/ viernes 28 de diciembre de 2018

Jóvenes volver a pensar

Todo totalitarismo se sustenta en una ideología que absolutiza una “idea” desde la que desarrolla una cierta racionalidad, ya sea por el método deductivo o por el dialéctico.

“¡Misterio impenetrable esconde la causa de la constante derrota del Bien! México, pueblo obcecado, de tu entraña torturada sale de cuando en cuando quien podría salvarte y no lo respaldas, lo dejas perecer! O lo dejas perderse por desuso; ¡lo desamparas así lo que cerca y lo destruye la iniquidad!”.

Arendt, en su fundamental libro “Los orígenes del totalitarismo”, realiza un esfuerzo sin precedentes para la comprensión, descripción y análisis de la verdadera naturaleza del totalitarismo; un fenómeno específico del siglo XX que encontramos en la base de las mayores sangrías padecidas por la humanidad.

Afirma, y menciona: “Si la legalidad es la esencia del gobierno no tiránico y la ilegalidad es la esencia de la tiranía, entonces el terror es la esencia de la dominación totalitaria”.

Un terror absoluto que de medio instrumental deviene en fin por encima de leyes y principios de todo tipo, hasta el punto de que, según señala unas líneas más adelante, “culpable” es quien se alza en el camino del proceso natural o histórico que ha formulado ya un juicio sobre las “razas inferiores”, sobre los “individuos incapaces de vivir”, sobre las “clases moribundas y los pueblos decadentes”».

Existe, pues, una evidente conexión entre terror y totalitarismo. Pero, ¿qué entendemos por totalitarismo? Se considera, generalmente, que el totalitarismo se caracteriza por divinizar al Estado absoluto, de modo que éste exige la total subordinación de los grupos sociales y de la misma conciencia de todos y cada uno de los individuos a sus dictados políticos y culturales, sirviéndose para ello del empleo sistemático de la violencia.

Conforme esta concepción, el Estado se atribuye un poder ilimitado, prescindiendo de los derechos fundamentales del hombre, y sin reconocer la división de poderes. Partiendo de una concepción que prescinde por completo de la persona, prima a la voluntad y el poder, por encima de la razón y la libertad. También le caracterizarían el empleo demagógico de la propaganda, la movilización de las masas encuadradas por un rígido partido único, y el rechazo de toda moral precedente.

Su método pasa, por lo tanto, por la dominación total de las personas, de modo que, tal y como describe: “El totalitarismo busca no la dominación despótica sobre los hombres, sino un sistema en el que los hombres sean superfluos. El poder total sólo puede ser logrado y salvaguardado en un mundo de reflejos condicionados, de marionetas sin el más ligero rasgo de espontaneidad. Precisamente porque los recursos del hombre son tan grandes puede ser completamente dominado sólo cuando se convierte en un espécimen de la especie animal hombre”.

Todo totalitarismo se sustenta en una ideología que absolutiza una “idea” desde la que desarrolla una cierta racionalidad, ya sea por el método deductivo o por el dialéctico. Sus expresiones más conocidas y depuradas han sido, sin duda, los regímenes marxistas implantados a lo largo del siglo XX, castristas y bolivarianos que llegaron a sumar a un tercio de toda la población mundial.

Todos ellos llevaron hasta las últimas consecuencias las exigencias de sus respectivas ideologías, desatando los genocidios más brutales que jamás haya conocido la humanidad, regímenes sacrificaron a millones de personas en aras de un futuro ideal, tal y como lo concebían a la luz de sus dogmas políticos y unas supuestas leyes que regularían el devenir de la historia y de la naturaleza; pues coincidirían.

Así, en nombre de la clase social o de la raza implantaron un régimen de terror que alcanzó a todas las expresiones de la vida pública y privada, de modo que bien pueden calificarse como regímenes terroristas en gran escala. La violencia se constituyó, de esta manera, en la base y razón de ser de tales “experimentos sociales”.

Pero, además de tales experimentos concretos, existiría una tentación totalitaria en toda ideología, caso de propugnar la asunción de la sociedad entera por el Estado, sacrificando toda razón a la “razón de Estado”.

Conviene, pensamos, extraer algunas conclusiones y enseñanzas para el futuro mediato. En esta situación, únicamente desde la fidelidad a la propia tradición es posible afrontar los retos de la vida cotidiana, de la posmodernidad, de la globalización, y de la política real. Por esto, No creo en Andrés Manuel, Ni en su 4T - quiero una Patria libre y democrática, a pesar de sus grades defectos… Post eventum vani sunt questus “cuando aparece el necio todo son problemas”. Y, sin embargo: Feliz año nuevo.


tomymx@me.com

Todo totalitarismo se sustenta en una ideología que absolutiza una “idea” desde la que desarrolla una cierta racionalidad, ya sea por el método deductivo o por el dialéctico.

“¡Misterio impenetrable esconde la causa de la constante derrota del Bien! México, pueblo obcecado, de tu entraña torturada sale de cuando en cuando quien podría salvarte y no lo respaldas, lo dejas perecer! O lo dejas perderse por desuso; ¡lo desamparas así lo que cerca y lo destruye la iniquidad!”.

Arendt, en su fundamental libro “Los orígenes del totalitarismo”, realiza un esfuerzo sin precedentes para la comprensión, descripción y análisis de la verdadera naturaleza del totalitarismo; un fenómeno específico del siglo XX que encontramos en la base de las mayores sangrías padecidas por la humanidad.

Afirma, y menciona: “Si la legalidad es la esencia del gobierno no tiránico y la ilegalidad es la esencia de la tiranía, entonces el terror es la esencia de la dominación totalitaria”.

Un terror absoluto que de medio instrumental deviene en fin por encima de leyes y principios de todo tipo, hasta el punto de que, según señala unas líneas más adelante, “culpable” es quien se alza en el camino del proceso natural o histórico que ha formulado ya un juicio sobre las “razas inferiores”, sobre los “individuos incapaces de vivir”, sobre las “clases moribundas y los pueblos decadentes”».

Existe, pues, una evidente conexión entre terror y totalitarismo. Pero, ¿qué entendemos por totalitarismo? Se considera, generalmente, que el totalitarismo se caracteriza por divinizar al Estado absoluto, de modo que éste exige la total subordinación de los grupos sociales y de la misma conciencia de todos y cada uno de los individuos a sus dictados políticos y culturales, sirviéndose para ello del empleo sistemático de la violencia.

Conforme esta concepción, el Estado se atribuye un poder ilimitado, prescindiendo de los derechos fundamentales del hombre, y sin reconocer la división de poderes. Partiendo de una concepción que prescinde por completo de la persona, prima a la voluntad y el poder, por encima de la razón y la libertad. También le caracterizarían el empleo demagógico de la propaganda, la movilización de las masas encuadradas por un rígido partido único, y el rechazo de toda moral precedente.

Su método pasa, por lo tanto, por la dominación total de las personas, de modo que, tal y como describe: “El totalitarismo busca no la dominación despótica sobre los hombres, sino un sistema en el que los hombres sean superfluos. El poder total sólo puede ser logrado y salvaguardado en un mundo de reflejos condicionados, de marionetas sin el más ligero rasgo de espontaneidad. Precisamente porque los recursos del hombre son tan grandes puede ser completamente dominado sólo cuando se convierte en un espécimen de la especie animal hombre”.

Todo totalitarismo se sustenta en una ideología que absolutiza una “idea” desde la que desarrolla una cierta racionalidad, ya sea por el método deductivo o por el dialéctico. Sus expresiones más conocidas y depuradas han sido, sin duda, los regímenes marxistas implantados a lo largo del siglo XX, castristas y bolivarianos que llegaron a sumar a un tercio de toda la población mundial.

Todos ellos llevaron hasta las últimas consecuencias las exigencias de sus respectivas ideologías, desatando los genocidios más brutales que jamás haya conocido la humanidad, regímenes sacrificaron a millones de personas en aras de un futuro ideal, tal y como lo concebían a la luz de sus dogmas políticos y unas supuestas leyes que regularían el devenir de la historia y de la naturaleza; pues coincidirían.

Así, en nombre de la clase social o de la raza implantaron un régimen de terror que alcanzó a todas las expresiones de la vida pública y privada, de modo que bien pueden calificarse como regímenes terroristas en gran escala. La violencia se constituyó, de esta manera, en la base y razón de ser de tales “experimentos sociales”.

Pero, además de tales experimentos concretos, existiría una tentación totalitaria en toda ideología, caso de propugnar la asunción de la sociedad entera por el Estado, sacrificando toda razón a la “razón de Estado”.

Conviene, pensamos, extraer algunas conclusiones y enseñanzas para el futuro mediato. En esta situación, únicamente desde la fidelidad a la propia tradición es posible afrontar los retos de la vida cotidiana, de la posmodernidad, de la globalización, y de la política real. Por esto, No creo en Andrés Manuel, Ni en su 4T - quiero una Patria libre y democrática, a pesar de sus grades defectos… Post eventum vani sunt questus “cuando aparece el necio todo son problemas”. Y, sin embargo: Feliz año nuevo.


tomymx@me.com