/ domingo 17 de mayo de 2020

Intellego Ut Credam

Que el amor de Dios nos prepare a un gran pentecostés

Pentecostés 50 días después de la Pascua, era la fiesta de la recolección y posteriormente el recuerdo de la promulgación de la ley en el Sinaí. En este día la ciudad de Jerusalén se llenaba de creyentes judíos venidos a la festividad, venidos de desde los diversos lugares de la diáspora.

En Pentecostés los cristianos conmemoramos la donación del Espíritu Santo, misma que se describe en el libro de los Hechos de los Apóstoles, ahí se nos relata que los discípulos estaban reunidos escondidos a puerta cerrada y temerosos de seguir la suerte de su maestro, y más aún sin saber qué hacer. En esta circunstancia reciben el don Espíritu que los llevará a abrir con valentía las puertas, salir de su escondrijo, miedos y pesimismos a proclamar la buena noticia a todos los que se encontraban en la ciudad.

A partir de ahora, nada ni nadie los detendrá. La donación del Espíritu hace de los discípulos personas nuevas y recreadas, los libera a de sus condicionamientos que los hace estar encerrados y los prepara para asumir nuevos desafíos.

El señor Jesús que derramó su Espíritu en nuestro bautismo, no deja de renovar ese don para continuar la misión que el recibió del Padre. Por eso, hemos de vivir con intensidad la certeza de que estamos experimentando un nuevo Pentecostés en nuestra Iglesia, en el aquí y ahora de nuestra historia, mismo que se ha de reflejar en el entusiasmo por vivir.

El papa Francisco nos recuerda: “Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar nuestra libertad como el don más preciado, a dejar a un lado el cómodo criterio del “siempre ha sido así”, repensemos nuestro máximo objetivo de la vida, dejemos que la luz del Espíritu nos renueve, y desate las cadenas de nuestros conformismos”. Es en Pentecostés cuando recibimos el especial poder para transmitir la promesa de salvación y el mensaje del Evangelio a toda la tierra habitada, para que transformemos el mundo y continuemos el camino que Cristo nos mostró.

Pentecostés es abrir el corazón como hombres y mujeres creyentes, para que con su fuerza que es suave brisa, nos fecunde el amor y entonces podamos ser comunicadores y promotores de la cultura del encuentro. “Vivimos una cultura del desencuentro, de la fragmentación, una cultura en la que lo que no me sirve lo tiro, la cultura del descarte […] Pero nosotros debemos ir al encuentro y debemos crear con nuestra fe una “cultura del encuentro”, una cultura de la amistad, una cultura donde hallamos hermanos, donde podemos hablar también con quienes no piensan como nosotros, también con quienes tienen otra fe,[…]. Todos tienen algo en común con nosotros: son imágenes de Dios, son hijos de Dios. Ir al encuentro con todos, sin negociar nuestra pertenencia”. (Papa Francisco)

Para comunicar a Cristo estamos llamados a “no encerrarnos en la soledad, en el desaliento, en el sentimiento de impotencia ante los problemas”. El Papa nos indica que encerrarnos es un peligro: Nos encerramos en la parroquia, en nuestra propia empresa que pretende sólo lucrar con la información, con los amigos, en el movimiento, con quienes pensamos las mismas cosas, “pero cuando la Iglesia se cierra, se enferma. Piensen en una habitación cerrada durante un año; cuando se entra huele a humedad, muchas cosas no marchan”.

Una Iglesia cerrada es lo mismo, un gremio cerrado. Es una Iglesia enferma. La Iglesia debe salir de sí misma. ¿Adónde? hacia las periferias existenciales, cualesquiera que sean. “Vayan por todo el mundo. vayan y prediquen, den testimonio del Evangelio” (cfr. Mc 16, 15)”. Tengamos siempre presente que nosotros debemos comunicar la verdad, la bondad y la belleza que es Cristo.

Nadie puede anunciar a Cristo o comunicar su Evangelio si primero no ha tenido un encuentro personal con Él, que es el camino, la verdad y la vida (cfr. Juan 14,6). Anunciemos a Cristo y comuniquemos su Evangelio con la libertad de los hijos de Dios; no tengamos miedo a la libertad que nos da el Espíritu Santo. Que la luz del Espíritu Santo nos colme de su presencia y nos conceda en nuestras familias, espacios de trabajo y en el papel que ejercemos en la sociedad, la abundancia de su gran bendición. Amén.

Que el amor de Dios nos prepare a un gran pentecostés

Pentecostés 50 días después de la Pascua, era la fiesta de la recolección y posteriormente el recuerdo de la promulgación de la ley en el Sinaí. En este día la ciudad de Jerusalén se llenaba de creyentes judíos venidos a la festividad, venidos de desde los diversos lugares de la diáspora.

En Pentecostés los cristianos conmemoramos la donación del Espíritu Santo, misma que se describe en el libro de los Hechos de los Apóstoles, ahí se nos relata que los discípulos estaban reunidos escondidos a puerta cerrada y temerosos de seguir la suerte de su maestro, y más aún sin saber qué hacer. En esta circunstancia reciben el don Espíritu que los llevará a abrir con valentía las puertas, salir de su escondrijo, miedos y pesimismos a proclamar la buena noticia a todos los que se encontraban en la ciudad.

A partir de ahora, nada ni nadie los detendrá. La donación del Espíritu hace de los discípulos personas nuevas y recreadas, los libera a de sus condicionamientos que los hace estar encerrados y los prepara para asumir nuevos desafíos.

El señor Jesús que derramó su Espíritu en nuestro bautismo, no deja de renovar ese don para continuar la misión que el recibió del Padre. Por eso, hemos de vivir con intensidad la certeza de que estamos experimentando un nuevo Pentecostés en nuestra Iglesia, en el aquí y ahora de nuestra historia, mismo que se ha de reflejar en el entusiasmo por vivir.

El papa Francisco nos recuerda: “Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar nuestra libertad como el don más preciado, a dejar a un lado el cómodo criterio del “siempre ha sido así”, repensemos nuestro máximo objetivo de la vida, dejemos que la luz del Espíritu nos renueve, y desate las cadenas de nuestros conformismos”. Es en Pentecostés cuando recibimos el especial poder para transmitir la promesa de salvación y el mensaje del Evangelio a toda la tierra habitada, para que transformemos el mundo y continuemos el camino que Cristo nos mostró.

Pentecostés es abrir el corazón como hombres y mujeres creyentes, para que con su fuerza que es suave brisa, nos fecunde el amor y entonces podamos ser comunicadores y promotores de la cultura del encuentro. “Vivimos una cultura del desencuentro, de la fragmentación, una cultura en la que lo que no me sirve lo tiro, la cultura del descarte […] Pero nosotros debemos ir al encuentro y debemos crear con nuestra fe una “cultura del encuentro”, una cultura de la amistad, una cultura donde hallamos hermanos, donde podemos hablar también con quienes no piensan como nosotros, también con quienes tienen otra fe,[…]. Todos tienen algo en común con nosotros: son imágenes de Dios, son hijos de Dios. Ir al encuentro con todos, sin negociar nuestra pertenencia”. (Papa Francisco)

Para comunicar a Cristo estamos llamados a “no encerrarnos en la soledad, en el desaliento, en el sentimiento de impotencia ante los problemas”. El Papa nos indica que encerrarnos es un peligro: Nos encerramos en la parroquia, en nuestra propia empresa que pretende sólo lucrar con la información, con los amigos, en el movimiento, con quienes pensamos las mismas cosas, “pero cuando la Iglesia se cierra, se enferma. Piensen en una habitación cerrada durante un año; cuando se entra huele a humedad, muchas cosas no marchan”.

Una Iglesia cerrada es lo mismo, un gremio cerrado. Es una Iglesia enferma. La Iglesia debe salir de sí misma. ¿Adónde? hacia las periferias existenciales, cualesquiera que sean. “Vayan por todo el mundo. vayan y prediquen, den testimonio del Evangelio” (cfr. Mc 16, 15)”. Tengamos siempre presente que nosotros debemos comunicar la verdad, la bondad y la belleza que es Cristo.

Nadie puede anunciar a Cristo o comunicar su Evangelio si primero no ha tenido un encuentro personal con Él, que es el camino, la verdad y la vida (cfr. Juan 14,6). Anunciemos a Cristo y comuniquemos su Evangelio con la libertad de los hijos de Dios; no tengamos miedo a la libertad que nos da el Espíritu Santo. Que la luz del Espíritu Santo nos colme de su presencia y nos conceda en nuestras familias, espacios de trabajo y en el papel que ejercemos en la sociedad, la abundancia de su gran bendición. Amén.