/ miércoles 2 de septiembre de 2020

Intellego ut credam

Conversión pastoral


Al comenzar una nueva etapa de la vida pastoral en nuestra iglesia local de Durango, la visionaria renovación de casi todo la estructura de gobierno eclesial, que tiene como finalidad, particularmente la animación pastoral.

Desde el renovado impulso a la conformación del Nuevo Plan Diocesano de Pastoral, desde el corazón de la animación pastoral como lo es las parroquias, los decanatos y las regiones de nuestra Arquidiócesis. En esta época de cambios, nuestra iglesia de Durango no es la excepción: En muchos aspectos de su vida cotidiana se nota un animado fervor que carga la esperanza por un futuro mejor.

Todo este ambiente se torna esperanzador, pero en la certeza de saber, que la cuestión en juego no llegará en automático como algo místico y angelical. Hemos de ser bien consientes de que el cambio se origina, en la medida en que su motor generante mantenga la vigencia objetiva de dirección a objetivos claros y precisos, que den como resultado el cambio deseado (Cfr. Romano Guardini).

De frente a esta labor evangelizadora de la iglesia, y conscientes de la importancia de la misión en la que nos toca participar hoy, hemos de perseverar en el ánimo de experimentar la conversión permanente. Esta conversión nos lleva a vencer las tentaciones de mediocridad, conformismo, egoísmo, materialismo, búsqueda de poder, cansancio y a asumir la vida de Cristo que vino a traer fuego a la tierra… (Cfr. Lc. 12,49).

Nuestra adhesión a Jesucristo, a nivel personal y comunitario, tiene que ser distinguible por una fe fuerte. Como nos recuerda el documento conclusivo de los obispos latinoamericanos en Aparecida, Brasil: No podemos quedarnos con una fe que repite algunos principios doctrinales, que se contenta con moralismos que no logran convertirnos, con prácticas de devoción fragmentadas, con una participación ocasional en algunos sacramentos (DA 12).

Por eso, no vemos claramente los signos de la presencia y de la actuación de Dios, no tenemos la fuerza para sembrar la justicia, la reconciliación y la paz en la sociedad, no logramos leer la historia con una visión de conjunto y de futuro, no tenemos una palabra y una vida proféticas que iluminen la desesperanza y promuevan una real transformación del mundo.

Por eso, en este cambio que debemos evaluar constantemente, para que no sea parcial y solo práctico en el quehacer pastoral de quienes deciden; hemos de no subestimar la evangelización del mundo contemporáneo, particularmente asomarnos con discreción, pero sin miedo a los nuevos areópagos, a fin de anunciar con valentía la Buena Nueva de la Salvación. Nuestra labor evangelizadora como Iglesia tiene y debe de lograr incidir en los problemas sociales que vivimos (DA).

El anuncio del Evangelio no pocas veces se considera como un lenguaje duro y sin sentido, que hay grandes dificultades para convocar a la participación, que es compleja y ambivalente la generación de redes de comunicación y que la globalización de la cultura urbana está desafiando la pastoral concebida para un mundo rural. Estas situaciones y muchas otras que vivimos van generando un profundo deseo y una exigencia de cambio dentro de la vida y la acción de la Iglesia.

De ahí la urgencia de entrar por los caminos de una conversión pastoral, que nos exige encontrar nuevas posibilidades de vivir la fe y de anunciar el Evangelio en el mundo actual. La Palabra de Dios es, y será siempre, una invitación a la revisión y al cambio, como lo fue para Israel, como lo fue para las primeras comunidades cristianas, como lo es para nosotros hoy y lo será siempre para la humanidad. En cada época, la Iglesia está llamando a leer los signos a través de los cuales Dios habla y salva, para que su comunicación de la vida en Cristo no sea una idea desatinada e inaplicable a las personas, sino que, penetrando las experiencias profundas de cada ser humano y las perspectivas de las culturas, el Evangelio se arraigue y el reino de Dios se haga presente y eficaz en realidades concretas (Cfr. DA ibid).

Conversión pastoral


Al comenzar una nueva etapa de la vida pastoral en nuestra iglesia local de Durango, la visionaria renovación de casi todo la estructura de gobierno eclesial, que tiene como finalidad, particularmente la animación pastoral.

Desde el renovado impulso a la conformación del Nuevo Plan Diocesano de Pastoral, desde el corazón de la animación pastoral como lo es las parroquias, los decanatos y las regiones de nuestra Arquidiócesis. En esta época de cambios, nuestra iglesia de Durango no es la excepción: En muchos aspectos de su vida cotidiana se nota un animado fervor que carga la esperanza por un futuro mejor.

Todo este ambiente se torna esperanzador, pero en la certeza de saber, que la cuestión en juego no llegará en automático como algo místico y angelical. Hemos de ser bien consientes de que el cambio se origina, en la medida en que su motor generante mantenga la vigencia objetiva de dirección a objetivos claros y precisos, que den como resultado el cambio deseado (Cfr. Romano Guardini).

De frente a esta labor evangelizadora de la iglesia, y conscientes de la importancia de la misión en la que nos toca participar hoy, hemos de perseverar en el ánimo de experimentar la conversión permanente. Esta conversión nos lleva a vencer las tentaciones de mediocridad, conformismo, egoísmo, materialismo, búsqueda de poder, cansancio y a asumir la vida de Cristo que vino a traer fuego a la tierra… (Cfr. Lc. 12,49).

Nuestra adhesión a Jesucristo, a nivel personal y comunitario, tiene que ser distinguible por una fe fuerte. Como nos recuerda el documento conclusivo de los obispos latinoamericanos en Aparecida, Brasil: No podemos quedarnos con una fe que repite algunos principios doctrinales, que se contenta con moralismos que no logran convertirnos, con prácticas de devoción fragmentadas, con una participación ocasional en algunos sacramentos (DA 12).

Por eso, no vemos claramente los signos de la presencia y de la actuación de Dios, no tenemos la fuerza para sembrar la justicia, la reconciliación y la paz en la sociedad, no logramos leer la historia con una visión de conjunto y de futuro, no tenemos una palabra y una vida proféticas que iluminen la desesperanza y promuevan una real transformación del mundo.

Por eso, en este cambio que debemos evaluar constantemente, para que no sea parcial y solo práctico en el quehacer pastoral de quienes deciden; hemos de no subestimar la evangelización del mundo contemporáneo, particularmente asomarnos con discreción, pero sin miedo a los nuevos areópagos, a fin de anunciar con valentía la Buena Nueva de la Salvación. Nuestra labor evangelizadora como Iglesia tiene y debe de lograr incidir en los problemas sociales que vivimos (DA).

El anuncio del Evangelio no pocas veces se considera como un lenguaje duro y sin sentido, que hay grandes dificultades para convocar a la participación, que es compleja y ambivalente la generación de redes de comunicación y que la globalización de la cultura urbana está desafiando la pastoral concebida para un mundo rural. Estas situaciones y muchas otras que vivimos van generando un profundo deseo y una exigencia de cambio dentro de la vida y la acción de la Iglesia.

De ahí la urgencia de entrar por los caminos de una conversión pastoral, que nos exige encontrar nuevas posibilidades de vivir la fe y de anunciar el Evangelio en el mundo actual. La Palabra de Dios es, y será siempre, una invitación a la revisión y al cambio, como lo fue para Israel, como lo fue para las primeras comunidades cristianas, como lo es para nosotros hoy y lo será siempre para la humanidad. En cada época, la Iglesia está llamando a leer los signos a través de los cuales Dios habla y salva, para que su comunicación de la vida en Cristo no sea una idea desatinada e inaplicable a las personas, sino que, penetrando las experiencias profundas de cada ser humano y las perspectivas de las culturas, el Evangelio se arraigue y el reino de Dios se haga presente y eficaz en realidades concretas (Cfr. DA ibid).