la cercanía con Dios nos permita ahora más que núnca estar unidos. Motivados en la soberana esperanza de que el dios de todo poder hara pasar la peste funesta sin que toque nuestras vidas ni la de nuestros seres queridos.

Ciertamente nos encontramos de frente a una realidad de temor; nos ha recordado hermosamente el papa Francisco que “nos encontramos asustados y perdidos, al igual que los discípulos del Evangelio. Nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estabamos en la misma barca; pero al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos”.

No olvidemos a María nuestra madre y portectora. Particularmente en nuestra nación Mexicana la presencia maternal de Santa María de Guadalupe a lo largo de cinco siglos, ha sido una bella experiencia de fe de nuestro pueblo mexicano. Ella ha sido fiel intersesora por todos nosotros ante el mismo creador de la vida. Que ella, siga abogando para que en nuestro país se preserve la vida y nos permita seguir disfrutando de esta extraordinaria oportunidad, con la certeza de que estamos dispuestos a cumpir siempre la voluntad de Dios.

No perdamos la fe

Según el catecismo de la Iglesia Católica, “la oración es la vida del corazón nuevo”. Cuando se ora de verdad salimos de nosotros mismos para entregarnos a Dios con total confianza y con amor sincero.

La oración nos lleva a escuchar lo que Dios dice, a buscar lo que Él quiere, a esperar que nos sorprenda con sus dones y con la experiencia de su paternidad. De esta comunión con Dios surge la más profunda fraternidad con las demás personas, la más nítida claridad sobre to que somos y debemos hacer, el compromiso más serio para trabajar por la verdad y la justicia en la sociedad.

Hoy, constatamos que se multiplican posiciones intelectuales y comportamientos prácticos que quieren excluir a Dios del horizonte de la vida y llevar al hombre a encerrarse en su autosuficiencia. Son muchos los males que se derivan, a nivel personal y social, de querer sofocar esta ansia infinita que arde por dentro y que grita que nada nos sacia, definitivamente, sino Dios.

Parece increíble, pero también en la vida personal nos puede pasar, que nos dediquemos a hacer muchas cosas sin ser conscientes de por quién las hacemos y quién les da su verdadera fecundidad.

Por eso, al vivir esta tremenda experiencia de contingencia sanitaria, que a todos nos entristece y nos preocupa, quiero invitarlos a todos a intensificar la oración. No tenemos otro recurso más poderoso para vencer el mal que genera desastres en nosotros y en el mundo. Vivamos con intensidad desde la experiencia de ser la iglesia doméstica en cada una de nuestras familias, para que seguir integrando en la vida diaria diversos momentos de oración.

Sin oración, las familias no tienen estabilidad y unidad y no logran dar su valioso aporte a la sociedad; particularmente, les recomiendo, además de la participación en la Eucaristía que a Dios gracias podemos aprovechar desde las redes sociales o desde la televisión avierta, la oración con la palabra de Dios y el rezo del Santo Rosario.

Es menester involucrar especialmente a los niños y los jóvenes con su oración sencilla y espontanea. Los enfermos y ancianos, que nos dan tanto ofreciendo su vida, miren como pueden intensificar aún más su intercesión y su aporte espiritual a la Iglesia.

Es un momento de Dios que nos permite valorar los grandes beneficios que Él nos ha regalado. Particularmente pensemos en el don de la vida, de la familia y de la fe. Que la cercanía con Dios nos permita ahora más que núnca estar unidos. Motivados en la soberana esperanza de que el dios de todo poder hara pasar la peste funesta sin que toque nuestras vidas ni la de nuestros seres queridos.

Ciertamente nos encontramos de frente a una realidad de temor; nos ha recordado hermosamente el papa Francisco que “nos encontramos asustados y perdidos, al igual que los discípulos del Evangelio. Nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estabamos en la misma barca; pero al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos”.

No olvidemos a María nuestra madre y portectora. Particularmente en nuestra nación Mexicana la presencia maternal de Santa María de Guadalupe a lo largo de cinco siglos, ha sido una bella experiencia de fe de nuestro pueblo mexicano. Ella ha sido fiel intersesora por todos nosotros ante el mismo creador de la vida. Que ella, siga abogando para que en nuestro país se preserve la vida y nos permita seguir disfrutando de esta extraordinaria oportunidad, con la certeza de que estamos dispuestos a cumpir siempre la voluntad de Dios.