/ martes 16 de junio de 2020

Intellego ut credam

La lengua, un exótico platillo de siempre


Al avanzar en esta cuarentena de más de tres meses a cauda de la pandemia provocada por el Covid-19, el tiempo y las circunstancias que lo envuelven, nos motivan a la reflexión.

Hoy les comparto en este contexto un fascinante tema para evaluar nuestra propia actitud, y nos permita en perspectiva cristiana, el cómo podemos mejorar ante todo la CARIDAD FRATERNA que tanto nos urge (cfr. 2Cor 5,14). Toco este tema que tiene que ver, con la funcionalidad de las facultades superiores que nos distinguen a los seres humanos de los demás seres creados, a saber, la libertad, la inteligencia, la voluntad. Es desde el contexto de nuestro lenguaje y el instrumento funcional de nuestra anatomía humana, ese pequeño pero significativo órgano al que hemos denominado LENGUA.

En el amplio abanico de posibilidades, en nuestra experiencia como seres humanos tan contaminados por el pecado, es posible que los mejores años de nuestras vidas, nuestras mejores experiencias, las mejores victorias que hemos obtenido y los mejores servicios que hemos prestado, se puedan ver contaminados o destruidos por la envidia, la ira y el deshonor de otros.

La vida de algunos hombres de gran valía y muchos hechos extraordinarios han terminado de esta manera. Una lengua destructora deprime el alma, enferma el corazón y tumba la autoestima ante las grandes infamias con que nos enfrentamos en esta vida, en tiempos de pérdida de valores y sufrimientos trágicos.

Sin embargo, una cosa hay que sostener con seguridad, al desagüe nunca hay que retenerlo, hay que dejarlo pasar y así jamás perderemos ni contaminaremos nuestra fibra moral. La lengua que construye ayuda y contribuye a crecer, madurar y levantar el edificio sólido de nuestra personalidad, y al mismo tiempo colabora como ayuda eficaz a que los otros logren progresar, consolidar y edificar sus propias personalidades.

Una lengua no destructora elimina las olas de una cruel injusticia, cura las heridas mortales, sin dejar rastros de cicatriz. Una lengua constructiva trae las cosas invisibles a una luz plena; y por medio de la cual, las cosas imposibles se hacen realidades. Recordemos, la solución a en nuestros problemas está en la boca.

Hace más de 2000 años, un rico mercader griego tenía un esclavo llamado Esopo, un hombre de sabiduría única en el mundo. Cierta vez, para probar las cualidades de su esclavo, el mercader ordenó: Toma Esopo, aquí están estas monedas. Corre al mercado y compra los mejores ingredientes para un banquete. ¡La mejor comida del mundo! Poco tiempo después, Esopo volvió del mercado y colocó sobre la mesa un plato cubierto por un fino paño de lino.

El mercader levantó el paño y se sorprendió: ¡Ah! , ¿lengua? Nada como una buena lengua que los pastores griegos saben preparar muy bien. Pero ¿por qué escogiste exactamente a la lengua como la mejor comida del mundo? El esclavo, con la mirada baja, explicó su preferencia: ¿Qué hay mejor que la lengua, señor? La lengua nos une a todos, cuando hablamos.

Sin la lengua no podríamos entendernos. La lengua es la llave, el órgano de la verdad y la razón. Gracias a la lengua se construyen ciudades, gracias a la lengua podemos expresar nuestro amor. La lengua es el órgano del cariño, de la ternura, del amor, de la comprensión. Es la lengua que torna eternos los versos de los poetas, las ideas de los grandes escritores.

Con la lengua se enseña, se persuade, se instruye, se reza, se explica, se canta, se describe, se elogia, se demuestra, se afirma. Con la lengua decimos ‘madre’ y ‘querida’ y ‘Dios’. Con la lengua decimos ‘sí’, con la lengua decimos “!yo te amo!” ¿Puede haber algo mejor que la lengua señor? El mercader se levantó entusiasmado: !Muy bien. Esopo! Realmente me has traído lo mejor que hay. Toma ahora este otro saco de monedas. Anda de nuevo al mercado y trae lo que haya de peor, pues quiero ver tu sabiduría.

Después de algún tiempo, el esclavo Esopo volvió del mercado trayendo un plato cubierto por un paño. El mercader lo recibió con una sonrisa: Hummm......ya, sé lo que hay de mejor. Veamos ahora lo que hay de peor... El mercader descubrió el plato y quedó indignado: ¿Quéee?! ¿Lengua? ¿Lengua otra vez? ¿Lengua? ¿No dijiste que la lengua era lo mejor que había?. Esopo respondió: La lengua, señor, es lo peor que hay en el mundo.

Es la fuente de todas las intrigas, la madre de todas las discusiones. Es la lengua la que divide a los pueblos. La lengua es el órgano de la mentira, de la discordia, de los malos entendidos, de las guerras, de la explotación. Es la lengua la que miente, la que esconde, que engaña, que explota, que blasfema, que insulta, que se acobarda, que mendiga, que provoca, que destruye, que calumnia, que vende, que seduce, que corrompe. Con la lengua decimos ‘muere’ y ‘demonio’. Con la lengua decimos ‘no’. Con la lengua decimos ‘¡yo te odio!’ ‘aniquílalo’, ‘crucifícalo’!!!”. Ahí está, señor, por qué la lengua es la mejor y la peor de todas las cosas!

La lengua, un exótico platillo de siempre


Al avanzar en esta cuarentena de más de tres meses a cauda de la pandemia provocada por el Covid-19, el tiempo y las circunstancias que lo envuelven, nos motivan a la reflexión.

Hoy les comparto en este contexto un fascinante tema para evaluar nuestra propia actitud, y nos permita en perspectiva cristiana, el cómo podemos mejorar ante todo la CARIDAD FRATERNA que tanto nos urge (cfr. 2Cor 5,14). Toco este tema que tiene que ver, con la funcionalidad de las facultades superiores que nos distinguen a los seres humanos de los demás seres creados, a saber, la libertad, la inteligencia, la voluntad. Es desde el contexto de nuestro lenguaje y el instrumento funcional de nuestra anatomía humana, ese pequeño pero significativo órgano al que hemos denominado LENGUA.

En el amplio abanico de posibilidades, en nuestra experiencia como seres humanos tan contaminados por el pecado, es posible que los mejores años de nuestras vidas, nuestras mejores experiencias, las mejores victorias que hemos obtenido y los mejores servicios que hemos prestado, se puedan ver contaminados o destruidos por la envidia, la ira y el deshonor de otros.

La vida de algunos hombres de gran valía y muchos hechos extraordinarios han terminado de esta manera. Una lengua destructora deprime el alma, enferma el corazón y tumba la autoestima ante las grandes infamias con que nos enfrentamos en esta vida, en tiempos de pérdida de valores y sufrimientos trágicos.

Sin embargo, una cosa hay que sostener con seguridad, al desagüe nunca hay que retenerlo, hay que dejarlo pasar y así jamás perderemos ni contaminaremos nuestra fibra moral. La lengua que construye ayuda y contribuye a crecer, madurar y levantar el edificio sólido de nuestra personalidad, y al mismo tiempo colabora como ayuda eficaz a que los otros logren progresar, consolidar y edificar sus propias personalidades.

Una lengua no destructora elimina las olas de una cruel injusticia, cura las heridas mortales, sin dejar rastros de cicatriz. Una lengua constructiva trae las cosas invisibles a una luz plena; y por medio de la cual, las cosas imposibles se hacen realidades. Recordemos, la solución a en nuestros problemas está en la boca.

Hace más de 2000 años, un rico mercader griego tenía un esclavo llamado Esopo, un hombre de sabiduría única en el mundo. Cierta vez, para probar las cualidades de su esclavo, el mercader ordenó: Toma Esopo, aquí están estas monedas. Corre al mercado y compra los mejores ingredientes para un banquete. ¡La mejor comida del mundo! Poco tiempo después, Esopo volvió del mercado y colocó sobre la mesa un plato cubierto por un fino paño de lino.

El mercader levantó el paño y se sorprendió: ¡Ah! , ¿lengua? Nada como una buena lengua que los pastores griegos saben preparar muy bien. Pero ¿por qué escogiste exactamente a la lengua como la mejor comida del mundo? El esclavo, con la mirada baja, explicó su preferencia: ¿Qué hay mejor que la lengua, señor? La lengua nos une a todos, cuando hablamos.

Sin la lengua no podríamos entendernos. La lengua es la llave, el órgano de la verdad y la razón. Gracias a la lengua se construyen ciudades, gracias a la lengua podemos expresar nuestro amor. La lengua es el órgano del cariño, de la ternura, del amor, de la comprensión. Es la lengua que torna eternos los versos de los poetas, las ideas de los grandes escritores.

Con la lengua se enseña, se persuade, se instruye, se reza, se explica, se canta, se describe, se elogia, se demuestra, se afirma. Con la lengua decimos ‘madre’ y ‘querida’ y ‘Dios’. Con la lengua decimos ‘sí’, con la lengua decimos “!yo te amo!” ¿Puede haber algo mejor que la lengua señor? El mercader se levantó entusiasmado: !Muy bien. Esopo! Realmente me has traído lo mejor que hay. Toma ahora este otro saco de monedas. Anda de nuevo al mercado y trae lo que haya de peor, pues quiero ver tu sabiduría.

Después de algún tiempo, el esclavo Esopo volvió del mercado trayendo un plato cubierto por un paño. El mercader lo recibió con una sonrisa: Hummm......ya, sé lo que hay de mejor. Veamos ahora lo que hay de peor... El mercader descubrió el plato y quedó indignado: ¿Quéee?! ¿Lengua? ¿Lengua otra vez? ¿Lengua? ¿No dijiste que la lengua era lo mejor que había?. Esopo respondió: La lengua, señor, es lo peor que hay en el mundo.

Es la fuente de todas las intrigas, la madre de todas las discusiones. Es la lengua la que divide a los pueblos. La lengua es el órgano de la mentira, de la discordia, de los malos entendidos, de las guerras, de la explotación. Es la lengua la que miente, la que esconde, que engaña, que explota, que blasfema, que insulta, que se acobarda, que mendiga, que provoca, que destruye, que calumnia, que vende, que seduce, que corrompe. Con la lengua decimos ‘muere’ y ‘demonio’. Con la lengua decimos ‘no’. Con la lengua decimos ‘¡yo te odio!’ ‘aniquílalo’, ‘crucifícalo’!!!”. Ahí está, señor, por qué la lengua es la mejor y la peor de todas las cosas!