/ domingo 21 de abril de 2019

Jesucristo es el Señor

Hemos celebrado con fe entusiasta esta Semana Santa. Todo Durango Católico resucita con Cristo el Dios de la Vida, el Dios del Amor. NO PODEMOS quedarnos varados en un perenne Viernes Santo, identificándonos con el Cristo sufriente y martirizado; los duranguenses que profesamos esta extraordinaria fe hemos de resucitar con Él a una nueva vida, que nos distinga en la actitud de lucha por mejores hombres y mujeres, comprometidos en la construcción del Reino del amor de la justicia y de la paz.

El que fue crucificado ahora ha resucitado, está vivo en medio de nosotros está ¡Aleluya! La Resurrección de Cristo es un hecho de fe pero también un acontecimiento histórico comprobable, nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica (647). La Resurrección de Cristo “fue un acontecimiento histórico demostrable por la señal del sepulcro vacío y por la realidad de los encuentros de los Apóstoles con Cristo resucitado”. Sin embargo, la Resurrección también es acontecimiento que trasciende y sobrepasa a la Historia; es demasiado importante como para quedar referido solamente como un acontecimiento histórico, ya que es el Centro de la Fe Católica, pues, “si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe” (1 Co. 15, 14), nos advierte San Pablo.

La Resurrección constituye, ante todo, la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó. Todas las verdades, incluso las más difíciles de comprender por el ser humano, encuentran su comprobación porque Cristo, al resucitar, dio la prueba definitiva de su autoridad como Dios (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 651). El mismísimo hecho nadie lo vio, no hubo testigos, el instante propio de la Resurrección le pertenece a Dios, a su Misterio inefable y grandioso. El sepulcro vacío y las apariciones del resucitado, sin embargo nos llevan a contemplar con esta expresividad de fe la grandeza de este momento que le da un vuelco a la historia y a nuestra propia historia. Los discípulos han atestiguado que verdaderamente se encontraron y estuvieron con Cristo resucitado. El sepulcro vacío y las vendas en el suelo (Jn. 20, 6) significaban, por sí mismos, que el Cuerpo de Cristo había escapado de la muerte y de la corrupción del cuerpo, consecuencia de la muerte (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 657).

La Resurrección de Cristo nos anuncia nuestra propia resurrección, nos anuncia nuestra futura inmortalidad. Y esto es así, porque Jesucristo nos lo ha prometido. Si hemos obrado bien, saldremos a una Resurrección de Vida (Cfr. Juan 5, 28-29). La Resurrección de Jesús es un hecho real, HISTÓRICO, como todo lo que dicen los Evangelios sobre Jesús de Nazaret y META HISTÓRICO, pues va más allá, pues anticipa nuestra propia resurrección. Por eso cuando pensemos en esta VERDAD DE FE, hay que tener en cuenta estas cuatro afirmaciones:

1. La resurrección de Jesús no es una vuelta a su vida anterior, para volver a morir de nuevo (Como Lázaro).

2. Jesús entra en la vida definitiva de Dios; es “Exaltado” por Dios (Hech. 2.23); es una vida diferente a la nuestra, es una vida en un cuerpo glorioso divino. (Rom 6. 9-10).

3. Jesús resucitado no es una “alma inmortal”, ni un fantasma. Es un hombre completo, con cuerpo, vivo, concreto (PERO GLORIOSO), que ha sido liberado de la muerte, del dolor, de las limitaciones materiales, con todo lo que constituye su personalidad.

4. Dios interviene, no para volver a unir el cuerpo y el alma de Jesús, sino que ocurre un nuevo prodigio, una intervención creadora de Dios. El Padre actúa con su fuerza creadora y poderosa, levantando al muerto Jesús a la vida definitiva y plena que le corresponde. No se trata de que Jesús resucitó “en la fe” de sus discípulos, o “en su recuerdo”. Es algo que aconteció verdaderamente en el muerto Jesús y no en la mente o en la imaginación. Jesús realmente ha sido liberado de la muerte y ha alcanzado la vida definitiva de Dios. Jesús está vivo, y vive en cada uno de nosotros.

FELICES PASCUAS DE RESURRECCIÓN.

Hemos celebrado con fe entusiasta esta Semana Santa. Todo Durango Católico resucita con Cristo el Dios de la Vida, el Dios del Amor. NO PODEMOS quedarnos varados en un perenne Viernes Santo, identificándonos con el Cristo sufriente y martirizado; los duranguenses que profesamos esta extraordinaria fe hemos de resucitar con Él a una nueva vida, que nos distinga en la actitud de lucha por mejores hombres y mujeres, comprometidos en la construcción del Reino del amor de la justicia y de la paz.

El que fue crucificado ahora ha resucitado, está vivo en medio de nosotros está ¡Aleluya! La Resurrección de Cristo es un hecho de fe pero también un acontecimiento histórico comprobable, nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica (647). La Resurrección de Cristo “fue un acontecimiento histórico demostrable por la señal del sepulcro vacío y por la realidad de los encuentros de los Apóstoles con Cristo resucitado”. Sin embargo, la Resurrección también es acontecimiento que trasciende y sobrepasa a la Historia; es demasiado importante como para quedar referido solamente como un acontecimiento histórico, ya que es el Centro de la Fe Católica, pues, “si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe” (1 Co. 15, 14), nos advierte San Pablo.

La Resurrección constituye, ante todo, la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó. Todas las verdades, incluso las más difíciles de comprender por el ser humano, encuentran su comprobación porque Cristo, al resucitar, dio la prueba definitiva de su autoridad como Dios (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 651). El mismísimo hecho nadie lo vio, no hubo testigos, el instante propio de la Resurrección le pertenece a Dios, a su Misterio inefable y grandioso. El sepulcro vacío y las apariciones del resucitado, sin embargo nos llevan a contemplar con esta expresividad de fe la grandeza de este momento que le da un vuelco a la historia y a nuestra propia historia. Los discípulos han atestiguado que verdaderamente se encontraron y estuvieron con Cristo resucitado. El sepulcro vacío y las vendas en el suelo (Jn. 20, 6) significaban, por sí mismos, que el Cuerpo de Cristo había escapado de la muerte y de la corrupción del cuerpo, consecuencia de la muerte (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 657).

La Resurrección de Cristo nos anuncia nuestra propia resurrección, nos anuncia nuestra futura inmortalidad. Y esto es así, porque Jesucristo nos lo ha prometido. Si hemos obrado bien, saldremos a una Resurrección de Vida (Cfr. Juan 5, 28-29). La Resurrección de Jesús es un hecho real, HISTÓRICO, como todo lo que dicen los Evangelios sobre Jesús de Nazaret y META HISTÓRICO, pues va más allá, pues anticipa nuestra propia resurrección. Por eso cuando pensemos en esta VERDAD DE FE, hay que tener en cuenta estas cuatro afirmaciones:

1. La resurrección de Jesús no es una vuelta a su vida anterior, para volver a morir de nuevo (Como Lázaro).

2. Jesús entra en la vida definitiva de Dios; es “Exaltado” por Dios (Hech. 2.23); es una vida diferente a la nuestra, es una vida en un cuerpo glorioso divino. (Rom 6. 9-10).

3. Jesús resucitado no es una “alma inmortal”, ni un fantasma. Es un hombre completo, con cuerpo, vivo, concreto (PERO GLORIOSO), que ha sido liberado de la muerte, del dolor, de las limitaciones materiales, con todo lo que constituye su personalidad.

4. Dios interviene, no para volver a unir el cuerpo y el alma de Jesús, sino que ocurre un nuevo prodigio, una intervención creadora de Dios. El Padre actúa con su fuerza creadora y poderosa, levantando al muerto Jesús a la vida definitiva y plena que le corresponde. No se trata de que Jesús resucitó “en la fe” de sus discípulos, o “en su recuerdo”. Es algo que aconteció verdaderamente en el muerto Jesús y no en la mente o en la imaginación. Jesús realmente ha sido liberado de la muerte y ha alcanzado la vida definitiva de Dios. Jesús está vivo, y vive en cada uno de nosotros.

FELICES PASCUAS DE RESURRECCIÓN.