/ viernes 27 de septiembre de 2019

Jóvenes volver a pensar

¿Cómo soportas, Patria?

Y por mucho que se haga para olvidarlo y enterrarlo, mientras lleven nombres mexicanos la mitad de las tierras del país, la idea nuestra seguirá saltando de los libros de mística y ascética a las páginas de la historia.

¡Si fuera posible para un mexicano culto vivir de espaldas a la historia y perderse en los “cines”, los cafés, las redes sociales y las benditas columnas de los diarios! Pero cada piedra nos habla de lo mismo. ¿Qué somos hoy, qué hacemos ahora cuando nos comparamos con aquellos mexicanos, que no eran ni más listos ni más fuertes que nosotros, pero creaban la unidad física del país, porque antes o al mismo tiempo constituían la unidad moral del género humano, al emplazar una misma posibilidad de salvación ante todos los hombres, con lo que hacían posible la historia, que hasta nuestro siglo XXI no pudo ser sino una pluralidad de historias inconexas?

¿Podremos consolarnos de estar ahora tan lejos de la historia pensando que a cada pueblo le llega su caída y que hubo un tiempo en que fueron también Nínive y Babilonia? Pero cuando volvemos los ojos a la actualidad, nos encontramos, en primer término, con que todos los pueblos están continuando la obra de México, porque todos están tratando a las etnias abrasadas que hay entre ellos con la persuasión y en la esperanza de que podrán salvarlas; y también con que la necesidad urgente del mundo entero, si ha de evitarse la colisión de “conservadores y liberales”, es que resucite y se extienda por todo el haz de la tierra aquel espíritu mexicano, que consideraba a todos los hombres como hermanos, aunque distinguía los hermanos mayores de los menores, porque el mexicano no negó nunca la evidencia de las desigualdades.

Así la obra de México, lejos de ser ruinas y polvo, es una fábrica a medio hacer, o si se quiere una flecha caída a mitad del camino, que espera el brazo que la recoja y lance al blanco, o una sinfonía interrumpida, que está pidiendo los músicos que sepan continuarla, sin embargo, la sinfonía se interrumpió en el 2018, al cerrarse para siempre los ojos del Tlatoani hechizado por la avaricia del poder.

Siempre ha tenido México buenos eruditos, demasiado conocedores de su historia para poder creer lo que la envidia de sus enemigos propalaba. Es mera prudencia dice, por otra parte, que un pueblo no puede vivir con sus glorias desconocidas y sus vergüenzas al desnudo, sin que propenda a huir de sí mismo y ensolverse, como lo viene haciendo hace ya más de un siglo.

Tampoco nos ha faltado aquel patriotismo instintivo que formuló desesperadamente aquel patriota: “Con la Patria se está con razón y sin razón, como se está con el padre y con la madre”. Su historia, la prudencia y el patriotismo han dado vida al tradicionalismo mexicano, que ha batallado estos siglos como ha podido, casi siempre con razón, a veces con heroísmo insuperable, pero generalmente con la convicción intranquila de su aislamiento, porque sentía que el mundo le era hostil y contrario el movimiento universal de las ideas. Hasta entonces eran adversos a México los más de los talentos extranjeros que de ella se ocupaban. Desde entonces nos son favorables. Eran amigos del arte se maravillan de los esfuerzos que hace el mundo por entender y gozar mejor el estilo. Y es que han fracasado el humanismo pagano y el naturalismo de los últimos tiempos. Es cultura del mundo no puede fundarse en la espontaneidad biológica del hombre, sino en la deliberación, el orden y el esfuerzo. La salvación no está en hacer lo que se quiere, sino lo que se debe. Y la física y la metafísica, las ciencias morales y las naturales nos llevan de nuevo a escuchar la palabra del Espíritu y a fundar el derecho y las instituciones sociales y políticas, en la objetividad del bien común, y no en la caprichosa voluntad del que más puede. Pero lo que vamos a hacer no podemos por menos de hacerlo.

Ya no es una mera pesadilla hablar de la posibilidad del fin de México, y México es parte esencial de nuestras vidas. No somos animales que se resignen a la mera vida fisiológica, ni ángeles que vivan la eternidad fuera del tiempo y del espacio. En nuestras almas de hombres habla la voz de nuestros padres, que nos llama al porvenir por que lucharon.

Y aunque nos duele México y nos ha de doler aún más en esta misión, todavía es mejor que nos duela ella que dolemos nosotros de no ponemos a hacer lo que debemos. Flectere si nequeo superos, acheronta movebo. Si no puedo mover el cielo, entonces levantaré el infierno.

¿Cómo soportas, Patria?

Y por mucho que se haga para olvidarlo y enterrarlo, mientras lleven nombres mexicanos la mitad de las tierras del país, la idea nuestra seguirá saltando de los libros de mística y ascética a las páginas de la historia.

¡Si fuera posible para un mexicano culto vivir de espaldas a la historia y perderse en los “cines”, los cafés, las redes sociales y las benditas columnas de los diarios! Pero cada piedra nos habla de lo mismo. ¿Qué somos hoy, qué hacemos ahora cuando nos comparamos con aquellos mexicanos, que no eran ni más listos ni más fuertes que nosotros, pero creaban la unidad física del país, porque antes o al mismo tiempo constituían la unidad moral del género humano, al emplazar una misma posibilidad de salvación ante todos los hombres, con lo que hacían posible la historia, que hasta nuestro siglo XXI no pudo ser sino una pluralidad de historias inconexas?

¿Podremos consolarnos de estar ahora tan lejos de la historia pensando que a cada pueblo le llega su caída y que hubo un tiempo en que fueron también Nínive y Babilonia? Pero cuando volvemos los ojos a la actualidad, nos encontramos, en primer término, con que todos los pueblos están continuando la obra de México, porque todos están tratando a las etnias abrasadas que hay entre ellos con la persuasión y en la esperanza de que podrán salvarlas; y también con que la necesidad urgente del mundo entero, si ha de evitarse la colisión de “conservadores y liberales”, es que resucite y se extienda por todo el haz de la tierra aquel espíritu mexicano, que consideraba a todos los hombres como hermanos, aunque distinguía los hermanos mayores de los menores, porque el mexicano no negó nunca la evidencia de las desigualdades.

Así la obra de México, lejos de ser ruinas y polvo, es una fábrica a medio hacer, o si se quiere una flecha caída a mitad del camino, que espera el brazo que la recoja y lance al blanco, o una sinfonía interrumpida, que está pidiendo los músicos que sepan continuarla, sin embargo, la sinfonía se interrumpió en el 2018, al cerrarse para siempre los ojos del Tlatoani hechizado por la avaricia del poder.

Siempre ha tenido México buenos eruditos, demasiado conocedores de su historia para poder creer lo que la envidia de sus enemigos propalaba. Es mera prudencia dice, por otra parte, que un pueblo no puede vivir con sus glorias desconocidas y sus vergüenzas al desnudo, sin que propenda a huir de sí mismo y ensolverse, como lo viene haciendo hace ya más de un siglo.

Tampoco nos ha faltado aquel patriotismo instintivo que formuló desesperadamente aquel patriota: “Con la Patria se está con razón y sin razón, como se está con el padre y con la madre”. Su historia, la prudencia y el patriotismo han dado vida al tradicionalismo mexicano, que ha batallado estos siglos como ha podido, casi siempre con razón, a veces con heroísmo insuperable, pero generalmente con la convicción intranquila de su aislamiento, porque sentía que el mundo le era hostil y contrario el movimiento universal de las ideas. Hasta entonces eran adversos a México los más de los talentos extranjeros que de ella se ocupaban. Desde entonces nos son favorables. Eran amigos del arte se maravillan de los esfuerzos que hace el mundo por entender y gozar mejor el estilo. Y es que han fracasado el humanismo pagano y el naturalismo de los últimos tiempos. Es cultura del mundo no puede fundarse en la espontaneidad biológica del hombre, sino en la deliberación, el orden y el esfuerzo. La salvación no está en hacer lo que se quiere, sino lo que se debe. Y la física y la metafísica, las ciencias morales y las naturales nos llevan de nuevo a escuchar la palabra del Espíritu y a fundar el derecho y las instituciones sociales y políticas, en la objetividad del bien común, y no en la caprichosa voluntad del que más puede. Pero lo que vamos a hacer no podemos por menos de hacerlo.

Ya no es una mera pesadilla hablar de la posibilidad del fin de México, y México es parte esencial de nuestras vidas. No somos animales que se resignen a la mera vida fisiológica, ni ángeles que vivan la eternidad fuera del tiempo y del espacio. En nuestras almas de hombres habla la voz de nuestros padres, que nos llama al porvenir por que lucharon.

Y aunque nos duele México y nos ha de doler aún más en esta misión, todavía es mejor que nos duela ella que dolemos nosotros de no ponemos a hacer lo que debemos. Flectere si nequeo superos, acheronta movebo. Si no puedo mover el cielo, entonces levantaré el infierno.