/ jueves 7 de mayo de 2020

Intellego ut credam

9 de mayo de 1990. Miles de fieles católicos congregados en la ciudad de Durango, que se convirtió en la casa común de todos los hermanos mexicanos que deseaban presenciar la llegada del Papa grande y escuchar su mensaje de esperanza.

La visita del peregrino del amor, como le llamaron otros, hacía resplandecer la grandeza de nuestro vasto territorio mexicano, pero ese día tan especial nuestro Durango ofreció el más bello azul de su cielo, para compartir un momento de paz sin precedentes, que nos hermanó en grande fe y nos brindó la magna posibilidad de contemplar la presencia de Jesús en la persona de Juan Pablo II.

Desde algunos meses antes, lo que primero fuera un rumor, se transformo en realidad ¡Juan Pablo II viene a Durango! En el marco de su segunda visita pastoral a nuestro México, la agenda prevista para el santo padre nos privilegió, al aceptar tocar nuestra casa Durango, y lo más extraordinario fue que, en esta bendita tierra habría de realizar algunos de los eventos más significativos de dicha visita a nuestra nación, a saber: Reunirse con los empresarios mexicanos creyentes y compartirles el mensaje claro y preciso, sobre lo que es la doctrina social de la iglesia. Luego, en la explanada de la Soriana ordenó sacerdotes a 100 diáconos de todo nuestro país, ahí mismo pronunció una de las más bellas homilías sacerdotales de todo su pontificado, misma que hoy por hoy debe de seguir calando en cada sacerdote del mundo.

Quienes conformaron el comité de organización de su visita, coinciden en que se realizó un evento excepcional para la historia de Durango. Destacando por supuesto la labor de las autoridades eclesiásticas representadas en ese momento por un carismático pastor, el excelentísimo señor arzobispo don Antonio López Aviña y su obispo auxiliar, monseñor Andrés Corral Arredondo.

Las autoridades civiles, presididas en aquel momento por el gobernador del Estado, José Ramírez Gamero, y el presidente municipal, Jorge Clemente Mojica Vargas. Auxiliados en sus propias competencias por un vasto equipo de colaboradores, quienes tras largos días de intenso trabajo, fueron configurando una maravillosa propuesta, para recibir al visitante principal que ha tenido nuestra Arquidiócesis. Un testimonio de unidad, de solidaridad, de disponibilidad y desprendimiento de todos, un excepcional momento que nos detiene en la historia para compartir al mundo el don de Dios, que sobre todo hoy nos apremia.

Ante este momento histórico del que formamos parte, los católicos duranguenses nos unimos al ambiente jubiloso en el mundo entero, por haber recibido a un gran ser humano, pastor grandioso y que ahora ya es un santo de Dios. Hoy seguimos abriendo nuestro corazón, con el motivante propósito de mantener vigente su valioso legado, que nos ha dejado el PAPA DE LA ESPERANZA.

Una herencia rica en su mensaje y en su testimonio de santidad, misma que nos motiva a seguir caminando con fe decidida, en la realización de las tareas que nos son propias, buscando nuestra personal oportunidad de santificación. Su profundo legado a Durango con esta histórica vivita, nos tiene que motivar a entender el urgente compromiso en la construcción de esta historia que nos permita sentir el paso de Dios por nuestra vida, como una provocación que nos anima a continuar consolidar el reino de la paz, de la justicia y del amor.

Juan Pablo II, el “Papa mexicano” sigue con gran frescura vigente en esta generación de católicos, en el mundo y por supuesto en nuestro Durango. Cómo no recordar hoy más que nunca sus palabras pronunciadas en el Cereso, cuando ante miles de hombres y mujeres el Papa nos dijo “¡Sí! Cristo y no otro es el camino, la verdad y la vida que da sentido y contenido a nuestra existencia. Lejos de Él queridos hermanos y hermanas no hay verdadera paz, ni serenidad, ni autentica y definitiva liberación…, su palabra, su verdad nos hace libres”. El mensaje pronunciado ante los empresarios duranguenses y de todo México: “…hay que reconocer que a pesar de los ingentes recursos con que el Creador ha dotado a este país, se está todavía muy lejos del ideal de justicia… Es preciso repetirlo una vez más: Son siempre los más débiles quienes sufren las peores consecuencias, viéndose encerrados en un círculo de pobreza creciente; y ¿cómo no decir con la biblia, que la miseria de los más débiles clama al Altísimo? (Cfr. Ex 22,22)”. Como no hacer hoy nuestro el mensaje del Papa cuando en Catedral nos dijo: “…cada uno de ustedes fieles que me escuchan en Durango… ha sido llamado personalmente por Dios, ha sido elegido por Él para ser santo”. O las hermosas palabras que motivaron a cientos de miles de católicos en la misa que presidió en la explanada Soriana, cuando refiriéndose al sacerdocio dijo: “El don del sacerdocio es una opción por el amor… Nosotros hoy estamos aquí para contemplar con los ojos de la fe este amor tan grande”.

Sus cinco visitas a nuestra tierra azteca y concretamente aquella del 9 de mayo de 1990, en la que el “Papa viajero” tocó tierra duranguense dejaron la huella imborrable en el corazón de cada creyente. El grito de “¡Juan Pablo, hermano, ya eres mexicano!”, “¡Juan Pablo II, ¡te quiere todo el mundo!”, todavía enchina la piel de quienes le seguimos de cerca, y los espejos que salieron a despedirle desde las azoteas, ahora le saludan hasta el cielo, donde seguramente mora el Papa que visitó Durango para convertirlo en un pueblo siempre fiel. Aprovechemos pues esta magnífica oportunidad que Dios nos da a todos los habitantes de estas bellas tierras, que fuimos privilegiados de vivir con intensidad aquella visita excepcional, para entender que hoy, a 30 años de distancia, al celebrar con gozo la memoria de su visita, sigamos sintiendo la generosa responsabilidad de seguir construyendo un Durango mejor. Que hoy más que nunca, nos aferremos a esta fe que este Papa santo vino a fortalecer con su presencia, con su palabra, para que nunca nos falte, para que nunca se acabe. Animados por estos valores tan apreciados que nos participa siempre la Iglesia, sepamos aprovechar nuestra oportunidad en el hoy de la historia que nos ha tocado vivir, y que, en ella, a quienes nos lo pidan, estemos siempre prontos a dar razón de nuestra esperanza. (1 Pe 3,15).

La Barca de Pedro no sólo tiene hoy un rumbo claro y un timonel seguro, sino que desde el cielo sigue contando con un magnífico intercesor ante Dios. Mientras tanto, en especial Durango se regocija en la esperanza y recuerda el compromiso de mantenerse “siempre fiel”. ¡San Juan Pablo II, líbranos de la pandemia del Covid-19!

9 de mayo de 1990. Miles de fieles católicos congregados en la ciudad de Durango, que se convirtió en la casa común de todos los hermanos mexicanos que deseaban presenciar la llegada del Papa grande y escuchar su mensaje de esperanza.

La visita del peregrino del amor, como le llamaron otros, hacía resplandecer la grandeza de nuestro vasto territorio mexicano, pero ese día tan especial nuestro Durango ofreció el más bello azul de su cielo, para compartir un momento de paz sin precedentes, que nos hermanó en grande fe y nos brindó la magna posibilidad de contemplar la presencia de Jesús en la persona de Juan Pablo II.

Desde algunos meses antes, lo que primero fuera un rumor, se transformo en realidad ¡Juan Pablo II viene a Durango! En el marco de su segunda visita pastoral a nuestro México, la agenda prevista para el santo padre nos privilegió, al aceptar tocar nuestra casa Durango, y lo más extraordinario fue que, en esta bendita tierra habría de realizar algunos de los eventos más significativos de dicha visita a nuestra nación, a saber: Reunirse con los empresarios mexicanos creyentes y compartirles el mensaje claro y preciso, sobre lo que es la doctrina social de la iglesia. Luego, en la explanada de la Soriana ordenó sacerdotes a 100 diáconos de todo nuestro país, ahí mismo pronunció una de las más bellas homilías sacerdotales de todo su pontificado, misma que hoy por hoy debe de seguir calando en cada sacerdote del mundo.

Quienes conformaron el comité de organización de su visita, coinciden en que se realizó un evento excepcional para la historia de Durango. Destacando por supuesto la labor de las autoridades eclesiásticas representadas en ese momento por un carismático pastor, el excelentísimo señor arzobispo don Antonio López Aviña y su obispo auxiliar, monseñor Andrés Corral Arredondo.

Las autoridades civiles, presididas en aquel momento por el gobernador del Estado, José Ramírez Gamero, y el presidente municipal, Jorge Clemente Mojica Vargas. Auxiliados en sus propias competencias por un vasto equipo de colaboradores, quienes tras largos días de intenso trabajo, fueron configurando una maravillosa propuesta, para recibir al visitante principal que ha tenido nuestra Arquidiócesis. Un testimonio de unidad, de solidaridad, de disponibilidad y desprendimiento de todos, un excepcional momento que nos detiene en la historia para compartir al mundo el don de Dios, que sobre todo hoy nos apremia.

Ante este momento histórico del que formamos parte, los católicos duranguenses nos unimos al ambiente jubiloso en el mundo entero, por haber recibido a un gran ser humano, pastor grandioso y que ahora ya es un santo de Dios. Hoy seguimos abriendo nuestro corazón, con el motivante propósito de mantener vigente su valioso legado, que nos ha dejado el PAPA DE LA ESPERANZA.

Una herencia rica en su mensaje y en su testimonio de santidad, misma que nos motiva a seguir caminando con fe decidida, en la realización de las tareas que nos son propias, buscando nuestra personal oportunidad de santificación. Su profundo legado a Durango con esta histórica vivita, nos tiene que motivar a entender el urgente compromiso en la construcción de esta historia que nos permita sentir el paso de Dios por nuestra vida, como una provocación que nos anima a continuar consolidar el reino de la paz, de la justicia y del amor.

Juan Pablo II, el “Papa mexicano” sigue con gran frescura vigente en esta generación de católicos, en el mundo y por supuesto en nuestro Durango. Cómo no recordar hoy más que nunca sus palabras pronunciadas en el Cereso, cuando ante miles de hombres y mujeres el Papa nos dijo “¡Sí! Cristo y no otro es el camino, la verdad y la vida que da sentido y contenido a nuestra existencia. Lejos de Él queridos hermanos y hermanas no hay verdadera paz, ni serenidad, ni autentica y definitiva liberación…, su palabra, su verdad nos hace libres”. El mensaje pronunciado ante los empresarios duranguenses y de todo México: “…hay que reconocer que a pesar de los ingentes recursos con que el Creador ha dotado a este país, se está todavía muy lejos del ideal de justicia… Es preciso repetirlo una vez más: Son siempre los más débiles quienes sufren las peores consecuencias, viéndose encerrados en un círculo de pobreza creciente; y ¿cómo no decir con la biblia, que la miseria de los más débiles clama al Altísimo? (Cfr. Ex 22,22)”. Como no hacer hoy nuestro el mensaje del Papa cuando en Catedral nos dijo: “…cada uno de ustedes fieles que me escuchan en Durango… ha sido llamado personalmente por Dios, ha sido elegido por Él para ser santo”. O las hermosas palabras que motivaron a cientos de miles de católicos en la misa que presidió en la explanada Soriana, cuando refiriéndose al sacerdocio dijo: “El don del sacerdocio es una opción por el amor… Nosotros hoy estamos aquí para contemplar con los ojos de la fe este amor tan grande”.

Sus cinco visitas a nuestra tierra azteca y concretamente aquella del 9 de mayo de 1990, en la que el “Papa viajero” tocó tierra duranguense dejaron la huella imborrable en el corazón de cada creyente. El grito de “¡Juan Pablo, hermano, ya eres mexicano!”, “¡Juan Pablo II, ¡te quiere todo el mundo!”, todavía enchina la piel de quienes le seguimos de cerca, y los espejos que salieron a despedirle desde las azoteas, ahora le saludan hasta el cielo, donde seguramente mora el Papa que visitó Durango para convertirlo en un pueblo siempre fiel. Aprovechemos pues esta magnífica oportunidad que Dios nos da a todos los habitantes de estas bellas tierras, que fuimos privilegiados de vivir con intensidad aquella visita excepcional, para entender que hoy, a 30 años de distancia, al celebrar con gozo la memoria de su visita, sigamos sintiendo la generosa responsabilidad de seguir construyendo un Durango mejor. Que hoy más que nunca, nos aferremos a esta fe que este Papa santo vino a fortalecer con su presencia, con su palabra, para que nunca nos falte, para que nunca se acabe. Animados por estos valores tan apreciados que nos participa siempre la Iglesia, sepamos aprovechar nuestra oportunidad en el hoy de la historia que nos ha tocado vivir, y que, en ella, a quienes nos lo pidan, estemos siempre prontos a dar razón de nuestra esperanza. (1 Pe 3,15).

La Barca de Pedro no sólo tiene hoy un rumbo claro y un timonel seguro, sino que desde el cielo sigue contando con un magnífico intercesor ante Dios. Mientras tanto, en especial Durango se regocija en la esperanza y recuerda el compromiso de mantenerse “siempre fiel”. ¡San Juan Pablo II, líbranos de la pandemia del Covid-19!