/ viernes 8 de marzo de 2019

JÓVENES VOLVER A PENSAR

A pesar de unas instituciones corruptas y dominadas por una cleptocracia partidista, y de que han sido reinstauradas las ideologías, impuestas a través de pactos extranjeros y de personajes desclasados que no han sabido ver que la única forma de ser de México reside en el común múltiplo y no en el común divisor, todavía nos queda el mismo México.

El tiempo se llevó lo temporal de México, como suele hacerlo, y otros tiempos llegaron y se fueron, con su desarrollo económico, con su ilusión y con su fracaso. De ella perviven asuntos esenciales: Su unidad ante el destino, sus síntesis históricas; su vocación para la empresa universal y lo que en otra parte se ha llamado su realismo espiritual, esa dificultad permanente de cabalgar sobre la física y la metafísica a la vez, sabiéndonos en tránsito hacia la eternidad y forzados, para ganarla, a actuar con honestidad y nobleza. Eso queda.

De acuerdo que, sepultado en muchas ocasiones por nuestra propia vida económica, por las complejas interacciones de la sociedad actual, pero vivo en cualquier caso en la soledad de cada conciencia. Lo que queda del Méjico viejo en este México de nuestras furias es, por un lado, lo que desde fuera se nos ha impuesto como novedad: ideologías antiguas servidas por partidos hechos desde arriba, con dinero y con prensa; instituciones semejantes a otras instituciones, aquí fracasadas, y a las de otras naciones que tienen otra historia y otra gente.

Con todo ello se han intentado reproducir las viejas divisiones y los viejos problemas cripto-marxistas y liberales que a los hombres de hoy nos suenan a decrepitud, a cosas sucedidas hace mucho tiempo y que en casi nada nos afectan. Pero también queda de México el atisbo de que al futuro hay que ir con el bagaje propio y las respuestas propias.

Queda el realismo auroral, realismo de la patria como comunidad general más allá de los intereses individuales; queda la experiencia de que la división se puede superar con objetivos comunes y que en cada momento debe hacerse lo que es necesario para mantener el rumbo, y no lo que dice la ideología de referencia. Hoy, como ayer, el camino de la unidad es el único posible.

Hoy, mejor que ayer, está más cerca de nosotros, porque la sociedad actual la necesita con más urgencia y es, por lo tanto, mucho más receptiva a la voz que le proponga un medio para superar el inmovilismo y la inoperancia que nos conduce a todos de nuevo a la decadencia y a la miseria. Esa idea de renovación, de búsqueda de lo que somos y de misión para nuestra patria, está en el aire y nace espontáneamente en muchos lugares.

Sucede algo nuevo: un movimiento hacia México que va haciéndose de abajo hacia arriba, (y no de arriba hacia abajo-menos con epístolas matutinas) y que manifiesta, a la vez que desprecio hacia las ideologías, un serio empeño de superar diferencias a través de lo común a todos: La patria misma, que está siendo invadida y privada de soberanía.

Mi experiencia me indica que gente muy dispar va entendiendo, por fin, la postura superadora que hace a la patria sólo responsable del futuro y en modo alguno culpable del pasado. Quizá haya que formular otra vez el patriotismo en términos de pensamiento y acción, en términos de práctica, que lo laven de ciertas retóricas que hasta en su día fueron falsas, y de todo lo temporal que unos y otros, acumulamos sobre él. A fin de cuentas, la patria sigue siendo la mejor garantía de la paz.

La patria no acepta a los mexicanos como enemigos porque es la parte de nosotros mismos que compartimos con los demás: lo que nos separa es siempre temporal, sea la pasión, sea la ambición, sea una ideología perecedera que hoy, más que nunca, resulta estéril y agoniza. ¿Cómo explicar esto exactamente? ¿Cómo llevarlo a tantos y tantos que lo esperan? Hace falta encontrar la explicación más sencilla -que no es la mía-, la que no sacrifique la extensión del mensaje a la comprensión del detalle.

Los detalles serán siempre minúsculos frente a la idea general de la patria como unidad de acción, de la patria como comunidad en un mundo único, personal en cada uno y compartido con los demás; de la patria útil, creadora genial, síntesis general de todos los hombres, de todas las ideas de los hombres, de todas las esperanzas.

Esta patria colonizada y mantenida en la inmovilidad; esta patria que, dado el esfuerzo de sus enemigos, guarda en sí formidables capacidades para el futuro. Esta patria que lleva siglos debatiéndose en busca de su independencia como creación definitiva de su unidad. Ese nexo permanente entre los hombres y entre las épocas es la única base para nuestra auténtica modernidad. Moderno en la sociedad es lo que actúa, lo que funciona. Moderno, en sociedad, es lo que crea y da frutos.

Expliquémoslo cada uno en su lenguaje, porque vamos a ser entendidos. Es la época adecuada para esta idea que trae la renovación que nos hace falta, junto con la más básica comunidad de intereses. A través de nuestro México común se puede llegar a la libertad individual, que no es otra cosa que ser igual entre iguales y tener, a la vez, una aportación individual y distintiva que hacer.

Expliquemos que nuestra misión, que siempre fue universal, vuelve a tener un objetivo en lo nacional, con la unidad, y en lo universal, con el descubrimiento del mundo que nos es propio. Si Occidente muere, ha de ser substituido y sólo nosotros podemos hacer la síntesis de las épocas que nos preceden.

Ducunt volentem fata, nolentem trahunt. “El destino guía a los que están dispuestos y arrastrar a los que no están dispuestos”.

tomymx@me.com


A pesar de unas instituciones corruptas y dominadas por una cleptocracia partidista, y de que han sido reinstauradas las ideologías, impuestas a través de pactos extranjeros y de personajes desclasados que no han sabido ver que la única forma de ser de México reside en el común múltiplo y no en el común divisor, todavía nos queda el mismo México.

El tiempo se llevó lo temporal de México, como suele hacerlo, y otros tiempos llegaron y se fueron, con su desarrollo económico, con su ilusión y con su fracaso. De ella perviven asuntos esenciales: Su unidad ante el destino, sus síntesis históricas; su vocación para la empresa universal y lo que en otra parte se ha llamado su realismo espiritual, esa dificultad permanente de cabalgar sobre la física y la metafísica a la vez, sabiéndonos en tránsito hacia la eternidad y forzados, para ganarla, a actuar con honestidad y nobleza. Eso queda.

De acuerdo que, sepultado en muchas ocasiones por nuestra propia vida económica, por las complejas interacciones de la sociedad actual, pero vivo en cualquier caso en la soledad de cada conciencia. Lo que queda del Méjico viejo en este México de nuestras furias es, por un lado, lo que desde fuera se nos ha impuesto como novedad: ideologías antiguas servidas por partidos hechos desde arriba, con dinero y con prensa; instituciones semejantes a otras instituciones, aquí fracasadas, y a las de otras naciones que tienen otra historia y otra gente.

Con todo ello se han intentado reproducir las viejas divisiones y los viejos problemas cripto-marxistas y liberales que a los hombres de hoy nos suenan a decrepitud, a cosas sucedidas hace mucho tiempo y que en casi nada nos afectan. Pero también queda de México el atisbo de que al futuro hay que ir con el bagaje propio y las respuestas propias.

Queda el realismo auroral, realismo de la patria como comunidad general más allá de los intereses individuales; queda la experiencia de que la división se puede superar con objetivos comunes y que en cada momento debe hacerse lo que es necesario para mantener el rumbo, y no lo que dice la ideología de referencia. Hoy, como ayer, el camino de la unidad es el único posible.

Hoy, mejor que ayer, está más cerca de nosotros, porque la sociedad actual la necesita con más urgencia y es, por lo tanto, mucho más receptiva a la voz que le proponga un medio para superar el inmovilismo y la inoperancia que nos conduce a todos de nuevo a la decadencia y a la miseria. Esa idea de renovación, de búsqueda de lo que somos y de misión para nuestra patria, está en el aire y nace espontáneamente en muchos lugares.

Sucede algo nuevo: un movimiento hacia México que va haciéndose de abajo hacia arriba, (y no de arriba hacia abajo-menos con epístolas matutinas) y que manifiesta, a la vez que desprecio hacia las ideologías, un serio empeño de superar diferencias a través de lo común a todos: La patria misma, que está siendo invadida y privada de soberanía.

Mi experiencia me indica que gente muy dispar va entendiendo, por fin, la postura superadora que hace a la patria sólo responsable del futuro y en modo alguno culpable del pasado. Quizá haya que formular otra vez el patriotismo en términos de pensamiento y acción, en términos de práctica, que lo laven de ciertas retóricas que hasta en su día fueron falsas, y de todo lo temporal que unos y otros, acumulamos sobre él. A fin de cuentas, la patria sigue siendo la mejor garantía de la paz.

La patria no acepta a los mexicanos como enemigos porque es la parte de nosotros mismos que compartimos con los demás: lo que nos separa es siempre temporal, sea la pasión, sea la ambición, sea una ideología perecedera que hoy, más que nunca, resulta estéril y agoniza. ¿Cómo explicar esto exactamente? ¿Cómo llevarlo a tantos y tantos que lo esperan? Hace falta encontrar la explicación más sencilla -que no es la mía-, la que no sacrifique la extensión del mensaje a la comprensión del detalle.

Los detalles serán siempre minúsculos frente a la idea general de la patria como unidad de acción, de la patria como comunidad en un mundo único, personal en cada uno y compartido con los demás; de la patria útil, creadora genial, síntesis general de todos los hombres, de todas las ideas de los hombres, de todas las esperanzas.

Esta patria colonizada y mantenida en la inmovilidad; esta patria que, dado el esfuerzo de sus enemigos, guarda en sí formidables capacidades para el futuro. Esta patria que lleva siglos debatiéndose en busca de su independencia como creación definitiva de su unidad. Ese nexo permanente entre los hombres y entre las épocas es la única base para nuestra auténtica modernidad. Moderno en la sociedad es lo que actúa, lo que funciona. Moderno, en sociedad, es lo que crea y da frutos.

Expliquémoslo cada uno en su lenguaje, porque vamos a ser entendidos. Es la época adecuada para esta idea que trae la renovación que nos hace falta, junto con la más básica comunidad de intereses. A través de nuestro México común se puede llegar a la libertad individual, que no es otra cosa que ser igual entre iguales y tener, a la vez, una aportación individual y distintiva que hacer.

Expliquemos que nuestra misión, que siempre fue universal, vuelve a tener un objetivo en lo nacional, con la unidad, y en lo universal, con el descubrimiento del mundo que nos es propio. Si Occidente muere, ha de ser substituido y sólo nosotros podemos hacer la síntesis de las épocas que nos preceden.

Ducunt volentem fata, nolentem trahunt. “El destino guía a los que están dispuestos y arrastrar a los que no están dispuestos”.

tomymx@me.com