/ domingo 12 de abril de 2020

Intellego ut credam

¡Cristo vive!

En su libro Jesús de Nazareth, segunda parte, el ahora emérito obispo de Roma, papa Benedicto XVI, dedica un capítulo para profundizar en la resurrección de Jesús. Entre otras muchas cosas, el gran Benedicto XVI, destaca:

“Es esencial que, con la resurrección de Jesús, no ha sido revitalizada una persona cualquiera fallecida en algún momento, sino que con ella se ha producido un salto ontológico que afecta al ser como tal; se ha inaugurado una dimensión que nos afecta a todos y que ha creado para todos nosotros un nuevo ámbito de la vida, del ser con Dios”.

JESÚS, CAMBIANDO LA HISTORIA: “A partir de esto hay que afrontar también la cuestión sobre la Resurrección como acontecimiento histórico. Por una parte, hay que decir que la esencia de la Resurrección consiste precisamente en que ella contraviene la historia e inaugura una dimensión que llamamos comúnmente la dimensión escatológica. La resurrección da entrada al espacio nuevo que abre la historia más allá de sí misma y crea lo definitivo. En este sentido, es verdad que la resurrección no es un acontecimiento histórico del mismo tipo que el nacimiento o la crucifixión de Jesús. Es algo nuevo, un género nuevo de acontecimiento.

Sólo un acontecimiento real de una entidad radicalmente nueva era capaz de hacer posible el anuncio de los apóstoles, que no se puede explicar por especulaciones, dicho anuncio adquiere vida por la fuerza impetuosa de un acontecimiento que nadie había ideado y que superaba cualquier imaginación”.

Es propio del misterio de Dios actuar de manera discreta: “Se hace hombre, pero de tal modo, que puede ser ignorado por sus contemporáneos, por las fuerzas de renombre en la historia. Padece y muere y, como resucitado, quiere llegar a la humanidad solamente mediante la fe de los suyos, a los que se manifiesta. No cesa de llamar con suavidad a las puertas de nuestro corazón y, si le abrimos, nos hace lentamente capaces de «ver». Pero, ¿no es éste, acaso, el estilo divino? No arrollar con el poder exterior, sino dar libertad, ofrecer y suscitar amor.

Y, lo que aparentemente es tan pequeño, ¿no es, tal vez pensándolo bien-, lo verdaderamente grande? ¿No emana, tal vez, de Jesús un rayo de luz que crece a lo largo de los siglos; un rayo que no podía venir de ningún simple ser humano; un rayo a través del cual entra realmente en el mundo el resplandor de la luz de Dios? El anuncio de los apóstoles, ¿podría haber encontrado la fe y edificado una comunidad universal si no hubiera actuado en Él la fuerza de la verdad? Él ha resucitado verdaderamente. Él es el viviente. A Él nos encomendamos en la seguridad de estar en la senda justa. Con Tomás, metemos nuestra mano en el costado traspasado de Jesús, y confesamos: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28).

RECIBIERON EL MENSAJE Y LO COMPARTIERON: “Los Cuatro Evangelios, y también San Pablo en su narración sobre la resurrección en 1 Corintios 15, presuponen que las apariciones del resucitado tuvieron lugar en un período limitado. Pablo es consciente de que a él, como el último, se le ha concedido todavía un encuentro con Cristo resucitado. También el sentido de las apariciones está claro en toda la tradición: Se trata, ante todo, de agrupar un círculo de discípulos que puedan testimoniar que Jesús no ha permanecido en el sepulcro, sino que está vivo. Su testimonio concreto se convierte esencialmente en una MISIÓN: han de anunciar al mundo que Jesús es el viviente, la vida misma”. FELICES PASCUAS DE RESURRECCIÓN.

¡Cristo vive!

En su libro Jesús de Nazareth, segunda parte, el ahora emérito obispo de Roma, papa Benedicto XVI, dedica un capítulo para profundizar en la resurrección de Jesús. Entre otras muchas cosas, el gran Benedicto XVI, destaca:

“Es esencial que, con la resurrección de Jesús, no ha sido revitalizada una persona cualquiera fallecida en algún momento, sino que con ella se ha producido un salto ontológico que afecta al ser como tal; se ha inaugurado una dimensión que nos afecta a todos y que ha creado para todos nosotros un nuevo ámbito de la vida, del ser con Dios”.

JESÚS, CAMBIANDO LA HISTORIA: “A partir de esto hay que afrontar también la cuestión sobre la Resurrección como acontecimiento histórico. Por una parte, hay que decir que la esencia de la Resurrección consiste precisamente en que ella contraviene la historia e inaugura una dimensión que llamamos comúnmente la dimensión escatológica. La resurrección da entrada al espacio nuevo que abre la historia más allá de sí misma y crea lo definitivo. En este sentido, es verdad que la resurrección no es un acontecimiento histórico del mismo tipo que el nacimiento o la crucifixión de Jesús. Es algo nuevo, un género nuevo de acontecimiento.

Sólo un acontecimiento real de una entidad radicalmente nueva era capaz de hacer posible el anuncio de los apóstoles, que no se puede explicar por especulaciones, dicho anuncio adquiere vida por la fuerza impetuosa de un acontecimiento que nadie había ideado y que superaba cualquier imaginación”.

Es propio del misterio de Dios actuar de manera discreta: “Se hace hombre, pero de tal modo, que puede ser ignorado por sus contemporáneos, por las fuerzas de renombre en la historia. Padece y muere y, como resucitado, quiere llegar a la humanidad solamente mediante la fe de los suyos, a los que se manifiesta. No cesa de llamar con suavidad a las puertas de nuestro corazón y, si le abrimos, nos hace lentamente capaces de «ver». Pero, ¿no es éste, acaso, el estilo divino? No arrollar con el poder exterior, sino dar libertad, ofrecer y suscitar amor.

Y, lo que aparentemente es tan pequeño, ¿no es, tal vez pensándolo bien-, lo verdaderamente grande? ¿No emana, tal vez, de Jesús un rayo de luz que crece a lo largo de los siglos; un rayo que no podía venir de ningún simple ser humano; un rayo a través del cual entra realmente en el mundo el resplandor de la luz de Dios? El anuncio de los apóstoles, ¿podría haber encontrado la fe y edificado una comunidad universal si no hubiera actuado en Él la fuerza de la verdad? Él ha resucitado verdaderamente. Él es el viviente. A Él nos encomendamos en la seguridad de estar en la senda justa. Con Tomás, metemos nuestra mano en el costado traspasado de Jesús, y confesamos: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28).

RECIBIERON EL MENSAJE Y LO COMPARTIERON: “Los Cuatro Evangelios, y también San Pablo en su narración sobre la resurrección en 1 Corintios 15, presuponen que las apariciones del resucitado tuvieron lugar en un período limitado. Pablo es consciente de que a él, como el último, se le ha concedido todavía un encuentro con Cristo resucitado. También el sentido de las apariciones está claro en toda la tradición: Se trata, ante todo, de agrupar un círculo de discípulos que puedan testimoniar que Jesús no ha permanecido en el sepulcro, sino que está vivo. Su testimonio concreto se convierte esencialmente en una MISIÓN: han de anunciar al mundo que Jesús es el viviente, la vida misma”. FELICES PASCUAS DE RESURRECCIÓN.