/ viernes 23 de agosto de 2019

Jóvenes volver a pensar

La contingencia actual de México

México es una encina medio sofocada por la yedra. La yedra es tan frondosa, y se ve la encina tan arrugada y encogida, que a ratos parece que el ser de México está en la trepadora, y no en el árbol.

Pero la yedra no se puede sostener sobre sí misma. Desde que México dejó de creer en sí, en su misión histórica, no ha dado al mundo de las ideas generales más pensamientos valederos que los que han tendido a hacerla recuperar su propio ser. “La civilización no puede darse nunca por supuesta. Hay que defenderla. Siempre está amenazada”, menciona el filósofo.

Hay el propósito por parte de la clase gobernante de cambiar, mediante una transformación de su conciencia, y a México, mediante una operación que la avergüence de su hechura y que la haga dimitir como sujeto histórico. Nuestra nación, al ir abandonando los valores que le han configurado han iniciado cayendo de lleno en los siete pecados sociales denunciados por Gandhi: Política sin principios, riqueza sin trabajo, placer sin conciencia, saber sin carácter, comercio sin moralidad, ciencia sin humanidad y religión sin sacrificio.

Pecados de los que tenemos abundantes, permanentes y generales ejemplos en todos los campos, donde se desprecia el derecho natural. Pero, como indicamos, para México su decadencia, que se refleja en estos pecados sociales, puede ser el anuncio de una situación nueva.

Desde un periodo de reposo, de olvido de la iniciativa histórica, a cambio de perder durante un tiempo el rango, podemos volver en el futuro al ideal, recuperar la energía con que mantenerlo. Y para ello, debemos combatir la tentación vehemente e insistente a resignarse y a entregarse y debemos hacer frente a las flechas venenosas que se han clavado en la mente, en la conciencia, en la voluntad y en el corazón de los mexicanos.

Y así, la flecha que se clava en la mente, y que ha provocado la confusión ideológica, que, en nombre de la 4T, como conquista, nos lleva a la tiniebla doctrinal y, como antídoto, a la indiferencia, hay que oponerse iluminándonos con la buena doctrina de la verdad, filosófica, política y social.

Y la flecha que ataca a la conciencia y nos priva de la moral objetiva como norma de conducta, y nos conduce a un subjetivismo ético que se deja llevar por el Hedos o el Eros, que no entiende más que de placer o de egoísmo, hay que oponerse con un retorno a las normas del decálogo, en la vida privada y pública.

Y la flecha que punza la voluntad, la debilita y enferma hay que oponerle la exaltación de la fortaleza de la magnanimidad, como virtud frente a la pusilanimidad como imperfección. Y la flecha que penetrando en el corazón le hace latir a ritmo tan bradicardico, que la sangre apenas discurre por el sistema arterial de la nación, y la totalidad del ser languidece insomne, sin reacción ante el latigazo constante de un enemigo que le apalea sin misericordia hay que oponerle un corazón caldeado.

Porque, el dilema está claro: O seguimos inactivos, cediendo a la tentación, o nos disponemos, a partir de una minoría que varonilmente la rechaza, a arrancar las flechas que nos precipitan por el camino de la decadencia y de la dimisión histórica. Pero a pesar de esto, de nuevo, nosotros preferimos vivir estos tiempos, no porque sean, como son, bárbaros, sino porque contienen la promesa de un mundo mejor, mientras que los anteriores estaban ennegrecidos por el temor a la caída, que al fin ha venido.

Las nuevas generaciones tienen la gran suerte de tener que elegir entre la fe y el escepticismo, en vez de perdernos, como en generaciones anteriores, en verdades a medias e ideales truncos. –Ducunt volentem fata, nolentem trahunt.-El destino guía a los que están dispuestos y arrastrar a los que no están dispuestos.


tomymx@me.com

La contingencia actual de México

México es una encina medio sofocada por la yedra. La yedra es tan frondosa, y se ve la encina tan arrugada y encogida, que a ratos parece que el ser de México está en la trepadora, y no en el árbol.

Pero la yedra no se puede sostener sobre sí misma. Desde que México dejó de creer en sí, en su misión histórica, no ha dado al mundo de las ideas generales más pensamientos valederos que los que han tendido a hacerla recuperar su propio ser. “La civilización no puede darse nunca por supuesta. Hay que defenderla. Siempre está amenazada”, menciona el filósofo.

Hay el propósito por parte de la clase gobernante de cambiar, mediante una transformación de su conciencia, y a México, mediante una operación que la avergüence de su hechura y que la haga dimitir como sujeto histórico. Nuestra nación, al ir abandonando los valores que le han configurado han iniciado cayendo de lleno en los siete pecados sociales denunciados por Gandhi: Política sin principios, riqueza sin trabajo, placer sin conciencia, saber sin carácter, comercio sin moralidad, ciencia sin humanidad y religión sin sacrificio.

Pecados de los que tenemos abundantes, permanentes y generales ejemplos en todos los campos, donde se desprecia el derecho natural. Pero, como indicamos, para México su decadencia, que se refleja en estos pecados sociales, puede ser el anuncio de una situación nueva.

Desde un periodo de reposo, de olvido de la iniciativa histórica, a cambio de perder durante un tiempo el rango, podemos volver en el futuro al ideal, recuperar la energía con que mantenerlo. Y para ello, debemos combatir la tentación vehemente e insistente a resignarse y a entregarse y debemos hacer frente a las flechas venenosas que se han clavado en la mente, en la conciencia, en la voluntad y en el corazón de los mexicanos.

Y así, la flecha que se clava en la mente, y que ha provocado la confusión ideológica, que, en nombre de la 4T, como conquista, nos lleva a la tiniebla doctrinal y, como antídoto, a la indiferencia, hay que oponerse iluminándonos con la buena doctrina de la verdad, filosófica, política y social.

Y la flecha que ataca a la conciencia y nos priva de la moral objetiva como norma de conducta, y nos conduce a un subjetivismo ético que se deja llevar por el Hedos o el Eros, que no entiende más que de placer o de egoísmo, hay que oponerse con un retorno a las normas del decálogo, en la vida privada y pública.

Y la flecha que punza la voluntad, la debilita y enferma hay que oponerle la exaltación de la fortaleza de la magnanimidad, como virtud frente a la pusilanimidad como imperfección. Y la flecha que penetrando en el corazón le hace latir a ritmo tan bradicardico, que la sangre apenas discurre por el sistema arterial de la nación, y la totalidad del ser languidece insomne, sin reacción ante el latigazo constante de un enemigo que le apalea sin misericordia hay que oponerle un corazón caldeado.

Porque, el dilema está claro: O seguimos inactivos, cediendo a la tentación, o nos disponemos, a partir de una minoría que varonilmente la rechaza, a arrancar las flechas que nos precipitan por el camino de la decadencia y de la dimisión histórica. Pero a pesar de esto, de nuevo, nosotros preferimos vivir estos tiempos, no porque sean, como son, bárbaros, sino porque contienen la promesa de un mundo mejor, mientras que los anteriores estaban ennegrecidos por el temor a la caída, que al fin ha venido.

Las nuevas generaciones tienen la gran suerte de tener que elegir entre la fe y el escepticismo, en vez de perdernos, como en generaciones anteriores, en verdades a medias e ideales truncos. –Ducunt volentem fata, nolentem trahunt.-El destino guía a los que están dispuestos y arrastrar a los que no están dispuestos.


tomymx@me.com