/ domingo 28 de junio de 2020

Intellego ut credam

Dar un poco más

Desde el inicio de la pandemia provocada en el mundo por el Covid-19, en nuestra Iglesia Católica la iglesia nos ha estado insistiendo que tengamos más fe, mas esperanza, más responsabilidad, más oración, más fraternidad, más ardor apostólico.

Este llamamiento a dar “más”, a superar lo establecido, lo rutinario, lo mediocre, viene de Jesús mismo quien comienza el anuncio de la buena noticia pidiendo una reacción profunda, generosa y pronta del corazón, que lleve a la fe y a la conversión ante la actuación inminente de Dios (Mc 1,15).

Luego, cuando invita a los que quieran unirse a su persona y a su proyecto les propone dar lo máximo negándose a sí mismos, cargando con la cruz y siguiéndolo fielmente a él (Lc 9,23). En el sermón de la montaña lleva la ley mosaica a la perfección indicando el camino radical de la interioridad y del amor (Mt 5-7), hasta decir a sus discípulos que si su justicia no es mayor que la de los rigurosos fariseos no entrarán en el reino de Dios (Mt 5, 20), porque si hacen lo que comúnmente hace la gente ¿cuál es la novedad y la excelencia de la vida que han emprendido? (Mt 5,43-47).

Concluye mostrando la máxima meta que tiene la persona: Imitar a Dios, Padre bondadoso y misericordioso (Mt 5,45.48; Lc 6,36). Jesús enseña así a entrar en el dinamismo del reino de Dios que está en lo interior de la persona y de la historia como un fuego ardiente (Lc 17,20-21), que exige violencia (Mt 11,12), que va creciendo como el árbol grande a partir de la pequeña semilla (Mt 13,31-32), que va fermentando toda la masa como un poco de levadura (Mt 13,33).

Jesús nos ve alcanzando siempre algo más grande, nos anima a ir cada vez más lejos, nos conecta con la fuerza de su espíritu para realizar todas las posibilidades de la persona y responder a las maravillas de la gracia.

Jesús quiere que superemos la desidia, el conformismo y la sobervia de los que acampan al pie de la montaña pero no suben a la cumbre, de los que se instalan en la playa en lugar de remar mar adentro. No se trata de buscar una autoafirmación del yo, sino de responder a la voluntad de Dios sobre nosotros, de reproducir en nosotros su imagen y semejanza, de avanzar sin pausas en su proyecto de salvación, de llegar como Jesús a vivir en la dinámica del amor más grande que entrega la vida, para encontrarla nueva y eterna (Jn 15,13; Mt 10,39).

Dentro de esta enseñanza evangélica, la serie de mensajes podría continuar pidiendo, entre muchas cosas, más vigilancia para no caer en la tentación, más fortaleza para no sucumbir por nuestra fragilidad, más fidelidad al evangelio para tener una vida auténtica y feliz, más creatividad pastoral para responder a los desafíos de nuestra misión en este tiempo, más esperanza para superar las incertidumbres y temores que encontramos cada día, más alegría como fruto y signo de la presencia de Dios en nosotros, más apertura al Espíritu Santo para vivir como verdaderos hijos de Dios.

En este momento, viendo la realidad en que hemos entrado con la emergencia en la salud y en otros campos, que está creando la pandemia del coronavirus, y todo lo que puede venir nos están exigiendo salir definitivamente del egoísmo y del estancamiento y, probablemente, darlo todo por Dios y por los hermanos para comenzar de nuevo.

Dar un poco más

Desde el inicio de la pandemia provocada en el mundo por el Covid-19, en nuestra Iglesia Católica la iglesia nos ha estado insistiendo que tengamos más fe, mas esperanza, más responsabilidad, más oración, más fraternidad, más ardor apostólico.

Este llamamiento a dar “más”, a superar lo establecido, lo rutinario, lo mediocre, viene de Jesús mismo quien comienza el anuncio de la buena noticia pidiendo una reacción profunda, generosa y pronta del corazón, que lleve a la fe y a la conversión ante la actuación inminente de Dios (Mc 1,15).

Luego, cuando invita a los que quieran unirse a su persona y a su proyecto les propone dar lo máximo negándose a sí mismos, cargando con la cruz y siguiéndolo fielmente a él (Lc 9,23). En el sermón de la montaña lleva la ley mosaica a la perfección indicando el camino radical de la interioridad y del amor (Mt 5-7), hasta decir a sus discípulos que si su justicia no es mayor que la de los rigurosos fariseos no entrarán en el reino de Dios (Mt 5, 20), porque si hacen lo que comúnmente hace la gente ¿cuál es la novedad y la excelencia de la vida que han emprendido? (Mt 5,43-47).

Concluye mostrando la máxima meta que tiene la persona: Imitar a Dios, Padre bondadoso y misericordioso (Mt 5,45.48; Lc 6,36). Jesús enseña así a entrar en el dinamismo del reino de Dios que está en lo interior de la persona y de la historia como un fuego ardiente (Lc 17,20-21), que exige violencia (Mt 11,12), que va creciendo como el árbol grande a partir de la pequeña semilla (Mt 13,31-32), que va fermentando toda la masa como un poco de levadura (Mt 13,33).

Jesús nos ve alcanzando siempre algo más grande, nos anima a ir cada vez más lejos, nos conecta con la fuerza de su espíritu para realizar todas las posibilidades de la persona y responder a las maravillas de la gracia.

Jesús quiere que superemos la desidia, el conformismo y la sobervia de los que acampan al pie de la montaña pero no suben a la cumbre, de los que se instalan en la playa en lugar de remar mar adentro. No se trata de buscar una autoafirmación del yo, sino de responder a la voluntad de Dios sobre nosotros, de reproducir en nosotros su imagen y semejanza, de avanzar sin pausas en su proyecto de salvación, de llegar como Jesús a vivir en la dinámica del amor más grande que entrega la vida, para encontrarla nueva y eterna (Jn 15,13; Mt 10,39).

Dentro de esta enseñanza evangélica, la serie de mensajes podría continuar pidiendo, entre muchas cosas, más vigilancia para no caer en la tentación, más fortaleza para no sucumbir por nuestra fragilidad, más fidelidad al evangelio para tener una vida auténtica y feliz, más creatividad pastoral para responder a los desafíos de nuestra misión en este tiempo, más esperanza para superar las incertidumbres y temores que encontramos cada día, más alegría como fruto y signo de la presencia de Dios en nosotros, más apertura al Espíritu Santo para vivir como verdaderos hijos de Dios.

En este momento, viendo la realidad en que hemos entrado con la emergencia en la salud y en otros campos, que está creando la pandemia del coronavirus, y todo lo que puede venir nos están exigiendo salir definitivamente del egoísmo y del estancamiento y, probablemente, darlo todo por Dios y por los hermanos para comenzar de nuevo.