/ viernes 1 de febrero de 2019

Jóvenes volver a pensar

Preguntarnos por el hombre lleva consigo muchas implicaciones que merecen ser abordadas con veneración y respeto, incluso también con la esperanza de que siga teniendo vigencia sin término, aquella frase pronunciada ya hace siglos por Terencio: “Hombre soy y nada de lo humano me puede dejar indiferente”.

En nuestro presente cultural, rico en lo técnico y pobre en demasía en lo humano es oportuno recordar que cuestiones como ésta debieran de ser tomadas más en serio, hoy como siempre, el hombre es uno de esos temas actuales, porque no tienen fecha de caducidad. La posmodernidad nos ha dejado un poso de recelo e indiferencia que ha acabado afectando a aspectos esenciales de nuestra existencia.

Una vez perdidas y olvidadas las referencias fundamentales lo que nos ha quedado ha sido un estado de humana indigencia que es donde ahora mismo nos encontramos.

El hombre hoy al perder todas sus seguridades y ver cómo todo se derrumbaba a su alrededor tuvo que agarrarse a algo y lo que hizo fue engancharse a un plan de vida, que responde a un esquema muy simple, pero muy práctico, cuyas bases son la economía, la ciencia y la tecnología y así vamos tirando, como podemos. La razón técnico-científica ha sido la alternativa que nos ha llevado a una situación de desarrollo envidiable en la que ahora nos encontramos.

El progreso ha alcanzado tasas de producción y de consumo hasta ahora desconocidas. Se ha elevado el nivel de vida y con él ha llegado un estado de bienestar, que ha hecho que nos olvidemos de todo lo demás. Nuestra única preocupación ha quedado reducida a vivir la vida a tope, gozar y disfrutar lo más posible del momento presente.

Es lo que se ha dado en llamar la cultura del “carpe diem” (aprovecha el momento) nada de cuestiones trascendentes en torno al sentido de la vida, nada de preguntas enojosas sobre nuestra existencia, nada de responsabilidades y humanas exigencias, que para lo único que pueden servir es para aguarnos la fiesta.

Venimos asistiendo sin inmutarnos a un proceso generalizado de crisis, crisis cultural, educativa, moral, religiosa, cívica, familiar, crisis de humanismo, crisis de pensamiento y nada nos ha inquietado. No nos ha importado lo más mínimo quedarnos vacíos por dentro, siempre y cuando los refrigeradores estuvieran repletos. Nuestros compromisos no están del lado de las cuestiones profundas y fundamentales de la humana existencia, nuestras aspiraciones van más a ras de tierra, enmarcadas en un hedonismo materialista.

Si hemos de ser sinceros, habremos de reconocer que en nuestra sociedad los valores humanos cuentan menos que los económicos y lo que la gente cree es que “entre la honestidad y el dinero, lo segundo es lo primero”. Puede que suene un poco fuerte, pero es bastante cierto, que nuestro sueldo representa lo que en realidad valemos.

En esta sociedad de la sobreabundancia en que nos encontramos, el hombre contemporáneo ha sabido estar a la altura de las circunstancias, convirtiéndose en consumidor ejemplar, que devora todo lo que pilla a su paso. Al hombre contemporáneo Eric Fromm le dedica estas amables palabras.

“Es el consumidor eterno; se traga bebidas, alimentos, cigarrillos… Consume todo, engulle todo. El mundo no es más que un enorme objeto para su apetito, un gran biberón, una gran manzana, un pecho opulento”. Este consumista compulsivo ha elevado el bienestar a la categoría de ideología y ha hecho del disfrute de la vida su particular religión, nuestro mundo se ha puesto de lado de la razón técnica-científica, olvidándose de la razón filosófica de la que pasa olímpicamente, como si se tratara de algo para extraterrestre.

Triste es reconocerlo para quienes amamos a la filosofía; pero es así. Lo que nuestro mundo piensa es que tenemos que dejarnos de filosofías e ir al grano que no es otra cosa que tratar de hacer realidad el sueño americano. Sucede no obstante que los problemas han comenzado a amontonarse sobre la mesa, ahora que la razón técnico- científica en la que el hombre depositó su confianza, comienza a dar muestras de agotamiento.

Pudiera ser que esta crisis económica que viene nos sirva de purga de tanto exceso sibaritista, de tanto empacho de bienestar material, tal vez obligue a las sociedades opulentas a probar el sabor de la austeridad, después de tanto derroche injustificado. A lo mejor esta crisis nos abre los ojos y nos damos cuenta de que vincular nuestra suerte al bienestar material, ni es tan constante ni tan definitiva como creíamos, por lo que en el futuro habrá que estar preparados por si vienen mal dadas.

A lo mejor nos ayuda a todos a comprender que hemos de moderar nuestros afanes consumistas y que no es tan imprescindible cambiar el mobiliario del depa cada cinco años y estrenar un nuevo modelo de coche cada año. A lo mejor acabamos aprendiendo de que el dinero no lo es todo y nos damos cuenta de que no es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita.

Ojalá que esta crisis nos sirviera para pensar en los demás, sobre todo en los más necesitados, haciendo converger todos los intereses personales en el bien común y universal dentro de un marco económico más equitativo y justo del que nadie quedara excluido. La presente época debiera hacernos más solidarios con los que nada tienen, puede que incluso nos ayude a humanizarnos y quién sabe si tal vez sea motivo para que reflexionemos de que las esperanzas puestas en el dios-dinero no debiera seguir siendo el último fundamento de nuestras vidas.

La gente comienza a preguntarse por el futuro de la humanidad y a mí este tipo de preguntas me gustan, porque el hombre ha de ser previsor y no vivir eternamente inmerso en el carpe diem… Carpe diem, quam minimum credula postero.

“Aprovecha el día, no confíes en el mañana”.


tomymx@me.com

Preguntarnos por el hombre lleva consigo muchas implicaciones que merecen ser abordadas con veneración y respeto, incluso también con la esperanza de que siga teniendo vigencia sin término, aquella frase pronunciada ya hace siglos por Terencio: “Hombre soy y nada de lo humano me puede dejar indiferente”.

En nuestro presente cultural, rico en lo técnico y pobre en demasía en lo humano es oportuno recordar que cuestiones como ésta debieran de ser tomadas más en serio, hoy como siempre, el hombre es uno de esos temas actuales, porque no tienen fecha de caducidad. La posmodernidad nos ha dejado un poso de recelo e indiferencia que ha acabado afectando a aspectos esenciales de nuestra existencia.

Una vez perdidas y olvidadas las referencias fundamentales lo que nos ha quedado ha sido un estado de humana indigencia que es donde ahora mismo nos encontramos.

El hombre hoy al perder todas sus seguridades y ver cómo todo se derrumbaba a su alrededor tuvo que agarrarse a algo y lo que hizo fue engancharse a un plan de vida, que responde a un esquema muy simple, pero muy práctico, cuyas bases son la economía, la ciencia y la tecnología y así vamos tirando, como podemos. La razón técnico-científica ha sido la alternativa que nos ha llevado a una situación de desarrollo envidiable en la que ahora nos encontramos.

El progreso ha alcanzado tasas de producción y de consumo hasta ahora desconocidas. Se ha elevado el nivel de vida y con él ha llegado un estado de bienestar, que ha hecho que nos olvidemos de todo lo demás. Nuestra única preocupación ha quedado reducida a vivir la vida a tope, gozar y disfrutar lo más posible del momento presente.

Es lo que se ha dado en llamar la cultura del “carpe diem” (aprovecha el momento) nada de cuestiones trascendentes en torno al sentido de la vida, nada de preguntas enojosas sobre nuestra existencia, nada de responsabilidades y humanas exigencias, que para lo único que pueden servir es para aguarnos la fiesta.

Venimos asistiendo sin inmutarnos a un proceso generalizado de crisis, crisis cultural, educativa, moral, religiosa, cívica, familiar, crisis de humanismo, crisis de pensamiento y nada nos ha inquietado. No nos ha importado lo más mínimo quedarnos vacíos por dentro, siempre y cuando los refrigeradores estuvieran repletos. Nuestros compromisos no están del lado de las cuestiones profundas y fundamentales de la humana existencia, nuestras aspiraciones van más a ras de tierra, enmarcadas en un hedonismo materialista.

Si hemos de ser sinceros, habremos de reconocer que en nuestra sociedad los valores humanos cuentan menos que los económicos y lo que la gente cree es que “entre la honestidad y el dinero, lo segundo es lo primero”. Puede que suene un poco fuerte, pero es bastante cierto, que nuestro sueldo representa lo que en realidad valemos.

En esta sociedad de la sobreabundancia en que nos encontramos, el hombre contemporáneo ha sabido estar a la altura de las circunstancias, convirtiéndose en consumidor ejemplar, que devora todo lo que pilla a su paso. Al hombre contemporáneo Eric Fromm le dedica estas amables palabras.

“Es el consumidor eterno; se traga bebidas, alimentos, cigarrillos… Consume todo, engulle todo. El mundo no es más que un enorme objeto para su apetito, un gran biberón, una gran manzana, un pecho opulento”. Este consumista compulsivo ha elevado el bienestar a la categoría de ideología y ha hecho del disfrute de la vida su particular religión, nuestro mundo se ha puesto de lado de la razón técnica-científica, olvidándose de la razón filosófica de la que pasa olímpicamente, como si se tratara de algo para extraterrestre.

Triste es reconocerlo para quienes amamos a la filosofía; pero es así. Lo que nuestro mundo piensa es que tenemos que dejarnos de filosofías e ir al grano que no es otra cosa que tratar de hacer realidad el sueño americano. Sucede no obstante que los problemas han comenzado a amontonarse sobre la mesa, ahora que la razón técnico- científica en la que el hombre depositó su confianza, comienza a dar muestras de agotamiento.

Pudiera ser que esta crisis económica que viene nos sirva de purga de tanto exceso sibaritista, de tanto empacho de bienestar material, tal vez obligue a las sociedades opulentas a probar el sabor de la austeridad, después de tanto derroche injustificado. A lo mejor esta crisis nos abre los ojos y nos damos cuenta de que vincular nuestra suerte al bienestar material, ni es tan constante ni tan definitiva como creíamos, por lo que en el futuro habrá que estar preparados por si vienen mal dadas.

A lo mejor nos ayuda a todos a comprender que hemos de moderar nuestros afanes consumistas y que no es tan imprescindible cambiar el mobiliario del depa cada cinco años y estrenar un nuevo modelo de coche cada año. A lo mejor acabamos aprendiendo de que el dinero no lo es todo y nos damos cuenta de que no es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita.

Ojalá que esta crisis nos sirviera para pensar en los demás, sobre todo en los más necesitados, haciendo converger todos los intereses personales en el bien común y universal dentro de un marco económico más equitativo y justo del que nadie quedara excluido. La presente época debiera hacernos más solidarios con los que nada tienen, puede que incluso nos ayude a humanizarnos y quién sabe si tal vez sea motivo para que reflexionemos de que las esperanzas puestas en el dios-dinero no debiera seguir siendo el último fundamento de nuestras vidas.

La gente comienza a preguntarse por el futuro de la humanidad y a mí este tipo de preguntas me gustan, porque el hombre ha de ser previsor y no vivir eternamente inmerso en el carpe diem… Carpe diem, quam minimum credula postero.

“Aprovecha el día, no confíes en el mañana”.


tomymx@me.com