/ viernes 18 de octubre de 2019

Jóvenes volver a pensar

El retorno de estoicismo

Ahora en este sexenio de la 4T en que “los mexicanos estamos presos en una caverna platonica, con mínimas posiblidades de salir de ella, condenados a esperlo todo del estado totalitartio, tutelar y patriarcal del caudillo en turno que hasta nos ofrece redención”.

Hasta hoy NO nos hemos negado a salir de la caverna platónica y en este caso, México entrara a otro periodo oscurantista, he pensado que el estoicismo a hecho preso al mexicano, estoicismo: el ser humano se halla limitado por un destino inexorable que no puede controlar y ante el que sólo puede resignarse. Cuando se examina la constitución ideal de México, el elemento moral y, en cierto modo, religioso más profundo que en ella se descubre, como sirviéndole de cimiento, es el estoicismo; no el estoicismo vital y heroico de Catón “el viejo”, ni el estoicismo sereno y majestuoso de Marco Aurelio, ni el estoicismo rígido y extremado de Epicteto, sino el estoicismo natural y humano de Séneca.

Toda la doctrina de Séneca se condensa en esta enseñanza: «No te dejes vencer por nada extraño a tu espíritu; piensa en medio de los accidentes de la vida, que tienes dentro de ti una fuerza madre, algo fuerte e indestructible, alrededor del cual giran los hechos mezquinos que forman la trama del diario vivir ; y sean cual fueren los sucesos que sobre ti caigan, sean de los que llamamos prósperos, o de los que llamamos adversos, o de los que parecen envilecernos con su contacto, mantente de tal modo firme y erguido, que al menos se pueda decir siempre de ti que eres un hombre”.

Estas palabras son merecedoras de reflexión y análisis, y no lo serían si no dijeran de nuestro espíritu algo importante, que la intuición de nosotros mismos y los ejemplos de la historia nos aseguran ser certísimo. Y lo que en ellas hay de cierto e importante, es que, en efecto, cuando cae sobre los mexicanos un suceso adverso, como perder una guerra, o sufrir un terremoto, por ejemplo, no adoptamos actitudes exageradas, como la de supones que la justicia del Universo se ha violado, porque la suerte de las batallas nos haya sido contraria o que toda la civilización se encuentra en decadencia, porque se hayan frustrado nuestros planes, sino que nos conducimos de tal modo que “siempre se puede decir de nosotros que somos hombres”, porque ni nos abate la desgracia, ni perdemos nunca, como pueblo, el sentido de nuestro valor relativo en la totalidad de los pueblos del mundo”.

Por esta condición o por este hábito, ha podido decir, la poetisa, en memorable oda, que somos buenos perdedores. Ni juramos odio eterno al vencedor, ni nos humillamos ante su éxito, al punto de considerarle como de madera superior a la nuestra. Cuando es la tesis de que “la victoria no concede derechos”, pero su abolengo es netamente latinoamericano, porque nosotros no creemos que los pueblos o los hombres sean mejores por haber vencido.

Y no es que menospreciemos el valor de la victoria y la equiparemos a la derrota, ha victoria nos parece buena; pero creemos que el vencedor no la debe a intrínseca superioridad sobre el vencido, sino a estar mejor preparado o a que las circunstancias le han sido favorables. Y en torno de esta distinción, que me parece fundamental, ha de elaborarse el ideal mexicano. Lo que no hacemos los mexicanos, de es suponer que tenemos “dentro de nosotros una fuerza madre, algo fuerte e indestructible”.

Esto lo creyeron los estoicos, pero el estoicismo o sentimiento del propio respeto es persuasión aristocrática que abrigaron algunos hombres superiores, pero tan convencidos de su propia excelencia que no lo creían asequible al común de los mortales, y aunque en México se hayan producido y se sigan produciendo hombres de este tipo. El estoico se ve a sí mismo como la roca impávida en que se estrellan, olas del mar, las circunstancias y las pasiones.

Esta imagen es atractiva para los ciudadanos, porque la piedra es símbolo de perseverancia y de firmeza, y estas son las virtudes que el pueblo mexicano ha tenido que desplegar para las grandes obras de su historia: la independencia, las invasiones y la revolucion; y también porque los mexicanos deseamos para nuestras obras y para nuestra vida la firmeza y perseverancia de la roca, pero cuando nos preguntamos: ¿qué es la vida? o, si se me perdona el pleonasmo:

¿Cuál es la esencia de la vida?, lejos de hallar dentro de nosotros una solucion. Ducunt volentem fata, nolentem trahunt. El destino guía a los que están dispuestos y arrastrar a los que no están dispuestos.

El retorno de estoicismo

Ahora en este sexenio de la 4T en que “los mexicanos estamos presos en una caverna platonica, con mínimas posiblidades de salir de ella, condenados a esperlo todo del estado totalitartio, tutelar y patriarcal del caudillo en turno que hasta nos ofrece redención”.

Hasta hoy NO nos hemos negado a salir de la caverna platónica y en este caso, México entrara a otro periodo oscurantista, he pensado que el estoicismo a hecho preso al mexicano, estoicismo: el ser humano se halla limitado por un destino inexorable que no puede controlar y ante el que sólo puede resignarse. Cuando se examina la constitución ideal de México, el elemento moral y, en cierto modo, religioso más profundo que en ella se descubre, como sirviéndole de cimiento, es el estoicismo; no el estoicismo vital y heroico de Catón “el viejo”, ni el estoicismo sereno y majestuoso de Marco Aurelio, ni el estoicismo rígido y extremado de Epicteto, sino el estoicismo natural y humano de Séneca.

Toda la doctrina de Séneca se condensa en esta enseñanza: «No te dejes vencer por nada extraño a tu espíritu; piensa en medio de los accidentes de la vida, que tienes dentro de ti una fuerza madre, algo fuerte e indestructible, alrededor del cual giran los hechos mezquinos que forman la trama del diario vivir ; y sean cual fueren los sucesos que sobre ti caigan, sean de los que llamamos prósperos, o de los que llamamos adversos, o de los que parecen envilecernos con su contacto, mantente de tal modo firme y erguido, que al menos se pueda decir siempre de ti que eres un hombre”.

Estas palabras son merecedoras de reflexión y análisis, y no lo serían si no dijeran de nuestro espíritu algo importante, que la intuición de nosotros mismos y los ejemplos de la historia nos aseguran ser certísimo. Y lo que en ellas hay de cierto e importante, es que, en efecto, cuando cae sobre los mexicanos un suceso adverso, como perder una guerra, o sufrir un terremoto, por ejemplo, no adoptamos actitudes exageradas, como la de supones que la justicia del Universo se ha violado, porque la suerte de las batallas nos haya sido contraria o que toda la civilización se encuentra en decadencia, porque se hayan frustrado nuestros planes, sino que nos conducimos de tal modo que “siempre se puede decir de nosotros que somos hombres”, porque ni nos abate la desgracia, ni perdemos nunca, como pueblo, el sentido de nuestro valor relativo en la totalidad de los pueblos del mundo”.

Por esta condición o por este hábito, ha podido decir, la poetisa, en memorable oda, que somos buenos perdedores. Ni juramos odio eterno al vencedor, ni nos humillamos ante su éxito, al punto de considerarle como de madera superior a la nuestra. Cuando es la tesis de que “la victoria no concede derechos”, pero su abolengo es netamente latinoamericano, porque nosotros no creemos que los pueblos o los hombres sean mejores por haber vencido.

Y no es que menospreciemos el valor de la victoria y la equiparemos a la derrota, ha victoria nos parece buena; pero creemos que el vencedor no la debe a intrínseca superioridad sobre el vencido, sino a estar mejor preparado o a que las circunstancias le han sido favorables. Y en torno de esta distinción, que me parece fundamental, ha de elaborarse el ideal mexicano. Lo que no hacemos los mexicanos, de es suponer que tenemos “dentro de nosotros una fuerza madre, algo fuerte e indestructible”.

Esto lo creyeron los estoicos, pero el estoicismo o sentimiento del propio respeto es persuasión aristocrática que abrigaron algunos hombres superiores, pero tan convencidos de su propia excelencia que no lo creían asequible al común de los mortales, y aunque en México se hayan producido y se sigan produciendo hombres de este tipo. El estoico se ve a sí mismo como la roca impávida en que se estrellan, olas del mar, las circunstancias y las pasiones.

Esta imagen es atractiva para los ciudadanos, porque la piedra es símbolo de perseverancia y de firmeza, y estas son las virtudes que el pueblo mexicano ha tenido que desplegar para las grandes obras de su historia: la independencia, las invasiones y la revolucion; y también porque los mexicanos deseamos para nuestras obras y para nuestra vida la firmeza y perseverancia de la roca, pero cuando nos preguntamos: ¿qué es la vida? o, si se me perdona el pleonasmo:

¿Cuál es la esencia de la vida?, lejos de hallar dentro de nosotros una solucion. Ducunt volentem fata, nolentem trahunt. El destino guía a los que están dispuestos y arrastrar a los que no están dispuestos.